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El misterioso multimillonario del millón de acres
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EVITA APARECER EN PÚBLICO, NO CONCEDE ENTREVISTAS Y NO SE DEJA FOTOGRAFIAR

El misterioso multimillonario del millón de acres

Apenas se sabe nada de él. Es de Kentucky, se llama Brad Kelley, tiene 55 años y amasó su inmensa fortuna en el negocio de los

Foto: El misterioso multimillonario del millón de acres
El misterioso multimillonario del millón de acres

Apenas se sabe nada de él. Es de Kentucky, se llama Brad Kelley, tiene 55 años y amasó su inmensa fortuna en el negocio de los cigarrillos low cost. Al parecer se mueve en un viejo Ford y conduce su propia avioneta. También se le atribuyen dos aficiones un tanto peculiares: criar animales exóticos y destilar su propio bourbon.

Y poco más. Que sea uno de los terratenientes más prominentes de Estados Unidos no impide que se sepa muy poco de su persona. El hombre del millón de acres, como se le conoce informalmente en los círculos de poder, no se deja fotografiar, apenas concede entrevistas, no tiene dirección de e-mail y no usa las redes sociales. Y sin embargo, es complicado circular por según qué zonas de Estados Unidos sin poner el pie en sus dominios.

No es un millonario excéntrico, sino un hombre de pueblo, en sus propias palabras. Uno inmensamente rico. Y su título informal no es una licencia poética. Kelley, en efecto, es el dueño de una superficie de suelo cercana al millón de acres, algo así como 1.600 millas cuadradas de terreno. Utilizando la comparación más recurrente, tiene más suelo que suelo hay en el Estado de Rhode Island. Al lector europeo le dirá más la cifra –aproximada– de 2.500 kilómetros cuadrados, ilustrada a su vez con una comparación doméstica. Sumando sus propiedades, Kelley es dueño de una cantidad de suelo más grande que la provincia de Vizcaya.

El cuarto terrateniente de Estados Unidos –tras el presidente de Liberty Media, John Malone, el magnate Ted Turner y el patriarca de la familia Emmerson, Archie Aldis Emmerson– asegura que coleccionar terrenos nunca ha sido su objetivo empresarial, sino su pasión personal. En una reciente entrevista explicó que creció en una granja, "una razón tan buena como cualquier otra" para aficionarse a comprar tierra. En las personas de condición rural, dice, el suelo acaba formando "parte del propio ADN".

Saber cuándo parar

Y no es una manera lírica de salirse por la tangente. Brad Kelley pone en práctica una estrategia sencilla, en cierto modo muy vieja y en cierto modo, innovadora, que combina el conocimiento experto de la ganadería con la virtud financiera –esquiva para muchos–, de saber cuándo hay que dejar de comprar.

Adquiere ranchos, extensiones de terreno dedicadas a la explotación ganadera, en enclaves devaluados de Estados Unidos, principalmente zonas apartadas de Texas, Florida y Nuevo México. Después de comprar una propiedad intenta hacerse con tanto terreno adyacente como puede, que incorpora a la finca principal para mejorar su capacidad productiva. Y después de eso, a su vez, intenta adquirir las propiedades colindantes. De esta manera ha conseguido reunir inmensas superficies de terreno consagradas a la explotación ganadera e incluso unificar en un gran megarrancho dos, tres y cuatro explotaciones que previamente eran solo vecinas.

El éxito de la operación, sin embargo, reside en el paso dos, que es donde Kelley brilla por su habilidad. Detiene súbitamente la estrategia de crecimiento, abandona la inversión y deja que los dueños originales del suelo conduzcan la explotación como lo habían hecho hasta entonces. Es lo que lo rancheros denominan resting y consiste, en pocas palabras, en detectar y respetar el umbral de crecimiento de un determinado terreno. Por desgracia para los tiburones de los negocios, habitualmente urbanitas, este umbral es inasequible a la ecuación, pues depende de factores como el clima, la fertilidad de la tierra o su abundancia en recursos naturales, y está en relación directa con la cantidad y el tipo de ganado que albergue. Es singular y particular en cada uno de los megaranchos, y requiere por tanto un conocimiento más o menos profundo del suelo y la ganadería.

Kelley no conoce otra manera de hacer negocio. Compró su primera finca en 1974, a los 17 años, poco después de acabar el instituto. Era un terreno limítrofe con el rancho familiar, en el que su familia había cultivado tabaco durante generaciones. Poco después, durante la década de los 1980, adquirió más fincas cercanas a buen precio, según la industria tabacalera perdía fuelle en Estados Unidos y el precio del suelo y los inmuebles del sector caían en picado. A cada terreno le dio un uso distinto –desde la explotación ganadera al cultivo de cereales o el procesamiento de celulosa– con la intención no de enriquecerse, sino de que rentasen. 

