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El problema que se le atragantará ahora al 'Mr. No' Rutte: vender el acuerdo en casa
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El caballero de los frugales

El problema que se le atragantará ahora al 'Mr. No' Rutte: vender el acuerdo en casa

A Rutte, el primer ministro holandés, le llaman "camaleón". Tiene que jugar una versión "dura" en Europa y vender la amable en Países Bajos. Vender el acuerdo va a ser complicado

Foto: El primer ministro holandés, Mark Rutte. (Reuters)
El primer ministro holandés, Mark Rutte. (Reuters)
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Vive en el mismo piso que se compró cuando terminó la carrera, con una hipoteca de unos 23.000 euros que pidió en 1999. Se mueve en una bici destartalada, en la que el manillar aguanta aún una cartera ministerial desgastada tras una década como primer ministro. Solo cuando la lluvia es demasiado fuerte opta por conducir su coche de toda la vida: un Saab azul de los noventa que tiene aparcado a las puertas de su casa, en Benoordenhout, un barrio de La Haya que comparte con vecinos de clase más bien media alta.

En su propio país, Rutte es Mark, un ciudadano más. No hace ruido al pasar por la calle, ni suele arrastrar motos policiales junto a él para su seguridad. Pero tampoco suele pasar desapercibido: a los vecinos aún les sorprende ver a una de las personas con más poder del país ir prácticamente solo (sus guardaespaldas están a la suficiente distancia como para no notarse), sonriendo y saludando con una mano, mientras se come una manzana con la otra. Incluso cuando ya no es época electoral, Rutte sabe cuándo hacer campaña: delante de las cámaras agarró la fregona y limpió el pasillo del Ministerio, donde había derramado el café, ante la atónita mirada del personal de limpieza.

Foto: Una fiesta en un balcón de Países Bajos. (Reuters)

En casa es un político cercano, que trata de mostrar que mantiene los pies en el suelo, que le preocupa el porvenir de los holandeses, que no es materialista y que no está al mando de La Haya para hacerse millonario. Tanto que, después de sacar el país de la crisis de 2010, algunos medios le instaron a gastar un poco de sus ahorros: “¿Ya es hora de comprarse un coche nuevo, no, Mark Rutte?”, le dijo el diario AD.

Esta no fue la cara del político de 53 años con el que se ha tenido que pelear Bruselas. En la UE, Rutte ha logrado construir una imagen totalmente diferente. Tanto para la prensa como algunos de sus colegas europeos, Rutte ha sido prepotente, directo, rígido, tacaño, villano, el “capitán” de los cuatro austeros, el “perro guardián” de la UE y, según el húngaro Viktor Orbán, el “tipo holandés” que ha provocado “todo el caos” durante el largo fin de semana de negociaciones.

Mr. Nee, nee, nee

A Rutte se le conoce ya como el “Mr. Nee, nee, nee”. Esa palabra fue la respuesta que dio, el pasado mayo, a un empleado de un centro de procesamiento de basura en La Haya. El hombre se coló ante las cámaras pidiéndole "por favor, no dar ese dinero" a Italia y España. Rutte dijo; “No, no, no”, puso fin a un episodio incómodo levantando el pulgar y se marchó del lugar, prometiendo “tener en cuenta” el consejo que le daba ese ciudadano.

La prudencia fiscal y el rechazo a gastar más dinero en la Unión Europea se han convertido en una máxima en Países Bajos, incluso entre algunos defensores de las ventajas del proyecto europeo. El Eurobarómetro más reciente advertía de que el 20% de los holandeses cree que la UE tiene un efecto negativo en Países Bajos. Aunque la celebración de un referéndum sobre un posible “Nexit” (versión neerlandesa del brexit) tiene en torno al 40% de apoyo, los euroescépticos que querrían dejar de ser europeos son una minoría. Esto, de todas maneras, sigue siendo un desafío para Rutte, que quiere mantener alejada la idea de cualquier debate. Por eso, y aunque es un europeo convencido y no ve una Holanda sin la UE, tiene un escenario político dividido que ha de tener siempre en cuenta.

