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'Frantz', de amores y odios franco-alemanes
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'Frantz', de amores y odios franco-alemanes

François Ozon firma un soberbio melodrama de época sobre el deseo, el amor y el remordimiento en tiempos de posguerra

Foto: Imagen de 'Frantz', de François Ozon
Imagen de 'Frantz', de François Ozon

El cine de los años treinta fue prolijo en películas pacifistas que invitaban al buen entendimiento entre los países que se habían enfrentado durante la Primera Guerra Mundial y no tardarían en volver a hacerlo en la Segunda. A títulos tan conocidos como el clásico de Jean RenoirLa gran ilusión’ (1937) o ‘Carbón’ (1931) de G. W. Pabst, que recuperaba un episodio real de camaradería entre mineros alemanes prestos a acudir al rescate de unos colegas franceses, hay que añadirles el más oscuro ‘Remordimiento’ (1932) de Ernst Lubitsch, uno de los escasos y poco conocidos dramas de este cineasta alemán, rodado ya en Estados Unidos donde Lubitsch se había instalado en 1923. A partir de la obra ‘L’homme que j’ai tué’ de Maurice Rostand, el director de ‘Ser o no ser’ se trasladaba a los años de posguerra en el viejo continente para seguir a un soldado francés que viaja a un pequeño pueblo alemán para visitar la tumba de otro joven militar fallecido en la contienda.

Tráiler de 'Frantz'

En ‘Frantz’, el inesperado 'remake' que el francés François Ozon ha llevado a cabo de ‘Remordimineto’, la protagonista Anna (la debutante Paula Beer) también contempla con estupor cómo un extranjero desconocido deja flores en la tumba de su prometido. La muerte de Frantz en el campo de batalla ha truncado el futuro de Anna. La muchacha incluso rechaza los avances de otro pretendiente, a pesar de que los padres de Frantz, que la tratan como a su propia hija, la animan a rehacer su vida. La llegada de este francés misterioso revive los recuerdos en torno al muerto. Adrien (Pierre Niney) se presenta como un antiguo amigo de Frantz, un compañero de los tiempos en que el joven alemán vivía en París, antes de que estallara la guerra.

Foto: El director de cine francés François Ozon

En este pueblo de la Alemania profunda el rencor hacia los franceses ha calado hondo. El padre de Frantz también muestra reticencias hacia quien considera representante del bando que ha acabado con la vida de millares de jóvenes alemanes, entre ellos su hijo. Pero acaba aceptando a este muchacho que les relata historias de su amistad y les conforta en esos días de duelo. Para ellos, Adrien revive el recuerdo de un Frantz que nunca conocieron. En cierta manera, Adrien deviene lo más cercano a un sustituto del hijo y el amado fallecido.

placeholder Paula Beer y Pierre Niney, protagonistas de la última película de François Ozon
Paula Beer y Pierre Niney, protagonistas de la última película de François Ozon

Rodada en 35 mm y en buena parte en blanco y negro, y con un inconfundible aroma a melodrama melancólico y de época, ‘Frantz’ parece alejarse del estilo habitual del director de ‘Ocho mujeres’ o ‘Joven y bonita’. Sin embargo, bajo su apariencia clásica, ‘Frantz’ esconde conexiones evidentes con las filias de Ozon, sobre todo en su interés por la mutación y el travestismo de identidades. En ‘Frantz’ no solo algunos personajes disfrazan su verdadero yo, también la película muda de identidad y juega con sus apariencias a medida que avanza el metraje y cambia el punto de vista de la narración.

La sombra de ‘Vértigo’ de Alfred Hitchcock pesa también en una película sobre identidades dislocadas por una guerra donde todos los personajes viven pendientes de un muerto

El drama de época impregnado de cierto misterio del inicio parece dar paso, en un momento dado, a un film que, a la manera del cine de Todd Haynes, intenta reflotar el sustrato queer de tantos filmes sobre el compañerismo en tiempos de guerra. Y como en la reciente ‘Phoenix’ de Christian Petzold, la sombra de ‘Vértigo’ de Alfred Hitchcock pesa también en una película sobre identidades dislocadas por una guerra donde todos los personajes viven pendientes de un muerto. En el último tramo, el que se aleja más del original de Lubitsch, ’Frantz’ se centra en el itinerario de la protagonista femenina para encontrar su propia libertad. La película sin embargo no pierde en ningún momento ese tono sereno y libre de ironías propio del cine clásico.

placeholder Paula Beer y Pierre Niney en 'Frantz'
Paula Beer y Pierre Niney en 'Frantz'

‘El suicida’, un cuadro de Édouard Manet prácticamente desconocido, juega un papel crucial en ‘Frantz’. Resulta una pintura sombría y siniestra que encierra el sentimiento real de cierta Europa frente a la luminosidad y amor a la vida que desprende la obra pública por excelencia del pintor, ‘Almuerzo sobre la hierba’. En una película que concluye con la protagonista sentada en el Louvre (en un plano que subraya la conexión de ‘Frantz’ con ‘Vértigo’), el arte juega un papel determinante como vehículo de aproximación, entendimiento, catarsis y consuelo.

placeholder Cartel de 'Frantz'
Cartel de 'Frantz'

Si la obra de Manet desvela aquellas emociones que no se expresan en el ámbito público, la música de violín que toca Adrien para la familia de Frantz (el supuesto virtuoso del instrumento) le permite derribar las hostilidades iniciales. El personaje de Frantz también se nos dibuja como un joven pacifista francófilo que se ve obligado a luchar contra un país al que ama a través de su cultura.

Finalmente, François Ozon, a la manera de Adrien, también es un francés que con esta película se aproxima a la cultura alemana y confía en la capacidad del relato (más allá de su naturaleza ficticia o inspirada en la realidad) para sanar heridas y conciliar posturas enfrentadas.

Foto: Jeff Bridges y Gil Birmingham en 'Comanchería'
Foto: Josiane Balasko y Alexandra Lamy en 'Vuelta a casa de mi madre'

El cine de los años treinta fue prolijo en películas pacifistas que invitaban al buen entendimiento entre los países que se habían enfrentado durante la Primera Guerra Mundial y no tardarían en volver a hacerlo en la Segunda. A títulos tan conocidos como el clásico de Jean RenoirLa gran ilusión’ (1937) o ‘Carbón’ (1931) de G. W. Pabst, que recuperaba un episodio real de camaradería entre mineros alemanes prestos a acudir al rescate de unos colegas franceses, hay que añadirles el más oscuro ‘Remordimiento’ (1932) de Ernst Lubitsch, uno de los escasos y poco conocidos dramas de este cineasta alemán, rodado ya en Estados Unidos donde Lubitsch se había instalado en 1923. A partir de la obra ‘L’homme que j’ai tué’ de Maurice Rostand, el director de ‘Ser o no ser’ se trasladaba a los años de posguerra en el viejo continente para seguir a un soldado francés que viaja a un pequeño pueblo alemán para visitar la tumba de otro joven militar fallecido en la contienda.

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