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Aunque gane Macron, Le Pen no perderá. Esta ciudad francesa demuestra por qué
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Patada al problema

Aunque gane Macron, Le Pen no perderá. Esta ciudad francesa demuestra por qué

En la pequeña localidad de Tergnier, la ultraderecha ha crecido a la par que el desempleo, la tasa de pobreza y el hartazgo. Su alcalde considera que cinco años de Macron solo empeorarán el problema

Foto: Segunda ronda de la elecciones francesas. (EFE/EPA/Sebastien Nogier)
Segunda ronda de la elecciones francesas. (EFE/EPA/Sebastien Nogier)
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Frente al Ayuntamiento de Tergnier, dos carteles con los rostros de Emmanuel Macron y Marine Le Pen recuerdan a los ciudadanos la cita de este domingo con las urnas. Pero pocos parecen prestarle atención en esta pequeña localidad de 13.500 habitantes situada en el departamento norteño de Aisne y cuya cercanía con París (una hora y media en tren) contrasta diametralmente con el rechazo que genera la capital. "Fui a ver Versailles una vez, pero nunca más", presume la camarera de La Passerelle, una cafetería local en la que es raro escuchar a alguien hablar de política. En la primera ronda de las elecciones de Francia, el porcentaje de abstención aquí fue de más del 35%, casi 10 puntos por encima de la media nacional. Solo una cosa reina por encima del hastío electoral: el repudio al presidente.

Los vecinos de Tergnier se acaban el diccionario de sinónimos para describir a Macron: 'arrogante', 'prepotente', 'engreído', 'presuntuoso', 'bravucón', 'condescendiente', 'impertinente', 'insolente', 'orgulloso' y otros adjetivos sin traducción al español que les haga justicia. "Yo lo llamo 'le coquelet’ (el gallito)", dice la camarera mientras imita un ave de corral especialmente altiva. Una de las clientas, una señora en edad de jubilación y de voz ronca, reconoce que, aunque su rival electoral tampoco es santa de su devoción —"es de ultraderecha, eso siempre da algo de miedo"—, probablemente acabe votando por ella porque no puede ni ver al presidente. "Lo detesto", espeta mientras se toma su segunda cerveza del día. Son las 9:45 de la mañana.

A nivel nacional, Macron lleva la clara ventaja, pero nadie duda quién ganará el cara a cara entre los dos candidatos en Tergnier. En esta ‘comune’, un 42,52% de los votantes de la primera vuelta se decantaron por la candidata, un número mayor a la suma del izquierdista Jean-Luc Mélenchon (20,54%) y de Macron (17,48%). Este tipo de cifras son la norma, no la excepción, en Aisne, el departamento que dio a Le Pen sus mejores resultados tanto en 2017 como en 2022. Sin embargo, el triunfo garantizado de la ultraderechista en la localidad choca con un importante detalle: esta lleva desde 1983 gobernada por un Ayuntamiento de izquierdas. Su actual alcalde, Michel Carreu, elegido en 2020, es comunista.

En París, muchos han seguido en vilo las encuestas a lo largo de las últimas semanas y han salido tranquilizados, sabiendo que, salvo un cúmulo de errores sin precedentes en la historia de los sondeos franceses, el país rechazará en la segunda vuelta de hoy, por tercera vez en su historia, a un Le Pen. Pero quienes no son tan optimistas se fijan en el incesante crecimiento de la ultraderecha a lo largo de los últimos años, especialmente en poblaciones como Tergnier, de clase trabajadora, alejadas de la burbuja capitalina y que antaño votaban por partidos de izquierda. En esta ciudad, la candidata obtuvo seis puntos más en la primera vuelta con respecto a 2017. Éric Zemmour, un candidato todavía más extremista, logró otro 5%.

Esta tendencia apunta a que, lejos de poner fin al problema de la ultraderecha, es probable que una victoria de Macron suponga darle una nueva patada hacia adelante que haga que la bola de nieve crezca. Entrevistado por este periódico, el alcalde de Tergnier garantiza que esto es exactamente lo que ocurrirá. "Cinco años más de Macron harán que el apoyo a Le Pen y al resto de la ultraderecha crezca. No hay ninguna duda", asevera Carreau.

Foto: Ilustración: L. Martín.
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"Están hartos"

Carreau, de edad avanzada, con voz grave y mirada inquisitiva, recibe a El Confidencial en su despacho, iluminado por una gigante ventana en forma de arco desde la que se pueden ver las dos banderas que ondean frente al ayuntamiento, la francesa y la ucraniana. Al ser cuestionado por la segunda, se dice orgulloso de la gran cantidad de ayuda que la comunidad ha coordinado para apoyar a Ucrania. Asegura, incluso, que se han enviado cinco aviones llenos de ropa, medicina y bienes básicos. Los habitantes de Tergnier, afirma, destacan por su solidaridad y su resiliencia. No por nada, el eslogan de esta ciudad, destruida dos veces por los alemanes durante sendas guerras mundiales y reconstruida dos veces más, es 'La volonté de reussir', la voluntad de triunfar.

