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'Furbescu', el zorro que descubrió a Pirlo y tiene una deuda pendiente con el Sevilla
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su Shakhtar sucumbió con el famoso gol de palop

'Furbescu', el zorro que descubrió a Pirlo y tiene una deuda pendiente con el Sevilla

El rumano Mircea Lucescu, técnico del Shakhtar Donetsk, quiere devolver a los andaluces en la semifinal de la Europa League el dolor que le causó el gol del guardameta Palop

Foto: Mircea Lucescu, entrenador del Shakhtar Donetsk. (EFE)
Mircea Lucescu, entrenador del Shakhtar Donetsk. (EFE)

Todo, claro, es según el cristal con que se mire. Junto al gol de Antonio Puerta en la prórroga al Schalke y el de Mbia en el último segundo al Valencia, el Sevilla cuenta entre sus milagros en el camino de sus cuatro títulos de Europa League el tanto del portero Palop al Shakhtar Donetsk, en los octavos de final de 2007. Para el entrenador de los ucranianos, sin embargo, fue un simple golpe de fortuna que premió injustamente al equipo peor. Eso proclama Mircea Lucescu (Bucarest, 1945), que a estas alturas de la vida no tiene precisamente pelos en la lengua. Y con ese discurso quiere inflamar a su tropa en la semifinal de la Europa League que vuelve a cruzar este jueves a dos de sus campeones.

Lo es por cuadruplicado el Sevilla, a tres pasos de su tercer entorchado consecutivo. Lo logró en 2009, frente al Werder Bremen, el Shakhtar de Lucescu, apéndice que sobra para identificar a un equipo que no era casi nada hasta la llegada, en 2004, del entrenador rumano. Desde entonces, 14 títulos títulos y 10 presencias consecutivas en Champions League, incluida la de esta temporada, concluida en la tercera plaza del grupo liderado por el Real Madrid y el Paris Saint Germain. Una época de oro en el Shakhtar, caracterizada por uno de los proyectos más singulares del planeta fútbol, que sin embargo parece abocada a su fin. O, al menos, a un largo paréntesis. Por culpa de la guerra.

El Sevilla, de hecho, no jugará la ida de la semifinal en Donetsk, la casa del Shakhtar, bastión del ejército rebelde prorruso y ciudad sitiada en la larga, cruenta y tan poco mediática guerra de Ucrania. Lo hará en Lviv, a 1.000 kilómetros de la minera Donetsk y a un paso de la frontera con Polonia, donde a menudo el Shakhtar es pitado por la hinchada que acude a los partidos, de mayoría nacionalista. El coqueto estadio excavado en la piedra donde Palop firmó su hazaña es ya historia. En 2012, Beyoncé inauguró el Donbass Arena, un imponente cinco estrellas para 52.000 espectadores que hoy está requisado para el abastecimiento de la población. Los jugadores extranjeros ya no quieren fichar y los entrenadores prefieren irse del país. Hace dos años lo hizo Juande Ramos, tras pasar cuatro temporadas en el Dnipro. “La razón fue simple: la guerra. La vida está por delante del dinero”.

Todo hace indicar que el mismo Lucescu saldrá del Shakhtar en unos meses. “El club ha decidido no fichar más jugadores extranjeros mientras dure la guerra, así que trabajamos con los chicos que subimos de las escuelas”, narra con evidente tristeza el hombre que revolucionó al Shakhtar hasta asentarlo como una referencia clásica en la élite durante los últimos tiempos. La cúspide de una carrera que ha convertido a Lucescu en una de las grandes autoridades, además de uno de los grandes personajes, del fútbol mundial.

La clave de todo el ideario de Lucescu se resume en una palabra: Brasil. La iluminación se produjo en 1967, cuando el talentoso delantero, uno de los mejores de la historia de Rumanía, se midió al combinado brasileño en su primer viaje con la selección. Para entender el impacto que el hecho tuvo en Lucescu hay que hablar de genética: “Yo manejaba las dos piernas y podía jugar en todo el frente de ataque. Era muy técnico y tenía gol. Se podía decir que, sin saberlo, era un poco brasileño”. Y de historia, pues Lucescu creció en la Rumanía de Nicolae Ceaucescu. “Es fácil imaginar cuánta admiración y deseo experimenté yo, que venía de un régimen socialista, al descubrir la esencia de cada brasileño: fútbol, samba, playa y sexo. Entendí que para ellos eso era suficiente para ser felices”. Tres años después, Rumanía volvió cruzarse con Brasil en el Mundial. Nada menos que con el equipo de los cinco dieces: Jairzinho, Gérson, Tostao, Rivelino y Pelé. Ganó la verdeamarilla, 3-2, con dos goles de O Rei, cuya camiseta requirió Lucescu tras el partido. Aún hoy la conserva… sin lavar.

Hasta para eso era zorro un tipo que trasladaría sus habilidades al banquillo. Ganó fama en Italia, especialmente en el Brescia, donde le apodaron 'Furbescu', de furbo (astuto), por su picardía táctica. Allí subió al primer equipo a un tal Andrea Pirlo cuando tenía 15 años. El hoy futbolista del New York City jamás olvidará el consejo que le dio el que considera su maestro: “Juega como lo haces en cadetes”. Tras un efímero paso por el Inter, Lucescu se convirtió en un ídolo en Turquía al conquistar la Liga tanto con el Besiktas como con el Galatasaray. Y se lanzó a la aventura del Shakhtar, donde creo la que sería su gran obra, inspirada en su deslumbramiento iniciático: “La experiencia de Brasil me marcó, y explica mi filosofía de juego y mi amor por el fútbol técnico, ofensivo, entretenido e inteligente. Nadie puede decir que, allá donde he ido, mis equipos no jugaran así”.

