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Recetas para la crisis: pastillas y alcohol
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DIRECTIVOS, VIVIR EN EL MIEDO

Recetas para la crisis: pastillas y alcohol

“Los directivos no han hecho más que empezar a sufrir el calvario que les espera”. Desde hace algunos meses, las consultas de psicólogos y psiquiatras comienzan

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Recetas para la crisis: pastillas y alcohol

“Los directivos no han hecho más que empezar a sufrir el calvario que les espera”. Desde hace algunos meses, las consultas de psicólogos y psiquiatras comienzan a llenarse de ejecutivos solicitando ayuda. Pero esto es sólo el comienzo, avisa Iñaki Piñuel, profesor de la Universidad de Alcalá y fundador del IIEDDI (Instituto de Innovación Educativa y Desarrollo Directivo). La salud psicológica de los directivos irá, como la crisis, a peor. Mucho peor.

 

Y es que, salvo los ejecutivos de más alto nivel quienes, como afirma José Manuel Saiz, profesor de la facultad de ciencias sociales de la Universidad Antonio de Nebrija, “no se ven afectados por los diferentes ciclos económicos”, el resto se mueve en una posición estructural intermedia en la que la presión se deja sentir especialmente. La crisis les ha supuesto mayor carga de trabajo y menor capacidad decisoria, un aumento de la responsabilidad y un empeoramiento de las condiciones laborales.

No es extraño, pues, que exista un número creciente de ejecutivos que combatan el estrés y la angustia, asegura Piñuel, “echando mano de ansiolíticos, antidepresivos y alcohol, que es el ansiolítico que más al alcance tenemos y el socialmente mejor tolerado”.  En muchas ocasiones, estamos hablando de personas  con cuadros clínicos graves, que están sometidos a situaciones dramáticas. En general, señala Piñuel, se trata de ejecutivos, muchos de ellos del sector inmobiliario, que han pasado de una posición muy próspera, en la que veían crecer continuadamente sus ingresos y sus propiedades, a otra en la que están a punto de quedarse sin nada.

Y si bien hay quienes están metidos en el pozo por  malas prácticas ajenas, como los responsables de empresas solventes que se ven estranguladas tanto por el incumplimiento en los pagos de servicios ya realizados como por la falta de crédito, hay otros que, según Piñuel, “se lo tienen merecido porque no hicieron los deberes. Hay una generación de directivos de primer nivel, generalmente treintañeros, que han crecido sin saber lo que era una crisis y que pensaron que la economía era como una cometa, siempre subiendo. Se acostumbraron a un crecimiento fácil, no tomaron las precauciones adecuadas y ahora les llega el momento de afrontar la realidad. Hay que abonar la cuenta”. 

Hay quien dice, no obstante, que los directivos llevan el estrés en el sueldo, que quienes están en lo alto de la gestión empresarial no están legitimados para quejarse, ya que se les ha pagado para que soporten la tensión. Pero en la coyuntura actual, asegura José Luis Yáñez, socio director del Centro de Liderazgo Positivo del grupo BLC, ese razonamiento no es válido.  Y es que, siendo cierto que un directivo ambicioso y con mucha necesidad de logro “se encontrará como pez en el agua en situaciones de presión”, también lo es que esta crisis añade un plus de incertidumbre que desorienta por completo a los ejecutivos, quienes están acostumbrados a metas bien delimitadas.

“Cuando no hay datos claros para tomar decisiones, cuando el objetivo se difumina, el ejecutivo ya sólo ve un entorno en el que cualquier cosa es posible y en el que no sabe qué vendrá a continuación, y eso le angustia mucho”. Según Yáñez, una cosa es vivir en el estrés y otra cosa es, como ahora, estar totalmente asustados. Porque eso, afirma Piñuel, es lo que dicen los directivos cuando se cierra la puerta del consultorio: que no tienen ni idea acerca de lo que va a pasar en el futuro cercano. Quizá de cara al exterior puedan dar imagen de seguridad pero cuando se miran al espejo, el miedo se dibuja en su rostro.

¿Cómo trasmitir confianza en un entorno de total incertidumbre?

