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Historia de un pufo: cómo detectar una empresa casposa disfrazada de tecnológica
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Los maestros del 'bullshit'

Historia de un pufo: cómo detectar una empresa casposa disfrazada de tecnológica

Las llaman 'start-ups' tecnológicas pero no lo son. Son el producto de emprendedores e inversores sin escrúpulos convencidos de ser un cruce entre Steve Jobs y James Bond

Foto: Adam Neumann, cofundador de WeWork, uno de los grandes ejemplos de 'pufo' tecnológico. (Reuters)
Adam Neumann, cofundador de WeWork, uno de los grandes ejemplos de 'pufo' tecnológico. (Reuters)
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En 2017, la empresa de alquiler de oficinas WeWork levantó una ronda de inversión de 4.400 millones de dólares del fondo de inversión tecnológico japonés Softbank. WeWork llegó a abrir 756 oficinas en 38 países, pero todo colapsó cuando estaba a punto de salir a bolsa. ¿Cómo una empresa de un sector tan denostado como el inmobiliario se hizo pasar por una atractiva tecnológica? La historia es tan absurdamente increíble que hasta ha merecido una serie de AppleTV+ llamada WeCrashed.

Si el único afectado hubiera sido Softbank podríamos echarle toda la culpa al fundador de WeWork, Adam Neumann, y considerarlo un genio del fraude, pero allí invirtieron varios de los fondos de inversión más reputados del mundo un total de 20 mil millones. Ante la obviedad del pufo surge la duda: ¿fueron los inversores víctimas de un fraude o cómplices colaboradores? Hay casos, como en el timo de la estampita, donde uno acaba cayendo en la trampa precisamente al intentar estafar a su vez.

Foto: (Getty Images) Opinión

Desentrañar la madeja que convierte empresas tradicionales en modernas tecnológicas con valoraciones de muchos millones requiere detenerse en lo que hace milagrosamente único el mundo de las 'start-ups' tecnológicas, un lugar donde pequeñas empresas en pocos años se pueden convertir en gigantes, revolucionar mercados y volverse ridículamente rentables. Ante una promesa de tal calibre no tiene sentido valorar una empresa tecnológica en sus inicios de la manera clásica, es decir, por su facturación, beneficios o activos. Todo lo contrario: las 'start-ups' se valoran en base a sus expectativas de éxito.

placeholder Imagen: Reuters.
Imagen: Reuters.

Cuando las expectativas son más importantes que la realidad, tenemos un terreno extremadamente fértil para el engaño. Hacer tecnología, escalarla y capturar un buen trozo de mercado es algo terriblemente difícil. Sin embargo, generar expectativas es asombrosamente fácil y está al alcance de cualquiera. Uno siente la tentación de juzgar duramente a Neumann, pero seamos francos, los vendedores de crecepelo siempre han existido y nunca han llegado demasiado lejos. El elemento que hizo posible una historia como la de WeWork no fue la avaricia de su fundador, sino la de los fondos y su ecosistema que en ocasiones estimula, blanquea y potencia a los vendedores de humo. Neumann no hizo nada que no hayan hecho muchos reputados emprendedores de éxito que han levantado castillos de naipes, la diferencia es que el suyo se derrumbó en el peor momento.

Uno pensaría que los fondos de inversión solo tienen la confianza para decidirse a apostar decenas, cientos o miles de millones al futuro de una 'start-up' tras sesudos análisis. Uno también esperaría que el emprendedor generase confianza y credibilidad explicando las ventajas competitivas de las que dispone, mostrase el prototipo de una tecnología revolucionaria, una cuota de mercado pequeña pero en crecimiento o un equipo con un historial brillante. En definitiva, que explicase por qué precisamente él y por qué precisamente su 'start-up' se merecen la inversión. Y algunos fondos valoran eso, pero algunos otros no.

No es extraño. Por un lado, la habilidad clave de un inversor es captar fondos para su vehículo, no su conocimiento de la tecnología. Por otro lado, oportunidades objetivamente buenas y emprendedores con un buen historial escasean. El problema es que los fondos tienen mandatos de inversión en un tiempo limitado, deben gastarse el dinero, tienen prisa por contrato. Cuando hay más dinero que buenas oportunidades toca bajar el listón de la exigencia.

placeholder Marc Andreessen, fundador de la empresa de capital riesgo Andreessen Horowitz, una de las principales de Silicon Valley. (Reuters)
Marc Andreessen, fundador de la empresa de capital riesgo Andreessen Horowitz, una de las principales de Silicon Valley. (Reuters)

Para aumentar el número de empresas invertidas, las VC se pasan el día explicando qué características tienen la empresas que les gustan, dónde invierten, dónde no, qué métricas miran y cómo debería ser un plan de negocio. Llamadme loco, pero si uno aspira a detectar las mejores oportunidades y que no te la cuelen, explicar tus criterios de selección es como gritar a los cuatro vientos cómo quieres ser engañado. Por supuesto, los fondos no tienen nada de tontos y lo que hacen es trazar el camino que quieren que sigan las 'start-ups', el camino que más conviene a sus intereses.

