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Precios de Nueva York y sueldos de México, lo que queda del milagro brasileño
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Precios de Nueva York y sueldos de México, lo que queda del milagro brasileño

La vida en las grandes ciudades brasileñas es cada vez más difícil y el sueño de prosperidad se desvanece. El gobierno está obligado a hacer recortes

Foto: La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, tiene que lidiar con el peor panorama económico en años. (Reuters)
La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, tiene que lidiar con el peor panorama económico en años. (Reuters)

“Vivir en Río de Janeiro es imposible. Todo está carísimo, los precios no paran de subir. El billete del bus ha llegado a 3,40 reales (1,10 euros, es decir, un 12% más que el año pasado). La cuenta de la luz está por las nubes. Pagas mucho por todo, pero nada mejora. Cada vez hay más asaltos. Yo me vuelvo a España”. Ángela es categórica. Acaba de regresar a su Valladolid natal con su marido brasileño en busca de una mayor calidad de vida. “Queremos formar una familia y Río desde mi punto de vista no es el mejor lugar para ello”, añade esta bióloga.

Como ella, cada vez más personas, tanto extranjeros como brasileños, acarician la idea de abandonar el país tropical. El sueño de prosperidad de Brasil parece haber llegado a su fin. “La perspectiva para los próximos dos años es apretarse el cinturón. La economía no va a crecer y el paro va a aumentar”, vaticina Vinicius Botelho, economista e investigador asociado de la Fundación Getúlio Vargas (FGV/IBRE), un think tank de corte neoliberal adscrito al Instituto Brasileño de Economía.

El panorama no parece muy esperanzador: la inflación está dos puntos por encima de la meta del 4,5%; el crecimiento cero de 2014 va a ser una constante en el próximo bienio, según las previsiones; la gravísima crisis hídrica hace peligrar el abastecimiento energético y la agricultura; la drástica caída de los precios de las materias primas ha desequilibrado la balanza comercial; la producción industrial se ha encogido un 3,2% en 2014, el peor dato desde 2009; la baja productividad sigue siendo un lastre sistémico que nunca ha sido subsanado; y las cuentas públicas, con un déficit de 17.242 millones de reales (5.600 millones de euros), son las peores desde 1997.

Sin olvidar el escándalo de corrupción de Petrobras, la principal empresa de Brasil. “Es un tema que envuelve a varias empresas y que, sin duda, compromete un sector esencial para nuestra economía. Esta situación va a tener fuertes repercusionesen el empleo”, destaca Botelho.

A pesar de esos datos y de la coyuntura internacional, con Rusia en recesión y China en desaceleración, los economistas brasileños muestran un cierto optimismo. “No diría que la economía brasileña esté a punto de colapsar. Más bien está saliendo de la UVI”, destaca André Braz, economista del FGV/IBREespecializado en inflación.

“El problema es que en el pasado no hubo una política clara sobre lo que se quería hacer. El Gobierno parecía perseguir varios objetivos: controlar la inflación, hacer crecer la economía, llevar a cabo un programa de rescate social, todo al mismo tiempo. Pero es imposible hacer que estas políticas encajen. Yo creo que en su segundo mandato, Dilma Rousseff ha hecho una elección muy acertada de reducción del gasto público, restricción del acceso al crédito y aumento de los impuestos. Es un mal necesario para conseguir un crecimiento más sostenible”, agrega.

La presidenta de Brasil prometió durante la campaña electoral, en la que consiguió la reelección por los pelos, sanear la economía y volver a la senda del crecimiento. En el primer mes de su segundo mandato, ya ha aprobado una serie de medidas. La primera y la más urgente ha sido reducir gastos. Inversiones en infraestructuras, en el sector eléctrico, en la agricultura, concesión de créditos… Todo eso va a pasar por la tijera del Gobierno. “Es necesario hacer esta contención del gasto público ahora para poder controlar la inflación”, explica André Braz.

Eso sí, todo apunta a que la inversión en programas sociales es una marca que este Gobierno no va a modificar. “Pero debe haber una reducción gradual de estos gastos, a medida que la economía responda positivamente a los estímulos. Sería recomendable, con el tiempo, abandonaresta política asistencialista y estimular que el brasileño encuentre sus medios de subsistencia”, afirma Braz.