Una doble cara que repercute enormemente en su salud psicológica. Como explica Yáñez, los ejecutivos detentan un puesto fronterizo entre la organización y su entorno, entendiendo éste como todo lo exterior a la empresa (competidores, mercado, situación económica, etc.). “Cuando un ejecutivo mira hoy hacia fuera no ve más que incertidumbre. Y, al mismo tiempo, se le exige que contagie a su equipo confianza, seguridad, tranquilidad y compromiso, lo que le lleva a una posición algo esquizoide”. Esa obligación de transmitir a su equipo algo totalmente distinto de lo que percibe es lo que le causa mayor ansiedad. Según Yáñez, hay que tener en cuenta que los ejecutivos han sido especialmente entrenados para gestionar bien comportamientos y relaciones, “pero tienen un déficit grande en cómo se manejan a  sí mismos en estados de estrés”.

Pero, claro está, no son los únicos que lo están pasando mal, ni siquiera los que lo están pasando peor. Cuando la crisis llega, son quienes están en los estratos inferiores de la empresa quienes llevan las de perder, ya sea porque les despiden, justificada o injustificadamente (asegura Piñuel que, de una parte, la crisis es el pretexto utilizado por algunos empresarios con pocos escrúpulos para librarse de gente; de otra, que casi todos los ERES son simplemente preventivos) o porque si se quedan en la empresa, son  “motivados” mediante el miedo.

Lo cierto es que la crisis facilita el orden en la organización, ya que, como afirma Saiz, “en este contexto, aumentan los flujos de información de abajo arriba. Los ejecutivos preguntan más y reciben mejores respuestas, lo que lleva a que se vean con más claridad las ineficiencias y a que se arreglen más fácilmente los problemas”. Pero en otro sentido, la crisis también es una fuente de inestabilidad. Como advierte Piñuel, “los empleados ya no acuden a su puesto de trabajo porque tengan ilusión o fe en el proyecto, sino para que no les echen a la calle.  La gente no pone problemas para trabajar más horas ni para realizar esfuerzos adicionales y eso hace que parezca que todo está bien.

Pero movilizar por el miedo acaba creando más dificultades de las que soluciona”.  Empezando porque los directivos, los encargados de llevar a efecto esas técnicas, saben que en cualquier momento ellos también pueden ser también sus víctimas, lo que genera una gran falta de compromiso y una creciente desconfianza respecto de la compañía.

Además, vivir en la presión añade una consecuencia negativa en cuanto a la toma de decisiones. Según Yáñez, cuando una persona trabaja más horas de la cuenta y se siente demasiado coaccionado, sus procesos superiores de pensamiento quedan inhibidos. “Es como si estuviera en un estado de secuestro emocional, algo que acaba por traducirse en un gran número de errores. Hay que tener en cuenta que la presión nos hace funcionar mejor sólo hasta un punto; a partir de ahí, genera el efecto contrario”.

Y ese puede ser  uno de los factores que más negativamente nos influya a la hora de encontrar una salida de esta difícil situación económica. En tiempos de crisis, la mayoría de las empresas cierra filas, huyendo de cualquier riesgo y tratando de asegurar al máximo su posición en el mercado. Sin embargo, los expertos insisten en que es la innovación lo que nos puede sacar de la crisis, que son las soluciones imaginativas las que nos harán superar los malos momentos. 

Consecuencias físicas

Tener demasiado miedo puede hacer que nuestra mala posición se prolongue. Como asegura Saiz, “a pesar de que los ejecutivos sean totalmente contrarios a tomar riesgos en esta coyuntura, si se ve la oportunidad hay que tratar de innovar. Es un buen momento para obtener ventajas”. Pero no parece que las empresas hoy se atrevan a mucho. Según Piñuel, “hay un plus de ansiedad que lleva a posiciones inmovilistas: cuando se plantean si lanzar o no un producto, si realizar o no una inversión, generalmente les puede el miedo”.

Pero más allá del daño que el miedo puede causar a la economía (Yáñez asegura que sumando pérdidas de productividad, accidentes, absentismo y fraude, podría cifrarse en un 10% del PIB) no podemos olvidar que donde primero deja sus efectos es en nuestro cuerpo: “En Estados Unidos, hay un muerto por trastornos cardiovasculares, los más ligados al estrés, cada 30 segundos”.

“Los directivos no han hecho más que empezar a sufrir el calvario que les espera”. Desde hace algunos meses, las consultas de psicólogos y psiquiatras comienzan a llenarse de ejecutivos solicitando ayuda. Pero esto es sólo el comienzo, avisa Iñaki Piñuel, profesor de la Universidad de Alcalá y fundador del IIEDDI (Instituto de Innovación Educativa y Desarrollo Directivo). La salud psicológica de los directivos irá, como la crisis, a peor. Mucho peor.

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