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Bienvenido Mr. Blinken: el hombre con la misión más difícil del planeta
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LA MANO DERECHA DE BIDEN

Bienvenido Mr. Blinken: el hombre con la misión más difícil del planeta

El diplomático se reunió con sus contrapartes europeos para confirmar el “firme compromiso” con la Alianza Atlántica. Sobre el tablero había, sin embargo, temas espinosos

Foto: Antony Blinken, secretario de Estado de EEUU, junto a la ministra de Asuntos Exteriores de España Arancha González Laya. (Reuters)
Antony Blinken, secretario de Estado de EEUU, junto a la ministra de Asuntos Exteriores de España Arancha González Laya. (Reuters)

A finales de la Segunda Guerra Mundial, en las provincias bávaras de Alemania, un niño judío escapó de una columna de presos que se dirigía a la muerte. El niño se escondió en el bosque hasta que escuchó el rumor de un tanque. Al asomarse, vio que el tanque, en lugar de la consabida cruz de hierro, tenía una estrella blanca de cinco puntas. El niño corrió hacia el blindado, este se abrió y encima apareció un soldado negro maldiciendo con sus gafas protectoras. El menor se puso de rodillas y pronunció las tres únicas palabras que sabía en inglés: “God Bless America”.

Es una historia demasiado perfectita, como cerrada al vacío. Un escritor quizás la hubiera desechado, pero, para Antony Blinken, era la manera adecuada de presentarse al mundo como futuro secretario de Estado de EEUU. “Eso es lo que somos”, remató Blinken, al aceptar el puesto el pasado noviembre. “Eso es lo que América representa para el mundo, aunque sea de manera imperfecta”.

El diplomático transmitía así la historia de su padrastro, Samuel Pisar, superviviente del Holocausto y uno de esos elegantes hombres de mundo del siglo XX: contrabandista, académico, abogado y confidente de los presidentes de Francia y de Estados Unidos. El pequeño Blinken se mudó a París con su madre y con Pisar a la edad de nueve años, a iniciar una vida de sofisticación y colegios de élite.

Foto: Biden junto a Blinken en 2013. (Reuters)

Aun así, Samuel Pisar no fue la única influencia en el futuro secretario de Estado. La madre de Blinken, Judith, le transmitió la necesidad de hacer contactos a través del mundo de las artes; su padre biológico, Donald, también era diplomático, y su madrastra, Vera, escapada del comunismo, dedicó su vida a auxiliar a otros refugiados. Incluso podemos trazar su linaje hasta Meir Blinken, prolífico escritor en yiddish del antiguo Imperio ruso.

Con semejantes antecedentes, era imposible que Blinken no acabara ocupando el puesto que tiene. Casi hubiera sido una afrenta para la memoria de Pisar y compañía. Huelga decir que, después de París, Blinken estudió en Harvard y luego en Columbia, y que lleva más de 25 años trabajando en la alturas del Gobierno, con la excepción de los cuatro en los que Donald Trump ocupó el Despacho Oval.

La pequeña travesía por el desierto de Blinken y otros demócratas del 'establishment' no resultó tan terrible. Al salir de la Casa Blanca este fundó, junto a su compañera de gabinete Michèle Flournoy, la empresa de consultoría WestExec, bautizada en honor a la West Exective Avenue, que conecta el Ala Oeste de la Casa Blanca con el Edificio de la Oficina Ejecutiva Eisenhower, donde están varias de las ramas del Gobierno.

La puerta que no para de girar

El negocio consistía en hacer girar la puerta giratoria: por ejemplo, poniendo en contacto a empresas de Silicon Valley, como Google, con figuras del Departamento de Defensa. WestExec trabajó con Windward, una compañía israelí de inteligencia artificial, o Shield AI, que fabrica drones de vigilancia. Blinken, Flournoy y Lloyd Austin, actual secretario de Defensa, eran también socios de Pine Island’s Capital Partners, una firma de capital inversión asociada con WestExec. Las relaciones concretas entre estas dos firmas no han sido completamente aclaradas.

La razón por la que está hoy al frente de la diplmacia estadounidense, además de por su pedigrí, es que Antony Blinken lleva dos décadas en el círculo de Joe Biden. Primero como asesor cuando este estaba en el Senado (y ambos apoyaron la invasión de Iraq), más tarde en el equipo de Seguridad Nacional de Barack Obama y luego como subsecretario de Estado. Pese a sus maneras suaves, Blinken suele estar del lado de los halcones: durante la administración Obama defendió la intervención en Libia, la entrega de armas a los rebeldes sirios y el ataque saudí a Yemen.

