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Viganella y Rjukan, dos pueblos que se miran al espejo para poder encontrar el sol
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Se hizo la luz

Viganella y Rjukan, dos pueblos que se miran al espejo para poder encontrar el sol

Ambos enclaves están separados por 2.000 kilómetros entre varios países, paisajes y climas muy distintos, como los de Italia y Noruega, pero tienen mucho en común

Foto: Vecinos reunidos al sol en la plaza principal de Rjukan. (Reuters)
Vecinos reunidos al sol en la plaza principal de Rjukan. (Reuters)

En el Valle de Antrona, en pleno corazón geográfico de los Alpes italianos, se encuentra la localidad de Viganella. A casi 2.000 kilómetros al norte, en un trayecto casi recto, se encuentra Rjukan, una localidad noruega ubicada en la provincia de Telemark. Podrían parecer simplemente dos pequeños pueblos de montaña, tan alejados entre sí como diferentes, pero sus escasos habitantes conviven con una característica mucho más significativa que une a ambos: saben lo que es que los días pasen a oscuras, viendo cómo la luz se queda lejos de ellos.

Durante 83 días al año, desde el 11 de noviembre al 2 de febrero aproximadamente los 190 habitantes de Viganella vivían en penumbra. Cuando llega el período invernal, las montañas se alinean con la posición de los rayos solares y toda la luz queda en ellas. Abajo, en el fondo del valle, el pueblo permanece en una noche constante, o permanecía, ya que en 2006 un invento llevó la claridad, convirtiéndolo en un lugar no solo curioso, sino también pionero: desde entonces, el ayuntamiento controla por ordenador un espejo gigante, de 40 metros cuadrados, colocado en un claro del Monte Scagiola, en la ladera que abraza el entorno, a 870 metros de altura. ¿Para qué? Para que los rayos reboten en él y lleguen a las calles de Viganella.

placeholder Los vecinos de Viganella. (Reuters)
Los vecinos de Viganella. (Reuters)

La idea surgió de un arquitecto y diseñador de relojes de sol, Giacomo Bonzani, vecino de una localidad cercana, quien diseñó el espejo: un total de 40 metros cuadrados, 8 metros de ancho y 5 metros de altura que no podrían disponerse según el sol sin el programa informático que rastrea la órbita del astro para que los espejos nunca le pierdan la vista y, así, el pueblo pueda estar siempre (siempre que sea de día y no esté nublado, claro) iluminado.

Encontrarse con la luz

Pero eso no es todo. El ya famoso espejo que atrae a turistas y curiosos a Viganella fue fabricado en una empresa de Huelva. De hecho, hasta allí se desplazaron onubenses para el acontecimiento de su puesta en marcha. Una niña de Huelva y un niño de Viganella fueron los encargados de pulsar el botón que accionó el espejo por primera vez. José Prieto, jefe del patronato de la empresa, explicó entonces que el momento fue bautizado como el “Encuentro de la luz”. Para el proyecto se tuvieron en cuenta la acción del viento, las posibles vibraciones, las descargas atmosféricas, la solidez del conjunto y las posibles protecciones que se deben adoptar a fin de evitar la producción del reflejo del sol afecten a las inmediaciones (peligro de incendio) y el suministro de la energía eléctrica. La vida en este municipio del Piamonte es mucho más activa y compartida desde entonces, y un halo de luz sigue uniéndolo a la Costa de la Luz en España.

Siete años después, la idea fue tomada por un vecino de la localidad noruega de Rjukan. Al artista Martin Andersen se le ocurrió en 2013 que aquel proyecto en Viganella podría solucionar de igual forma la vida en su pueblo, donde permanecen sin luz solar directa durante aproximadamente la mitad del año. Andersen inició una recaudación de dinero a través de patrocinadores. La mayor parte de aquel dinero llegó curiosamente de Norsk Hydro, la central hidroeléctrica que dio origen al pueblo. Fundada hace 100 años por Sam Eyde, este empresario noruego hizo construir una serie de casas a su alrededor para que las habitaran sus trabajadores. La idea del espejo ya pululaba por su cabeza en 1913, cuando la localidad se puso en marcha. Sin embargo, la tecnología de la época no lo permitió. La solución fue un teleférico llamado Krossobanen, que desde 1928 ha llevado a los habitantes a la cima de las montañas para alcanzar el sol mientras abajo duraba la oscuridad.

placeholder Fuente: Visit Norway.
Fuente: Visit Norway.

Viajes que ya se habían vuelto parte de la cotidianidad del Rjukan hasta que el espejo de Viganella hizo posible tres espejos en este rincón de Noruega. Con 17 metros cuadrados cada uno, fueron trasladados a través de un helicóptero hasta una zona despejada en lo alto de una de las montañas del valle, a 400 metros del suelo. Entre los tres, reflejan cada día la energía solar capturada por los helióstatos que los conforman para alimentar su trayectoria de inclinación, a medida que siguen, como si de girasoles se tratase, el paso del sol sobre el cielo de Noruega en invierno. Además, transforman en esa energía toda la luz que recogen. De esta forma, aunque el teleférico sigue funcionando, ya no es una necesidad vital, sino una forma más de entender el pueblo, que desde 2015 forman parte de la lista de Patrimonio Mundial de La UNESCO. Y aunque al principio, muchos vecinos no veían clara la idea, ahora es la excusa perfecta para reunirse diariamente en comunidad, y si hace falta, montar algo así como una playa en mitad de los fríos bosques noruegos para no desaprovechar ni un solo rayo de sol.

placeholder Fuente: Visit Norway.
Fuente: Visit Norway.
placeholder Fuente: Reuters.
Fuente: Reuters.

En el Valle de Antrona, en pleno corazón geográfico de los Alpes italianos, se encuentra la localidad de Viganella. A casi 2.000 kilómetros al norte, en un trayecto casi recto, se encuentra Rjukan, una localidad noruega ubicada en la provincia de Telemark. Podrían parecer simplemente dos pequeños pueblos de montaña, tan alejados entre sí como diferentes, pero sus escasos habitantes conviven con una característica mucho más significativa que une a ambos: saben lo que es que los días pasen a oscuras, viendo cómo la luz se queda lejos de ellos.

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