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'Alice in Borderland' (Netflix), temporada 2: las claves trágicas del Japón de hoy
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ANÁLISIS

'Alice in Borderland' (Netflix), temporada 2: las claves trágicas del Japón de hoy

Para desmarcarse de la alargada sombra de 'El juego del calamar', la segunda temporada de esta serie ha tenido que reafirmar su propia identidad. Te explicamos cómo lo ha hecho

Foto: Una imagen de la temporada 2 de 'Alice in Borderland'. (Netflix)
Una imagen de la temporada 2 de 'Alice in Borderland'. (Netflix)

Seguro que hay quien piensa que Alice in Borderland es posterior a El juego del calamar. Y no es para menos: ni siquiera la cuarta temporada de Stranger Things, que parecía poderlo todo en su estreno, fue capaz de superar las desorbitadas cifras del fenómeno surcoreano de Netflix. No obstante, esta homóloga japonesa de la serie de los enmascarados —más juvenil, menos pintoresca y con una segunda temporada recién lanzada— se estrenó en realidad un año antes, suscribiéndose a una tradición que no inventaron ni una ni otra: la de las ficciones sobre juegos a vida o muerte.

Las películas de Cube, la serie 3%, la franquicia Saw… incluso el anime No Game, No Life, para los paladares más acostumbrados a la cultura popular japonesa. Referencias no faltan en este terreno. Y, sin embargo, la sombra que más se alarga sobre esta nueva entrega de Alice in Borderland es la de El juego del calamar. La serie japonesa, basada en un manga de Haro Aso, no tiene más reto en este segundo año suyo que el de reafirmar ante su audiencia una identidad propia.

La serie conecta con la fascinación japonesa por las imágenes de ciudades en ruinas

Y esa identidad tiene que ver, en gran parte, con Japón. Pese a la cercanía geográfica y al obvio parentesco cultural, el país del sol naciente y Corea del Sur tienen sus diferencias. Lo que hace del último estreno de Netflix una serie única dentro de un subgénero tan manido es precisamente eso: que sus pruebas mortales no ocurren en cualquier parte y a quienquiera, sino en la ciudad de Tokio y a la gente que la habita, con sus espacios vitales, sus ritos, sus castas, sus vicios…

Todas esas particularidades pueden condensarse en cinco grandes claves trágicas donde queda resumido el Japón contemporáneo que retrata Alice in Borderland.

Hikikomori

Este término japonés, el menos universal de todos los que siguen, se utiliza para nombrar el problema del aislamiento social juvenil en el país. La palabra describe un estereotipo concreto de hombre joven que, afectado por esta psicopatología, se recluye en el hogar durante un periodo de tiempo considerable con la intención de cortar lazos con nodos relacionales como la educación, el empleo o las amistades.

placeholder Un momento de 'Alice in Borderland'. (Netflix)
Un momento de 'Alice in Borderland'. (Netflix)

En Alice in Borderland, son varios los personajes que evocan esta figura, en mayor o menor medida, y siempre desde todos los puntos cardinales de la gris brújula ética de la serie. Algunos, de hecho, prefieren malvivir en la simulación macabra en la que se suceden los juegos a regresar al mundo real. Que tanto héroes como villanos encajen en esta silueta en distintos momentos de la trama nos recuerda que el fenómeno hikikomori es tanto un problema de salud mental real como una proyección del pánico moral que provoca entre las angosturas de la rectitud japonesa el abandono de los compromisos sociales de uno.

Videojuegos

De ahí llegamos a nuestra segunda clave trágica: la boyante industria japonesa del ocio digital es un reflejo del propio archipiélago del este asiático, pero no más de lo que el resto de la sociedad nipona lo es de los propios videojuegos. Punta de lanza del soft power japonés, junto con la gastronomía y la industria del anime, la esfera vídeo lúdica es quizá la que tiene un agarre más sólido en la cultura global y la que más dinero mueve cada año.

Además de una vía para el tipo de relaciones parasociales que revolotean alrededor del concepto de hikikomori, los videojuegos son la inspiración clara de las retorcidas pruebas que condimentan la trama de Alice in Borderland. Todavía más si cabe, en esta segunda entrega, los juegos a los que se someten los protagonistas —incluso cuando están inspirados en pasatiempos tradicionales, como el ajedrez— tienen asimilado ese pathos tan propio de la competición en videoconsolas. La burbuja del juego digital ha puesto en contacto al resto del mundo con los nutritivos códigos culturales de Japón, pero también reproduce las visiones más particularmente sexistas de lo otaku y la cultura del trabajo de su industria, en ocasiones, insostenible y abusiva.