La incógnita de cómo un alcalde comunista acaba al frente de una localidad tan lepenista es resuelta rápidamente. "Lo que pasa Tergnier no es ninguna rareza", explica. La ciudad es una de tantas poblaciones de tradición obrera en el norte francés que, tras décadas sufriendo las duras consecuencias económicas y sociales de la desindustrialización, han cambiado su intención de voto a nivel nacional, antaño de preferencia socialista y comunista, hacia la ultraderecha. Sin embargo, las elecciones locales no han reflejado la misma tendencia. "Cuando voto a mi alcalde, voto a la persona", resumía la camarera de La Passerelle. Muchos de los ayuntamientos de la región gobernados por la izquierda han continuado siendo respaldados por unos votantes que responsabilizan al Gobierno central, y no al local, de sus penurias.

Lo que de por sí era un problema grave parece haber empeorado drásticamente en los últimos años. En 2008, la tasa de desempleo en Tergnier, de 15,9%, ya era una de las más altas del país. 10 años después, se situaba en el 25,1%. "En las últimas tres décadas, hemos perdido 10.000 empleos industriales. Es una catástrofe", afirma Carreau. La fundición, la fábrica de textiles, la refinería de azúcar... Prácticamente toda la industria ha abandonado la ciudad, disparando el desempleo y las tasas de pobreza. "Los votantes aquí están hartos. Han sufrido con el Partido Socialista. Han sufrido con Los Republicanos [centroderecha]. Ahora han sufrido con Macron. Votan [a Le Pen] porque ya no aguantan más", lamenta el alcalde.

Entre estos votantes, Macron es especialmente detestado. Parte de ello es por la acumulación de decepciones; otra parte es por lo que consideran como las mentiras de su campaña electoral de 2017, que prometía una revolución que, para ellos, nunca llegó; pero lo que más se le achaca es una falta absoluta de respeto. La retahíla de sinónimos de 'arrogante' que uno escucha por Tergnier para describir al mandatario es lo que más resuena de cara a las urnas. Su rival bien lo sabe. "¡Estoy harta de esta constante falta de respeto!", exclamó Le Pen el viernes durante su último mitin electoral. "Yo seré la presidenta del respeto de los franceses. ¡Sé bien que ellos desean desesperadamente ser respetados!".

Foto: Ilustración: L. Martín.
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"Macron no puede resolver este problema. No sabe representar al pueblo porque está enormemente distanciado", considera Carreau. Sin embargo, también reconoce que la izquierda francesa tiene parte de responsabilidad al no haber podido ofrecer una alternativa que una mayoría de los votantes aceptaran. "Tenemos muchas preguntas que plantearnos. Mientras no sepamos responderlas, este problema no se solucionará", admite. María, una concejala del Ayuntamiento, apunta a dos factores durante la entrevista. La primera es la gran fragmentación, con una friolera de cinco candidatos de izquierda en la primera ronda; la segunda, un racismo en constante aumento con el que todavía no saben cómo lidiar.

Antes de acabar la entrevista, el alcalde enciende un cigarro dentro de su despacho y sorprende con un último detalle: "Tengo una casa en Valdeverdeja", un municipio toledano de apenas 500 habitantes. Allí vivían sus bisabuelos españoles, que más tarde se convertirían en exiliados republicanos en Francia. Carreau regresa todos los años. "La acabé comprando por mi mujer, le encantaba ese pueblo", indica, señalando una foto de su esposa que decora su estantería. Recientemente, falleció.

"Pronto no quedará nada"

Paseando por Tergnier, uno podría olvidar que la localidad atraviesa problema alguno. Las preciosas casas fabricadas con ladrillo rojo, amarronado por décadas de historia, son acompañadas por jardines de un intensísimo verde primaveral cortado por mares blancos y amarillos de millones de margaritas y dientes de león recién florecidos. Solo el silbar de los pájaros y algún ladrido interrumpen el silencio que domina gran parte de la localidad.

