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Bernini, primera víctima de la batalla entre Patrimonio Nacional y El Prado
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la entidad real niega dos obras clave al museo

Bernini, primera víctima de la batalla entre Patrimonio Nacional y El Prado

La Verdad desvelada por el Tiempo. Es un dibujo excelente y poco conocido, hecho con pluma, aguada y sepia, en el que la Verdad es un

Foto: El busto en mármol 'Anima Dannata', en la exposición que el Museo del Prado dedica a Bernini. (EFE)
El busto en mármol 'Anima Dannata', en la exposición que el Museo del Prado dedica a Bernini. (EFE)

La Verdad desvelada por el Tiempo. Es un dibujo excelente y poco conocido, hecho con pluma, aguada y sepia, en el que la Verdad es un hombre alado, maduro con barba. El ser robusto se acerca al Tiempo, una mujer desnuda, tapada por un manto que la Verdad retira. Bernini lo pintó hace más de cuatro siglos por placer, por gusto y para conservarlo siempre consigo, porque sobre el pequeño papel soltó todos sus demonios contra los que le habían calumniado como arquitecto “incompetente”, tras el fracaso de su campanario en la plaza de san Pedro del Vaticano.

Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) se resarcía de la polémica con esta inocente escena alegórica de uso privado, que ahora ocupa uno de los lugares de privilegio entre las 39 piezas que componen la exposición Las Ánimas de Bernini. Arte en Roma para la Corte española, que ha inaugurado el Museo Nacional del Prado (hasta el 8 de febrero) con tanta polémica y alegorías como la que dibujó el maestro barroco, el “dictador artístico” de una Roma que fue su banco de experimentos escénicos.

El director del Museo del Prado, Miguel Zugaza, no esquivó el tema y en su discurso ante los medios de comunicación reconoció que al proyecto –que arrancó hace tres años- “no le ha faltado dosis de suspense y de intrigas palaciegas”. El golpe de ironía se refería a la negación de Patrimonio Nacional al préstamo del Modelo de la Fontana de los Cuatro Ríos en la Piazza Navona (1651-65) y el Cristo crucificado (1654), que puede verse en la sacristía del Colegio del Monasterio de San Lorenzo del Escorial. Dos obras capitales en la investigación que desvela una parte breve y poco conocida de la trayectoria del artista.

Zugaza reconoce que para la muestra valoraron el préstamo de hasta siete piezas en poder de Patrimonio Nacional, pero finalmente se centraron en esas dos. “Son las dos obras más importantes de Bernini en España y no han venido”, explicó. “En julio recibimos la negativa al préstamo y no había una razón. Fue una negativa del presidente de Patrimonio, José Rodríguez-Spiteri Palazuelo. Hemos insistido desde entonces pero no ha sido posible”, aseguró el director. En el aire también queda la exposición programada para el próximo año dedicada al pintor Roger Van der Weyden, en la que hay pendiente mucha más obra y la restauración del enorme Calvario del maestro flamenco. Zugaza dice que todavía no hay respuesta.

Sin comentarios

Este periódico ha preguntado a lo largo de estos meses en varias ocasiones a Patrimonio Nacional el motivo de la negativa, pero la entidad ha declinado responder siempre. Ayer, El Confidencial volvió a ponerse en contacto con la institución cuyo máximo responsable es Rodríguez-Spiteri: “No tenemos ningún comentario que hacer”. Obviamente, este periódico no esperaba un comentario, sino una explicación a por qué es la única institución pública que ha negado su participación en una muestra en la que contribuyen con sus fondos Biblioteca Nacional, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y la Generalitat de Catalunya.

La ausencia todavía chirría más al revisar la lista de prestadores: la Galleria Nazionale d’Arte Antica in Palazzo Barberini, la Biblioteca Hertziana de Roma, Galleria Borghese, Windsor, la Biblioteca Aspotólica Vaticana, la Scottish National Gallery, y las colecciones privadas de Dario del Bufalo y Juan Bordes.