Al calvinismo austero holandés se añade un estereotipo extendido que relaciona a los ciudadanos del sur de Europa con la “fiesta y la siesta”. La portada de un semanario holandés Elsevier Weekblad" lo representó en pleno debate sobre el paquete de ayudas. En su portada, que viene a tildar de “vagos” a españoles e italianos, representó a un hombre con bigote tomando un vino y una mujer en bikini, al sol, mientras que, en la parte superior, dos holandeses, de pelo rubio y vestidos de traje, movían una especie de “maquinaria financiera”: trabajaban para hacer funcionar la Unión Europea.

Foto: Portada de la revista conservadora holandesa EW.

El titular era “Ni un céntimo más al sur de Europa”. La idea era “desmentir las fábulas”, decía. La deuda pública de Países Bajos es más baja que la del resto, un 59,4%, pero el diario advirtió de que la deuda privada de los hogares holandeses es mucho más alta, alcanza el 241,6%, mientras que "Eurostat muestra que Italia tiene una deuda nacional del 137% y privada del 107%". Según sus cálculos, los alemanes son, de media, más pobres que los franceses o italianos, y los holandeses son "solo un poco más ricos".

Respaldar un fondo basado, en gran parte, en transferencias que no tendrán que devolverse era como cavarse su propia tumba en casa. El acuerdo actual tampoco le sirve a Rutte para defenderse ante las alas más conservadoras y euroescépticas en el país. El político liberal se ha hecho con la bandera para frenar a la ultraderecha, aunque sea adoptando a veces parte de su propio discurso antimigratorio o eurófobo. Ya le sirvió para dejar fuera, en 2017, al populista Geert Wilders, pero de cara a las elecciones del próximo marzo, los euroescépticos se le multiplican: Thierry Baudet, al frente de Foro para la Democracia (FvD), está también en la carrera, y su perfil es incluso mucho más definido que el de Wilders.

Camaleón político

El Parlamento holandés tiene 150 escaños y llegó a tener hasta 15 partidos durante estos años. Rutte lleva desde 2010 como primer ministro, pero nunca ha logrado un gobierno solo de su partido, el liberal VVD, algo que tampoco consiguieron sus predecesores en el cargo. Al menos desde la Segunda Guerra Mundial, siempre ha habido que negociar, ceder y llegar a acuerdos para formar coaliciones que permitan sobrevivir sin amenaza durante cuatro años. En el actual Ejecutivo de La Haya, que lidera Rutte, participan también los progresistas (D66), de una ideología totalmente contraria a los otros dos socios, los democristianos (CDA) y Unión Cristiana (CU). Además, los cuatro gobiernan con una mayoría muy justa, así que sus escaños son todos imprescindibles.

A esto hay que sumarle que en las elecciones provinciales celebradas el año pasado, la dinámica política volvió a dar un vuelco. El Senado, primordial para aprobar los proyectos de ley, se forma a partir de los resultados de esos comicios, y la ultraderecha de FvD no solo logró entrar al Senado, sino que arrasó en los comicios llegando a la misma altura que los liberales, lo que hizo que el gobierno perdiera la mayoría. Para poder pasar sus proyectos, el Ejecutivo tiene que llegar a acuerdos puntuales con otros partidos, una cuestión en la que Rutte puede poner en práctica sus dotes de negociador nato.

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Y es ahí donde se gana su calificativo de camaleón. Rutte no diferencia entre el color de sus socios políticos y su estrategia siempre ha sido formar las coaliciones más inimaginables. Trata de tener contentos a todos, a veces hasta a la oposición. En 2017 sentó a la mesa a los verdes y los demócratas cristianos para que gobernaran junto a los liberales, pero al final la izquierda verde no estaba dispuesta a renunciar a principios como su política migratoria. Al final, sustituyó a GroenLinks por Unión Cristiana, que poco que ver con la izquierda verde.