La segunda medida, impopular pero necesaria, es aumentar los tipos de interés y los impuestos para reducir la demanda de las familias sobre productos y servicios. En otras palabras, otra maniobra para intentar reducir la inflación, el gran enemigo de la economía y de los brasileños. “Cambias 100 reales (33 euros) y en un pispás se acaba el dinero. Ni sabría decir en qué me lo gasto”, afirma João, que con su furgoneta entrega la compra a domicilio para un supermercado del centro de Río de Janeiro.

Entre él y su mujer consiguen juntar 3.000 reales por mes (unos 1.000 euros). “Llegamos a duras penas a fin de mes”, reconoce João, que sólo tiene un hijo. Su “suerte” es que hace una década consiguió comprar su casa en Bomsucesso, un barrio periférico en la zona norte de Río de Janeiro. “Si tienes que pagar un alquiler, estás acabado en esta ciudad”, añade.

Es el caso de Cristina. A sus 28 años, está en el octavo mes de embarazo. Será madre soltera. En la actualidad vive con su madre en Copacabana, en un piso familiar por el que no paga nada. Pero sus tíos quieren venderlo para repartir la herencia entre todos. Por eso, va a tener que buscar un hogar en un mercado esquizofrénico, con precios equivalentes a los de Nueva York, pero con una diferencia: entre su sueldo y la pensión de su madre, no llegan a los 2.000 reales por mes (650 euros). “Tendremos que irnos a Madureira, al extrarradio. ¡Qué remedio! No podemos pagar un alquiler en Copacabana”, admite Cristina. Esto significa que cada día tendrá que viajar cuatro horas en bus y metro para ir y volver del trabajo.

La inflación ha sido el gran enemigo del crecimiento y la estabilidad en Brasil desde los años del presidente Collor de Melo (1990-1992). Las épocas del presidente Cardoso y el primer mandato de Lula, hasta 2008, estuvieron marcadas por una voluntad férrea de contener la inflación. Sin embargo, el ambicioso proyecto social de Lula y el experimento de Dilma Rousseff de bajar los tipos de interés para facilitar el acceso al crédito y favorecer el consumo han traído una tasa de inflación más alta de lo recomendado.

Cabe destacar que en Brasil un cuarto de los precios de la cesta básica estánregulados por el Gobierno. Por ejemplo, la gasolina, la energía eléctrica y el agua. “Viendo que la inflación estaba creciendo y que el experimento de bajar los tipos de interés había fallado, el Gobierno optó por doblar la apuesta: intentó reducir la inflación a través de los precios que controla”, señala Vinicius Botelho.

“El año pasado hubo fuertes presiones para aumentar el precio de la gasolina, pero el Gobierno no lo hizo. Esto creó una cierta inercia de inflación, es decir, la subida de 2014 quedó para 2015. De hecho, el reajuste de diciembre ha sido sólo una pequeña parte. Lo grueso va a venir ahora”, añade André Braz. La caída del precio del petróleo ha contribuido a mantener bajo el precio final de la gasolina, pero el Gobierno ya ha anunciado para este año una subida substancial.

En el caso de la energía eléctrica, la rebaja del 18% aplicada en 2013 ha hecho disparar el consumo y la demanda de productos que consumen energía. Ya se están registrando los apagones y se empieza a hablar de racionamiento. “Es obvio que la tarifa eléctrica tiene que subir. Cuando el Gobierno abarató la energía, se generó una deuda pública para subvencionar esa rebaja.

Al mismo tiempo, Brasil comenzó a tener una crisis hídrica. El nivel de los pantanos ha bajado radicalmente y la producción energética se ha visto afectada. Ahora el Tesoro debería transferir una cantidad enorme de dinero a las eléctricas, pero no tiene liquidez. Moral de la historia: el consumidor va a tener que pagar”, aclara Braz.

La sequía es otro factor que empaña el panorama económico de Brasil. Se calcula que podría tener un coste superior a un punto porcentual del PIB. “El crecimiento, que ya estaría en cero en ausencia de problemas, puede verse mermado por esta sequía”, indica Botelho. Estudios científicos demuestran que, lejos de ser un problema inesperado, la sequía estaba anunciada desde hacía 10 años. Es, por lo tanto, un mal previsible.

¿Qué tendría que haber hecho el Gobierno para reducir su impacto? “Diversificar las fuentes de producción energética. Existen varias fuentes alternativas: termoeléctrica, eólica, solar, biomasa… Nada de eso ha sido barajado en los últimos años. También podrían haber mejorado la capacidad de captación de los pantanos, implantar prácticas de reutilización de agua para la industria, sin olvidar la campañas de concientización sobre el consumo de agua”, apunta Botelho.

