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La dinastía de los chamanes renace con la pandemia
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Superar el 'long covid' con ayahuasca

La dinastía de los chamanes renace con la pandemia

En el Amazonas, familias enteras de maestros indígenas sanan a través de la ayahuasca a pacientes que ahora traen consigo los efectos —físicos y psicológicos— de la pandemia de covid

Foto: El chamán Pedro Tangoa López, durante un ritual curativo en Pucallpa, Perú. (Reuters/Sebastián Castañeda)
El chamán Pedro Tangoa López, durante un ritual curativo en Pucallpa, Perú. (Reuters/Sebastián Castañeda)

César Tangoa, uno de los patriarcas de su familia en el Amazonas peruano, ya no captura pirañas de noche. Los peces se vuelven voraces cuando te sumerges en las aguas de la laguna angosta de Yarinacocha. No importa, porque ahora se dedica a otro tipo de 'pesca': busca almas perdidas. Estamos en Ucayali, en una aldea convertida en un centro de recuperación con terapias 'chamánicas' y la ayahuasca —y otras plantas— como la herramienta para superar los traumas de siempre y también los nuevos traídos por la pandemia.

Los pacientes renacen cuando oscurece, personas que se mueven entre las sombras en busca de un tratamiento. Se arrastran como zombis desde de la hamaca; llegaron desde varios países en busca de ayuda. También de diversas partes de Perú. Gente sin suficientes recursos para hospitales privados. Hay muchos rusos, ucranianos, 'vikingos' de países del este que viajaron desde lejos. Algunos holandeses que se contonean entre indígenas shipibos.

En realidad, todos buscan "el camino", salir del "abismo". Casi todas las causas son mentales, pacientes que llegaron con esquizofrenia y otros traumas. Al caer el sol, mientras un grupo juega al voleibol en una pista improvisada, aparece una niña en una silla de ruedas que empuja su madre, entre el barro. César y los suyos también tratan problemas psicomotores.

Los ícaros

Comienza la ceremonia en la 'maloca' (cabaña). Los pacientes rodean a César en silencio, tumbados sobre la madera o incluso en tiendas de campaña montadas en el interior del 'refugio'. En un momento dado, el chamán escupe agua bañada en flores. Se impone el silencio y mandan apagar las cámaras y los focos. Solo quedan las velas de color tenue. Entonces, cada uno de los pacientes comienza su viaje guiado al ritmo de los ícaros, "cantos de sirena" sagrados. Son mujeres indígenas que parecían ocultas en la oscuridad, cubiertas con ponchos de colores y trenzas negras, que de una manera coordinada, bella, van entonando los versos. Es un coro. Cada paciente reacciona según su pasado. Vomitan, duermen, entran en trance. Al día siguiente, han expulsado a sus demonios internos.

placeholder Cesar Tangoa Lopez descansa después de una ceremonia. (Reuters/ Sebastian Castañeda)
Cesar Tangoa Lopez descansa después de una ceremonia. (Reuters/ Sebastian Castañeda)

Amanece, ha sido una noche larga. "Nosotros nos formamos toda una vida. Bajo el efecto de ayahuasca detectamos y encontramos la raíz del problema espiritual. El trauma del poscovid, pesadillas… Restablecemos su vida después de tres o cuatro ceremonias", asegura César, sentado en un tronco al lado del río.

"Además, tratamos abusos sexuales. Muchos problemas. Aquí han venido soldados después de una guerra con estrés postraumático. Hacemos trabajos no solo con ayahuasca, incluimos baños con diferentes plantas y otras plantas medicinales. Nunca para drogadicción. Es, reitero, con fines medicinales".

placeholder El chamán Douglas Tangoa descansa tras haber participado en un ritual de ayahuasca en su 'maloca' en Nueva Betania, una comunidad shipiba en el río Ucayali. (Reuters/Sebastián Castañeda)
El chamán Douglas Tangoa descansa tras haber participado en un ritual de ayahuasca en su 'maloca' en Nueva Betania, una comunidad shipiba en el río Ucayali. (Reuters/Sebastián Castañeda)

La soga de los espíritus

A 30 kilómetros el chamán Douglas Tangoa —sobrino de César— se prepara para una nueva sesión. Esta vez se celebra en su 'maloca' en la comunidad de Nueva Betania, también a orillas del río. Las paredes de madera están pintadas de azul. En una de ellas hay un grafiti con una mujer que fuma ayahuasca junto a una serpiente. Parece que la pipa hiciera bailar, hipnotizara a Ronin, la serpiente cósmica. Representa el río que marca la vida del pueblo shipibo-konibo, e indica el camino para regresar a la tierra después de la muerte. El renacer, el vínculo entre el hombre y la naturaleza. Sobre el suelo yace postrada una paciente, María, quien sufre los efectos poscovid: dolores musculares, secuelas respiratorias, cardíacas, pérdida del olfato, migrañas y dolores de cabeza. Un verdadero calvario.