En su legislatura anterior, Rutte gobernó junto con los socialdemócratas (PvdA), un socio de lo más peculiar para un liberal, pero congeniaron tan bien que duraron cuatro años. Los socialista apoyaron los recortes y las medidas que pedía Bruselas para salir de la crisis, lo que les costó un batacazo electoral importante, perdiendo más de la mitad de sus escaños. En su primer Gobierno, en 2010, Rutte contó con el respaldo del ultraderechista Wilders, un euroescéptico que acabó dejándolo tirado en 2012 por los paquetes de recortes.

placeholder Rutte y Sánchez, durante la cumbre en Bruselas. (EFE)
Rutte y Sánchez, durante la cumbre en Bruselas. (EFE)

Rutte tiene alma de negociador, y sabe cuándo ceder, por eso los que lo conocen estaban seguros de que acabaría llegando a un acuerdo el pasado fin de semana, pero no sin exprimir al máximo sus intentos de “defender los intereses de los holandeses”, como ya vende el acuerdo en casa. La ultraderecha no ha esperado mucho para acribillarlo por ceder, aún con todas las cesiones que consiguió para Países Bajos. Wilders cree que Rutte “se ha arrodillado” ante sus colegas europeos y que es “una locura” haber apoyado un fondo que “tira a la basura miles de millones que debería haber gastado en Países Bajos”.

Con esta decisión, dice Wilders, Rutte ha “engañado” al ya famoso empleado del centro de procesamiento de basura, puesto que acabó diciendo “Ja” (Sí) a sus colegas europeos. “Al final, los italianos y los españoles consiguen su dinero, cientos de miles de millones en préstamos y regalos pagados por el basurero y el resto de Países Bajos”. El populista llamó a “votar para sacar a Rutte” del Gobierno, aunque antes subió a su cuenta de Twitter una foto suya en el Parlamento holandés con una declaración de intenciones: “Voy a ser el futuro primer ministro de Holanda”.

Rutte acabaría llegando a un acuerdo en Europa, pero no sin exprimir al máximo sus intentos de “defender los intereses de los holandeses”, como ya vende el acuerdo en casa

La otra gran amenaza que tiene Rutte es el partido de Baudet. El acuerdo alcanzado en Bruselas este martes es “un paso histórico en la dirección equivocada”, le afeó. La UE incurre en una redistribución de la deuda para “financiar nada menos que 750.000 millones de euros”, dijo. Tampoco cree que el primer ministro haya negociado lo suficiente porque, al final “los países del sur de Europa querían 500.000 millones en donaciones, lo que se convirtió en 390.000 millones”, así que consiguen “casi el 80% de lo que exigían” a la UE. “Una vez más, parece que Holanda es el cajero automático de la UE”, concluyó, volviendo a poner la necesidad de un “Nexit” sobre la mesa.

Presión política interna

Esta no es la primera vez que la presión política interna lleva a Rutte a tratar de frenar un acuerdo en Bruselas. Cuando en 2014, se firmó un acuerdo comercial con Ucrania (que debía ser ratificado por todos los Estados miembros para salir adelante), los holandeses se llevaron las manos a la cabeza, lo que condujo a la convocatoria de un referéndum no vinculante en el país para tomar la temperatura social. En 2016, los holandeses rechazaron el acuerdo de asociación por un 60%, lo que le puso las cosas difíciles a Rutte, en especial ante un Parlamento que exigía respetar la voluntad popular.