La batalla de las dos instituciones parte de la noticia que este periódico desveló a finales de julio: Patrimonio exige al Prado la devolución de cuatro obras maestras: El descendimiento de la cruz, de Roger Van der Weyden, de 1435; El jardín de las delicias, del Bosco, de 1500; La mesa de los siete pecados capitales, también del Bosco; y El lavatorio, de Tintoretto, de 1548. Cuatro obras capitales, que llegaron al Prado en 1936 en “depósito temporal”, y que deberían pasar a formar parte del nuevo Museo de Colecciones Reales, que Patrimonio inaugurará en 2016.

Este periódico tuvo conocimiento de la carta que José Rodríguez-Spiteri Palazuelo envió al director del Prado para comunicarle que, por su parte, las relaciones quedaban congeladas hasta que no cumpliera con la devolución. Hoy vemos la primera víctima colateral de esta medida de presión: la investigación sobre la figura de Bernini y sus complejas relaciones artísticas, culturales, diplomáticas y políticas que el artista mantuvo con la monarquía hispánica durante el siglo XVII.

Una exposición con dos almas

Entre las obras que el profesor Delfín Rodríguez, comisario de la muestra, ha conseguido reunir destacan las llegadas desde Rusia, del Museo Estatal del Hermitage de San Petersburgo, y de Roma, de la Embajada de España ante la Santa Sede. Del primero se exhibe el sorprendente boceto de terracota del Éxtasis de santa Teresa, que el artista hizo antes de la escultura en mármol de Carrara para la capilla Cornaro. Es un boceto muy cercano a la obra final, aunque no idéntico.

De la Embajada proceden las dos ánimas (Anima beata y Anima dannata), que reciben al espectador en la primera de las tres salas que componen un recorrido que va del mármol, al bronce, pasando por la terracota. De los retratos a las esculturas de grandes figuras, pasando por los grandes monumentos. Un brevísimo circuito, que resume a pequeña escala la actividad de Bernini. Según Zugaza es el “laboratorio de uno de los genios del arte barroco”.

“Una exposición con dos almas”, añadió acertadamente, en referencia a los dos bustos de mármol que atraen toda la atención de la visita. Es la primera vez que se muestran públicamente en España, y el gesto rabioso desvela un ánima condenada. Supuestamente, Bernini utilizó su propio rostro –le gustaba el autorretrato- y un espejo para hacerse una idea de cómo sería el efecto de la entrada al infierno en los hombres. Apenas un veinteañero con un dominio extraordinario de la técnica, que sale victorioso sobre la dureza del mármol. “Retratos del alma, son, además de una representación figurativa de lo irrepresentable, expresiones profundas de la interioridad de las emociones y de los sentimientos”, cuenta Delfín Rodríguez.

El rostro sorprendido contrasta con la moderación del ánimo bienaventurado, una cabeza idealizada de mujer casi en éxtasis, con los cabellos recogidos y adornados por guirnalda de flores. Apenas lanza un suspiro con la boca entreabierta. Un rojo absolutamente teatral enmarca con acierto el interés escenográfico de Bernini sobre todos sus proyectos. “Era brillante, desenvuelto, osado, extrovertido, seductor, irascible, orgulloso, fascinante, irónico, inteligente, ágil, culto y erudito a su manera”, le define el comisario. Y con extraordinaria capacidad de invención.

Y con extraordinaria capacidad de invención, como demuestra en el bronce dorado con el que retrata a Carlos II a caballo, pieza clave de la última sala. La compleja personalidad y el arte de Bernini parecían haber sido hechos para Roma, escenario de batallas, conflictos de intereses, grandes infiernos entre familias y escándalos de la política europea, sobre todo, de los enfrentamientos entre España y Francia. Cambien los países por las dos instituciones culturales a la gresca y nos despedimos con otra alegoría. Como dijo Rodríguez en su alocución: “El arte es capaz de superar la realidad misma”.

La Verdad desvelada por el Tiempo. Es un dibujo excelente y poco conocido, hecho con pluma, aguada y sepia, en el que la Verdad es un hombre alado, maduro con barba. El ser robusto se acerca al Tiempo, una mujer desnuda, tapada por un manto que la Verdad retira. Bernini lo pintó hace más de cuatro siglos por placer, por gusto y para conservarlo siempre consigo, porque sobre el pequeño papel soltó todos sus demonios contra los que le habían calumniado como arquitecto “incompetente”, tras el fracaso de su campanario en la plaza de san Pedro del Vaticano.

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