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El chiste de 'Caiga quien caiga' que salvó la carrera política de Esperanza Aguirre
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20 años del programa satírico

El chiste de 'Caiga quien caiga' que salvó la carrera política de Esperanza Aguirre

De pija tonta a dama de hierro. Cómo Aguirre pasó de objeto de chufla a lideresa dominante tras librar una espectacular batalla televisiva

Foto: Pablo Carbonell y Esperanza Aguirre en 'CQC'
Pablo Carbonell y Esperanza Aguirre en 'CQC'

Esperanza Aguirre es la gran reina de las guerras culturales cañís, esos choques entre conservadores y progresistas en torno a la moral, las costumbres y los estilos de vida. Lo paradójico es que una batalla cultural estuvo a punto de liquidarla antes de que se convirtiera en la dama de hierro de la política nacional...

Corría el año 1996, la derecha acababa de sustituir al PSOE al frente del Gobierno y Esperanza Aguirre era objeto de mofa y befa televisiva como ministra (torpe) de Educación y Cultura. Bienvenidos a la madre de todas las batallas costumbristas. Vencedora contra todo pronóstico: Esperanza Aguirre.

Foto: Alberto Rodríguez, diputado de Podemos, y Mariano Rajoy (EFE)

En 1996 comenzó a emitirse en Telecinco el programa 'Caiga quien caiga' (CQC), semanario satírico de actualidad con el Gran Wyoming al frente de un equipo de reporteros que cubrían actos políticos y culturales en tono informal y guasón. La 'popificación' de la política propuesta por 'CQC' fue entonces una novedad y hasta un escándalo, pero ahora es el pan nuestro de cada día, con los candidatos a presidente haciendo campaña electoral en 'El hormiguero'.

El histórico tira y afloja entre 'Caiga quien caiga' y Esperanza Aguirre anticipó cómo funciona la política hoy día: a golpe de impacto mediático y chascarrillo campechano; y con guerra cultural y simbólica de fondo.

placeholder El Gran Wyoming en 'Caiga quien caiga'.
El Gran Wyoming en 'Caiga quien caiga'.

Una musa cómica

'Caiga quien caiga' arrancó con poca audiencia; entre otras cosas porque hacer un programa político en televisión en los noventa, aunque fuera costumbrista y de coña, era una extravagancia comercial. Pero encontró su público hace ahora 20 años tras sumar a su causa al rey Juan Carlos I, que hizo un guiño a los reporteros del programa, y, sobre todo, tras convertir en personaje cómico recurrente a Esperanza Aguirre, novata ministra de Educación y Cultura del aznarismo, a la que un reportero de CQC –Pablo Carbonell, excantante de los Toreros Muertos– perseguía de acto en acto en busca de meteduras de pata descacharrantes.

Y es que el tortuoso mandato de Aguirre como ministra estuvo marcado por los tropezones. En una entrevista con Antonio Herrero en la Cope, por ejemplo, la ministra aseguró no saber quién era Santiago Segura, popular entonces por su papel de heavy en 'El día de la Bestia'. "Fue como si hubiera dicho que no sabía quién era Cervantes", recordaba Aguirre en su biografía autorizada ('Esperanza Aguirre. La presidenta', de Virginia Drake, publicada en 2006). El 'Seguragate' generó un quilombo mediático notable, y eso que aún no existían las redes sociales.

'Caiga quien caiga'

La (mala) fama cultural de Aguirre dio lugar a equívocos que hicieron época. Tras preguntarle un periodista qué le parecían las novelas de José Saramago, la política contestó: "No conozco a Sara Mago". Repito: Nombre, Sara. Apellido, Mago. Profesión, pintora, según la ministra de Educación y Cultura. Este hilarante traspié literario persiguió a Aguirre durante toda la legislatura… sin importar que no hubiera sucedido en realidad. Era una leyenda urbana, un infundio que ahora suena disparatado, pero al que el contexto político de la época hizo verosímil, además de útil como arma política.

El contexto

Dos décadas después de la muerte de Franco, España iba a tener su primer Gobierno democrático de derecha pura y dura. Los conservadores habían tardado 20 años en neutralizar el estigma de herederos culturales del franquismo; al PSOE, achicharrado por la corrupción, le bastaba con agitar el miedo a la derecha para ganar elecciones que tenía perdidas, como las de 1993. La hegemonía cultural progre era tan evidente y tan decisiva que los aznaristas idearon una astuta estrategia para revertirla: para que la derecha dejara de dar miedo, debía sacudirse la caspa cultural. Son los años en los que Aznar empieza a citar a Azaña, a cenar con escritores y a leer poesía catalana en la intimidad.

José María Aznar ganó las elecciones generales en marzo de 1996, aunque el resultado fue un poco decepcionante: aspiraba a la mayoría absoluta, pero tuvo que pactar con nacionalistas catalanes y vascos para gobernar. Paradójicamente, el tibio triunfo electoral ayudó a los conservadores a acabar de purgar sus pecados culturales: he aquí una derecha moderada que se entiende con los nacionalistas... ¡y hasta con los rojos de la cultura!: el Palacio de la Moncloa se convirtió en un centro cultural durante la primera legislatura aznariana, con visitas de lo más granado del 'rojerío' (novelistas, directores, actores) para charlar sobre lo divino y lo humano con el matrimonio Aznar/Botella.

