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Chaves, el presidente derrotado en el Supremo que siempre sobrevivió a las urnas
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dolido por lo solo que le ha dejado el partido

Chaves, el presidente derrotado en el Supremo que siempre sobrevivió a las urnas

El expresidente andaluz Manuel Chaves entregó ayer su acta después de que el Tribunal Supremo le inculpase en el fraude de los ERE en Andalucía

Foto: Manuel Chaves, expresidente de la Junta de Andalucía. (Raúl Arias)
Manuel Chaves, expresidente de la Junta de Andalucía. (Raúl Arias)

Durante los últimos años Manuel Chaves (Ceuta, 1945) nunca ha tenido miedo de salir a la calle. A diferencia de José Antonio Griñán, que ha confesado que se sentía perseguido y vivía horrorizado porque la gente le increpara por la calle, el presidente más longevo de Andalucía nunca perdió la calma que forma parte de su carácter. Esa serenidad y ese modo pausado en la toma de decisiones que exasperaba a todo su equipo.

Chaves ha tenido pocos episodios desagradables. Uno de ellos mientras repostaba en una gasolinera. Ese día, de forma excepcional, perdió la paciencia y al irse respondió con un mal gesto al hombre que le echaba en cara los millones que se habían robado en la Junta. Se avecinaba su caída política. Si alguien le increpaba, ha contado algunas veces, siempre había otra persona que pedía que lo dejaran en paz. Él se mantenía al margen, como si no fuera con él. Santo y seña de su marca política.

El caso ERE es de momento el mayor caso de corrupción juzgado en España. Chaves nunca ha dejado de hacer su vida. A pesar de todo lo que ha ocurrido desde que la juez Mercedes Alaya lo situó en mitad de un contubernio político que permitió administrar sin control 855 millones de euros de ayudas sociolaborales y alimentar una red clientelar imprescindible para ganar elecciones, según ha expuesto la magistrada y ha asumido el instructor del Supremo.

Acudía al Congreso y se le veía a menudo solo en la cafetería, una imagen sorprendente para un hombre que ha sido un todopoderoso cel PSOE, siempre rodeado de su guardia pretoriana, ejerciendo su liderazgo sin ser un líder. Quizás eso ha sido lo más doloroso, ha confesado. Terminar su carrera política imputado en el Supremo por prevaricación administrativa es muy duro. Que nadie en el PSOE, salvo quizás Felipe González, haya salido a dar la cara es demoledor.

Chaves no podía imaginarse en 2009, cuando logró implantar todos los diques de contención necesarios para que su sucesión tras 19 años en la Junta no se moviera ni una hoja que no estuviera en el guión, que su caída sería tan cruel. Era el superviviente. Fue un candidato a palos en 1990, cuando Felipe González le apartó del Ministerio de Trabajo y lo envió a Andalucía para acabar con la pugna abierta entre Alfonso Guerra y José Rodríguez de la Borbolla. No quería pero como disciplinado hombre de partido aceptó. Encadenó seis elecciones ganadas, tres por mayoría absoluta.

Superó la etapa del 94 al 96, con un PSOE en descomposición, una pinza política que le llevó a adelantar las elecciones y un clima en el que, como recordaba un veterano socialista, cuando decías que eras del partido te tenías que esconder debajo de la mesa. Después de eso, logró que la política en Andalucía fuera un páramo yermo de peleas internas, de aburrida calma, sin sorpresas. Con Chaves todo o casi todo era previsible. Todo estaba bajo control. Se forjó un personaje político sin brillo pero sólido.

El ya expresidente de la Junta andaluza se reinventó en la confrontación con Aznar y anunció durante ocho años a sus amigos que se iba antes de que José Luis Rodríguez Zapatero le diera una cariñosa patada hacia arriba. Las alarmas de agotamiento empezaban a encenderse. El sistema político que había funcionado sin fisuras en Andalucía y que había tenido precisamente en millones de ayudas y subvenciones su principal pilar, se resquebrajaba.

Los 'problemas' familiares

Todavía no habían estallado con toda su potencia los casos de corrupción. Los ERE no habían alcanzado toda su dimensión. Salpicado por el escándalo del espionaje a los presidentes de las cajas sevillanas, por ayudas ilegales a la empresa donde trabajaba su hija Paula, por los negocios como intermediario de su hijo Iván, por el presunto trato de favor a sus hermanos... Él siempre se jactaba de que el Supremo había defendido su inocencia y archivado toda y cada una de las causas. Ya no podrá decir lo mismo. Salió ileso de todos esos escándalos. En 2008, su última campaña electoral, presumía de que su mayor patrimonio político era su honradez.

