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De cómo El Dorado petrolífero de Brasil se convirtió en la capital del paro
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viaje al símbolo de la crisis

De cómo El Dorado petrolífero de Brasil se convirtió en la capital del paro

Un proyecto de Petrobras debía convertir esta región en la más rica del estado de Río. Pero Itaboraí ha terminado erigiéndose en símbolo del paro, la gran amenaza para la maltrecha economía brasileña

Hace un calor asfixiante en Itaboraí, una ciudad de unos 220.000 habitantes en el interior del Estado de Río de Janeiro. Bajo un sol de justicia, decenas de hombres forman un corrillo alrededor de una verja. Son antiguos operarios de Alumini, una subcontrata de Petrobras que se encarga, junto a otras empresas, de la construcción del Comperj, el complejo petroquímico que debe convertir esta región en la más rica del estado, con 45 kilómetros cuadrados de superficie y una refinería con capacidad para 165.000 barriles diarios de petróleo.

Los hombres, visiblemente cansados, agitan nerviosos sus documentos, mientras intentan ser atendidos por un guardia de seguridad, que en ningún momento sale de su zona de confort. “Llevamos aquí desde las 8.00 de la mañana. Ni siquiera hemos almorzado”, se queja uno de ellos. “Nos tratan como bestias. Y eso que nos hemos dejado los cuernos en la obra”, añade otro.

En la actualidad, más de 2.200 extrabajadores, llegados de varios estados de Brasil, se encuentran atrapados en un laberinto burocrático. Petrobras, la principal empresa del país, ha rescindido el contrato por incumplimiento con Alumini, que, a su vez, ha despedido a casi todos sus empleados. El problema es que, debido a otro conflicto laboral en el estado de Pernambuco, los fondos de Alumini están bloqueados por la justicia. Por eso, los obreros despedidos no han recibido sus últimos sueldos, ni la indemnización, ni los papeles para tramitar el paro. Están literalmente atrapados en Itaboraí, sin dinero para pagar el alquiler y sin saber cuándo llegará una solución. Parece el guion de una película de Ken Loach salvo por un detalle: todo es dramáticamente real.

“Estoy durmiendo en casa de unos compañeros. Me han salvado de la calle”, cuenta a El Confidencial Geraldo, oriundo de Minas Gerais. “Yo me apaño en mi coche, pero otros no tienen mi suerte”, explica João, de Curitiba. Desde que ha empezado la crisis de Itaboraí, más de 10.000 trabajadores, según los sindicatos, han perdido su empleo. La ciudad, que en el pasado fue rural y que en los últimos años había crecido vertiginosamente a la sombra de la futura refinería, se ha llenado de parados de la región nordeste, que no tienen ni dinero para comprar el billete de vuelta a su tierra. Muchos duermen en la calle y sobreviven gracias al restaurante Cidadão, donde el almuerzo cuesta un real (30 céntimos de euro).

“Desde que se anunció la construcción del complejo petroquímico, Itaboraí se convirtió en El Dorado. Personas de varias zonas de Brasil comenzar a llegar aquí en busca de una oportunidad. Pero hoy hay una crisis terrible debido a la desmovilización de la mano de obra”, explica Anderson Santana, coordinador del Sistema Nacional de Empleo de Itaboraí. “Cada día atendemos de media a entre 300 y 400 personas. De ellas, unas 80 vienen para tramitar el seguro de desempleo. Tenemos un gran número de trabajadores que buscan otra oportunidad”, añade.

Un cataclismo que eliminó 23.500 empleos

Sindicalistas y gestores locales apuntan a varias causas para explicar un cataclismo que ha reducido los puestos de trabajo de 28.000 a 4.500 en pocos meses, según los datos que facilitan los sindicatos. Por un lado, el 82% de la obra del futuro polo petroquímico ya ha sido realizada, tal y como indica Petrobras en su página web. Esto justifica en parte esta drástica disminución del empleo.

