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¿De quién es El Bosco?
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Patrimonio nacional reclama al prado lo que le debe

¿De quién es El Bosco?

Todavía truena la frase de Manuel Azaña: “El Museo del Prado es más importante para España que la República y la Monarquía juntas”

Foto: Un fragmento de la tabla central del tríptico 'El jardínd e las delicias', de El Bosco.
Un fragmento de la tabla central del tríptico 'El jardínd e las delicias', de El Bosco.

Todavía truena la frase: “El Museo del Prado es más importante para España que la República y la Monarquía juntas”. Manuel Azaña temía que los cuadros desaparecieran en un posible bombardeo del Castillo de Peralada, adonde había llegado el convoy de camiones con las joyas del museo que se daba a la fuga junto con el gobierno de la II República. “Tendría usted que pegarse un tiro”, le remató a Juan Negrín, el presidente.

En guerra, defendamos el Prado, ¿y en paz? La armonía es el caldo ideal para dar rienda suelta a las hostilidades y en este país la pelea por el patrimonio es una de las tradiciones más asentadas. El último capítulo lo firman Patrimonio Nacional y Museo del Prado a cuenta de cuatro cuadros esenciales y un nuevo museo en discordia. Tal y como ha podido saber este periódico, El Lavatorio de Tintoretto, El jardín de las delicias y La mesa de los pecados capitales de El Bosco y El descendimiento de Roger Van der Weyden deben volver a manos de su propietario para la inauguración en 2016 de un museo en el que se homenajeará la sensibilidad artística de la monarquía española.

El Museo de las Colecciones Reales exhibirá una selección de lujo de las más de 154.000 obras de arte (pintura, escultura, tapices, artes decorativas, bibliotecas, instrumentos musicales, etc.) que esconden sus fondos. Y entre ellas estarán las cuatro pinturas porque están en el Prado desde 1936 de manera “temporal”. Así se lo ha hecho saber el presidente de la institución, José Rodríguez-Spiteri Palazuelo, al director del museo, Miguel Zugaza.

Patrimonio “es el organismo público responsable de los bienes de titularidad del Estado que proceden del legado de la Corona española” y responde a la Presidencia del Gobierno. El Museo del Prado rinde cuentas al Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, es decir, al presidente del país. Y hasta el momento mantenían una convivencia cordial en la gestión del patrimonio histórico artístico de este país.

Con la llegada de José Luis Díez a la dirección de las colecciones reales, las relaciones entre ambas instituciones parecen llamadas a enfriarse. Curiosamente, tanto Díez como la consejera gerente de Patrimonio Nacional, Alicia Pastor Mor, son extrabajadores del Prado. Él fue el responsable de la pintura del siglo XIX y ella la encargada de las cuentas. Ambos salieron de la pinacoteca con Zugaza como director.

¿De quién es El Bosco? ¿Y El lavatorio? ¿Y El descendimiento? Hoy pertenecen al Consejo de Administración de Patrimonio Nacional, pero durante poco más de un siglo todo el arte coleccionado por la monarquía española estaba depositado en manos del Estado. Fue la reina “de los tristes destinos”, Isabel II, quien vaticinó la sangría de las joyas artísticas amasadas por sus antepasados cuando muriese. Así que se convirtió en la única propietaria de las colecciones tras indemnizar a su madre y hermana, para luego desprenderse de las pinturas y el resto del patrimonio que eran de su propiedad. Con ello se privó de la posibilidad de enajenarlos o distribuirlos entre sus herederos. Ya saben, “divide y vencerás”.

Su padre, Fernando VII, había contribuido años atrás con 7 millones de reales para reformar el Edificio Villanueva y convertirlo en el Prado, dejó por escrito que se debían recuperar las instalaciones “para erigir en él el trono de la ilustración española, de las bellezas de las artes y de los prodigios de la naturaleza”. Ojo, fomentando con ello “el germen de la industria y el comercio”, publicó el dos de marzo de 1818. El escaparate del turismo vuelve a ser el germen del conflicto.

Isabel II tomó la decisión de continuar con el empeño de su progenitor y vincular la Corona al Museo del Prado. De esta manera, todas las pinturas y esculturas depositadas dejaron de ser propiedad privada de la reina, aunque en 1865 una ley aprobó que en el patrimonio de la Corona estuviese incluido El Prado. Será en 1869, tras la caída de Isabel II, cuando el nuevo régimen separe el museo de los bienes adscritos al monarca y se convierta por ley en Museo Nacional.

