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El gran centro tecnológico español que abortamos en la Transición
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la primera 'sucursal' del mit fracasó

El gran centro tecnológico español que abortamos en la Transición

El Instituto Tecnológico para Postgraduados debía tender puentes entre la universidad y la empresa para así mejorar el desarrollo de nuestro país, pero apenas vio la luz

Foto: El Edificio 32 del MIT junto al edificio que albergó el ITP en Madrid. (Montaje: Enrique Villarino)
El Edificio 32 del MIT junto al edificio que albergó el ITP en Madrid. (Montaje: Enrique Villarino)

Esta historia comienza, como las grandes historias, en un bar. Estamos a comienzos de los años setenta y varias personas charlan alrededor de sus bebidas en un local de Madrid. “¿Por qué España compra su tecnología a Europa y EEUU si aquí hay gente igual de válida?”, se preguntan. No es un grupo cualquiera: lo forman altos cargos de empresas tan importantes como Telefónica. “¿Y si hablamos con el Instituto Tecnológico de Massachusetts y hacemos una universidad técnica aquí?”. La loca idea sale de los labios de José Luis de Guzmán, un ingeniero que había estudiado en el MIT a finales de los cincuenta.

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Así empezó el intento de crear en España una universidad pionera en Europa, avalada desde Boston, centrada en el desarrollo industrial y con el apoyo económico de las mayores empresas del país. El proyecto, bautizado como Instituto Tecnológico para Postgraduados (ITP), es hoy recordado solo por sus protagonistas, algunos de ellos ya octogenarios. Décadas después, Teknautas reconstruye esta historia a través de sus testimonios.

Es difícil encontrar un único padre del ITP. A Guzmán se suman otros exalumnos del MIT como Enrique Costa. El ministro franquista —que también ocupó el cargo de presidente de Telefónica— Antonio Barrera de Irimo es uno de sus defensores más entusiastas, junto al presidente de Seat, Juan Miguel Antoñanzas. Hasta el Banco Mundial aporta su granito de arena al ofrecer fondos para ayudar al desarrollo tecnológico de España, un aporte que termina de convencer al resto de empresas agrupadas en el Instituto Nacional de Industria (INI), que van desde la propia Seat a Endesa.

El MIT nunca había tenido una 'sucursal' y la idea era tener una subsidiaria en España que mejorara su capacidad tecnológica

¿Por qué tomar al MIT como ejemplo? El lema 'mens et manus' (mente y manos, en latín) de esta universidad experta en ingeniería resume su filosofía: desarrollar una ciencia y tecnología de alto nivel que se aplique a problemas reales. Como los impulsores del ITP temían, la universidad española estaba en esa época muy divorciada de la práctica. Un instituto privado que tendiera lazos entre la industria y la academia podía ser una solución que beneficiara, en última instancia, a la sociedad.

Dicho y hecho: en 1973, los ideólogos viajan hasta Massachusetts para reunirse con el presidente del MIT Corporation —el consejo de administración que gobierna la institución—, Howard Johnson. Guzmán y Barrera de Irimo encabezan la avanzadilla. “Estas delegaciones venían todo el rato desde medio mundo, así que el presidente me los mandó a mí sin mucho convencimiento”, recuerda por teléfono el entonces decano de la Escuela de Administración y Dirección de Empresas Sloan del MIT, William Pounds.

Pounds se reúne con ellos para dejar las cosas claras: no tienen dinero suficiente para un 'MIT español'. Esta universidad privada fundada en 1861 es experta en llevar la teoría a la práctica. Como explica hoy el profesor americano, "más de la mitad del dinero del MIT viene de las subvenciones del Gobierno, que se ofrece a comprar los resultados de la investigación". Un instituto así no sale barato, y así se lo hace saber el decano:

—Hace falta un montón de dinero para atraer a gente con talento que se quede.
—El dinero no es un problema para nosotros, tenemos el apoyo del INI, Telefónica y el Gobierno.

Las compañías del INI, Telefónica, los fondos del Banco Mundial y el Ministerio de Educación suponen apoyo más que suficiente para el ITP, una cantidad de dinero cuya cifra exacta no ha sobrevivido hasta hoy. Una cosa sí estaba clara: Guzmán y compañía tendrían el dinero necesario para el experimento.