“En relación con las desmovilizaciones ocurridas en los últimos meses, Petrobras aclara que ya estaban previstas en la planificación de los proyectos debido al estado de desarrollo de las obras y a la conclusión de diversas actividades de los contratos. Sin embargo, en el caso de los trabajadores de la empresa Alumini, las desmovilizaciones ocurrieron debido a la paralización de las actividades relacionadas con las rescisiones de los contratos”, aseguran a El Confidencial desde Petrobras. La petrolera asegura que en las obras del Comperj todavía trabajan 9.500 personas y matiza que, en el momento de máxima ocupación, en agosto de 2013, llegó a haber 35.500 obreros.

Sin embargo, hay otro factor al que todos los entrevistados se refieren constantemente: el caso Lavacoches, el mayor escándalo de corrupción de la historia de Brasil, por el que Petrobras y decenas de constructoras y de políticos están siendo investigados. “La empresas presentaban presupuestos muy bajos para ganar los contratos y después iban pidiendo más dinero a medida que avanzaba la obra. En este mecanismo de presentar aditivos es donde se instala la corrupción y se disparan los costes”, explica a este diario Wagner Sales, de Sintramon, el Sindicato de Trabajadores Empleados en las Empresas de Montaje y Manutención Industrial de la Ciudad de Itaboraí.

Según la prensa brasileña, la nueva dirección de Petrobras, que tiene un agujero en sus cuentas de 88.000 millones de reales (casi 26.000 millones euros), incluirá en su contabilidad este diferencial entre el coste inicial y el final de la obras para ofrecer una mayor transparencia en sus cuentas. “Todos los robos que ves en la tele, todo esto recae sobre los trabajadores. Somos nosotros los que estamos pagando los platos rotos. Y lo peor es que muchos tienen miedo de hablar. Los brasileños estamos acostumbrados a agachar la cabeza, y así nos va”, protesta Geraldo, uno de los operarios despedidos.

La ruina de los empresarios

No son sólo obreros. Decenas de pequeños empresarios, que invirtieron en el proyecto de la ciudad petrolífera, están hoy arruinados. “Toda Itaboraí creyó en esta gran mentira del Comperj y en las palabras del entonces presidente Lula. El complejo tenía que estar listo en 2013 y todavía ni han concluido las obras”, comenta el alcalde de la ciudad, Helil Cardozo. Se refiere al anuncio a bombo y platillo que Lula da Silva hizo en 2006. “Lula visitó cuatro veces nuestra ciudad. ¿Cómo no íbamos a creer en este proyecto?”, recuerda Anderson Santana. “Vendieron un sueño y las personas creyeron en el presidente del país. Si yo fuese empresario también habría confiado en estas promesas”, remata el alcalde.

Hoy, la crisis de Itaboraí es palpable. Decenas de carteles de “Se alquila” cuelgan por las ventanas de muchos edificios. “Los precios han bajado mucho. Inmuebles que antes eran carísimos, ahora están desvalorizados”, cuenta José, un obrero en paro. “Mucha gente construyó edificios enteros con el objetivo de alquilar pisos a los trabajadores. Ahora se suben por las paredes, porque toda su inversión resultará en pérdida”, añade una comerciante. “Yo compré muchas hectáreas de terrenos cerca del Comperj porque todo el mundo esperaba una revalorización. ¿Qué voy hacer ahora? Todos los ahorros de mi vida están en unas tierras que no valen nada”, confiesa una mujer de unos 60 años.

En el barrio de Vendas das Pedras, la Pousada do Trabalhador está a punto de cerrar sus puertas. Ya no hay clientes. Los dueños del negocio están vendiendo hasta los muebles. No creen que la situación mejore a lo largo del año. En su página web, la posada ofrece comida, lavandería y alquiler de ordenadores, una serie de servicios de los que ya nadie va a poder disfrutar.

La crisis ha alcanzado todos los niveles de la economía local: desde los comedores para los operarios, que agonizan vacíos, hasta los baños químicos que usaban los obreros, abandonados a su destino pestilente en el medio de la carretera. La tijera ha llegado también hasta el Ayuntamiento de Itaboraí. “Nuestros ingresos han bajado vertiginosamente. Cada mes perdemos 18 millones de reales (unos cinco millones de euros). Por eso, hemos tenido que recortar muchos gastos y reducir un 20% el presupuesto. Yo mismo me he bajado el sueldo un 20% para dar ejemplo”, asegura el alcalde.

