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Genio y simpleza de Ocean Colour Scene
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LA BANDA PRESENTA 'PAINTING', SU DÉCIMO TRABAJO DE ESTUDIO

Genio y simpleza de Ocean Colour Scene

Simon Fowler asegura que tiene la clave para sonar fresco tras veinte años en la música y que es tan sencilla como olvidarse de lo que

Foto: Genio y simpleza de Ocean Colour Scene
Genio y simpleza de Ocean Colour Scene

Simon Fowler asegura que tiene la clave para sonar fresco tras veinte años en la música y que es tan sencilla como olvidarse de lo que quiere el público y hacer lo que pida el cuerpo. Una noción "muy vieja y muy fácil de decir", admite el vocalista de la banda británica Ocean Colour Scene, pero no por ello menos necesaria cuando muchos la cacarean, dice, "pero pocos acaban poniéndola en práctica". Y la razón, explica con sorna, es que requiere más disciplina que talento, y "ahí es donde los músicos tenemos nuestro talón de Aquiles".

La declaración de intenciones no podría ser más facilona, pero si a Fowler se le admite es porque se él, a diferencia de otros, se ha ganado la credibilidad a pulso predicando rigurosamente con el ejemplo. En Painting, su último disco, OCS practica una vez más el mantra creativo más reconocible de toda su carrera: su intención de no epatar y su renuncia expresa a encajar en las tendencias musicales que se estilen en el momento, en particular cuando su único valor sea, en efecto, que se estilen en el momento.

Tal explica su falta de complejo al empezar Painting, su décimo trabajo de estudio, con We don't look in the mirror, un tema luminoso con palmas marcando el compás –nada menos– y un colorista toque electrónico para sonar acto seguido con la canción homónima, Painting, como lo hacía REM en su edad de oro, consagrar el tercer tema, Goodbye Old Town, al folk integral y hacer una cuarta pieza, Doodle book, que empieza muy reggae y evoluciona a un sonido ELO que no se repetirá, pese a su acierto, en el resto del disco.

De esta forma, OCS zigzaguea en Painting por las influencias rockeras más dispares practicándolas, sin limitarse a citarlas, hasta acabar con los 14 temas del disco, uno de los más eclécticos que ha parido el grupo. El producto anuncia sus intenciones desde su propio título –que es "una afirmación sobre la creatividad"– y el propio Fowler las  reafirma cuando le preguntan. "Nunca hemos intentado hacer sonidos de moda", explica a El Confidencial. "No lo hicimos al principio y seguimos sin hacerlo ahora".

Y cuando este músico habla de "el principio", lo hace literalmente. El primerísimo single de su carrera y uno de los que más fama les ha reportado, Sway, fue a principios de los noventa el centro de una batalla entre OCS y Phonogram Records, cuando la banda británica era muy poca cosa y la gigantesca discográfica decidió hacerle el favor de arreglar su tema de debut para ajustarlo al Madchester, el sonido indie que se esperaba en la época de cuatro jovencitos de Birmingham. Se negaron, aunque de poco les sirvió, y ni siquiera dejaron de plantar batalla cuando su primer disco, Ocean Colour Scene, se estrelló en 1992 practicando su propio estilo mientras su Sway arreglado triunfaba en las listas.

Por eso quizá Fowler se pone más serio cuando le mentan el britpop, un fenómeno que tuvo en sus orígenes mucho que ver con este tipo de prácticas y del que él prefiere huir como de la peste. "Nunca nos hemos visto como una banda de britpop, para empezar porque no nos vemos como una banda pop, sino rock", explica para aclarar que tampoco el adjetivo le provoca en otras bandas ni frío ni calor, ya que se trata más de "una marca" que de una verdadera categoría musical. "Cosa de los periodistas", sintetiza Fowler con conocimiento de causa él, que antes de cantar fue periodista.

Música comercial, espíritu independiente

Si algo no tiene este cuarteto de cinco miembros son pamplinas intelectuales, y eso es algo que agradece y celebra más que nadie su parroquia de fieles, reducida por el tiempo tras el boom de la banda en los noventa pero endurecida también con los años y la experiencia de no haberse visto defraudados. "Sabemos que esperan cosas de nosotros", admite Fowler cuando le preguntan por sus seguidores, pero insiste en que componer para el público condena el producto a la repetición.

Tampoco entra en las intenciones de Fowler cambiar su modo de trabajar y de componer para ajustarse al cambio que se impone en las fórmulas de distribución, aduciendo al efecto un argumento de peso: "No sabría cómo. No sé ni encender un ordenador". Fiel a su estilo, desprovisto de proclamas, Fowler admite una severa "transformación industrial" en el mundo de la música pero cree que el profesional puede aún resistirse a los cambios que él denomina "de concepto", como el de la edición de discos. "Muchos dicen que vender 12 o 14 canciones juntas en una tienda online, donde pueden salir una a una, es algo artificial, pero yo no lo veo así. De momento, nadie ha logrado aún convencerme de lo contrario".

Simon Fowler asegura que tiene la clave para sonar fresco tras veinte años en la música y que es tan sencilla como olvidarse de lo que quiere el público y hacer lo que pida el cuerpo. Una noción "muy vieja y muy fácil de decir", admite el vocalista de la banda británica Ocean Colour Scene, pero no por ello menos necesaria cuando muchos la cacarean, dice, "pero pocos acaban poniéndola en práctica". Y la razón, explica con sorna, es que requiere más disciplina que talento, y "ahí es donde los músicos tenemos nuestro talón de Aquiles".