El MIT come en el Jockey de Madrid

Estamos a 29 de octubre de 1974 y esta vez es una delegación del MIT la que visita Madrid. El grupo lo encabeza el trío formado por Johnson y Pounds junto con la persona que debía convertirse en la cabeza de la institución española, Frederick McGarry, uno de los mayores defensores del proyecto al otro lado del charco. Estos tres 'seniors' se reúnen con las empresas españolas en busca de un acuerdo. “Recuerdo buenas comidas en un club de moda llamado Jockey”, bromea Pounds. Este restaurante, por cuyas puertas pasaron desde el sah de Persia a Nixon, cerró sus puertas en 2012.

Banco de Bilbao, Campsa, Cepsa, Iberia, Renfe y Petronor son algunas de las empresas que apoyaron económicamente la iniciativa

Los acompañan tres profesores de la universidad con —entonces— menos caché: Edward Roberts, Arnoldo Hax y Donald Lessard. Su misión es desarrollar el programa con los pilares sobre los que se erigiría el ITP. “El MIT nunca había tenido una 'sucursal' fuera de EEUU y la idea era tener una subsidiaria en España que ayudara a mejorar la capacidad tecnológica del país”, comenta a Teknautas Hax, de origen chileno, en español, hoy profesor emérito del centro estadounidense. Roberts evoca la visita con emoción: “Tenía unos 30 años y recuerdo lo emocionante que era saber que íbamos a hacer algo importante”.

Una semana más tarde, el 3 de noviembre de 1974, tras varias reuniones satisfactorias, la universidad americana firma un acuerdo con el INI y Telefónica que da luz verde a la idea. El ITP iba a ser una realidad. Pero, si España iba a tener un instituto tecnológico con la filosofía del MIT… ¿qué profesores podrían estar a la altura de tamaña responsabilidad?

Los treinta del MIT

Ambas partes acuerdan enviar sucesivas promociones de estudiantes españoles al MIT —y, en menor grado, a otros centros, como la Universidad Stanford— para que beban su espíritu y obtengan allí másteres y doctorados. El dinero necesario saldría de las empresas españolas implicadas y, a su regreso, los alumnos se convertirían en los primeros profesores del ITP en Madrid.

Los primeros estudiantes españoles fruto de este acuerdo llegan a EEUU en 1974. “Eran realmente buenos y prometedores”, asegura Pounds. Entre 1974 y 1977, unos 30 alumnos pasan por la universidad afincada en Massachusetts. Ingeniería, biología, química, física... cada uno de ellos escoge el camino que más le interesa.

En 1980 se inaugura la Fundación del Instituto Tecnológico para Postgraduados, que daría pie al fallido ITP. Ese mismo año es constituida la Asociación Empresarial para la Formación Tecnológica, un total de 35 empresas que ofrecerían el apoyo económico necesario al proyecto. Banco de Bilbao, Campsa, Cepsa, Iberia, Renfe y Petronor son algunos de los nombres de la lista.

Durante esa época comienzan a volver los primeros españoles. El ITP tiene su sede en el Paseo de Juan XXIII —cerca de donde hoy se encuentra la Universidad CEU San Pablo de Madrid—. Uno de sus profesores, Eugenio Herranz, repasa el funcionamiento del instituto: "Los estudiantes hacían los proyectos de investigación que requerían las empresas, que luego podían contratar a la gente que habíamos formado si los resultados les interesaban".

El ITP no solo forma estudiantes en campos prácticos de interés industrial. También organiza conferencias con profesores del MIT de la talla de Johnson, asesorías, seminarios, reuniones... "Fue una bomba", resume Herranz.

Algunas universidades pensaron que por qué dedicar los escuálidos recursos de España a una institución extranjera

Conforme el proyecto crece, también lo hacen las críticas hacia una institución privada tan ligada a las mayores empresas del país. Hax abre el debate: "Según lo mires, a lo mejor era algo prepotente o a lo mejor era algo extraordinario".

