Es noticia
Bernardo Atxaga, de Obaba al Congo
  1. Cultura

Bernardo Atxaga, de Obaba al Congo

El paraíso aterrador. Siete casas en Francia, Bernardo Atxaga. Los paraísos siempre han sido motivo de reflexión acerca del infierno. Es difícil concebir, desde nuestras coordenadas culturales,

El paraíso aterrador. Siete casas en Francia, Bernardo Atxaga.

 

placeholder

Los paraísos siempre han sido motivo de reflexión acerca del infierno. Es difícil concebir, desde nuestras coordenadas culturales, el bien sin el mal, la belleza sin la fealdad. Y cuesta imaginar un lugar más paradisíaco que la cuenca del Congo, la tierra de Mokèle-mbèmbé, del doctor Livingstone. Pero también el Estado Libre del Congo de Leopoldo II, de Henry Morton Stanley; el Zaire de Mobutu y la República Democrática de Kabila. Y es el Congo bajo domino belga el que atrae ahora a Bernardo Atxaga, quien en Siete casas en Francia retrata, desde un pequeño puesto militar de la Force Publique, los hechos ominosos de la explotación humana y la violencia. No lo hace desde la épica de las grandes historias como Adam Hochschild en El fantasma del rey Leopoldo, sino mediante una anécdota menor, el viaje que hace una escultura de la Virgen María al corazón de África.

Ello se nos cuenta a través de varios personajes que residen en el puesto de Yangambi, donde oficialmente se extrae caucho, y extraoficialmente el capitán Lalande Biran y el ex legionario Cocó –con la cabeza dividida en dos- se enriquecen, con la ayuda de un ministro corrupto que comparte con Biran la afición por la creación poética, con el tráfico ilegal de marfil y maderas exóticas. El hilo conductor de la historia, y detonante del desenlace, lo cumple  Chrysostome Liège, cuyo extraordinario carácter lo mantiene lejos de las mujeres –por temor a contagiarse de enfermedades venéreas-, lo que le vale fama de homosexual, y enfrentado a Cocó, a quien humilla con su honestidad y puntería. Estos y otros personajes ruines y esperpénticos tienen su paralelo en el rey belga Leopoldo II, quien en su intento por seducir a una bailarina americana le propone un viaje a su reino africano, que irá perdiendo relevancia hasta verse reducido a una pequeña ceremonia, río arriba, en la que se instala una escultura religiosa.

Todo ello, como suele ocurrir con Atxaga, está cargado de simbolismo. Con un tono de esperpento se va revelando por contraste el horror. Actos terribles, como el asesinar a los trabajadores que trataban de huir (siendo más valioso el cartucho gastado que el hombre muerto) o las violaciones de vírgenes son narradas con tal parsimonia que la repugnancia brota en el lector con la misma naturalidad. La deshumanización del hombre contemporáneo va apareciendo por las ralladuras del relato. Matar y morir por el capricho de tener siete casas en Francia. El horror de lo ocurrido en el Congo tiene su origen en las atrocidades cometidas por el régimen colonial, pero especialmente por su percepción en Occidente: tales situaciones no eran nuevas, pero allí la esclavitud, la tortura, los trabajos forzados, se daban en una época en que ya eran universalmente reconocidos como algo inhumano.

Convencional en la forma, su sólida estructuda, su pulso narrativo, su hondura, y lo exótico en cuanto al tema (raro es que un autor español se ocupe de hechos ocurridos más allá de nuestras fronteras), sin caer en el ingenuo mito del buen salvaje, hacen de ésta una novela interesante y de lectura agradecida.

Siete casas en Francia. Ed. Alfaguara. 272 págs. 19,50 €. Comprar libro

Pisando fuerte. La joven guardia. Nueva narrativa argentina.

 

placeholder

Si la semana pasada notábamos aquí a uno de los autores argentinos de mayor impacto en 2008, referimos ahora la aparición de una antología de cuentos que recoge a veintitrés “jóvenes escritores argentinos” –denominación en torno a la cual reflexiona el texto antologado de Juan Terranova–, menores de cuarenta años y que ya empiezan a destacar –alguno, como Andrés Neuman, desde hace ya tiempo–. Se trata de un elenco diverso, y esa diversidad es algo que el antólogo, Maximiliano Tomas, ha buscado transmitir. Es usual el empeño por crear generaciones, por confundir talentos y estilos; es cierto que todos los autores comparten un marco histórico común, la crisis de 2001 y la revolución de las nuevas comunicaciones, y que es imposible escaparse al presente, al corralito y a internet. Pero es precisamente por ello por lo que uno de los aciertos de esta antología es pasar por encima de estos intentos de homogeneización y mostrar la diversidad de un grupo de autores, de coincidencias casuales, de procedencias diversas, de estilos distintos, de temáticas diferentes.

