Confinar sin pensar en los votos: las ventajas de tener a un tecnócrata y no a un político
Todo es igual en Italia que hace un año y, al mismo tiempo, todo es absolutamente diferente. Si entonces corrían por miedo a un virus, hoy se corre por miedo al aburrimiento
Todo es igual en Italia que hace un año y, al mismo tiempo, todo es absolutamente diferente. El Gobierno de Mario Draghi ha devuelto al país a un confinamiento casi total que se parece a lo que ocurrió cuando comenzó esta larga pesadilla del covid-19. Es verdad que ahora hay algunas regiones en el centro y sur del país donde las restricciones son algo menores (semáforo naranja) y una rareza que es la isla de Cerdeña, considerada 'zona blanca', es decir libre del virus y donde se vive en total libertad.
Pero toda la zona industrial del norte, donde están las ciudades de Milán, Turín, Bolonia y Venecia, y las regiones que incluyen las ciudades de Roma y Nápoles, están en total confinamiento por ahora. Escuelas, tiendas y restaurantes cerrados. Calles desiertas. En principio, ante la nueva subida de contagios que se está produciendo, la idea del Ejecutivo es mantener estas medidas hasta el 6 de abril. La mayoría de los italianos volverán a pasar las vacaciones de Pascua encerrados en sus casas. Como pasaron las Navidades.
"Entiendo que las restricciones tendrán consecuencias en la educación de vuestros hijos, en la economía y en la salud mental de todos", dijo Draghi al anunciar los confinamientos. "Pero son necesarias para evitar que la situación empeore y se requieran medidas aún más estrictas".
Hasta aquí, las similitudes. Porque el virus se parece, sigue siendo letal, sigue siendo muy contagioso, ha matado más personas en la llamada segunda ola que en la primera, pero la visión de los ciudadanos ha cambiado. De aquellos días espectrales de marzo de 2020 en los que el silencio y la tristeza inundaron el país y la gente se desahogaba solo asomándose a las 18:00 a las ventanas a aplaudir y cantar el himno nacional, se ha pasado a una completa convivencia y pérdida de miedo al virus. Entonces no se salía de las casas por miedo a una enfermedad que era un fantasma desconocido. La calle, como siempre, explica mejor la realidad que los números.
El mismo virus, otra Italia
“Hace un año, el día antes de que empezara el primer 'lockdown' de marzo de 2020, atendimos a dos personas en toda la mañana y cerramos la peluquería a las 13:00 porque no venía nadie. Ya toda esa semana estuvimos casi vacíos porque la gente ya tenía miedo a venir a cortarse el pelo. Hoy hemos abierto a las 8:00 y estaremos abiertos hasta las 21:00. Estamos llenos. La gente, al saber que el lunes empezaba el 'lockdown', ha reservado en masa para venir a cortarse el pelo. Hemos tenido hasta que añadir una nueva silla para poder atender a todos”, me explicaba el pasado sábado 13 de marzo Andrea, peluquero de Il Cappellaio, en el barrio romano de Prati.
“No vamos a poder ir hasta la Ciudad Abandonada, está llena de gente y pasar con los caballos es imposible. Vamos a cambiar la ruta para ir por un sendero que hay menos personas hasta una balsa de agua”, explicaba el propietario de una empresa de rutas a caballos de Bracciano, pueblo a 50 kilómetros de Roma. El domingo 14 de marzo, el día previo al cierre decretado para el lunes 15, las rutas para hacer senderismo de esta zona de montaña junto a un lago estaban repleta de excursionistas.
De hecho, ese domingo, la salida y retorno de Roma se convirtieron en un atasco de coches ante la salida masiva de personas que quisieron aprovechar el último día de libertad para comer fuera.El reflejo de esa falta de miedo de los ciudadanos a contagiarse era aún más visible en los restaurantes pegados al Lago de Bracciano. Muchos de ellos incumplían la normas que obligan a que las mesas las ocupen un máximo de cuatro personas. Las aglomeraciones eran significativas, como pasó en la ciudad de Roma, con mesas con hasta 12 y 15 personas de amigos que celebraban una comida de despedida de libertad —previsiblemente de al menos tres semanas—.
“No funciona hoy bien el pago con tarjeta. Es un problema general. Ha salido tanta gente a comer fuera que están algo colapsados los terminales de pago”, explicaba el propietario del restaurante Le Papere.
Del miedo a morir al miedo a aburrirse
Ese escenario narrado en los anteriores párrafos recuerda un poco también a lo que sucedió hace un año. Entonces, cuando el Gobierno del entonces primer ministro Giuseppe Conte anunció que en tres días se iba a cerrar buena parte del norte del país (el 8 se marzo, se cerró el norte y luego el 11 todo el país) también hubo una pequeña estampida. Miles de ciudadanos se fueron en Milán a la estación de tren para regresar a sus casas de las regiones del sur. Pero si entonces corrían por miedo a un virus, hoy se corre por miedo al aburrimiento.
Aquella “huida” de ciudadanos de Milán al sur fue muy polémica. Muchos políticos y ciudadanos de la zona meridional los tacharon de egoístas y de poner en riesgo la vida de miles de personas regresando a sus casas pudiendo portar el virus. Hoy, a nadie le extraña que el fin de semana previo a un nuevo confinamiento el país sea un reguero de miles de personas aprovechando sus últimas horas de libre albedrío.
Ese es el gran cambio que se observa en los ciudadanos. Los italianos siguen aceptando las medidas preventivas que va imponiendo el Gobierno, pero el miedo al virus en las calles ha desaparecido para la mayor parte de la población. El miedo es el virus económico. Muchos restauradores y hosteleros dicen que no pueden aguantar más los cierres impuestos. Cada medida en este sentido es un nuevo mazazo a una economía muy castigada.
Ahora, el plan Draghi es el intentar desplegar una campaña de vacunación masiva en los próximos meses y ser algo más restrictivo que el Ejecutivo anterior en las medidas preventivas. Algo que puede ser polémico dentro de esta nueva gran coalición en la que hay todo tipo de partidos —de derecha e izquierda— que hasta el momento tenían visiones distintas sobre cómo equilibrar las medidas sanitarias con la protección de la economía. La tendencia con Conte era a relajar medidas restrictivas, algo que ha cambiado con la llegada de Draghi.
Pero la verdadera novedad se ha dado en la arena política. Ahora no hay oposición, salvo Fratelli d’Italia que ya ha dicho que este Gobierno no ha cambiado nada respecto al anterior, que haga que cada paso tenga un coste electoral. Hasta Matteo Salvini, muy crítico antes con los confinamientos, ha dicho que es “un último esfuerzo”. El coste electoral de todo lo que pasa se le cobrará a Draghi y Draghi no representa a ninguno de los partidos que hay en el parlamento. Se representa a él mismo y eso lo hace todo más fácil. El desgaste lo asumirá un no político que han designado para justamente hacer esto: gobernar sin tener que pensar en los votos.
Todo es igual en Italia que hace un año y, al mismo tiempo, todo es absolutamente diferente. El Gobierno de Mario Draghi ha devuelto al país a un confinamiento casi total que se parece a lo que ocurrió cuando comenzó esta larga pesadilla del covid-19. Es verdad que ahora hay algunas regiones en el centro y sur del país donde las restricciones son algo menores (semáforo naranja) y una rareza que es la isla de Cerdeña, considerada 'zona blanca', es decir libre del virus y donde se vive en total libertad.