Al final, no fue hasta mayo de 2017 que el Senado holandés respaldó de forma definitiva el proyecto de ley que permitía ratificar el tratado de libre comercio entre la Unión Europea y Ucrania. Rutte tuvo que ponerse manos a la obra para convencer a todos los detractores de la idea. Habló uno por uno con los partidos holandeses con más influencia parlamentaria y exigió a sus homólogos europeos redactar una declaración en la que, sin cambiar el texto original del acuerdo, se comprometían a varias cuestiones que preocupaban en Holanda. Entre otros puntos, Bruselas tuvo que dejar por escrito que el acuerdo no abre la posibilidad de que Ucrania vaya a tener en el futuro un estatuto de país candidato a la adhesión a la UE, ni se obligará a los Estados miembros a “aportar garantías colectivas en seguridad y otra asistencia militar” a Kiev.

Wilders cree que Rutte “se ha arrodillado” ante sus colegas europeos y que es “una locura” haber apoyado un fondo que “tira a la basura miles de millones que debería haber gastado en Países Bajos”.

Muchos esperan que no se tenga que repetir esa historia cuando el Parlamento holandés tenga que aprobar el Fondo de Reconstrucción. Aún no hay fecha para el debate porque los diputados están ya de vacaciones, pero lo que se cuente en la Cámara de los Representantes también será vital para el futuro político del actual primer ministro.

La gestión de la pandemia le ha logrado un respaldo popular sin precedentes, y su posición en las encuestas está mejor que nunca. Sin embargo, Rutte tuvo que digerir la peor noticia personal durante la crisis del covid-19: su madre, la mujer “más importante” de su vida, falleció en una residencia de ancianos en plenas restricciones a las visitas, el pasado mayo. Cumpliendo con las medidas que él mismo había impuesto a nivel nacional, Rutte dio ejemplo y tampoco pasó con su progenitora los últimos días de su vida. Pasó con ella la última noche, lo único que permitían los protocolos, y solo hablaban por teléfono desde la ventana de su cuarto.

Foto: Un hospital en Holanda. (EFE)

Adicto a la política y un “soltero muy feliz”, como afirma él mismo, Rutte está entregado a los liberales y todas las apuestas indican que volverá a presentarse a las elecciones de marzo de 2021 en busca de su cuarto mandato. Su paso por la empresa privada, como jefe de recursos humanos de la multinacional británico-holandesa Unilever, queda ya muy lejos. Había sido presidente de los jóvenes del VVD en la universidad, pero su acceso a la política llegó realmente en 2002. Su primer sueño era ser pianista, pero al final optó por la carrera de Historia, algo que no deja de lado mientras dirige el país, puesto que da clases como profesor invitado, una vez por semana, en un centro de La Haya.

La familia de jefe del Gobierno holandés ha tenido que sobrevivir a varias tragedias. Su padre, Izaak Rutte, pasó gran parte de su vida en Indonesia, cuando esta era colonia holandesa. Durante la Segunda Guerra Mundial acabó en un campo de trabajo, retenido por los japoneses junto a su esposa, la madre de los tres hermanos mayores de Rutte. Ella murió allí, pero Izaak volvió a Países Bajos para casarse con Hermina Cornelia Dilling, la hermana pequeña de su mujer fallecida.

Ambos regresaron a las Indias Orientales Holandesas, donde tuvieron tres hijos más, pero Izaak volvió a verse en medio de un conflicto. El nacionalismo que luego logró la independencia de Indonesia se hizo con las empresas holandesas y los empresarios fueron expulsados. Sumido en la pobreza, Izaak regresó a La Haya para empezar de cero. Hoy, su hijo menor es quien corta el pastel en Holanda, y quizás, en el resto de la UE.

Vive en el mismo piso que se compró cuando terminó la carrera, con una hipoteca de unos 23.000 euros que pidió en 1999. Se mueve en una bici destartalada, en la que el manillar aguanta aún una cartera ministerial desgastada tras una década como primer ministro. Solo cuando la lluvia es demasiado fuerte opta por conducir su coche de toda la vida: un Saab azul de los noventa que tiene aparcado a las puertas de su casa, en Benoordenhout, un barrio de La Haya que comparte con vecinos de clase más bien media alta.

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