El Ayuntamiento también se ha visto obligado a atender la demanda creciente de los trabajadores despedidos. “Hemos creado un centro específico para los sintecho que han aparecido en nuestra ciudad. Allí pueden comer, lavarse y recibir ayuda psicológica. El 70% de los usuarios son extrabajadores del Comperj. A muchos les hemos ayudado a regresar a su ciudad de origen, pero no damos abasto”, cuenta el alcalde.

“Allí dentro es el caos”

Para la prensa brasileña, la macroobra está empantanada por irregularidades y errores del proyecto. “Hay muchos problemas en el complejo. Nos hacían soldar cosas que todo el mundo sabía que estaban mal, pero a nadie le importaba. Parecía incluso que los jefes querían que hiciésemos mal las cosas para tener que volver a hacerlas. Allí dentro es el caos”, cuenta Bruno, un soldador despedido. De hecho, los costes del proyecto se han disparado: desde los 6.100 millones de dólares iniciales, en 2006, hasta la previsión actual de unos 48.000 millones de dólares.

“Esta crisis se deba a una falta de administración del Partido de los Trabajadores. La expresidenta de Petrobras no supo llevar de una forma correcta la empresa y la operación Lavacoches dificultó aún más la situación”, declara el alcalde de Itaboraí.

Hoy poco queda del carácter bucólico que caracterizó antaño a Itaboraí, cuando ocupaba el puesto 69 del Índice de Desarrollo Humano del estado do Río de Janeiro, que cuenta con 92 municipios. El tráfico complica la circulación, la criminalidad se ha disparado y hay quien denuncia casos de pedofilia y prostitución infantil entre los obreros venidos de fuera.

Itaboraí se ha convertido en el símbolo del paro, que hoy es la principal amenaza para la maltrecha economía brasileña. Los últimos datos no son alentadores. El pasado mes de febrero, el desempleo alcanzó el 5,9%, la mayor tasa desde 2011, según los datos del IBGE (Instituto Brasileño de Geografía y Estadística). Río de Janeiro, con 11.000 puestos de trabajo destruidos sólo en febrero, encabeza las estadísticas nacionales, según el Ministerio de Trabajo. Es el peor dato desde 1992.

A pesar de eso, hay quien se mantiene optimista ante la tormenta, como Cleberton Souza, un empresario que hace cuatro años fundó una escuela de formación profesional. “Vimos que no había centros de formación en el campo de la metalmecánica y nos lanzamos al mercado”, cuenta. En la mejor época, su escuela llegó a tener 7.000 alumnos. Hoy, en plena crisis, el volumen de negocio ha caído un 70%. No obstante, este empresario no se muestra desanimado. “Estoy aprendiendo mucho con esta crisis. Y estoy seguro que de aquí a seis meses las cosas van a volver a funcionar. Si en Itaboraí la situación está difícil, en cualquier otra ciudad de Brasil está peor. El Comperj sigue siendo un proyecto muy prometedor”, señala Cleberton, que ya ha abierto cuatro escuelas en la región.

El alcalde de Itaboraí también se muestra optimista. Afirma que la ciudad puede reciclarse con la creación de un gran polo industrial en la región. “La situación hoy es muy crítica en comparación con pasados años, pero esperamos que mejore”, asegura Anderson Santana, coordinador del INEM local, con una sonrisa luminosa que infunde esperanza.

Fuentes de Petrobras señalan que la compañía “está revisando su planificación para 2015, implementando una serie de acciones dirigidas a la preservación de la caja, con el fin de hacer viables sus inversiones”. También informan de que la refinería está lista en un 82,5% y que la puesta en marcha se ha fijado en diciembre de 2016. Sobre el futuro del resto del complejo petroquímico, ni una palabra. El tiempo dirá.

Hace un calor asfixiante en Itaboraí, una ciudad de unos 220.000 habitantes en el interior del Estado de Río de Janeiro. Bajo un sol de justicia, decenas de hombres forman un corrillo alrededor de una verja. Son antiguos operarios de Alumini, una subcontrata de Petrobras que se encarga, junto a otras empresas, de la construcción del Comperj, el complejo petroquímico que debe convertir esta región en la más rica del estado, con 45 kilómetros cuadrados de superficie y una refinería con capacidad para 165.000 barriles diarios de petróleo.

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