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Mucha fontanería y poco glamour: de qué va (y de qué no) la presidencia europea de España
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Pocas oportunidades para lucir

Mucha fontanería y poco glamour: de qué va (y de qué no) la presidencia europea de España

España asume la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea durante los seis próximos meses, un trabajo poco vistoso pero importante en la fontanería del club

Foto:  El ministro de Exteriores, José Manuel Albares. (EFE/Zipi Aragón)
El ministro de Exteriores, José Manuel Albares. (EFE/Zipi Aragón)
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En enero de 2010, la última vez que España asumió la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea, el club acababa de cambiar para siempre. Poco antes, el 1 de diciembre de 2009, había entrado en vigor el Tratado de Lisboa, que, entre otras cosas, creaba la figura del presidente del Consejo Europeo con el objetivo de dar un liderazgo más claro a la reunión de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión, para evitar precisamente los vaivenes de un cambio de liderazgo cada seis meses. Fue la primera presidencia de la Europa de Lisboa, el conejillo de Indias sobre el que se experimentó un nuevo funcionamiento.

Más de una década después, España vuelve a asumir la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea. Y las cosas han cambiado mucho. El Consejo es un órgano que funciona ya de forma muy independiente, y siguiendo con lo que se buscaba en Lisboa, la presidencia permanente ofrece la continuidad que el foro de los líderes necesitaba, además de limitar el poder y la capacidad de distorsión de la presidencia de turno. La presidencia rotatoria tiene todavía poderes y una influencia, pero es una sombra de lo que fue. Yendo al grano: Pedro Sánchez o su sucesor, si hay un cambio en la Moncloa no será presidente de la Unión Europea, no presidirá nada más que una reunión informal de líderes que se celebrará en Granada (España) y su papel a nivel europeo no se verá a priori muy reforzado por el hecho de que sea la presidencia española del Consejo.

Foto: La bandera de España ondea junto a la bandera de la Unión Europea. (EFE)

Para cualquier Gobierno ostentar la presidencia antes de unas elecciones se convierte en un activo. Francia también celebró sus elecciones presidenciales durante su semestre europeo y este jugó un papel importante en el debate electoral. Pero lo cierto es que existían pocas oportunidades para lucir la presidencia. No se trata de un enorme escaparate electoral, e intentar convertirlo en uno es casi tan difícil como peligroso. El trabajo es muy exigente, pero increíblemente gris y discreto. Ahora, además, el poco tiempo que hay antes de los comicios deja poco espacio para el electoralismo vinculado al semestre europeo.

En el día a día nadie notará nada. La presidencia rotatoria sigue siendo muy relevante, pero a un nivel no visible para los ciudadanos y la opinión pública: es fundamental en la fontanería del Consejo, en las negociaciones y en la búsqueda de equilibrios dentro de la institución. Los ministros españoles presidirán las distintas reuniones con sus homólogos, salvo las del Eurogrupo, que tiene su propio presidente, y el Consejo de Asuntos Exteriores, que lo preside el Alto Representante de la Unión para Política Exterior y de Seguridad, pero Sánchez, o su sucesor, no presidirá las reuniones habituales de los jefes de Estado y de Gobierno. A nivel de comunicación y estrategia política hay poco que rascar. Una presidencia rotatoria no es el material adecuado para los spin doctors.

Foto: Pedro Sanchéz, durante un encuentro con el ministro de  Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas. (EFE)

La verdadera oportunidad a nivel de imagen que tenía Sánchez para escenificar la presidencia era la cumbre informal, que se celebrará en octubre, meses después de los comicios. En esa sí que habría jugado un papel de anfitrión similar a la cumbre de la OTAN en Madrid. Casi todos los Estados miembros celebran una reunión informal de jefes de Estado y de Gobierno en su capital o en una de sus principales ciudades durante sus semestres, con la que buscan mantener ese cierto lustre que antiguamente tenía la presidencia rotatoria del Consejo. Pero son reuniones informales, es decir, en las que no se adoptan conclusiones, más debates estratégicos que cumbres clave. Francia la celebró en Versalles sacando músculo de su patrimonio, República Checa en el castillo de la capital o Rumanía en la ciudad transilvana de Sibiu. Esa será la oportunidad de Sánchez para las fotografías rodeado de líderes europeos, en el centro de la acción.