"La ayahuasca para nosotros es una conexión con los espíritus. Nos preparamos y pedimos a la planta que todo salga bien, para que uno pueda ir más lejos que la visión humana. En la cultura shipiba la ayahuasca es medicinal, va inserta en nuestro ADN, nos libera. La cultivamos desde hace más de 5.000 años. Primero hay que recolectar las hojas que se cocinan con la 'soga de los espíritus'. Luego se corta la planta y se prepara, se hierve con fuego bien alto, todo un día, más de 18 horas. Somos muy pulcros con eso", explica Douglas.

placeholder El chamán de la nación shipibo Pedro Tangoa realiza un ritual de ayahuasca a un paciente que tuvo covid-19 en su 'maloca' en Yarinacocha. (Reuters/Sebastián Castañeda)
El chamán de la nación shipibo Pedro Tangoa realiza un ritual de ayahuasca a un paciente que tuvo covid-19 en su 'maloca' en Yarinacocha. (Reuters/Sebastián Castañeda)

Agua floreada, fuego, humo de tabaco, cánticos. Tras el ritual, el chamán queda tendido en el suelo, exhausto, sudoroso, sin camisa, respirando profundo. "Después de hacer el tratamiento, hay una recuperación energética. También se absorben las malas energías, por eso hay que concentrarte, para liberarse", atina a decir antes de volver a desplomarse.

Al mismo tiempo que el maestro de ceremonias se derrumba, María emerge del 'sueño'. Abandona las tinieblas, renovada. Es otra, asegura. "Vas a un hospital, pero cuando no encuentras la curación acudes a la medicina alternativa. Si no encuentras la dolencia, tienes al maestro. Hay mucho escepticismo, incluso mi padre me regaña o se mofa de mí por venir. Pero sentía el dolor y me decían que no tenía nada, sin embargo, no podía levantarme y ahora, mírame", sentencia.

placeholder Foto: Reuters/Sebastián Castañeda.
Foto: Reuters/Sebastián Castañeda.

Una dinastía de chamanes con dones especiales

Seguimos el río, 'la serpiente', hasta Pucallpa, un pueblo que emerge en mitad de la selva. En el puerto los pescadores que faenan con redes artesanales. Los porteadores descargan diversos cargamentos: ataúdes para los últimos caídos por 'la peste' la pandemia y bombonas de oxígeno. Es una parada 'pirata' donde los narcos y contrabandistas ganaron terreno y los clubes de alterne pueblan la orilla. A lo lejos puede escucharse el rugir de las motosierras en los aserraderos, el olor a serrín quemado en las fábricas artesanales de carbón. Lejos del ruido se encuentra otro 'santuario'. Allí, Pedro Tangoa, el padre de Douglas, hermano de César, baña en agua de flores a otro paciente, en la oscuridad. Parece un dragón derramando fuego. Las sombras se retiran y aparece la luz.

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Pedro es otro maestro al frente de la Escuela Superior de Medicina Tradicional Shipibo. La preparación de los chamanes lleva años y mucha disciplina. "Llevo ejerciendo 30 años. Hay que tener equilibrio mental y sobre todo una dieta que comienza desde joven ingiriendo plantas especiales. Hay además que guardar la energía, limitar las relaciones sexuales, no contaminar el cuerpo con licores o comiendo chancho [cerdo]. Lo del cerdo no es por religión; realmente con esas plantas la mezcla te puede hacer daño: salir manchas, enfermarte, caerse la piel. Con las plantas entras en una fase de purificación física y mental. Si no cumples la dieta, puedes sufrir lo que llamamos 'el castigo de las plantas", detalla.

"Los niños comienzan la preparación desde los nueve años, pero para ejercer tienen que ser más grandes, por lo menos 17 años. Es porque no están preparados para entrar a un mundo tan complejo. Cuando te enfrentas a la oscuridad, vienen demonios muy fuertes. Una lucha. Con pacientes malditos con brujería estás al filo de la muerte. Hay maestros que han fallecido, hacemos exorcismos también. Es como que si enciendes una canal de televisión y empiezas a ver diferentes canales, te adentras en el interior de la persona. Lo primero que hacemos es ver, observar de dónde salen sus problemas. Desde la raíz. Buscamos las causas", concluye.

Volvemos a la aldea de Yarinacocha. César prepara otra ceremonia, corta y hierve las plantas mientras mira al río, de color dorado iluminado por el sol poniente. Son una dinastía de chamanes con dones especiales. Lo sabe y reflexiona: "En las plantas está la solución, las respuestas".

César Tangoa, uno de los patriarcas de su familia en el Amazonas peruano, ya no captura pirañas de noche. Los peces se vuelven voraces cuando te sumerges en las aguas de la laguna angosta de Yarinacocha. No importa, porque ahora se dedica a otro tipo de 'pesca': busca almas perdidas. Estamos en Ucayali, en una aldea convertida en un centro de recuperación con terapias 'chamánicas' y la ayahuasca —y otras plantas— como la herramienta para superar los traumas de siempre y también los nuevos traídos por la pandemia.

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