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De visita en la casa del romano común
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EL BRITISH MUSEUM EXPONE MÁS DE 450 OBJETOS DE LA VIDA EN POMPEYA Y HERCULANO

De visita en la casa del romano común

La tecnología aún no nos permite viajar a siglos pasados. Lo más parecido que existe hasta la fecha, más allá de los libros y las películas

Foto: De visita en la casa del romano común
De visita en la casa del romano común

La tecnología aún no nos permite viajar a siglos pasados. Lo más parecido que existe hasta la fecha, más allá de los libros y las películas de ciencia ficción, es pasearse por las calles de Pompeya y Herculano, dos ciudades romanas que se congelaron en el tiempo tras ser enterradas bajo la violenta erupción del Vesubio. Esto sucedió, en principio, un 24 de agosto del 79 d.C. y hoy constituye la principal fuente de información de los arqueólogos para explicarnos cómo vivían los ciudadanos de la antigua Roma. Los habitantes de Pompeya y Herculano perecieron de forma instantánea pero sus siluetas carbonizadas quedaron allí y hoy nos permiten asistir al horror en directo, con cientos de cadáveres capturados para la historia en la posición en que les atrapó la lava, los gases tóxicos o el calor (aún no está muy claro exactamente cuál de las tres causas provocó su muerte). Pero más allá de los templos, teatros, termas y calles intactas que uno puede ver al pasear por Pompeya y Herculano, también quedaron para la historia las casas de la clase media. Con sus atrios, sus cocinas, sus huertos, sus salones, sus alcobas, sus platos, sus frescos y hasta su comida, estas nos permiten hurgar como en ningún otro lugar del mundo en la vida cotidiana de la gente común, la que no pasó a la posteridad con nombres y apellidos pero que formaba el grueso de aquel imperio.

A ellos precisamente les dedica el British Museum de Londres una cuidadísima exposición que abre sus puertas este jueves, Vida y Muerte en Pompeya y Herculano, que complementa otras dos exposiciones que actualmente pueden verse en otros puntos del planeta: Catástrofe bajo el Vesubio, en el Centro de Arte Canal de Madrid hasta el 5 de mayo y Los últimos días de Pompeya: decadencia, apocalipsis, resurrección, que se exhibe en el Cleveland Museum of Art hasta el próximo julio.

Pero quizás la más reveladora de las tres, precisamente por centrarse en el romano común, es la que se muestra en el British Museum. Más de 450 objetos, muchos de ellos nunca exhibidos en público, permiten comprender el día a día de una civilización cuya cuna estaba en Italia y que extendió sus tentáculos más allá de Europa.

La muestra, para la que ya se han pre-vendido más de 50.000 entradas, recibe al visitante con el molde de un perro muerto, hecho con la silueta dejada por su cadáver tras ser carbonizado por la lava, una mesa y un fresco de dos amantes bebiendo vino junto a un esclavo. Es decir, la cotidianeidad de la vida, el ocio y el horror de la muerte.

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La exposición sugiere, entre otras cosas, un lado amable en la vida de las mujeres y los esclavos. En la antigua Roma ellas no tenían derecho a voto pero sí tenían bastante más poder que en Grecia, como demuestran entre otros un fresco en el que se retrata al panadero Terentius Neo junto a su mujer, ambos con papiros en la mano para subrayar que los dos leían y escribían y cuya posición, según el comisario Paul Roberts, sugiere un estatus de igual a igual.

La vida diaria del romano común

Entre las ruinas se han encontrado joyas de oro para ricos pero también otras menos vistosas en otros materiales, lo que indicaría que a las esclavas y esclavos también se les permitía acicalarse y quizás, mantener vidas más parecidas a las de una asistenta de hoy que a la esclavitud cruel que se les atribuía hasta ahora.

Recientemente se han encontrado muchos braseros tanto en Pompeya como en Herculano. Uno de ellos, con el borde comido por la lava, se muestra aquí por primera vez y sugiere que quizás la actual fecha de la erupción -24 de agosto- sea errónea puesto que en la bahía de Nápoles, donde yacían ambas ciudades, es poco probable que alguien utilizara braseros en agosto.

Entre las partes más sorprendentes de la exposición destaca la relación de los romanos con el arte, pero no como objeto decorativo si no más bien como instrumento para introducirnos en lo más profundo de sus vidas. Desde un tríptico donde se reproducen tres escenas que ocurren en un bar, con sus diálogos entre parroquianos incluidos, hasta los frescos que decoraban las alcobas, con su fuerte contenido erótico, uno siente que se asoma como espectador privilegiado a las costumbres de la época. El sexo para los romanos o su representación no producía los sarpullidos púdicos que produce hoy así que las lámparas de aceite en forma de pene gigante u otros objetos decorativos o prácticos con su forma parecían tan normales como lo es hoy una silla de Ikea. Y aunque la fabulosa escultura del dios Pan copulando con una cabra ha permanecido durante siglos escondida en el llamado Gabinete Secreto de los Borbones –se mostró por primera vez en público en 2000 en Nápoles-, en Herculano una familia la tenía en medio de su jardín con total normalidad.

Tras visitar la exposición uno sólo puede rezar para evitar imaginarse qué pensarían de nosotros en el futuro si, por ejemplo, una improbable erupción volcánica mantuviera intacta la urbanización La Finca, donde residen, entre futbolistas y toreros, varios de los imputados en el caso Gürtel. Para ningún artista español es un secreto la debilidad por los enanos de jardín de las clases pudientes españolas. Cabe preguntarse qué ha ocurrido en la cultura europea, para que, en apenas 2000 años, hayamos pasado de los hermosos frescos eróticos de Pompeya o las esculturas de faunos, sátiros o dioses copulando con cabras al gusto por el enano de jardín o la televisión de plasma de muchas pulgadas. Pero esa es otra historia.

La tecnología aún no nos permite viajar a siglos pasados. Lo más parecido que existe hasta la fecha, más allá de los libros y las películas de ciencia ficción, es pasearse por las calles de Pompeya y Herculano, dos ciudades romanas que se congelaron en el tiempo tras ser enterradas bajo la violenta erupción del Vesubio. Esto sucedió, en principio, un 24 de agosto del 79 d.C. y hoy constituye la principal fuente de información de los arqueólogos para explicarnos cómo vivían los ciudadanos de la antigua Roma. Los habitantes de Pompeya y Herculano perecieron de forma instantánea pero sus siluetas carbonizadas quedaron allí y hoy nos permiten asistir al horror en directo, con cientos de cadáveres capturados para la historia en la posición en que les atrapó la lava, los gases tóxicos o el calor (aún no está muy claro exactamente cuál de las tres causas provocó su muerte). Pero más allá de los templos, teatros, termas y calles intactas que uno puede ver al pasear por Pompeya y Herculano, también quedaron para la historia las casas de la clase media. Con sus atrios, sus cocinas, sus huertos, sus salones, sus alcobas, sus platos, sus frescos y hasta su comida, estas nos permiten hurgar como en ningún otro lugar del mundo en la vida cotidiana de la gente común, la que no pasó a la posteridad con nombres y apellidos pero que formaba el grueso de aquel imperio.