El presidente del Shakhtar intentó convencerle en tres ocasiones, sin suerte. “A la cuarta me metió en un avión y, cuando aterricé, me presentó como el nuevo entrenador. ¿Qué podía hacer?”. Había algo de loco en el proyecto que Lucescu planteó al oligarca del equipo ucraniano, Rinat Akhmetov, fundamentado en llenar el Shakhtar de futbolistas brasileños que decidieran por su calidad. Convencer e integrar a las jóvenes perlas de Brasil para que fueran a jugar a Ucrania a principio de siglo no parecía tarea fácil. El Shakthar lo logró con excelentes contratos y la capacidad de seducción de Lucescu. El asunto funcionó. Poco a poco el equipo se convirtió en una máquina de ganar y de hacer dinero, que reinvirtió en unas instalaciones y academias de formación fastuosas, hoy destruidas por la guerra. Del trampolín que supuso para los imberbes brasileños que contrataba da idea una somera relación de sus últimos traspasos: Douglas Costa, Willian, Fernandinho, Alex Texeira y Luiz Adriano. Sólo por ellos cinco recaudó 163 millones de euros. Antes fueron los Matuzalem, Jadson, Elano… Tampoco estuvieron mal las ventas del armenio Mkhitaryan al Dortmund (27’5 millones) ni la muy recordada de Chygrinsky al Barcelona (25 kilos).

Pero esto, decimos, se ha acabado. Las operaciones son ahora unidireccionales, sólo de salida. El Shakhtar suplía la marcha de sus talentos con nueva savia llegada de Brasil. Esta temporada, sin embargo, sólo reclutó a un jugador, el veterano delantero Eduardo. Y el dueño, Akhmetov, anunció que no habría más mientras dure la guerra. Con una fortuna de 15 billones, según Forbes, el Shakhtar parece haber pasado a un segundo plano en las preocupaciones de su jefe, señalado como colaboracionista con el enemigo por ambas facciones de la guerra. A modo de anécdota, conviene recordar que Akhmetov heredó, en 1995, el puesto de presidente del Shakthar (y sus negocios de carbón y acero que ocupan a 300.000 empleados) como mano derecha de Akhat Bragin, un oligarca vinculado a la mafia, y a quien se llevó por delante una bomba colocada en el mismo estadio. Akhmetov no asiste, por lo general, a los partidos del equipo en Lviv, por razones de seguridad. Se siente más cómodo en su castillo de Kiev, ciudad, por cierto, en la que entrena el Shakhtar.

En medio de este panorama, Lucescu habla con cierta nostalgia, con acento de fin de ciclo. Y con ganas de cerrarlo, tal vez camino al Besiktas, tal vez de la selección de Rumanía, a lo grande. Con la última carga de su batallón de brasileños, reducido en el actual Shakhtar a los volantes Tayson y Marlos, únicos titulares indiscutibles, con Bernard, Dentinho, Eduardo y Wellington Nem de alternativas en el banco. Con Alex Texeira recién emigrado a China a cambio de 50 millones y con el centrocampista Fred apartado por dopaje. Con un mensaje de venganza por el milagro de Palop, que para Lucescu sólo fue un injusto golpe de la fortuna. Tres jugadores permanecen en el Shakhtar de aquel partido, los defensas Shevchuk, Kucher y el gran capitán Darijo Srna, el mismo que promete “besar las calles de Donetsk al volver cuando acabe la guerra”. Ninguno pervive de esa batalla en el Sevilla, que sin embargo mantiene vivo el gen ganador que se descubrió en aquella etapa. A dos pasos, otra final le aguarda si supera la última trampa de ‘Furbescu’, el viejo zorro.

Alineaciones probables

Shakhtar Donetsk: Pyatov; Srna, Kucher, Rakitskiy, Izmaili; Stepanenko, Marlos, Kovalenko o Bernard, Tayson; Malyshev y Ferreyra.

Sevilla: David Soria; Coke, Carriço, Kolodziejczak, Escudero; N'Zonzi, Krychowiak; Vitolo o Krohn-Dehli, Banega, Konoplyanka; y Gameiro.

Árbitro: Szymon Marciniak (Polonia).

Estadio y hora: Arena Lviv,21.05.

Todo, claro, es según el cristal con que se mire. Junto al gol de Antonio Puerta en la prórroga al Schalke y el de Mbia en el último segundo al Valencia, el Sevilla cuenta entre sus milagros en el camino de sus cuatro títulos de Europa League el tanto del portero Palop al Shakhtar Donetsk, en los octavos de final de 2007. Para el entrenador de los ucranianos, sin embargo, fue un simple golpe de fortuna que premió injustamente al equipo peor. Eso proclama Mircea Lucescu (Bucarest, 1945), que a estas alturas de la vida no tiene precisamente pelos en la lengua. Y con ese discurso quiere inflamar a su tropa en la semifinal de la Europa League que vuelve a cruzar este jueves a dos de sus campeones.

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