"Estoy harto de traiciones", espeta un trabajador ferroviario jubilado

Sin embargo, una mirada rápida permite detectar el césped convertido en maleza en las múltiples viviendas vacías sembradas por la ciudad, así como el óxido que se abre paso inexorablemente por puertas, camionetas, talleres y fábricas abandonadas. Las vías que circunvalan la localidad sufren un importante deterioro y los negocios cerrados abundan. En una antigua tienda de moda femenina, un gran cartel anuncia, en mayúsculas, 'TOUT DOIT DISPARAÎTRE'. 'Todo debe desaparecer', una frase que suena sacada de la obra existencialista de Jean-Paul Sartre o Albert Camus, pero que es un simple equivalente al 'Liquidación total' español.

En el parque de Buttes-Chaumont, principal punto de reunión de los vecinos de Tergnier y que copia su nombre a uno de los más grandes de París, madres y abuelos observan jugar a sus hijos y nietos. Entre todos los consultados, existe un empate entre quienes votarán este domingo por Le Pen y quienes no votarán en absoluto. "Je m’en fous", una expresión francesa equivalente al "me da igual", es la más repetida. A Macron ni lo mencionan.

Un trabajador ferroviario jubilado afirma haber votado por Zemmour en la primera ronda porque "era el único que no era un político". Ahora no piensa acercarse a las urnas. "Estoy harto de traiciones", espeta. Como él, hay muchos. Las más de dos decenas de vías de tren que parten la ciudad en dos eran antes las arterias que le daban vida. Hoy, la mayoría llevan años sin usarse. Los empleos han seguido el mismo camino. En la década de 1980, SCNF, la estatal francesa de ferrocarriles y el principal empleador público del país, contaba con 1.600 trabajadores en Tergnier. Ahora, según el alcalde, solo hay 300. "Pronto no quedará nada. Privatizarán la SCNF y todos los trenes del país", vaticina el jubilado con desprecio antes de volver a ocuparse con su nieto. Dos mujeres que lo acompañan tienen claro que la única opción para frenar esta decadencia es Le Pen.

El hartazgo y la candidata parecen ir de la mano. En 2002, Jean-Marie Le Pen, fundador del Frente Nacional y patriarca de la familia destinada a traer la extrema derecha a la primera línea de la política francesa, pasó a la segunda ronda y una Francia horrorizada votó en un 82,2% en su contra. 15 años más tarde, su hija volvía a repetir su hazaña y, en esta ocasión, lograba cosechar 33,9% de los votos. Hoy, al frente de la renombrada Agrupación Nacional, la historia se repite y no existe ninguna duda de que mejorará considerablemente su resultado.

No todos en Tergnier ven con buenos ojos esta tendencia. Eveline, dueña del 'bar-tabac' Le Marlboro, uno de estos establecimientos franceses por excelencia en los que se bebe, se compra tabaco y se apuesta, se dice algo asustada al respecto. "Mi marido es marroquí y ya nos ha tocado vivir el suficiente racismo aquí", se queja. "Desde luego, no quiero que una xenófoba como ella llegue al Gobierno". Preguntada por quién votará, la propietaria se ruboriza. "Bueno, eso es un secreto", afirma. Hace años, reconocer que uno iba a votar a por Le Pen en segunda vuelta era un tabú. Hoy, en la Francia profunda, parece que lo mismo pasa con Macron.

Su marido, Noureddine, aparece de la parte trasera del local y sale a estirar las piernas fuera de la barra. Tras preguntarle por las palabras de su mujer, se encoge de hombros. A él no le tiembla el pulso lo más mínimo al afirmar que Macron debe ganar, pero espera encarecidamente que haya aprendido de sus errores para su segundo mandato. "Aquí no hay muchos racistas. Lo que hay es muchas personas que atraviesan una situación económica muy difícil y que han sido engañados por partidos que sacan beneficio del odio", asegura. "Si todos tuvieran un trabajo digno, Le Pen se quedaría sin un solo voto", sentencia mientras, a su espalda, dos recién llegados frotan esperanzados varias tarjetas rasca y gana que acaban de comprar. La suerte está echada, en Tergnier, en Francia y en la UE.

Frente al Ayuntamiento de Tergnier, dos carteles con los rostros de Emmanuel Macron y Marine Le Pen recuerdan a los ciudadanos la cita de este domingo con las urnas. Pero pocos parecen prestarle atención en esta pequeña localidad de 13.500 habitantes situada en el departamento norteño de Aisne y cuya cercanía con París (una hora y media en tren) contrasta diametralmente con el rechazo que genera la capital. "Fui a ver Versailles una vez, pero nunca más", presume la camarera de La Passerelle, una cafetería local en la que es raro escuchar a alguien hablar de política. En la primera ronda de las elecciones de Francia, el porcentaje de abstención aquí fue de más del 35%, casi 10 puntos por encima de la media nacional. Solo una cosa reina por encima del hastío electoral: el repudio al presidente.

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