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“No tengo ni idea de qué quieren los hombres”
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NO SOMOS CAPACES DE ENTENDERNOS

“No tengo ni idea de qué quieren los hombres”

“Las mujeres son un completo misterio”, reconocía el eminente científico Stephen Hawking en una entrevista con The Telegraph el pasado mes de enero. A pesar de

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“No tengo ni idea de qué quieren los hombres”

“Las mujeres son un completo misterio”, reconocía el eminente científico Stephen Hawking en una entrevista con The Telegraph el pasado mes de enero. A pesar de haber sido capaz de predecir la radiación que emiten los agujeros negros y haber aportado a la ciencia algunos de los teoremas respecto a las singularidades espaciotemporales más relevantes, Hawking sigue sin entender al sexo contrario. Una afirmación que parece ser compartida por un amplio porcentaje de la población masculina, que en más de una ocasión ha manifestado su incomprensión hacia el género femenino. Y que también ocurre en el sentido contrario: aunque no se le supone la lucidez de Hawking, la actriz Emma Watson, Hermione en la saga de Harry Potter, declaraba recientemente que había necesitado ayuda de sus compañeros de reparto para ayudarle con el otro sexo. “Les preguntaba a Daniel Radcliffe y a Rupert Grint qué pasaba, qué debía hacer. No entendía nada”.

Cuanto mayor estatus posee una persona, menos cortesía muestra, independientemente de su sexoEl tópico sigue apuntando que la comprensión entre hombres y mujeres es complicada… Y la mayor parte de investigaciones recientes demuestran que es precisamente ese prejuicio el que da lugar a dicha falta de entendimiento. En Men and Women in Interaction. Reconsidering the Differences (Oxford University Press), Elizabeth Aries intenta revisar todos los lugares comunes que existen sobre la comunicación entre hombres y mujeres. La autora señala en el prefacio de su obra que la percepción habitual es que “las mujeres son más expresivas, receptivas y se preocupan por la intimidad y la conexión”, mientras que los hombres son “dominantes, orientados hacia las tareas y preocupados por el estatus y la independencia”. Sin embargo, mantiene la autora, si consideramos que esto es así es porque a través de nuestro comportamiento empujamos a nuestro interlocutor de diferente sexo a comportarse de dicha forma.

Una línea de pensamiento a la que se añaden otras como la llamada “hipótesis del parecido entre los géneros” que, a través de una revisión profunda de los estudios realizados sobre dicho tema, llevó a la profesora de la Universidad de Wisconsin (Madison) Janet Shibley Hide a defender que el hecho de que parezca que las diferencias entre géneros sean tan grandes es porque estamos inclinados a creer que es así, pasando por alto todo lo que tenemos en común y fijándonos en lo más pintoresco. Se trata de una línea de investigación que ha intentado desmentir los mitos creados por ensayos como Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus (DeBolsillo) de John Gray, que vendió más de siete millones de ejemplares tras su publicación a comienzos de los noventa y sentó un nuevo canon (popular) para la comunicación entre hombres y mujeres. Equivocado, como se señala desde el mundo académico.

Los hombres no dejan hablar

El primer mito a derribar es que los hombres no hacen más que interrumpir. La autora señala que la visión tradicional que existe sobre las interrupciones en la comunicación es que “sirven como mecanismo de poder y dominación en la conversación”. Es decir, una manera de establecer una jerarquía entre las personas que se están comunicando. En un estudio realizado por Don Zimmerman y Candace West a mediados de los años setenta, los investigadores de la Universidad de Maryland descubrieron que el número de interrupciones entre personas de un mismo sexo solían distribuirse de manera equitativa. Pero que cuando esto se daba entre un hombre y la mujer, el varón era el que cortaba en un mayor número de ocasiones a su pareja. Nada menos que un 96% más.

Las mujeres no están más dispuestas a proporcionar información personal que los hombresSin embargo, los estudios posteriores se han detenido en el hecho de que, por ejemplo, las interrupciones son más comunes entre amigos que entre desconocidos, lo que desmentiría la percepción de tal hecho como algo negativo. En realidad, mantienen los investigadores Marvin Shaw y Orin Sadler, “las interrupciones son una forma de apoyo al interlocutor. Pueden servir para mostrar que uno está de acuerdo y para proporcionar retroalimentación en la conversación”. Al mismo tiempo, el grupo de investigadores llegó a la conclusión de que las mujeres interrumpían mucho más que los hombres cuando hablaban de cuestiones personales o en un contexto informal. De hecho, sólo en los casos en los que el hombre siente que se está estableciendo un juicio sobre su rol de género (como al sentirse observado en el experimento anteriormente citado) se verá inclinado a demostrar su estatus.

