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La "CT", o cómo el Estado puso la cultura a su servicio
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A TRAVÉS DE SUBVENCIONES Y DE RECOMPENSAS SIMBÓLICAS

La "CT", o cómo el Estado puso la cultura a su servicio

“La cultura no se mete en política, salvo para dar la razón al Estado y a cambio el Estado no se mete en la cultura, salvo

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La "CT", o cómo el Estado puso la cultura a su servicio

“La cultura no se mete en política, salvo para dar la razón al Estado y a cambio el Estado no se mete en la cultura, salvo para subvencionarla, premiarla, o darle honores”. Guillem Martínez, periodista y editor de CT o la Cultura de la Transición (Ed. Random House/ De bolsillo), sintetiza así el control que las instituciones políticas ejercen en un entorno, el de la creación, que se supone crítico y hostil a su absorción por el poder.

Y así suele ser, asegura Martínez, pero no en nuestro país. “La CT es un fenómeno puramente español” que consagra un mundo cultural domesticado, aproblemático y políticamente inocuo que hace el juego a quienes mandan. A cambio, el Estado asegura recompensas simbólicas y económicas que garantizan unas relaciones fluidas y pacíficas entre ambos entornos. El resultado de esta situación es “la cultura más extraña y asombrosa de Europa…en la que una novela, una canción o una película, un artículo, un discurso, una declaración o una actuación política están absolutamente pautados o previstos” (CT, p.11).  Según Martínez “no hay posibilidad de someter a crítica una novela sobre la Guerra Civil con falangistas buenos, una novela repleta de sentimientos buenos y cohesionadores, una película de Almodóvar o un disco de un cantautor chachi…”(CT, p.17).

El fin de las subvenciones

O al menos, así era hasta hace un año, cuando hizo acto de aparición el 15-M, vehiculó otras expresiones y apuntaló una contestación al modelo cultural imperante. También ha “ayudado” la situación económica al socavar la base material que soportaba el edificio: “El ejemplo de Cataluña, que es el más avanzado en recortes y donde ya no hay subvenciones a la cultura, se seguirá también en España. Y eso supone el fin de muchas prácticas instaladas”. Sin el dinero preciso es mucho más complicado conseguir que el hermanamiento entre creadores y poder siga adelante en los mismos términos.

Pero, asegura Martínez, la mayor brecha en ese combate cultural tiene que ver con un cambio de circunstancias. “Hay un conjunto mayoritario de ciudadanos que consumen productos internacionales, que está beligerantemente en contra de la CT y que la deconstruyen en Twitter y en otros muchos medios”. En este contexto, la imposición vertical del pasado ya no puede tener lugar. No podemos fijar el discurso público mediante los mecanismos usuales, “como eran las tertulias políticas, por ejemplo”, porque las nuevas redes de comunicación carecen “de un centro operativo desde el que irradiar los mensajes”. En consecuencia, ese intento del Estado de apropiarse de la cultura es hoy mucho más difícil de realizar.

La cultura será horizontal

Sin embargo, esta horizontalidad aparente en la comunicación no implica que las informaciones y las creaciones circulen en plano de igualdad. Un buen ejemplo de las nuevas estructuras y de sus problemas aparece en el campo musical. La creación es mucho más sencilla por la aparición y abaratamiento de nuevos medios técnicos e instrumentos, es mucho más fácil difundir lo que se hace y existen enormes posibilidades de llegada a públicos de todo el mundo. En ese contexto, lo que triunfa es paradójicamente lo más comercial, productos como Justin Bieber, que sí están en disposición de aprovechar todas las opciones que la red trae consigo, mientras que las escenas alternativas, cuya vitalidad es enorme, quedan sepultadas por el peso de la oferta.

Para Martínez, este modelo, el de productos altamente virales que impiden la visualización de las informaciones alternativas, no es el dominante, como probaría otro ejemplo, extraído del mundo literario. “Antes no había posibilidad de evaluar críticamente los productos que se publicaban porque no había posibilidad de firmar en prensa. De pronto, unas generaciones que no sé de dónde han salido comienzan a ejercer la crítica y a divulgarla en sus blogs, consiguen su público y canalizan nuevos gustos que en el contexto anterior no hubieran sido posibles”. Además, hablamos de críticos “cuyas ideas de calidad son muy diferentes. Y eso está muy bien, porque no habrá otra vez una cultura de Estado imperante. La cultura será horizontal”.

Escritores aburridos e intraducibles

El concepto CT utilizado por Martínez se aleja de anteriores formulaciones según las cuales en la Transición se realizó un pacto político para excluir los temas que podían dificultar el cambio pacífico de sistema, caso de la memoria histórica. Martínez prolonga ese concepto añadiéndole un matiz típicamente liberal, según el cual habría que evitar a toda costa la interferencia del Estado en aquellos asuntos que, como la cultura, deberían quedar al libre albedrío de los individuos. Por eso diferencia entre productos CT y productos de mercado, entre creadores que han vivido al amparo del estado y aquellos que son conocidos por haber tenido éxito comercial. En ese sentido, autores como Javier Cercas y Antonio Muñoz Molina no son comparables a Pérez Reverte y Ruiz Zafón, ya que éstos “son productos exportables, internacionales, que pueden interesar al lector medio, mientras que los primeros son escritores intraducibles que aburren fuera de España”. Para Martínez “quitarle la cultura al Estado es un deber democrático".

“La cultura no se mete en política, salvo para dar la razón al Estado y a cambio el Estado no se mete en la cultura, salvo para subvencionarla, premiarla, o darle honores”. Guillem Martínez, periodista y editor de CT o la Cultura de la Transición (Ed. Random House/ De bolsillo), sintetiza así el control que las instituciones políticas ejercen en un entorno, el de la creación, que se supone crítico y hostil a su absorción por el poder.