¿Y cuál es ese camino? Los fondos no invierten en una empresa 'sine die', sino que tienen periodos establecidos de desinversión, necesitan un evento de liquidez, es decir, una venta completa o nueva ronda donde alguien les compre sus participaciones. En teoría, una inversión debería ser gastada en convertir la expectativa en realidad, pero eso es extremadamente difícil y arriesgado, así que es muy tentador optar por lo fácil, usar el dinero de la inversión como un anabolizante que infle artificialmente la 'start-up' y que luzca bien de cara a la siguiente evento de liquidez.

Como los yonquis, algunas 'start-ups' en pérdidas argumentan que "se pueden quitar de la publicidad cuando quieran". No es cierto

Esto no es ningún secreto, las inversiones se buscan y se dan para crecer mucho y rápido. Una inversión permite estar en números rojos priorizando la construcción de la empresa y el aumento de la cuota de mercado por encima de la rentabilidad. Con frecuencia la única manera de ganar cuota de mercado velozmente es gastarlo en publicidad pagando por conseguir un cliente más de lo que se gana con él. Si esto se hace extremando el cuidado puede ser una buena estrategia, pero lo más probable es que distorsione las finanzas de la empresa y la vuelva adicta al gasto en publicidad. Se sube inocentemente la partida de gasto en publicidad un poco más de la cuenta, se acaban maquillando las cuentas y se convierte uno en Corleone.

Como los yonquis, algunas 'start-ups' en pérdidas argumentan que "se pueden quitar de la publicidad cuando quieran". Habitualmente, el CEO hincha el pecho y afirma con confianza que si eliminasen el gasto en publicidad serían rentables. No es cierto, los efectos de meterse publicidad en vena durante años van mucho más allá de lo que puedan decir los datos financieros e impregnan todos los niveles de una organización. El adicto a la publicidad, como el yonqui, tiene dificilísimo quitarse.

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Imagen: Reuters.

Cuando una empresa levanta ronda tras ronda y está en números rojos es imposible saber si la inversión está construyendo valor genuino proyectable al futuro o si la ronda solo crea un crecimiento ficticio que justifique la siguiente operación. Si recordamos que el valor de una 'start-up' es precisamente el tamaño de sus expectativas futuras, los más cínicos nos podrían decir que todo gasto que alimente esa expectativa es positivo. Y en cierto modo estarían diciendo la verdad, pero con ese argumento se podría justificar cualquier cosa y ese es el problema, se cae en el 'todo vale'. El resultado es que no se crea una industria tecnológica, se crea una industria manufacturera de expectativas.

Cuando el emprendedor se da cuenta de que los fondos premian la ambición desmesurada y están a la búsqueda de expectativas gigantescas, su 'pitch' deja de ser "por qué debéis creer en mi, en mi tecnología y en mi 'start-up'" y pasa a ser "sujétame el cubata, tengo un 'powerpoint' y aspiro a liderar un mercado de 100.000 millones". La generación de expectativas está muy relacionada con el tamaño del mercado al que se apunta. Definir el tamaño del mercado de una 'start-up' parece un sencillo ejercicio matemático-financiero, pero en la práctica es una paja mental triple mortal con tirabuzón

El caso de Airbnb es ilustrativo, su nombre, "air bed & breakfast", se refiere a la colchoneta de aire, la cama extra, que el anfitrión alquilaba a través de la plataforma. Airbnb ha acabado revolucionando el mercado del alojamiento compitiendo hasta con los hoteles de lujo, pero es obvio que sus fundadores no tenían esa ambición cuando decidieron llamar "colchoneta" a su proyecto.

placeholder Sam Altman, expresidente de la aceleradora de Silicon Valley YCombinator. (Reuters)
Sam Altman, expresidente de la aceleradora de Silicon Valley YCombinator. (Reuters)