En 1984, tan solo cuatro años después de su arranque, el ITP cuelga el cartel de cerrado. Herranz recuerda dolido el momento: "Nosotros acabamos nuestros estudios, pero fue en beneficio personal de cada uno. Ese no era el objetivo, hubiera sido mucho más bonito que hoy hubiera un ITP a imagen y semejanza del MIT". El sueño había durado apenas una década.

El último superviviente del ITP

Avanzamos varias décadas. William Pounds, ahora decano emérito, charla en la cafetería del MIT con un grupo de estudiantes españoles que, en pleno siglo XXI, ya no son tan infrecuentes en los pasillos de la universidad. La conversación avanza y al final el anciano profesor les cuenta la historia del fallido ITP:

—Fue una buena idea, pero nunca sucedió.
—No, profesor, ¡sí que sucedió!—contesta uno de los alumnos—.
—¿Cómo? ¿Qué quieres decir?

Los 30 del MIT tomaron rumbos diferentes. Algunos volvieron a la universidad para investigar, otros trabajaron para Repsol e Iberdrola. Unos pocos nunca regresaron a España. La mayoría sí. Uno de los que volvieron fue Ignacio Pérez Arriaga. “Por lo que yo sé, él es el superviviente del ITP”, concluye Pounds al otro lado del teléfono. Este doctorado en ingeniería de sistemas eléctricos había decidido continuar con el espíritu del malogrado centro.

Los estudiantes hacían los proyectos de investigación que requerían las empresas, que luego podían contratarlos si les interesaba

Arriaga descuelga el teléfono y, como el resto de entrevistados para este artículo, muestra una mezcla de sorpresa y cariño cuando se le pregunta por el ITP. El ingeniero industrial explica su maniobra: "Volví a la Universidad Pontificia Comillas, donde había estudiado, y con la misma idea creé un grupo de investigación". Por las venas de su Instituto de Investigación Tecnológica (IIT), fundado en 1984, corre la sangre de su fallecido hermano. "Continué la misma idea pero con un grupo más pequeño que, aunque tiene cien investigadores, ha hecho muchísimas cosas".

Pounds reivindica el papel del IIT como heredero del ITP. "Hizo lo que hace el MIT: consiguió contratos con el Gobierno y las empresas y estudiantes que hicieran el trabajo. Es lo que teníamos en mente, pero que yo sepa solo funcionó con una persona". Tal y como se esperaba de una simbiosis entre la universidad estadounidense y España, el trabajo de Arriaga favoreció a ambas. Por un lado, sus conocimientos sobre sistemas eléctricos modernizaron el sector energético nacional. Por el otro, este exalumno del MIT ahora da clases seis meses al año en su antigua universidad. Una tarea que compagina con breves estancias en nuestro país con el objetivo de mantener la relación entre ambas instituciones, idilio del que el grupo de investigación conjunto 'Comites' es el feliz vástago.

Todos contra el ITP: el culpable de su ruina

¿Por qué desapareció el ITP? Cada entrevistado señala un culpable, hasta el punto de que podemos decir que fue una víctima de su tiempo, concebido durante el franquismo pero nacido ya en la Transición. “Falló porque cambió el régimen político y se tomó más en serio el asunto de la investigación aplicada. Nosotros veníamos a hacer cosas en plan privado, pero nos quedamos en terreno de nadie”, opina Arriaga. Para él, uno de los clavos del ataúd llegó con la creación del Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI) en 1977, que ofreció a las empresas que mantenían al ITP una alternativa con fondos públicos para la innovación tecnológica.

Es algo inusual que requiere un montón de esfuerzos. Por eso se hace cuando no hay dudas de que será beneficioso para el MIT y para el país

Las 35 empresas que habían apoyado con entusiasmo el ITP comenzaron a ver, a comienzos de los ochenta, que los fondos públicos de investigación eran una alternativa a un instituto que no resultaba barato de mantener. Arriaga cuenta los últimos momentos de este MIT patrio: “Vimos que perdía apoyo, nos reunimos y dijimos que, antes que languidecer esperando a que lo desmontaran, lo desmontábamos nosotros. Y decidimos cancelarlo”.