Suicidio

Tratándose de una serie que versa sobre mortíferos juegos, quizá el espectador espere que la mayoría de los personajes perezcan durante las pruebas propiamente dichas. Sin embargo, Alice in Borderland hace una representación profusa del suicidio. La obcecación histórica del país con el suicidio como tradición honorable, que alcanza hasta la muerte ritual del literato Yukio Mishima en 1970, se filtra por las grietas de la trama, donde no es raro ver a personajes que acaban con sus propias vidas por orgullo o entereza.

La nueva temporada de la serie de Netflix recoge la problemática importancia del suicidio en Japón en todos los términos: tanto en forma de historias pasadas, que dan denso background a los protagonistas, como en el cuerpo de personajes secundarios, que se matan por decenas antes, durante y después de las pruebas. En cifras: en 2021, unas 4.000 personas se suicidaron en España; en Japón, fueron más de 21.000.

Apocalipsis

El 6 de agosto de 1945, fatídico día de la explosión de las bombas atómicas, nació un negociado de la cultura japonesa marcado por una pulsión apocalíptica que no ha dejado de crecer. Las fantasías de hecatombe han sido una constante en la producción simbólica del país desde entonces, retroalimentadas por el nacimiento del género cinematográfico de los kaiju, inaugurado por la Godzilla de 1954; los animes posapocalípticos, que arrancaron con Space Battleship Yamato, y los prolíficos cruces entre ambas corrientes, con la serie Neon Genesis Evangelion como exponente de más éxito.

placeholder Una imagen de Tokio desierta en 'Alice in Borderland'. (Netflix)
Una imagen de Tokio desierta en 'Alice in Borderland'. (Netflix)

La premisa de Alice in Borderland responde a esa misma fascinación por las imágenes de ciudades en ruinas, desiertas y vueltas del revés. En el caso de la serie, la debacle de Tokio se construye a partir de omisiones, silencios y vacíos clamorosos. Además, explicando los momentos previos al incidente, esta segunda temporada carga de sentido los espacios urbanos que los espectadores ya nos hemos acostumbrado a ver despoblados. En ese entumecimiento nuestro ante lo excepcional hay también un discurso.

Naturaleza

La nueva entrega de Alice in Borderland ofrece una última clave para descodificar el Japón contemporáneo que, en cierto modo, desdice la anterior. Casi desde el mismo momento del holocausto de Hiroshima y Nagasaki, ha convivido con la pulsión apocalíptica del país, una querencia nostálgica por lo rural, los paisajes naturales y otros suvenires del modo de vida tradicional que muchos japoneses dejaron atrás durante el milagro económico de la segunda mitad del siglo XX.

placeholder Dos de los protagonistas de 'Alice in Borderland', en un momento de la serie. (Netflix)
Dos de los protagonistas de 'Alice in Borderland', en un momento de la serie. (Netflix)

Acentuado después de la explosión de la burbuja financiera del país, hacia 1990, este sentimiento arraiga en lo más profundo de la identidad nacional nipona: la flor del cerezo, sakura, ha sido durante siglos un popular símbolo de la belleza trágica de lo efímero en su cultura. Las imágenes de naturaleza de esta segunda temporada de Alice in Borderland, que explora más a conciencia el misterioso bosque que se extiende allende la ciudad, conectan con ese estado mental que asocia lo rústico a un bienestar largo tiempo desaparecido.

Durante décadas, el mantra del furusato (el hogar ancestral) operó en la cultura japonesa como un proyecto político que buscaba manipular la añoranza sentida por los ciudadanos tras el éxodo campesino. Bajo ello, la rampante economía nacional enmascaró el verdadero precio de la modernidad y la responsabilidad humana sobre los cambios ecológicos que experimentó Japón desde la Segunda Guerra Mundial. Al mismo tiempo, estos paisajes híbridos entre la megalópolis y el campo regalan a la segunda entrega de la serie de Netflix algunos de sus momentos más hermosos. Vistas monumentales como las que solo puede conceder un mundo en ruinas.

Seguro que hay quien piensa que Alice in Borderland es posterior a El juego del calamar. Y no es para menos: ni siquiera la cuarta temporada de Stranger Things, que parecía poderlo todo en su estreno, fue capaz de superar las desorbitadas cifras del fenómeno surcoreano de Netflix. No obstante, esta homóloga japonesa de la serie de los enmascarados —más juvenil, menos pintoresca y con una segunda temporada recién lanzada— se estrenó en realidad un año antes, suscribiéndose a una tradición que no inventaron ni una ni otra: la de las ficciones sobre juegos a vida o muerte.

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