Es un ejemplo de los problemas sistémicos que enfrenta Brasil. “Los Gobiernos anteriores no construyeron las bases que pudiesen sostener la economía brasileña en momentos de turbulencia. Tuvieron la suerte de tener varios elementos a favor: precios de los alimentos y de otras materias primas altos, lluvias abundantes, una crisis económica internacional. No ha habido una política que fomentase el crecimiento de Brasil, una política industrial, de inversión, de creación de infraestructuras, para que las empresas tengan energía y agua. Ésta todavía es nuestra asignatura pendiente”, sostiene Braz.

Para este economista, a medida que la inflación quede controlada, se podrá avanzar hacia otros puntos: dar continuidad a las inversiones en infraestructuras y crear la base para el crecimiento económico; investir en educación y resolver los problemas energéticos.

Todavía queda mucho por hacer: reducir la burocracia, simplificar el sistema tributario, mejorar las infraestructuras y la productividad. Por lo pronto, el nuevo ministro de Hacienda, Joaquim Levy, parece haber tomado las riendas de la nueva política económica y financiera. Por subir, ha subido hasta los impuestos de la industria de cosméticos, que representa el tercer mayor mercado del mundo y crece a un ritmo anual del 10%.

A partir del 1 de mayo, las brasileñas tendrán que pagar un 15% más por pintarse los labios. Así el Gobierno podrá recaudar 653,85 millones extra de reales (212 millones de euros). El objetivo final para 2015 es conseguir 20.630 millones de reales (unos 7.000 millones de euros).

Es otro indicador de que la fiesta ha llegado a su fin. La bandera del segundo Gobierno de Dilma Rousseff será la austeridad. “2015 y 2016 serán años de reajustes y de inflación alta”, señala Braz. El tan celebrado milagro económico de Brasil se ha esfumado. “De hecho, aquel famoso reportaje de The Economist con el Cristo Redentor despegando puede ser substituido por el reportaje del Cristo perdido”, bromea Botelho.

La buena noticia, para estos economistas, es que todavía hay un cierto margen de maniobra. “Tenemos la menor tasa de paro de nuestra historia. Podemos soportar ciertos ajustes a lo largo del próximo bienio. Pero está claro que estos ajustes reducirán el bienestar del que hemos disfrutado en los últimos tiempos”, afirma Botelho.

Sin embargo, la cuestión fiscal representa otro quebradero de cabeza para este economista. “La demografía juega en contra. La población mayor de 65 años crece a un ritmo del 4 por cientoanual, y la población activa a un 1 por ciento. Hay una serie de beneficios sociales directa e indirectamente vinculados a la edad, como las pensiones. La cuestión demográfica puede hacer que las cuentas empeoren”, agrega.

A pesar de todo, André Braz traza una perspectiva positiva para la economía, en línea con el optimismo que destila el pueblo brasileño. “Cuando la inflación sea contenida, los agentes internacionales van a mirar a Brasil con otros ojos, volverán a confiar en nuestro Gobierno y a invertir en nuestro país. Eso ayudará Brasil en varios modos: atrayendo el capital externo, obteniendo una mayor estabilidad en el cambio, aumentando la competitividad de nuestros productos.

Todo esto acabará favoreciendo el equilibrio de nuestra balanza comercial y el crecimiento de nuestra economía. Ojalá que en el futuro no dependamos de las materias primas agrícolas, y que de aquí a una década Brasil esté en la vanguardia de la producción de tecnología”, aventura. “Espero que el apretón que nos espera conlleve resultados para las próximas generaciones”, concluye.

“Vivir en Río de Janeiro es imposible. Todo está carísimo, los precios no paran de subir. El billete del bus ha llegado a 3,40 reales (1,10 euros, es decir, un 12% más que el año pasado). La cuenta de la luz está por las nubes. Pagas mucho por todo, pero nada mejora. Cada vez hay más asaltos. Yo me vuelvo a España”. Ángela es categórica. Acaba de regresar a su Valladolid natal con su marido brasileño en busca de una mayor calidad de vida. “Queremos formar una familia y Río desde mi punto de vista no es el mejor lugar para ello”, añade esta bióloga.

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