Cuando acumuló la cantidad –y la calidad– de suelo necesaria–, Kelley dio su golpe maestro. Fundó Commonwealth Brands, empezó a comercializar cigarrillos low cost y se hizo de oro. La fórmula, tan sencilla que apenas merece el nombre, consistió en gestionar su imperio latifundista como lo que era en realidad: un conjunto de minifundios. Cada terreno producía aquello para lo que era más apto, desde los diferentes tipos de tabaco hasta el papel en el que iban liados. Convertido en el héroe que rescató del desastre el tabaco de Kentucky, Kelley vendió Commonwealth Brands en 2001 por más de mil millones de dólares para dedicarse, ahora sí, al ganado. Nunca estuvo interesado en el tabaco, ha asegurado posteriormente. Ni siquiera fuma. 

¿El mesías de una burbuja?

Este hombre no vive su prosperidad como una fórmula o una estrategia, sino como "el modo natural" de hacer las cosas. Por eso no tolera que le llamen especulador. Se enorgullece de "mejorar" las tierras que compra e incrementar su productividad, objetivos que contempla en sí mismos y no para acabar vendiéndolas a mejor precio. Y las cifras respaldan su versión. En las últimos treinta años, Kelley solo se ha desprendido del 15% de sus propiedades. "En la mayoría de casos, por razones de gestión", puntualiza.

Y su ejemplo cunde. En las revistas financieras de Estados Unidos se vuelve a recomendar la compra de suelo y el escurridizo Kelley es su nuevo profeta. En particular, cuando se trata de invertir mucho dinero, –y de comprar, por tanto, grandes extensiones de suelo–. Para muchos, las grandes extensiones podrían ser de nuevo un valor en tiempos de incertidumbre financiera, especialmente porque dos factores lo convierten, según los preceptivos gurús, en la única inversión con garantías de rentar a largo plazo. Uno es la previsible recuperación del mercado financiero. La otra es la subida del precio de los alimentos a nivel global.

En Specialty Asset Management –un organismo de asesoría financiera dependiente de U.S. Trust que responde al revelador acrónimo SAM– es lo que recomiendan hoy a sus clientes. En especial a los más conservadores y a los menos entendidos en finanzas, para los que Kelley se convierte con facilidad en un ejemplo a seguir. 

Citado por The Wall Street Journal, el portavoz de SAM, Dennis Moon, asegura así que muchos de sus clientes obtienen un rendimiento anual medio superior al 4% en sus inversiones en terrenos de irrigación –dedicados al cultivo extensivo de cereales–, pero advierte de los peligros del excesivo entusiasmo. La experiencia de quienes pretenden emular a Kelley invita a preguntarse si no habrá incautos multimillonarios pagando los precios de una burbuja de la que el propio mentor sería responsable. Muchos de los terrenos adyacentes a los suyos se revalorizan a la espera de que el multimillonario compre o porque se consideran, como por arte de magia, más productivos. "La respuesta inequívoca en sí", aseguran en SAM. Y por supuesto, recomiendan sus propias oficinas para evitar el timo. "Nuestro equipo en el servicio de Farm & Ranch mantiene un enfoque disciplinado que le puede ayudar a mantener su estrategia enfocada siempre en la rentabilidad".

Kelley, mientras tanto, vive hoy en Tennessee ajeno a si es o no un ejemplo para nadie. Dirige junto a su mujer e hijas Rum Creek Ranch, un rancho consagrado a la crianza y reproducción de animales exóticos y en peligro de extinción, y colabora con zoos y asociaciones para la conservación en su reintroducción en la naturaleza. Viaja en avioneta, destila bourbon y sobre todo, se preocupa ya poco por su inmensa fortuna. Solo ocasionalmente sigue comprando enormes porciones de terreno que, con el tiempo, pretende convertir en nuevos y productivos ranchos de ganado. Asegura que, pese a su éxito, nunca ha dejado de ser un hombre de campo. Desde luego, nadie puede decir que no sea verdad. 

Apenas se sabe nada de él. Es de Kentucky, se llama Brad Kelley, tiene 55 años y amasó su inmensa fortuna en el negocio de los cigarrillos low cost. Al parecer se mueve en un viejo Ford y conduce su propia avioneta. También se le atribuyen dos aficiones un tanto peculiares: criar animales exóticos y destilar su propio bourbon.

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