El registro de la mujer

Según un célebre estudio realizado por William O’ Barr y Bowman Atkins, de la Universidad de Duke, existe algo llamado “el lenguaje de las mujeres”. Después de analizar horas y horas de grabaciones de juicios de una corte de Carolina del Norte, delimitaron lo que en teoría caracterizaba la expresión femenina. Entre dichas expresiones se encontraban atenuantes como “puede ser”, “quizá” o “probablemente”; un mayor uso de expresiones de cortesía; epítetos (esos adjetivos redundantes como “verde” asociado a “pradera” o “pequeño” unido a “bebé”); un menor sentido del humor; y una entonación más declarativa. Ese ha sido, durante años, el estereotipo que respondía a la definición de la comunicación de la mujer. Sin embargo, lo que se les escapó a los creadores del estudio es que en un alto grado las analizadas eran amas de casa que pertenecían a clases bajas, lo que probablemente tuviese más que ver con los resultados que su sexo en sí.

En realidad, señala otro estudio reciente realizado por Cathryn Johnson, profesora de Sociología de Atlanta, es la diferencia de estatus la que provoca que exista una diferencia en el lenguaje. Según su estudio, las mujeres y los hombres con responsabilidades y un nivel similar se expresaban de manera muy similar. Por ejemplo, cuanto mayor estatus tenían, menos cortesía mostraban los estudiados, algo que ocurría de igual manera entre ambos sexos. Otra cosa es que el hombre ocupe más puestos de responsabilidad, por lo que estadísticamente esté inclinado a tener más posibilidades de utilizar dicho registro.

El contenido de la conversación

¿Son las mujeres más cotillas y los hombres más directos? Esta parece ser la noción popularmente compartida gracias a ensayos como el de la feminista Deborah Jones a comienzos de los años ochenta, que señala que “cotillear” es el lenguaje de la intimidad, propio de una hipotética subcultura femenina, y que proporciona un sustento emocional a las mujeres.

Los hombres que no proporcionan argumentos son considerados más inteligentesLo que sí parece relativamente cierto es que, a diferencia de lo que ocurre con el sexo masculino, las mujeres otorgan un mayor valor a la comunicación oral, y suelen quedar con sus amigas con mayor frecuencia con el único objetivo de charlar, no con el de realizar ninguna actividad, algo más propiamente masculino. Este tipo de investigaciones han averiguado que no está tan claro que las mujeres estén más dispuestas a proporcionar información personal y reveladora que los hombres, y que estos se muestren más inclinados a reservarse sus problemas. En realidad, ambos sexos se muestran igual de cautelosos con una persona cuando aún no la conocen lo suficiente, y proporcionan más o menos la misma información. Es sólo cuando la relación está asentada y la confianza es mucho mayor cuando las mujeres se sienten más inclinadas a proporcionar información personal. Y sólo entre personas del mismo sexo: las mujeres cuentan sus problemas a otras mujeres, y los hombres, a los hombres.

El poder de los estereotipos

En definitiva, todo lo presentado hasta el momento se desprende, señala Aries, de que los estereotipos están tan solidificados que nos llevan a comportarnos tal y como estos exigen. Por poner un ejemplo, es probable que los hombres intenten dar pie a una conversación sobre cotilleos si se encuentran a solas con una mujer porque considerarán que así se va a sentir más cómoda.

Por ejemplo, según un célebre estudio realizado por Patricia Bradley, los hombres que no proporcionaban argumentos para defender sus ideas eran considerados como “más inteligentes, informados e influyentes” que las mujeres que sí proporcionaban datos para apoyar sus afirmaciones. Por el contrario, las coletillas y los atenuantes de responsabilidad (como “esto es sólo mi opinión”) eran percibidos de forma mucho más negativa en las mujeres que en el hombre. Una razón más para pensar que las diferencias de género no se deben a la forma que tiene el emisor de expresarse, sino a los propios prejuicios del receptor.

“Las mujeres son un completo misterio”, reconocía el eminente científico Stephen Hawking en una entrevista con The Telegraph el pasado mes de enero. A pesar de haber sido capaz de predecir la radiación que emiten los agujeros negros y haber aportado a la ciencia algunos de los teoremas respecto a las singularidades espaciotemporales más relevantes, Hawking sigue sin entender al sexo contrario. Una afirmación que parece ser compartida por un amplio porcentaje de la población masculina, que en más de una ocasión ha manifestado su incomprensión hacia el género femenino. Y que también ocurre en el sentido contrario: aunque no se le supone la lucidez de Hawking, la actriz Emma Watson, Hermione en la saga de Harry Potter, declaraba recientemente que había necesitado ayuda de sus compañeros de reparto para ayudarle con el otro sexo. “Les preguntaba a Daniel Radcliffe y a Rupert Grint qué pasaba, qué debía hacer. No entendía nada”.