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Garabatos cabrones color Amarillo Indio
  1. Cultura
el dibujante que ha revolucionado twitter

Garabatos cabrones color Amarillo Indio

Abre el cuaderno y deja que la mano se mueva mientras toma el desayuno. Parece amable, pero es amargo. Parece infantil porque es un arte bruto y descuidado, pero está lleno de sarcasmo y humor

Julio hace facturas en una tienda de uniformes. Un negocio que mantiene a su familia y, como dice, una película pensada por el peor de sus enemigos. Porque Julio tiene que medirse con el humor de las facturas y la letra pequeña de los banqueros y a él lo que le gusta es dibujar. Dibujar garabatos, para ser más exactos. Mientras desayuna en el bar, se alimenta con su bolígrafo antes de volver a las tareas que dan de comer a los suyos.

Abre el cuaderno y deja que la mano se mueva, en un reflejo automático sobre el que procura no intervenir. Él queda suspendido en un pensamiento silenciado mientras observa por dónde van los tiros. Esta mañana ha aparecido un señor diminuto, doblado por una gigantesca bola enmarañada, sobre la que ha escrito, ahora ya consciente: “Tiene muchas opiniones”. Dibujar es de antisistema, de los que paran la producción, de los que se dedican a hacer cosas que no tienen rentabilidad.

El resultado lo libera en Twitter y deja que corra y vuele, y corre y vuela tanto tanto que cruza varios siglos marcha atrás hasta tocar a Goya, a la serie de Los Caprichos, en los que el pintor agudiza su pensamiento, su sátira y su mirada para retratar la hipocresía de la sociedad de finales del XVIII. Pues así Julio, que en Twitter se hace llamar Amarillo Indio y es una calavera. “Si tengo a alguien en la cabeza es a Goya, porque esa serie son una cosa deliciosa y de una falsa inocencia mortal. Creo que yo tampoco trabajo con el candor. Quiero pegar con un palo en la cabeza al que mira”, comenta.

Parece amable, pero es amargo. Parece infantil porque es un arte bruto y descuidado, aunque se preocupe mucho por cuidar esos rayajos descuidados. Son vómitos existencialistas muy cabrones sin pretensión de seriedad y un objetivo claro: “Hacer algo grandioso pero quitándole toda la importancia”.

Mucho más que el color amarillo indio, que junto al rojo inglés son sus favoritos. “Lo de Amarillo Indio fue casual, estaba en el estudio y quería hacerme una cuenta, puse lo primero que se me cruzó. Es un color que utilizaba Vermeer. Velázquez es demasiado intelectual para mí: me fascina, es perfecto, pero de una frialdad absoluta. Las meninas son como una computadora, en Goya veo temblor y humanidad, como en Bacon”.

Si tengo a alguien en la cabeza es a Goya, porque 'Los caprichos' es una serie deliciosa y de una falsa inocencia mortal. Creo que yo tampoco trabajo con el candor

Otra evidencia mirando sus dibujos: Giacometti. En estos momentos la editorial Belleza Infinita, dirigida por Garikoitz Fraga, ultima un libro que recopilará todo lo que ha ido publicando hasta el momento y nuevos dibujos. “No los firmo, me niego. Qué pinta mi nombre en esa escena. Los hacía para mostrarlos en Twitter, iba llenando eso de dibujos que no veía nadie. Twitter es como un museo para locos, un museo sin restricciones”, dice. Dos años después ese museo se ha abarrotado de visitas.

Sus aforismos dibujados empezaron siendo una terapia para luchar contra las urgencias, las exigencias y las frustraciones de un pintor de lienzos enormes en óleo que se cansó de pintar con óleo enormes lienzos y de no llegar a fin de mes, de pelearse con sus galeristas, de retratar por encargo, de...

Y enmudeció durante un par de años, se olvidó de todo, buscó trabajo, tuvo dos hijos, se convirtió en un hombre más, en otro cualquiera, la normalidad reinaba en sus rutinas y sería otro artista más dominado por la grisura de los comunes. Hasta que la mano volvió a temblar y a reclamar su atención. Y no pudo negarse a su obsesión, aunque sea por media hora, con un café de bar.

Se deshizo del yugo del material y de las dimensiones, lo redujo todo a la nada, porque le mataba tener que preparar telas. Abandonó el estudio, ahora lo lleva consigo. “El dibujo no puede durar más de cinco minutos y me prohíbo pensar. No sé lo que va a ocurrir y no tiro ninguno, aunque sean malísimos. Ahora disfruto muchísimo”, reconoce. Ha vuelto a la vida.

Aunque por la puerta del sarcasmo. Amarillo Indio, o sea Julio, es un hombre dibujado a base de pensamientos veloces y dibujos livianos, fogonazos que dan un poco de luz al TL. “Me gusta pensar que construyo un clima, donde el fondo desaparece. Es la nada, como en Kafka, Samuel Beckett y Pocoyo”, porque elimina todo lo que sobra. Y deja los cuerpos al aire, envueltos en una “alegría tonta”. ¿Y tiene una definición de lo que es el “arte”? “Pues no, pero sí pienso que el arte tiene que ver más con una actitud que con un resultado artístico. El arte es una enfermedad”. Ojalá no se cure.

Julio hace facturas en una tienda de uniformes. Un negocio que mantiene a su familia y, como dice, una película pensada por el peor de sus enemigos. Porque Julio tiene que medirse con el humor de las facturas y la letra pequeña de los banqueros y a él lo que le gusta es dibujar. Dibujar garabatos, para ser más exactos. Mientras desayuna en el bar, se alimenta con su bolígrafo antes de volver a las tareas que dan de comer a los suyos.

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