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“Nuestra historia es violenta y amamos a los asesinos”
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EL TRATADO SOBRE EL MIEDO DE JOHN KATZENBACH

“Nuestra historia es violenta y amamos a los asesinos”

Aunque sea uno de los autores más relevantes del thriller moderno, un experto en los recovecos más oscuros de la mente humana, el estadounidense John Katzenbach,

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“Nuestra historia es violenta y amamos a los asesinos”

Aunque sea uno de los autores más relevantes del thriller moderno, un experto en los recovecos más oscuros de la mente humana, el estadounidense John Katzenbach, autor de best sellers como La guerra de Hart o El psicoanalista, es una persona bastante racional. No en vano, es hijo del antiguo Fiscal General del Estado estadounidense, Nicholas Katzenbach, un héroe de la lucha por los Derechos Civiles que, precisamente, le enseñó a no tener miedo, aunque los personajes de sus novelas no puedan escapar de él. Algo que describe a El Confidencial a través de una anécdota vital que, afirma, nunca ha contado a un periodista: “Hace dos años estaba pescando y el bote volcó. Era octubre, el agua estaba helada y la orilla, a kilómetros. Recuerdo que pensé ‘se acabó’. Entonces, me acordé de mi padre, y conseguí llegar a la orilla”. Algo que no habría sido posible si hubiese tenido miedo.

“Escribí La guerra de Hart a partir de sus experiencias, cuando tomó la decisión de que no iba a tener miedo”, señala el autor, cuyo padre pasó dos años en manos nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Precisamente, Katzenbach se encuentra en España para presentar su última novela, Un final perfecto (Ediciones B), un tratado sobre el miedo en el que un asesino en serie persigue a tres pelirrojas sin, en apariencia, nada en común más allá del color de su pelo. La interacción entre ese Lobo Feroz que las persigue y las tres mujeres es escasa, y por ello mismo, la novela es ante todo una reflexión sobre el origen del terror, que parece encontrarse en lo incierto. ¿Es siempre más terrorífico lo que no conocemos? “Lo que tememos es lo que está por llegar, las sombra que no acertamos a distinguir detrás de la esquina, y es así como funciona el miedo en mi libro”, indica el autor a El Confidencial. “En la vida, como en la novela, lo que más nos asusta es lo que no somos capaces de identificar”.

Billy el Niño era un psicópata, y ahora es un héroePrecisamente, su objetivo con esta novela era “explorar el mismo miedo que siente un soldado en batalla”. Es decir, enfrentarse a lo imprevisible. “¿En qué dirección tengo que ir? ¿Cuánto viviré? ¿Diez segundos o veinte años más? No sabes lo que está por venir” Todo ello, orquestado por un asesino que, como el propio Katzenbach, es un autor de novela criminal. “Se enfrenta al asesinato con ambición, con las ganas de hacer algo memorable. Su obsesión es la grandeza”. ¿Se siente identificado con su personaje? “El Lobo está en un estado de desesperación, porque quiere ser algo que no puede conseguir, así que intenta mezclarlo con el asesinato. Sus observaciones son interesantes, y las comparto hasta cierto punto”, asegura con una media sonrisa.

El crimen es nuestra identidad

Como buen escritor de thrillers americanos, Katzenbach es consciente de la identificación entre crimen y celebridad tan propia de la sociedad americana, de Charles Manson al asesino del Zodíaco. “Nos gustan mucho nuestros asesinos. Creo que es parte de nuestra historia como país, en nuestros libros de historia se habla de las grandes ideas que conformaron América, y una de ellas es la violencia, algo patente en nuestra expansión por el país. En Estados Unidos nos gusta crear mitologías alrededor de los asesinos. Y creo que esa misma cualidad es la que creó el estilo americano de los thrillers”, señala.

“En el libro se menciona a Billy el Niño, un psicópata sanguinario. Desde luego, no era un buen chico. Ahora hacemos canciones y películas sobre su figura, y la historia lo ha convertido en una figura heroica”, prosigue Kaztenbach. “En 1878, era simplemente un tío que mató a 21 personas y que seguramente no era muy popular. Y, curiosamente, el hombre que lo mató, Pat Garrett, ¡es ahora el villano!”. Aunque defiende, con un poco de sorna, que en Inglaterra también son “muy buenos” en ese sentido. “Londres es la única ciudad donde puedes hacer un tour en autobús turístico por los lugares donde se cometieron asesinatos célebres. ‘Ahí es donde Jack el Destripador acabó con Mary Jane Kelly’. Y siguen sin saber quién fue Jack, a pesar de los equivocados libros de Patricia Cornwell sobre el tema”, apunta con ironía.

Estados Unidos es un país que tiene miedo de sí mismoSin embargo, cree que el thriller no es más que “una evolución de la novela de costumbres de autores como Charles Dickens. Si relees sus libros, verás que tienen los mismos elementos que las mías. Con una cosa más: una buena novela tiene que llevarte a pasar una página tras otra”. Algo para lo que es muy útil el miedo, que ha funcionado muy bien en la política americana, y que no estuvo tampoco ausente en la campaña que terminó la pasada madrugada. “Ambos candidatos se han aprovechado del miedo. Uno pensaría que en un país como el nuestro, que es más fuerte que ningún otro y que está rodeado por países amigos, tendríamos una cultura libre de estas preocupaciones, cuando es justo al revés. Lo que ocurre es que somos un país que tiene miedo de sí mismo. Nos gusta crear mitos, como los terroristas o la amenaza económica de China, para asustarnos. Es difícil vivir así, pero lo hacemos continuamente”. Sin embargo, Katzenbach confía plenamente en Barack Obama.

