Las primeras patentes de Monsanto están expirando: llegan los 'transgenéricos'
Aunque no es la única, sí es la más representativa: Monsanto patentó hace veinte años sus primeras variedades transgénicas. Ahora esas patentes expiran y sus desarrollos pueden ser replicados gratis
Hace ahora 20 años, la multinacional agrícola Monsanto desarrolló sus primeros cultivos genéticamente modificados. Se trataba principalmente de soja resistente al Roundup, una marca del herbicida glifosato que la propia Monsanto comercializa. Dos décadas después, esa tanda de patentes está comenzando a expirar, dando a los agricultores la oportunidad de plantar esas variedades transgénicas genéricas, algo así como los medicamentos de marca blanca que los laboratorios pueden producir una vez que son liberados de los derechos que tenían sobre ellos las farmacéuticas que los crearon.
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Se trata de una buena noticia para muchos agricultores, que podrán comprar esas semillas a menor precio y conservar gratuitamente parte de ellas para poder sembrar de nuevo al año siguiente, siempre que se trate de una variedad adecuada para ello (las semillas híbridas, tanto transgénicas como mejoradas por cruzamientos tradicionales, no son igual de productivas según se suceden las generaciones). En Estados Unidos, donde el cultivo de transgénicos encuentra menos trabas que en Europa, ya hay comerciantes de semillas independientes que están haciendo negocio gracias a la liberación de esas variedades que hasta ahora controlaba Monsanto.
La Universidad de Arkansas cuenta con un programa de mejora de variedades agrícolas que ha trabajado para replicar algunas de las variedades cuya patente ha terminado. Donald Dombek, director de ese programa, ha asegurado a la MIT Technology Review que el interés por adquirirlas es muy alto: "Estamos recibiendo llamadas de todo el país, pero aún no sabemos cómo de grande terminará siendo el negocio.
Un enorme mercado en el que competir
Su trabajo no ha sido fácil. Han necesitado varios años de trabajo cruzando distintas variedades para traspasar el gen resistente al glifosato, originario de una bacteria, a semillas de otras variedades de soja desarrolladas por la universidad. El resultado es un nuevo tipo de semilla, llamada UA5414RR, de la que la universidad ha vendido hasta el momento 2.400 sacos, a 25 dólares cada uno, sobre todo a comerciantes de semillas que las están usando para producir más. Cada uno de los sacos contiene unas 140.000 semillas, suficiente para sembrar un acre (0,4 hectáreas).
En Estados Unidos, el mercado de los OGM es lo suficientemente grande como la incentivar la competencia: el 90% de la soja que se cultiva allí ha sido genéticamente modificada para ser resistente al Roundup. Si se mide en volumen, es posiblemente el producto biotecnológico más importante de la historia. Desde luego, Monsanto no se va a quedar fuera con el fin de sus patentes: hace unos años desarrolló y pantentó una segunda generación de este tipo de cultivos, que la empresa asegura que es aún más eficaz, y una tercera está esperando la aprobación de las autoridades.
'La gente me pregunta que por qué me molesto con esta tecnología, que al fin y al cabo ya es vieja. Pero yo creo que aún se puede utilizar, así que por qué no'
Sin embargo, para muchos agricultores será un alivio poder beneficiarse de esas semillas sin tener que pasar por la caja de la multinacional: el precio de las semillas desarrolladas por la Universidad de Arkansas es la mitad del que fija Monsanto.
"La gente me pregunta que por qué me molesto con esta tecnología, que al fin y al cabo ya es vieja", explica Pengyin Chen, científico de la universidad y autor del trabajo que ha dado como resultado esa soja transgénica genérica. "Pero yo creo que aún se puede aprovechar, así que por qué no. Funciona igual, pero pagas la mitad. Creo que es bueno para los agricultores y no es una amenaza para nadie".
Las críticas a los 'transgenéricos'
Desde luego, no para el negocio de Monsanto. Las grandes empresas agrícolas se han pasado a la segunda generación de sus variedades resistentes al glifosato. Explican que la primera tenía algunos problemas que terminaban dando como resultado plantas más bajas, y que las variedades creadas por universidades de todo el país (no solo trabajan en ello en Arkansas, sino también en Kansas o Georgia entre otras) no son realmente competitivas. Algunos aseguran que incluso aunque fuesen gratuitas en vez de costar la mitad, los productores perderían dinero a causa de su menor productividad.
Pero el fin de estas patentes abre de nuevo el debate sobre la conveniencia de los transgénicos, y no solo desde el punto de vista agrícola. Algunas voces apuntan a que estos transgenéricos desarrollados por universidades y otros pequeños laboratorios son una forma de seguirle el juego a las multinacionales que los crearon, centrándose en variedades prácticamente obsoletas y dejando la iniciativa innovadora en manos de las más poderosas económicamente, de forma que no existe una competencia real.
Esas mismas voces reclaman que los transgénicos sean objeto también de investigación pública puntera, de forma que sus resultados no queden siempre en manos privadas y puedan utilizarse en beneficio de todos los ciudadanos.
Hace ahora 20 años, la multinacional agrícola Monsanto desarrolló sus primeros cultivos genéticamente modificados. Se trataba principalmente de soja resistente al Roundup, una marca del herbicida glifosato que la propia Monsanto comercializa. Dos décadas después, esa tanda de patentes está comenzando a expirar, dando a los agricultores la oportunidad de plantar esas variedades transgénicas genéricas, algo así como los medicamentos de marca blanca que los laboratorios pueden producir una vez que son liberados de los derechos que tenían sobre ellos las farmacéuticas que los crearon.
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