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'Telemarketers' (HBO Max): una mirada desde el fondo del pozo al mayor fraude telefónico en EEUU
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DETECTIVES DE POCA MONTA

'Telemarketers' (HBO Max): una mirada desde el fondo del pozo al mayor fraude telefónico en EEUU

También llamada 'La gran estafa de los teleoperadores', sigue la chapucera e incómoda investigación de Sam Lipman-Stern y Pat Pespas

Foto: Sam Lipman-Stern, en una secuencia de 'Telemarketers'. (HBO Max)
Sam Lipman-Stern, en una secuencia de 'Telemarketers'. (HBO Max)

¿Cuántas veces le han llamado desde un número desconocido y le han propuesto comprar cualquier tipo de servicio? Algo similar realizaban los estadounidenses Sam Lipman-Stern y Patrick J. Pespas hace veinte años, en un centro de operaciones comerciales telefónicas de New Jersey. Los teleoperadores llamaban en nombre de organizaciones benéficas vinculadas a instituciones nacionales, como el Departamento de Policía, las víctimas de cáncer o los veteranos de la guerra, con el objetivo de recaudar unos fondos que la misma empresa terminaba quedándose en su gran mayoría.

El servicio de pago HBO Max estrenó el pasado mes Telemarketers, también conocida como La estafa de los teleoperadores, una serie documental de tres episodios, en los que los últimos monos de la delictiva asociación se convirtieron en los improbables héroes que llevaron el caso de estafa hasta el senador Richard Blumenthal, en Washington D.C.

Foto: Henar Guerrero, secretaria de la Asociación de Afectados por el Vuelo JK5022, en una imagen del documental 'Vuelo JK5022. La tragedia de Spanair'. (Movistar Plus )

Según el documental, comenzado por el propio Lipman-Stern, cuando era poco más que un adolescente, y a cuya dirección se acabó sumando su primo, Adam Bhala Lough, el Civic Develpment Group (CDG) se encargaba de fomentar las llamadas telefónicas en nombre de otras instituciones, de manera que los donantes pensaban que se trataba, en su mayoría de casos, de verdaderos policías, quienes pedían dinero para causas como la compensación para las familias de víctimas o heridos en el servicio.

Tan solo un 10% de lo que conseguían recaudar llegaba verdaderamente a la sociedad benéfica que había contratado sus servicios, mientras que el 90% se quedaba en las arcas del CDG. "Un 10% de algo es mejor que un 100% de nada", se llega a repetir en diversas ocasiones durante la docuserie, a la hora de justificar por qué determinadas instituciones ciudadanas acababan recurriendo a los turbios servicios de la empresa recaudadora.

Tan solo un 10% de lo que conseguían recaudar llegaba a la sociedad benéfica

Sin embargo, ante la presión judicial que llegó a alcanzar sobre sus hombros, el CDG, propiedad de los magnates Scott Pasch y David Keezer, no tardó demasiado en ser cerrado, y todos sus empleados despedidos. Fue entonces cuando algo despertó el interés de Lipman-Stern. El joven descubrió que una empresa muy similar volvía a operar, solo un mes después, con las mismas dinámicas de engaño, y que algunos de sus antiguos compañeros de trabajo habían recuperado su puesto.

Al estilo Michael Moore

En ese momento, el realizador buscó y se asoció con el que era su compañero de habitáculo, Pat Pespas, un ex drogadicto que despuntaba por su habilidad para recaudar dinero, incluso estando bajo los efectos de la heroína. Juntos, y a lo largo de veinte años, comenzaron a tirar del hilo y rastrear las ONG que se escondían detrás de las insistentes llamadas telefónicas, hasta descubrir que eran algunas de las menos fiables del país.

Foto: John Wilson, durante la tercera temporada de 'How to with John Wilson'. (HBO Max)

Si bien los logros de los documentalistas son limitados, pues apenas fueron capaces de detener la actividad telefónica fraudulenta que llevaba repitiéndose durante décadas, sí consiguieron exponer un descarado caso de manipulación social y económica, que llega a salpicar a algunas de las más altas esferas políticas y policiales. La guerra contra el fraude del telemarketing resulta un asunto peliagudo, complicado de frenar por sus grietas legales, y Lipman-Stern y Pespas consiguen retratarlo a base de un periodismo de guerrilla que maravillaría a su idolatrado Michael Moore, director de cintas como Bowling for Columbine o Fahrenheit 9/11.

El documental aqueja un ritmo inconsistente, con el que la investigación no siempre parece dar grandes avances. La producción, que cuenta como productores ejecutivos con los cineastas indies Josh y Benny Sadfie, realizadores de Good time y Diamantes en bruto, prefiere en determinados momentos pararse a retratar los personajes que habitan los círculos más cercanos de los protagonistas.

Un icónico protagonista

Sorprende, especialmente, su primer episodio, en el que se relata el tipo de empleados que la CDG contrataba: ex convictos y drogadictos, personas que, en definitiva, vivían en los márgenes y a quienes no se les pedía una experiencia previa a la hora de realizar llamadas: todos debían seguir el mismo guion. Lipman-Stern comenzó grabando el peculiar ambiente de trabajo que se vivía en las oficinas, más cercanas a un descontrolado campamento de adolescentes gamberros que a un centro formal de trabajo, y aquel fue el inicio de lo que después siguió como una investigación, algo más seria, sobre la trayectoria del dinero.

En todo el embrollo, hay un personaje icónico absoluto, que roba el plano en todo momento: Pespas, por quien el narrador siente predilección. Lipman-Stern llega a paralizar la investigación cuando su compañero debe atender asuntos familiares, e incluso olvida el relato para centrarse en las chapuceras pericias de su compañero de espionaje.

Telemarketers es una mirada desde el fondo del pozo, desenfadada, decadente, feísta y curiosamente humorística, hacia una élite privilegiada. Los caminos que recorre acaban dando vueltas sobre el mismo punto, pero el viaje por carretera, que guarda cierto tufo a cannabis, suena a heavy metal y parece sacado de una serie de David Simons, bien merece aceptar la llamada.

¿Cuántas veces le han llamado desde un número desconocido y le han propuesto comprar cualquier tipo de servicio? Algo similar realizaban los estadounidenses Sam Lipman-Stern y Patrick J. Pespas hace veinte años, en un centro de operaciones comerciales telefónicas de New Jersey. Los teleoperadores llamaban en nombre de organizaciones benéficas vinculadas a instituciones nacionales, como el Departamento de Policía, las víctimas de cáncer o los veteranos de la guerra, con el objetivo de recaudar unos fondos que la misma empresa terminaba quedándose en su gran mayoría.

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