Racismo en la tierra de la Libertad

El escritor se muestra orgulloso cuando habla de lo que su padre y su generación lograron cambiar en Estados Unidos, aunque aún queda mucho por hacer, asegura. “Las cosas han cambiado mucho, y a mejor. Aun así, sigue habiendo mucho racismo en el país, sólo que de una forma menos explícita. Desafortunadamente, está mejor escondido. Todos los países tienen algo que solucionar, y eso es lo que ocurre con el nuestro. No es algo que cambie de un día para otro, ni siquiera el día que Obama fue elegido. Había una foto de un tipo en un rally de Romney que llevaba una camiseta que decía ‘devolvamos a los blancos a la Casa Blanca’. ¿Este es mi país? Qué vergüenza”. Sin embargo, el autor se muestra optimista de cara al futuro. “Creo que el final de la influencia de la rama más conservadora de la política americana está por llegar. Un buen amigo mío, el historiador Joseph Ellis, dice que en América, el progreso nunca es fácil, pero tarde o temprano, ocurre. No sé qué va a ocurrir en los próximos cuatro años, pero creo que la gente se va a enfadar aún más, y tarde o temprano se producirán los cambios progresistas que necesitamos”.

Con 22 años no tenía nada que decir, así que decidí ser periodista¿Cuál debe ser el papel del artista en una coyuntura como esta, aparecer como Bruce Springsteen o Jay-Z al lado de Obama, o mantenerse al margen? “Ojala cobrase tanto como Bruce Springsteen tocando la guitarra. Otros escritores y yo recaudamos fondos para Obama, aunque no lo publicitamos mucho. Fue divertido y juntamos mucho dinero, aunque los republicanos nos acusasen de que nos lo íbamos a quedar. Creo que para todos los artistas, sean escritores, poetas, músicos, Springsteen o el chavalín pobre que está intentando escribir su primer verso, es importante estar comprometido políticamente. Escribir es dar lugar a tu propia voz, así que debes ponerte de pie y decir lo que piensas, aunque muchos no vayan a estar de acuerdo”. Como ocurre con músicos republicanos como Ted Nugent: “Es un idiota. ¿Salir al escenario con un rifle? Al mismo tiempo a veces creo que sería mejor si en lugar de Romney eligiésemos a la Reina de Corazones de Alicia en el país de las maravillas, ¡cortad sus cabezas y acabemos con esto ya!”

Ficciones con un pie en la realidad

Para Katzenbach, la realidad sigue siendo su mayor fuente de ideas. Antes de publicar su primera novela, Al calor del verano, en 1982, el ahora novelista ejerció como periodista de sucesos durante unos cuantos años. “Sin ello no habría podido escribir más libros. Cuando estaba en la Universidad quería ser escritor, pero no tenía nada que decir. Con 22 años sólo podía escribir libros sobre el deseo de querer ser escritor, algo que no suena muy interesante. Tenía que aprender algo, ver cosas, y por eso quise ser periodista. Es un proceso constante de aprendizaje, sobre el mundo, la gente, lo que esta es capaz de hacer… Esa experiencia es la que formó la base de mis libros”. Aun a día de hoy, reconoce que muchos de los argumentos, ideas y episodios de los libros surgen de lo que aprendió durante aquellos años, incluida su última novela.

Algo que también le ha ayudado a meterse en la mente del psicópata, y de los personajes a los que persigue, una cuestión a la que dedica mucho tiempo de investigación antes de ponerse a escribir. “Tienes que entender la forma en que la mente funciona en esas situaciones extremas. Así que dedico mucho tiempo a esos asuntos. El día que dejas de aprender es el día que has dejado de escribir”. Katzenbach es consciente de lo que se juega en cada novela, y aunque no llegue al asesinato como su personaje, su compromiso con la obra es total. “Cuando la compañía Boeing, en Seattle, decidía inventar un nuevo avión, utilizaba todos sus recursos. Lo llamaban “apostar la compañía”, porque si salía mal, estabas hundido. Escribir una novela es algo parecido: te sientas y pones toda tu habilidad y reputación en juego, lo que te obliga a hacer la mejor obra posible”.

Aunque sea uno de los autores más relevantes del thriller moderno, un experto en los recovecos más oscuros de la mente humana, el estadounidense John Katzenbach, autor de best sellers como La guerra de Hart o El psicoanalista, es una persona bastante racional. No en vano, es hijo del antiguo Fiscal General del Estado estadounidense, Nicholas Katzenbach, un héroe de la lucha por los Derechos Civiles que, precisamente, le enseñó a no tener miedo, aunque los personajes de sus novelas no puedan escapar de él. Algo que describe a El Confidencial a través de una anécdota vital que, afirma, nunca ha contado a un periodista: “Hace dos años estaba pescando y el bote volcó. Era octubre, el agua estaba helada y la orilla, a kilómetros. Recuerdo que pensé ‘se acabó’. Entonces, me acordé de mi padre, y conseguí llegar a la orilla”. Algo que no habría sido posible si hubiese tenido miedo.