Lo primero que sorprende es la elevada calidad de la muestra. Lo primero que tiene que ser una antología es representativa ­–es comúnmente aceptada como tal desde su publicación en la Argentina en 2005–, al menos en teoría. En la práctica, debe componer un buen volumen, equilibrado y coherente. Aunque no se suele considerar como necesario, el antólogo debe elegir una pieza sí, por supuesto  representativa del autor, pero a no ser que se trate de un miserable debe ser además buena, dentro del corpus del antologado. No siempre es así, sea cual sea el motivo. En este caso Tomas ha elegido relatos que son todos de apreciable calidad, que muestran que la narrativa argentina está en un momento dulce. No obstabte, no encontraremos una narrativa rompedora, sino bastante convencional. No son autores experimentales, o al menos no lo son las piezas seleccionadas (quizá la más vanguardista sea Una mañana con el Hombre del Casco Azul, de Wáshington Cucurto), sino muestras de solidez narrativa, de capacidad constructiva y de capacidad para narrativizar la propia experiencia. Es literatura para leer, escrita por autores cuya principal ambición es la de contar historias, narrar, y que por tanto será apreciada por un amplio registro de lectores.

 

La joven guardia. Ed. Verticales. 256 págs. 7 €. Comprar libro

Arriesgarse y fracasar. El arte de perder, Lola Beccaria.

placeholder

¿Puede considerarse un arte la derrota? Los seguidores del Atlético de Madrid, sin duda, se la habrán formulado más de una vez. Pero, desde un punto de vista afectivo, dicha cuestión puede ser revolucionaria. Perder, en este contexto, significa intentarlo, luchar. Pierde el que lucha, el que no se deja dominar. En este caso, es resistirse a las convenciones en torno al amor. La protagonista de El arte de perder, novela de Lola Beccaria, defiende vivir un amor herido, un amor lisiado, pero auténtico, antes que renunciar a la emoción pura, real, o fingir que se tiene aquello que falta. Sara, una mujer moderna, tozuda, independiente, arrogante y vanidosa “quería ser un alma metafísica, sin ataduras, sin tópicos, libre para configurar un prototipo único, y nuevo, de mujer”. Mientras busca el hombre ideal que le complete –y en esto es bastante tópica–, chatea en internet con hombres anodinos, a los que llama GODOS (Gastronomía, Ópera, Dinero, Ordinariez).

En una muy común forma de autodestrucción, los hombres con los que habitualmente se relaciona son de este perfil: nuevos ricos del pelotazo sentimentalmente fracasados. De este modo no es raro que su frustración aumente hasta la desesperación. De alguna manera ella parece buscar este fracaso al optar por el tipo de hombre que sabe que la va a decepcionar, manteniéndose así a salvo de cualquier emoción verdadera. Su rebeldía es una mezcla de miedo y tozudez. Así que, al aparecer Enzo en escena, y no poder endosarle la O de ordinariez, queda inmediatamente atrapada. (No podemos dejar de mencionar los nombres: los pocos que se dan de hombre son extranjeros: Enzo, Mathieu –aunque no se nos dice que lo sean– y Mario –del que se nos dice que es italiano–. El resto de hombres quedan reducidos a una característica: el abogado, el barbudo, el cura. Nuevamente aparece el deseo de marcar distancia frente al sexo masculino). Ella misma sospecha que es una impostora, pero necesita este viaje para advertirlo. Necesita sumirse, al fin, en una relación “auténtica”, que la voltee, que la desgarre, que la fuerce a la humillación, para verse a si misma. Su tozudez será entonces salvadora.

Entre tanto, la narración avanza a tirones, que en ocasiones se justifican por el carácter caprichoso de Enzo, pero otras veces por verdaderos ases en la manga, como la aparición de la psicóloga (una amiga nueva, que le da la clave y desaparece) o el milagroso maletín que lleva al desenlace. La estructura se sostiene en los correos y sms que envía, especialmente, Sara –cuyo estilo varía desde unas primeras misivas empalagosas y plagadas de lugares comunes hasta las más sinceras y despojadas– y las respuestas, lacónicas pero significativas –al menos para la heroína–, de Enzo.  Pero constantemente el narrador invade el relato, repitiendo información que ya ofrece la heroína en sus mensajes, haciendo del desarrollo algo cansino y reiterativo. Temáticamente es un intento por pensar el amor en una época en la que cada vez es más difícil mantener una relación amorosa auténtica, en la que cada vez se extiende más la figura del solterón, en la que las relaciones se encuentran con mediaciones nuevas. Beccaria hace una apuesta por el amor, por el dolor, por el fracaso. Sentir es vivir. Y vivir es lo máximo a lo que se puede aspirar.

El arte de perder. Ed. Planeta. Premio Azorín 2009. 344 págs. 20 €. Comprar libro

El paraíso aterrador. Siete casas en Francia, Bernardo Atxaga.