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Ángeles en el infierno español
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Ángeles en el infierno español

El anarquista ejemplar. El ángel rojo. Alfonso Domingo. De un momento histórico como nuestra triste Guerra Civil, pocos ejemplos edificantes se pueden extraer. Entre militares y milicianos

El anarquista ejemplar. El ángel rojo. Alfonso Domingo.

 

De un momento histórico como nuestra triste Guerra Civil, pocos ejemplos edificantes se pueden extraer. Entre militares y milicianos cegados por su misión destructiva, criminales de diversa laya y aterrorizadas víctimas, sólo enseñanzas negativas quedan al lector, aunque en la memoria de los cada vez más escasos supervivientes aparezca, surgiendo entre la sangre y la ruina, una mano amiga que se tendió, inesperada y fantástica, con socorro y consuelo. Manos de algunos hombres buenos que, a riesgo de su propia salud, a veces de su propia vida, cumplieron con valor el deber de todo ser humano de prestar ayuda al necesitado, fuera este amigo o adversario. Uno de aquellos hombres fue Melchor Rodríguez, anarquista, apodado “el ángel rojo” -y también, por los suyos, “el ángel traidor”, sin serlo-, el hombre que terminó con las sacas y paseos en el Madrid sitiado, por mor de unos ideales que no consentían la injusticia, ni la crueldad, y sí la humanidad y la justicia.

Concluía Spielberg su película sobre Oskar Schindler con una cita del Talmud: “quien salva una vida salva el mundo entero”. Muchos mundos salvó Melchor Rodríguez, impidiendo matanzas de pistoleros que se nombraban libertarios, ajustes de cuentas de quienes se presentaban como justicieros, durante la guerra y como cenetista de carné o delegado especial de prisiones de la II República, y finalizada ésta, como moscón de una dictadura que se empeñaba en eliminarle -como lo intentó la monarquía, como lo intentaron correligionarios suyos y aliados forzosos como los comunistas- y sólo alcanzaba a fastidiarle, porque la justicia que derramó le fue devuelta, si no en la medida en que fue sembrada, al menos lo suficiente como para salvar los trances en los que otros compañeros se quedaron, como Besteiro. Salvó a los suyos y a los adversarios, sin preguntas, atendiendo sólo a la necesidad, colaborando ingenua e ignorantemente con la quinta columna falangista, lo que le causó gran dolor cuando tuvo consciencia de ello, ya terminada la contienda, y el desprecio de los compañeros de siglas, que no siempre de ideas. A pesar de ello no se arrepintió, pesaba más el bien hecho.

De la abundantísima, podría decirse que excesiva bibliografía sobre la Guerra Civil, quizá sea este el libro que más merezca la pena leer. Y eso que quizá la forma escogida por Alfonso Domingo no sea la más adecuada. La biografía novelada es confundente, aunque al menos permite al autor ser parcial y conceder al lector un panorama reconocible de buenos y malos -que no se identifican con banderías políticas, sino con una conducta moral-. Ello hace al libro, a la vez, más asequible y menos serio. No por ello pierde valor el volumen, que empieza a hacer justicia a uno de los protagonistas de unos hechos históricos que no sabemos si olvidar o retener. Mas, mientras criminales y fanáticos cuentan con reconocimientos, calles, plazas, libros y homenajes, los pocos hombres buenos siguen en el olvido. Porque “el Rey Melchor”, como también le apodaban, señala a unos y otros, con su comportamiento ejemplar, que ellos no lo tuvieron, y eso escuece.

 El ángel rojo. Ed. Almuzara. 403 págs. 22 €. Comprar libro.

Una voz poderosa en el horror. Bestias sin patria. Uzodinma Iweala.

 

La primera y premiadísima novela del escritor estadounidense y nigeriano Uzodinma Iweala sorprende por la poderosa y poética voz del narrador, Agu, un niño africano que es captado por una partida rebelde en alguna de las terribles guerras tribales que asolan el continente negro, y convertido por la fuerza en soldado. Este fenómeno contemporáneo -ya abordado magistralmente por Ahmadou Kourouma en Alá no está obligado-, tan incomprensible para los occidentales, está tratado con ternura hacia los protagonistas, tanto Agu como su amigo Strika, pero no ahorra violencia, pues es la violencia la que marca la existencia de estos niños, como la de sus compañeros de armas adultos, sus familias desplazadas, y hasta la naturaleza se resiente: “Todo el rato las balas se lo comen todo, hojas, árboles, suelo, personas”. Agu comete crímenes, forzado por sus superiores, el Comandante y el Tiniente (sic), o bajo los efectos del zumo de pistola, pero en los momentos en que logra sobreponerse a la atmósfera de pesadilla, le reconcome la culpa: “Yo, un mal chico, alguien que lleva esta vida y que tiene miedo de Dios todo el rato”. Agu vive ese conflicto moral sabiendo que le ha sido arrebatada la infancia, deseando que la guerra acabe y pueda volver con su madre y su hermana, aunque no sabe dónde están, ni si siguen vivas. La esperanza, a pesar de todo, refulge en su interior, porque “todo aquí parece muerto cuando de verdad está vivo”.

 

Bestias sin patria. de. Duomo. 139 págs. 16 €. Comprar libro

El anarquista ejemplar. El ángel rojo. Alfonso Domingo.