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Vuelve la mano visible del Estado
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Vuelve la mano visible del Estado

Más claro no se puede decir. Ni probablemente en mejor foro. Pero lo cierto es que, por primera vez desde el New Deal de Roosevelt, un

Más claro no se puede decir. Ni probablemente en mejor foro. Pero lo cierto es que, por primera vez desde el New Deal de Roosevelt, un presidente de EEUU cuestionó ayer la capacidad del libre mercado -sin la intervención de los poderes públicos- para asignar eficientemente los recursos económicos.  “Esta crisis –dijo Obama- nos ha recordado a todos que sin vigilancia, el mercado puede descontrolarse, y que una nación no puede prosperar durante mucho tiempo si favorece sólo a los ricos”.

¿Quiere decir esto que estamos ante un líder radical convencido de que hay que intervenir de forma decisiva en la economía? No parece que esa sea su intención. Obama hizo ayer un ejercicio de pragmatismo económico. Consciente de que EEUU sigue siendo un país conservador. Su intención es gobernar una nueva mayoría social, no sólo parlamentaria, y eso puede explicar su obsesión por el equilibrio. Por satisfacer a casi todos. Por situarse por encima de las ideologías. Pero partiendo de un principio irrenunciable en EEUU: el poder del mercado “para generar riqueza y expandir la libertad no tiene rival”.

A partir de este principio, el discurso económico de Obama, estuvo lleno de realismo. Intentando  convencer a los estadounidenses de que las discusiones sobre el tamaño del sector público o sobre si hay que regular el mercado, son estériles, pertenecen a un tiempo que ya no sirve. ”La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro Gobierno es demasiado grande o pequeño, sino si funciona para ayudar a las familias a encontrar trabajo con un sueldo decente”. O si funciona para que puedan pagar “los cuidados que necesitan y una jubilación digna”. Es decir, una nueva versión del célebre ‘gato negro, gato blanco: lo importante es que cace ratones’, que popularizó Felipe González tras un viejo a China. Pero a escala planetaria.

Si algo está claro tras el discurso de Obama es que EEUU no renuncia a ser la locomotora mundial, aunque haya que reconocer la gravedad de la crisis. Si en España el Gobierno tardó meses en reconocer la que se venía encima, Obama arrancó ayer su discurso sin tapujos. “Nuestra economía está gravemente debilitada como consecuencia de la codicia y de la irresponsabilidad de algunos; pero también por el fracaso colectivo a la hora de elegir opciones difíciles y de preparar a la nación para una nueva era”. Obama en estado puro. Sin rodeos y con la bandera del cambio como eje de su actuación. Destrozando algunos tabúes instalados en EEUU en la era Bush. La imposibilidad de luchar contra el cambio climático porque pone en peligro la competitividad del país.

Energías renovables

Obama, por el contrario, dejó bien claro que está dispuesto a utilizar “el sol, el viento y la tierra para alimentar a nuestros automóviles y hacer funcionar nuestras fábricas”. Es decir, utilizando energías renovables frente al consumo de energías fósiles, de uso intensivo durante el mandato de la anterior Administración por la influencia de los lobbies petroleros texanos sobre el ex presidente Bush. “Transformaremos nuestras escuelas y universidades para hacer frente a las necesidades de una nueva era”, dijo Obama.

Guiño a los ecologistas pero también a quienes apuestan por el gasto público como nuevo motor del crecimiento. “Construiremos carreteras y puentes, las redes eléctricas y las líneas digitales que alimentan nuestro comercio y nos mantienen unidos. Pondremos a la ciencia en el lugar donde se merece y aprovecharemos las maravillas de la tecnología para aumentar la calidad de la sanidad y reducir su coste”, aseguró.

¿Qué hay de su compromiso electoral de universalizar la asistencia sanitaria para 40 millones de norteamericanos que no tienen dinero para pagarse un seguro privado? En el discurso no hay rastro de esa promesa. Pero hay que tener en cuenta que tampoco el escenario era el más adecuado para bajar al detalle. Se trataba tan sólo de enunciar los principios. Obama dijo que lograr ese objetivo no es una cuestión de caridad, sino que hunde sus raíces en la necesidad de alcanzar la prosperidad de la nación “dando mayores oportunidades” a todos los estadounidenses. 

Pero también un mensaje a navegantes. No mencionó el ‘célebre sangre, sudor y lágrimas’ que prometió Churchill a los británicos en la II Guerra Mundial, pero sí dejó bien claro que “el tiempo del inmovilismo, de la protección de intereses limitados y de aplazar las decisiones desagradables ha pasado”. Y lo dice en un país en el que toda la industria pide dinero al Gobierno para salvarse de la bancarrota. Y en el que ningún Gobierno, en los últimos años, ha adoptado medidas impopulares.

“A partir de hoy, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y volver a empezar la tarea de rehacer Estados Unidos”. Palabra de presidente.

Más claro no se puede decir. Ni probablemente en mejor foro. Pero lo cierto es que, por primera vez desde el New Deal de Roosevelt, un presidente de EEUU cuestionó ayer la capacidad del libre mercado -sin la intervención de los poderes públicos- para asignar eficientemente los recursos económicos.  “Esta crisis –dijo Obama- nos ha recordado a todos que sin vigilancia, el mercado puede descontrolarse, y que una nación no puede prosperar durante mucho tiempo si favorece sólo a los ricos”.

Barack Obama