Pero en 1940, Franco crea Patrimonio Nacional, con la función de proteger y defender el conjunto de bienes de la Corona… que no figuren en los inventarios del Museo del Prado. Pero en la pinacoteca hay cuatro pinturas muy especiales que están allí de paso. Tan especiales que son una de las máximas atracciones, tanto populares como eruditas: los trípticos y el resto de tablas conservadas de El Bosco.

La ley propia de 1982 declara en su artículo cuarto qué bienes integran Patrimonio Nacional, entre otros, “los bienes muebles de titularidad estatal, contenidos en los reales palacios o depositados en otros inmuebles de propiedad pública”. El artículo sexto dice que “los bienes y derechos integrados en Patrimonio Nacional serán inalienables, imprescriptibles e inembargables”. Está muy claro, a pesar del daño que le puede ocasionar a la pinacoteca.

La Historia, inflada y disfrazada de frases pomposas como la de Azaña, demuestra que cualquier cosa en España es más importante que el patrimonio español, y los intereses particulares prevalecen sobre la salud del arte.

Cuatro joyas contra dos museos

Roger Van der Weyden (1399-1464) pintó hacia 1435 para la capilla de la cofradía de los ballesteros en la iglesia de Nuestra Señora de Extramuros de Lovaina El descendimiento de la cruz. Se la considera una de sus obras maestras, por la composición de la escena, el virtuosismo técnico, figuras a tamaño natural, los gestos y la contención con que expresan sus sentimientos y la extraordinaria riqueza de materiales, y que confirma su nombramiento como pintor de Bruselas.

El cuadro llega a España en 1556, cuando María de Hungría –hermana de Carlos V–, pasando a su muerte dos años después a su sobrino Felipe II. Primero ordena montarlo en la capilla del Palacio Real de El Pardo, y en 1574 está en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. “Allí permaneció a lo largo de su historia, hasta que en 1936 se depositó en el Museo Nacional del Prado”. En El Escorial está la copia de Michel Coxie.

A El Bosco (1450-1516) no le preocupa la representación de la realidad, sino la de su propio universo, fruto de sus sueños y de su imaginación desbordante. El tríptico del Jardín de las delicias (1500-1505) es un claro ejemplo del espíritu de este pintor de lo fantástico, que tiene una especial predilección por lo horrible y lo cruel. En sus extrañas asociaciones los historiadores contemporáneos han visto las prefiguraciones de los métodos surrealistas.

Felipe II lo adquirió en 1591 en la almoneda de Fernando Álvarez de Toledo. Permaneció en las colecciones escurialenses, hasta que en 1933 se trasladó al Museo del Prado para su restauración, ingresando en 1936 como depósito temporal.

También es un depósito temporal La mesa de los siete pecados capitales. En esta temprana obra, El Bosco desarrolla un mensaje didáctico y moralizador sobre siete pecados y sus consecuencias. Aparecen representados como verdaderas escenas de la vida cotidiana. En 1560 ya estaba en poder de Felipe II, que la envió al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, donde la instaló en sus aposentos. Y en 1936, al Prado.

La cuarta obra en discordia es la excelentísima El lavatorio (1548-1549), de Tintoretto, sobre el hecho evangélico narrado en escenario clasicista. Los grupos de personajes aparecen y se integran sobre un fondo arquitectónico. Los especialistas acuerdan que El lavatorio es uno de los mejores ejemplos alcanzados por el pintor en la comunión de todos los elementos en el espacio. Felipe IV lo adquiere gracias a la almoneda surgida tras la decapitación del rey Carlos I de Inglaterra, su primer dueño. El cuadro, de más de cinco metros de ancho, permaneció en las colecciones escurialenses hasta su depósito en el Prado, en 1936.

Todavía truena la frase: “El Museo del Prado es más importante para España que la República y la Monarquía juntas”. Manuel Azaña temía que los cuadros desaparecieran en un posible bombardeo del Castillo de Peralada, adonde había llegado el convoy de camiones con las joyas del museo que se daba a la fuga junto con el gobierno de la II República. “Tendría usted que pegarse un tiro”, le remató a Juan Negrín, el presidente.

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