Foto: José María Aznar Opinión

Pero claro: cualquier desliz podría activar el terreno de juego que más convenía al PSOE, el de la guerra cultural, el del eje carcas contra progres, el de agitar las diferencias en temas culturales y morales entre ambos partidos, verdadero motor de la polarización bipartidista en unos tiempos en los que las diferencias económicas entre liberales y socialdemócratas (mínimas) no daban para montar una escenificación del conflicto que justificara el turnismo. El desliz que activó otra vez la batalla cultural se llamó Esperanza Aguirre.

Blanco fácil

La ministra Aguirre se convirtió en el blanco fácil de la izquierda al cuajar la siguiente idea: era la pija tonta del gabinete, más pendiente del golf que de la actualidad cultural, imagen que ella misma alimentó con tropezones como el de Santiago Segura. Esperanza Aguirre era el sueño húmedo de la izquierda: una derecha casposa en lo cultural. Un ministra pija e inculta. Un festín para la progresía. Carne de guerra costumbrista.

Esperanza Aguirre era el sueño húmedo de la izquierda: una derecha casposa en lo cultural. Una ministra pija e inculta

Al día siguiente de tomar posesión Aguirre, el escritor Manuel Hidalgo comenzó un serial de artículos en 'El Mundo' titulados: 'Aguirre, dimisión'. ¿El motivo de no darla ni 100 minutos de cortesía? "Que yo no tenía nada que ver con la cultura", explicaba Aguirre en su biografía.

Manuel Soriano, director de Comunicación de Aguirre en el ministerio, resumía tajante en el libro cuál era su principal problema: “Cuando llegó al ministerio tenía una imagen de niña pija”.

Miguel Ángel Rodríguez, director de Comunicación y portavoz del primer Gobierno de Aznar, lo explicaba así: "A efectos de imagen, Esperanza era muy vulnerable. Tenía un aspecto de niña repipi de PP total: incluso que el golf estuviera entre sus aficiones conocidas la hacía muy atacable".

placeholder Portada de la biografía
Portada de la biografía

"El caso era aprovechar cualquier desliz para atacarla y mostrarla como una mujer inculta y absurda. La mayoría de las veces se la descalificaba personalmente, no por su gestión al frente del ministerio", según Ignacio González, brazo derecho de Aguirre en el ministerio.

'CQC' se subió a la ola y convirtió a Aguirre en un filón cómico. Media España se partía de risa viendo a la ministra convertida en objeto cómico costumbrista. Pero cuando la carrera de Aguirre parecía estar a punto de irse a pique, sucedió un giro típico de nuestra época posmoderna y catódica: su conversión en estrella mediática y guasona no solo no acabó de hundir su reputación política, sino que la impulsó. Eso sí, el giro no ocurrió por casualidad, sino forzado por Aguirre contra la opinión de sus asesores, en una temprana muestra del instinto político que la haría temible la siguiente década.

"[Los reporteros de 'CQC'] Me perseguían siempre, me querían pillar en todo y yo me lo tomaba a broma, pero mis jefes de prensa no hacían más que advertirme de cuándo aparecían para que saliera por otra puerta. Yo no les hacía caso, porque entendí que 'CQC' me proporcionaba una popularidad enorme y la posibilidad de darme a conocer, algo que hubiera costado muchísimos millones lograr", explicaba Aguirre en su biografía.

No hice caso a mis jefes de prensa porque entendí que 'Caiga Quien Caiga' me daba una popularidad enorme

"Parecía divertirle, tenía sentido del humor… siempre entraba al trapo de las preguntas", añade Eduardo Arroyo, director de 'CQC'. “De todos los políticos, ella siempre resultaba la más cercana", zanjaba Pablo Carbonell.

O cómo Esperanza Aguirre dio la vuelta a su imagen a golpe de desparpajo y campechanía costumbrista. De pija boba a dama de hierro, en una de las transformaciones políticas más salvajes de la democracia.

He aquí uno de los límites de las guerras culturales: fiarlo todo a la crítica/guasa costumbrista, algo habitual ahora en las redes sociales, es un error. Mucho jiji-jaja, mucho esta tía es tonta, y mientras tanto Esperanza Aguirre a lo suyo: para cuando la izquierda dejó de subestimarla, ya se había convertido en la temida lideresa neocon hegemónica en Madrid. Y en la gran especialista en dar la batalla cultural a la izquierda, como bien saben Manuela Carmena y todos los titiriteros que en el mundo han sido. Quien ríe la última ríe mejor.

Esperanza Aguirre es la gran reina de las guerras culturales cañís, esos choques entre conservadores y progresistas en torno a la moral, las costumbres y los estilos de vida. Lo paradójico es que una batalla cultural estuvo a punto de liquidarla antes de que se convirtiera en la dama de hierro de la política nacional...

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