Otro factor que jugó en contra de su supervivencia fue la implicación de Barrera de Irimo desde el comienzo. “Algo relacionado con el franquismo estaba mal visto, aunque en este caso no tuviera nada que ver con la política”, comenta Arriaga. Pounds considera que, una vez que los ideólogos fundadores (Guzmán, Barrera de Irimo y Antoñanzas, entre otros) salieron de la escena, los nuevos actores "no entendieron la idea en absoluto". Es en este punto cuando el ITP comienza a describirse como salido del MIT: "Yo no paraba de decir que no, que era un proyecto de España".

A la retirada de apoyos por parte del Gobierno y las empresas hay que sumar la oposición de las universidades: “Una institución de carácter privado con fondos públicos… lo veían como competencia”, explica Herranz. Conviene recordar que empresas entonces públicas como Endesa y Petronor se unieron en una asociación para aportar fondos a este centro privado, un movimiento que no estuvo exento de polémica.

Hax entiende y comparte este argumento: “Algunas universidades pensaron que por qué dedicar los escuálidos recursos que España daba al desarrollo tecnológico a una institución extranjera”. Roberts es más duro y asegura que los partidos de izquierdas se opusieron a que la industria interfiriera en la educación, algo que consideraban "impropio", y presionaron en su contra. Por una causa u otra, el ITP cayó en el olvido.

Los ITP del nuevo siglo

Contar con un centro tecnológico avalado por el MIT es un 'honor' que, según Roberts, no se da a la ligera. "Es algo ocasional, inusual y que requiere un montón de esfuerzos para salir adelante. Por eso se hace cuando no hay dudas de que será beneficioso para el MIT y para el país". El profesor prueba así cuán ambiciosa era la idea del ITP, "algo verdaderamente grande".

La oposición de las universidades y los partidos de izquierdas fueron algunos de los motivos que propiciaron la caída del ITP

España hubiera sido pionera, pero desde entonces otros lugares han atraído el interés del MIT. En 2007 se fundó en Abu Dabi (EAU) el Instituto de Ciencia y Tecnología de Masdar. En 2011, su homólogo ruso en Skolkovo. Roberts asegura que ahora están construyendo una escuela de negocios en Malasia apoyada por la industria financiera del país. También colaboran en proyectos similares en Singapur y Portugal, donde ayudan a mejorar las capacidades de las universidades y a crear nuevos centros.

“España pudo ser la primera. Miras su economía hoy y no puedes evitar pensar hasta qué punto esto habría contribuido a aumentar la fuerza de su economía de cara a la crisis, pero quién sabe”, opina Roberts. ¿Fue el ITP una oportunidad perdida? “Eso creo. Pero ya sabes, una oportunidad perdida hace 40 años...”. Deja la frase en el aire, aunque todos los entrevistados de este reportaje defienden que el ITP habría sido positivo para la España de la Transición.

Al menos los 30 del MIT no han perdido el contacto. En 1985 este grupo de exalumnos decide fundar el MIT Club of Spain, del que Guzmán, fallecido en enero de 2016, fue su primer presidente. Arriaga, Herranz y muchos otros todavía se reúnen una vez al año.

Arriaga recuerda un emotivo encuentro con McGarry, el estadounidense enamorado del proyecto, pocos meses antes de que este muriera: "'Fred estará encantado de saber que tú continuaste con esta idea', me dijo Pounds". Hax se despide citando a García Lorca: “Como decía un gran poeta tuyo, 'me duele el aire, el corazón y el sombrero' porque no pudo ser. Di que esto fue un sueño muy hermoso, algo con gran esperanza y tremendo potencial que estuvimos a punto de lograr”.

Esta historia comienza, como las grandes historias, en un bar. Estamos a comienzos de los años setenta y varias personas charlan alrededor de sus bebidas en un local de Madrid. “¿Por qué España compra su tecnología a Europa y EEUU si aquí hay gente igual de válida?”, se preguntan. No es un grupo cualquiera: lo forman altos cargos de empresas tan importantes como Telefónica. “¿Y si hablamos con el Instituto Tecnológico de Massachusetts y hacemos una universidad técnica aquí?”. La loca idea sale de los labios de José Luis de Guzmán, un ingeniero que había estudiado en el MIT a finales de los cincuenta.

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