Ahora sus tareas fundamentales son dos: la primera, como trató de sugerir con la historia tan europea de su padrastro, devolver a Estados Unidos el puesto de referencia mundial de las democracias. Restaurar esa arquitectura de 1945 que el “America First” de Donald Trump puso en cuestión, y garantizar a los traumatizados aliados europeos que Washington es su amigo y está de vuelta.

Con este objetivo llegó Blinken a Bruselas el pasado lunes. El diplomático se reunió con el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y con sus contrapartes de Francia, Alemania y Reino Unido, para confirmar el “firme compromiso” de Estados Unidos con la Alianza Atlántica. Sobre el tablero había, sin embargo, temas espinosos. La administración Biden no parece preparada para retirar todas las tropas de Afganistán para el 1 de mayo, como había prometido el expresidente Trump. Y luego está el conflicto de interés que provoca el oleoducto ruso Nord Stream 2, que suministraría energía a la UE sin pasar por Ucrania.

Foto: Vladimir Putin, presidente de Rusia. (EFE)

“El presidente Biden ha sido muy claro. Cree que el oleoducto es una mala idea, mala para Europa, mala para Estados Unidos, y finalmente contradice los propios objetivos de seguridad de la Unión Europea”, dijo Blinken el martes. Washington trata de persuadir a los europeos de que dicho oleoducto los haría más dependientes de Moscú y recortaría los ingresos de Ucrania, e incluso ha llegado a amenazar con imponer sanciones a Alemania, el principal interesado. Uno de los problemas es que ya está construido al 95% y podría ser completado en septiembre.

La segunda tarea es quizás más ambiciosa y complicada: pararle los pies a China. La toma de tierra de Blinken al respecto, el pasado viernes en Alaska, donde se encontró cara a cara con su homólogo chino, Yang Jiechi, escenificó las tensiones entre ambas potencias. Un tono muy diferente al que trató de conciliar la antigua administración Obama.

El secretario de Estado inició la conversación con un manotazo a los chinos: leyendo un listado de las acciones de Pekín que tenían muy “preocupados” a los estadounodenses. Por ejemplo, los campos de concentración para uigures en la provincia de Xinjiang, las presiones a Taiwán y Hong Kong, o los ciberataques a Estados Unidos. Una serie de “acciones [que] amenazan el orden basado en las reglas que mantienen la estabilidad global”.

placeholder Joe Biden. (EFE)
Joe Biden. (EFE)

El ministro Yang pareció ofendido con la presentación del nuevo secretario. Dado que Blinken, respondió, “ha hecho unas declaraciones bastante diferentes, mis declaraciones también serán un poco distintas”. Y lanzó una salva de acusaciones contra EEUU: desde los derechos de los negros a su tradicional imperialismo y sus acciones contra China. Blinken había hablado dos minutos. Yang despotricó durante 16.

El hecho de que este encuentro fuera grabado por las cámaras de televisión inspiró una cobertura negativa. “Para una prensa patidifusa, presenciar este intercambio fue como estar presentes en los albores de una nueva guerra fría y parecía resumir lo mal que se habían puesto las relaciones entre EEUU y China”, escribe Thomas Wright, analista del Brookings Institute. Sin embargo, dice Wright que se trató, sobre todo, de una puesta en escena de China para consumo interior. Una vez se apagaron las cámaras, ambas delegaciones se pusieron a trabajar con normalidad.

Dice Wright que la administración Biden no tiene intención de tenderle la mano a China o de aceptar los aparentes deseos chinos de comenzar desde cero: una estrategia que, probablemente, consistiría en hacer que los americanos se relajen mientras Pekín continúa sus planes expansionistas. Navegar las aguas de una rivalidad inevitable marcará, en los próximos años, la agenda de Mr. Blinken.

A finales de la Segunda Guerra Mundial, en las provincias bávaras de Alemania, un niño judío escapó de una columna de presos que se dirigía a la muerte. El niño se escondió en el bosque hasta que escuchó el rumor de un tanque. Al asomarse, vio que el tanque, en lugar de la consabida cruz de hierro, tenía una estrella blanca de cinco puntas. El niño corrió hacia el blindado, este se abrió y encima apareció un soldado negro maldiciendo con sus gafas protectoras. El menor se puso de rodillas y pronunció las tres únicas palabras que sabía en inglés: “God Bless America”.

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