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Oskar Alegría busca a Man Ray en 'La casa Emak Bakia'
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EL DOCUMENTAL RETRATA LA MISTERIOSA LOCALIZACIÓN DONDE RAY RODÓ SU CINTA EXPERIMENTAL

Oskar Alegría busca a Man Ray en 'La casa Emak Bakia'

"Emak Bakia", que en euskera significa "déjame en paz". No es un "déjame en paz" amable ni un "déjame en paz por favor", sino un "déjame

Foto: Oskar Alegría busca a Man Ray en 'La casa Emak Bakia'
Oskar Alegría busca a Man Ray en 'La casa Emak Bakia'

"Emak Bakia", que en euskera significa "déjame en paz". No es un "déjame en paz" amable ni un "déjame en paz por favor", sino un "déjame en paz" abrupto, cortante y seco para dejar claro al interlocutor que lo que uno quiere, sin más, es que le dejen en paz.

Así, con este Emak Bakia elocuente, tituló el legendario Man Ray una película experimental, a caballo entre el surrealismo y el Dadá, que filmó en Biarritz, al sur de Francia. Lo hizo en honor al palacete en donde se rodó, que se llamaba precisamente así y que está, o al menos estaba, en esta misma localidad. Lo sabemos porque un diplomático estadounidense la alquiló al efecto en 1926, cuando financió la película de Ray con 10.000 dólares, pero no porque hoy se erija en Biarritz edificio alguno con tal denominación. Hay una película que se llama así, un grupo de artistas que se llama así y hasta una empresa florentina que se llama así, pero de la casa no queda ni el rastro. Literalmente, porque en realidad sabemos que estuvo, pero no dónde estuvo exactamente.

Este es el punto de partida de La casa Emak Bakia, el documental que firma Oskar Alegría y que esta semana se presentó en Madrid tras recorrer los festivales especializados de medio mundo, empezando por el de San Sebastián. El autor retrata en él su búsqueda de la legendaria casa y aprovecha por el camino para retratar a Ray, al surrealismo y el propio itinerario de sus pesquisas, que le lleva hilar temas, lugares y tópicos hasta alcanzar un final que deja con la boca abierta. Fue, dice Alegría, "un regalo de la realidad".

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"No sé muy bien qué etiqueta ponerle al documental", confiesa el propio autor a El Confidencial, que para ilustrar la pluralidad de epítetos que ya ha recibido su ópera prima menciona su participación incluso en un festival sobre ecología. "Resulta que en La casa Emak Bakia aparecen nada menos que 238 animales, que no es poco. Es algo de lo que no me había dado ni cuenta".

La inconsciencia no debe aquí extrañar, porque es precisamente a lo que juega este documental altamente lírico que empieza con un horizonte oceánico invertido, donde el cielo está abajo y el mar, arriba, y que en su camino al buscar una casa se encuentra con payasos, princesas rumanas y empresarios dedicados al negocio de la ropa vintage. Que nada es lo que parece y que la realidad es más surrealista de lo que invita a pensar –en particular si se la permite derivar al azar, como en el Dadá– es el leitmotiv de Alegría, que parafrasea a Álvaro Cunqueiro cuando se le pide una síntesis del mensaje que pretende trasladar al espectador –si es que pretende trasladar alguno–. "Muchas de las cosas que están enterradas no están muertas", responde él.

Por eso las menciones que ha recibido esta producción inclasificable van desde el infinito a la memoria, aunque Alegría prefiere recurrir a la técnica, recordar que en su cinta asistiremos a "un cúmulo de resurrecciones" y bromear con que su género es el foot movie –una película hecha a pie– y el inmobiliario. Aunque la casa, un tema tantas veces tratado en el cine y la literatura, se retrata en esta ocasión no solo desde fuera, sino que se habla de ella en su ausencia. A veces es lo mejor, asegura Alegría, y matiza: "Para que no te moleste el eco".

En su paso por Madrid La Casa Emak Bakia –que recibió esta semana el Premio al Mejor Documental, otorgado ex aequo junto a Los increíbles de David Valero en el Festival de Cine Español de Nantes– visitará la Sala Azcona y la Sala B tras continuar a principios de mayo con su periplo internacional, que se dirigirá entonces hacia Lima, Quito, Ciudad de México, San Francisco y Vancouver. 

"Emak Bakia", que en euskera significa "déjame en paz". No es un "déjame en paz" amable ni un "déjame en paz por favor", sino un "déjame en paz" abrupto, cortante y seco para dejar claro al interlocutor que lo que uno quiere, sin más, es que le dejen en paz.