El PP de Javier Arenas ya había acuñado con éxito el eslogan del régimen socialista pero no le valía en las urnas. Su despedida fue otra mayoría absoluta. Y eso que en aquella campaña se evadía de la frenética agenda que le había preparado con una sorprendente siesta diaria. Comenzaba a estar agotado. Como su modelo político.

La conocida dislexia de Chaves va más allá del baile de letras. Hay veces en las que cuando tiene algo en la cabeza lo suelta en una victoria clara de su subconsciente. Dijo que pensaba en una mujer para presidir la Junta. Era Mar Moreno, la única que ha salido airosa del brete del Supremo y los ERE tras una dura y penosa travesía política. Pero no se decidió. Rumió tanto su relevo que lo convencieron de que tenía que elegir a su entonces amigo Pepe Griñán. Se impuso la tesis del vértigo y el caos si no había una sucesión ordenada y continuista. Aquella teoría política decía mucho de lo que era el ecosistema político en Andalucía. Un pesebre, retratan muchos. Un sistema clientelar perfectamente urdido, señalan otros. Las urnas siempre callaban estas lecturas. Los casos de los ERE y los cursos de formación además de ser una enmienda a la totalidad de la política de empleo de la Junta de Andalucía durante veinte años dice mucho de ese modelo clientelar que ahora está en el germen de su caída política.

Chaves se echó a los hombros el PSOE en las vísperas del 2000. Presidió el partido doce años. Apostó por su amigo José Bono pero ganó Zapatero y nunca le pasó factura. Quienes han trabajado con él recuerdan que siempre rehuía los problemas, soslayaba los conflictos y evitaba los enfrentamientos. Para el presidente de “Andasulía” y de los “minolles”, como lo retrataron con éxito en los guiñoles de Canal Plus, todo dejó de estar bajo control cuando Griñán tomó las riendas de la Junta. La ruptura personal de ambos políticos, que ocupó casi tantas páginas y artículos como la rivalidad de Susana Díaz y Pedro Sánchez, comenzó a dejar entrever el principio del fin de una etapa del PSOE en Andalucía. La juez Alaya los ha terminado poniendo contra las cuerdas. Los asuntos más turbios de la Junta en los últimos años eran imparables. Como en el eslogan que había acuñado aquel Gobierno andaluz que acudió a “la Segunda Modernización” como medicina contra el apesebramiento que ya se intuía en la administración autonómica.

Chaves, querido y odiado, pero no temido

Sus defensores creen que el tiempo pondrá las cosas en su sitio. Que permitirán que sea más que el presidente de los ERE y lo situarán como el socialista que logró difuminar la frontera entre el Norte y el Sur de España. A los pocos que el día de su imputación les cogió el teléfono no les pudo ocultar que estaba destrozado. Y dolido con muchos en su partido. Aunque eso, quienes lo conocen, aseguran que nunca lo dirá públicamente. Este histórico socialista no supo retirarse a tiempo. Para algunos tampoco ha sabido dimitir mucho antes de lo que lo ha hecho. Será juzgado por un delito de prevaricación administrativa.

“No me he llevado jamás un duro”, ha repetido incansable durante los últimos meses. No se juzga eso. Sí “un ejercicio arbitrario del poder” y la permisividad e impunidad con la que durante años alimentaron un sistema de ayudas presuntamente ilegal, “cebaron sin descanso la partida de los ERE”. La caída del “Régimen” no la ha logrado el PP ni Ciudadanos, no la han decidido los andaluces en las urnas, es obra de la justicia. El cinéfilo expresidente no intuyó hasta las últimas semanas este amargo final de su película política.

Durante los últimos años Manuel Chaves (Ceuta, 1945) nunca ha tenido miedo de salir a la calle. A diferencia de José Antonio Griñán, que ha confesado que se sentía perseguido y vivía horrorizado porque la gente le increpara por la calle, el presidente más longevo de Andalucía nunca perdió la calma que forma parte de su carácter. Esa serenidad y ese modo pausado en la toma de decisiones que exasperaba a todo su equipo.

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