De lo que sí va la presidencia

La presidencia ha pasado de estar a la luz del día, encargada del liderazgo político de los Veintisiete, a un papel oculto a la vista de la opinión pública. Una buena presidencia es la que no se nota. Por eso tampoco se puede esperar que España sea capaz de influir enormemente en las prioridades europeas. A nivel político, esas prioridades están marcadas ya por el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, ese cargo que se inventó en 2009 precisamente para evitar los bandazos entre presidencias, quitándole a los Estados miembros la capacidad de influir de forma directa en la agenda, y el margen de maniobra para que cada presidencia impulse sus prioridades es relativamente reducido.

Lo que puede hacer España, como de hecho ya ha conseguido, es incluir algún asunto especial en la agenda, como por ejemplo es la reunión con los líderes latinoamericanos que tendrá lugar en la capital comunitaria en julio, aunque fuentes europeas explican que ese aumento del interés de los líderes y de las instituciones por América Latina lleva cocinándose varios años, también en gran parte gracias a España y el trabajo de algunos españoles en las instituciones europeas. Pero aunque muchas presidencias, especialmente aquellas que ocurren en época electoral, tienen la tentación de hacer grandes anuncios y generar la sensación de que en seis meses cambiarán el rumbo de las prioridades europeas, lo cierto es que insertar nuevas ideas en la agenda de la Unión lleva bastante más de seis meses.

La mayor influencia de la presidencia está en realidad en algo oscuro y muy desconocido para los ciudadanos y muy alejado de los focos electorales y los titulares: las negociaciones entre los ministros y los trílogos, que son las conversaciones en las que el Parlamento Europeo, el Consejo, representado por la presidencia, y la Comisión Europea se ponen de acuerdo sobre un texto final sobre una nueva norma europea. Antes, para poder representar al Consejo, la presidencia necesita poner de acuerdo a todos los ministros. Son negociaciones duras, largas, complejas, en la que la presidencia tiene que lograr representar al mismo tiempo a 27 Estados miembros con intereses muy diversos.

Foto: Pedro Sánchez y Volodímir Zelenski. (EFE/Fernando Calvo)

Y eso significa que tienes que ser un negociador creíble para el resto de tus socios. De ahí que en realidad España no vaya a tener mucho margen de maniobra para imprimir su visión sobre determinados asuntos en las conversaciones. Si el resto de países identifican que la presidencia está utilizando su posición para impulsar sus opiniones particulares respecto a un determinado dosier dejarán de confiar en ella y las negociaciones se embarrarán, paralizando el funcionamiento de toda la maquinaria. La realidad es que una presidencia se parece más a ser el árbitro en un partido de fútbol que ser el capitán o la estrella de uno de los equipos. Tu trabajo es mediar, es intentar sacar adelante dosieres, desatascar negociaciones, evitar choques y roces. Y para eso lo fundamental es que se te identifique como un mediador honesto, y no hay mediador honesto que pueda retener la confianza de todos los actores si está constantemente intentando impulsar sus prioridades.

Las presidencias ni siquiera son una labor individual. Lisboa no solamente eliminó el vaivén a nivel de liderazgo político, dando más estructura al Consejo Europeo, dándole un presidente fijo y creando el cargo de Alto Representante para Política Exterior y de Seguridad, sino que encima funcionan por tríos informales, pero importantes. Es decir, cada presidencia se encaja en un conjunto de tres presidencias (un año y medio) con una serie de objetivos compartidos y mucha coordinación entre los tres países, para evitar precisamente esos vaivenes semestrales. España comparte su trío con Bélgica, un país con el que tiene bastantes afinidades, y Hungría, el enfant terrible de la Unión Europea, alejado de la inmensa mayoría de los intereses españoles.

En un momento en el que están encima de la mesa dosieres clave, como la reforma de las reglas fiscales de la Unión Europea o la reforma del pacto migratorio, la realidad es que ostentar la presidencia supone también una limitación a la capacidad de imprimir tu visión respecto a esos asuntos, que son de absoluta prioridad para los intereses nacionales de España. La presidencia sigue siendo importante, clave para el buen funcionamiento de la Unión Europea, pero no es un potenciador de tus intereses, y ni mucho menos es una plataforma idónea para usarla en el marco de la campaña electoral.

En enero de 2010, la última vez que España asumió la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea, el club acababa de cambiar para siempre. Poco antes, el 1 de diciembre de 2009, había entrado en vigor el Tratado de Lisboa, que, entre otras cosas, creaba la figura del presidente del Consejo Europeo con el objetivo de dar un liderazgo más claro a la reunión de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión, para evitar precisamente los vaivenes de un cambio de liderazgo cada seis meses. Fue la primera presidencia de la Europa de Lisboa, el conejillo de Indias sobre el que se experimentó un nuevo funcionamiento.

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