Es una anécdota conocida que Sam Altman, de la archifamosa aceleradora YCombinator, corrigió a los fundadores de Airbnb y les dijo que su potencial mercado no era de millones, sino de miles de millones. ¿Les abrió los ojos Altman o simplemente estaba motivando a su participada para que generase expectativas desmesuradas? Tampoco sabemos cuántas veces Altman ha dicho "vuestro mercado es de miles de millones" a proyectos que han quedado en la cuneta. Estoy seguro que una 'start-up' de pipas tostadas entra a una reunión con Altman hablando del sector de los snacks y sale diciendo que aspira a liderar la transición proteica del cuatrillonario mercado de la nutrición mundial. Es cambiar una frase en el 'pitch' y salir de la reunión camino del jet privado.

Crear una empresa tecnológica está al alcance de unos pocos y los emprendedores con negocios tradicionales casposillos miran con envidia ese mundo de las 'start-ups' donde se atan a los perros con longanizas. Así que muchos deciden disfrazar sus empresas para que parezcan tecnológicas 'tope sexys'. Por supuesto, toman como modelo a WeWork, los grandes maestros del artificio. WeWork hacía algo tan mundano como alquilar oficinas, pero definía su servicio como "Space As A Service" tratando de imitar el famoso "Software As a Service". Ese es el tipo de 'bullshit' de primera calidad que hace salivar a los inversores. El problemilla es que esa desconexión absoluta entre realidad y promesas requiere individuos absolutamente faltos de escrúpulos. Parafraseando a Kissinger, los inversores podrían decir de ciertos emprendedores "he may be a son of a bitch, but he's our son of a bitch" (puede que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta). Luego vienen los madresmías.

Las empresas casposas disfrazadas de tecnológicas abusan del 'hype' y usan marketing extremo. Hablan de revoluciones contra el 'statu quo', mencionan constantemente sus altos valores e intentan usar en su beneficio conceptos positivos como la ética o el ecologismo. Son negocios que hay en cualquier esquina: vender cremitas, seleccionar personal o instalar paneles solares, pero se venden como si hubieran inventado los viajes interestelares.

Parafraseando a Kissinger, los inversores podrían decir de ciertos emprendedores "he may be a son of a bitch, but he's our son of a bitch"

A usted le parece que fabrican trabucos, pero ellos dicen crear un sistema universal de interceptación guiado por inteligencia artificial por el que se ha interesado la NASA, la CIA y el Vaticano. Empresas que sin empacho alguno afirman ser ellas solitas todo un ecosistema. ¡Chupito! Emprendedores que consideran que crear producto es de pobres y que apuestan por generar plataformas tecnológicas mientras muestran el equivalente tecnológico a un hacha de sílex. ¡Ole tú! Es fascinante ver en redes sociales cómo personas adultas aparentemente respetables viven en una dimensión paralela donde se creen un cruce entre Steve Jobs y James Bond.

La suerte es que gracias a ese marketing superlativo impregnado de épica guerrera estos proyectos son fáciles de reconocer. Hacen mucho ruido porque a fin de cuentas uno se disfraza para dar el cante, no para pasar desapercibido. Y les funciona, tienen una presencia desproporcionada en medios porque cuentan el tipo de historia que un periodista necesita. La generación de valor auténtica es humilde y silenciosa, pero la manufactura artificial de expectativas es molestamente ruidosa.

Los inversores juegan un papel importante en la sociedad estimulando la ambición y ayudando al progreso de la sociedad. Nunca hay que renunciar a la sana ambición, pero hay que evitar que la línea que va de la realidad a las promesas se vuelva tan difusa que perdamos las referencias. Sin referencias la gente acaba pasándose al lado oscuro y, pasito a pasito, sin apenas darse cuenta, acaban degenerando. Hay que revisar los incentivos para que no terminen generando castillos de naipes que nos arrastrarán a todos en la caída. Hay que seguir soñando pero sin levantar nunca los pies del suelo.

En 2017, la empresa de alquiler de oficinas WeWork levantó una ronda de inversión de 4.400 millones de dólares del fondo de inversión tecnológico japonés Softbank. WeWork llegó a abrir 756 oficinas en 38 países, pero todo colapsó cuando estaba a punto de salir a bolsa. ¿Cómo una empresa de un sector tan denostado como el inmobiliario se hizo pasar por una atractiva tecnológica? La historia es tan absurdamente increíble que hasta ha merecido una serie de AppleTV+ llamada WeCrashed.

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