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Tus fotografías con los elefantes de Tailandia esconden una historia de abuso y hormonas
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DE SUBIRSE A UN ELEFANTE A DARLE DE COMER

Tus fotografías con los elefantes de Tailandia esconden una historia de abuso y hormonas

Estos últimos años han proliferado campos de estos paquidermos promocionados como la solución a la práctica turística explotadora, pero los veterinarios se quejan de que se mantiene el maltrato

Foto: El día del Elefante en Tailandia, el 13 de junio. (Reuters)
El día del Elefante en Tailandia, el 13 de junio. (Reuters)

María montó encima de un elefante por primera y única vez un verano antes de empezar la secundaria. Lo hizo en Tailandia, en una supuesta reserva que no era más que un diminuto campo donde los paquidermos se apelotonaban. La niña y sus padres se marcharon del lugar con el recuerdo y una fotografía que mostró con orgullo a sus nuevos compañeros de clase. Hoy, casi una década después, la guarda oculta en un cajón.

En ella lucían los tres sentados encima del animal, dentro de un enorme armatoste amarrado al lomo del elefante que hacía las veces de silla. Además, encima del paquidermo, se sentaba un guía local armado con un extraño instrumento de metal. Aquel animal sagrado y símbolo de Tailandia estaba cargando con un cuarto de tonelada de peso solo para regocijo del turismo.

Foto: Botsuana levanta la prohibición de cazar elefantes en su territorio

Cuando en la universidad alguien le pregunta ahora a María por su viaje a Tailandia, evita relatar la experiencia y ofrece siempre la misma excusa. "No tenía información ni sabía que participaba en maltrato animal".

Hace unos años, una de las actividades más ofertadas por las agencias de viajes en Tailandia era montar y dar un paseo en elefante. Sin embargo, poco a poco las redes sociales y los blogs denunciaron que este tipo de turismo obligaba a los elefantes a cargar con turistas durante diez horas al día en condiciones de esclavitud, sobreexplotando a una especie protegida que cuenta apenas con 3.500 ejemplares en cautividad en el país y apenas un millar en estado salvaje.

"Hace una década, pocos se planteaban si era malo subir en un elefante", relata Pol Comaposada, fundador de la agencia de viajes en español Mundo Nómada. "Pero desde 2013, la percepción del turista cambió mucho. Ahora solicitan que no haya explotación, comenta.

¿Solución? Los santuarios de elefantes

Esta mayor conciencia del turista ha generado la proliferación de nuevos campos de elefantes que se han promocionado como la solución a la práctica turística explotadora. La labor de estos santuarios de elefantes consiste en el rescate y cuidado de animales maltratados dejando que los viajeros puedan interactuar con los animales en su hábitat natural, pero sin montar encima de ellos.

Hoy en día, estos santuarios son muy populares y muchos viajeros occidentales concienciados los visitan. Pero ¿realmente son lugares donde no exista maltrato animal ni ánimo de lucro? Hay división de opiniones en Tailandia. Los veterinarios son tajantes y aseguran que toda actividad turística que emplee a elefantes es una explotación negativa para el animal.

Sin embargo, aquellos que han estado en contacto con los paquidermos comentan que no todo es blanco y negro. El elefante es uno de los símbolos nacionales de Tailandia y puede llegar a considerarse sagrado por cómo se ha visualizado en la religión. Pero en términos legales está calificado como animal de granja.

Hace 30 años se prohibió su uso forestal, lo que hizo que durante mucho tiempo fuera posible ver a algunos de estos gigantes abandonados en ciudades como Bangkok. La mayoría de los elefantes cautivos, no obstante, acabaron destinados al turismo.

Bañarse con elefantes por 70 euros

Cuando aparecieron los primeros santuarios de elefantes, su intención, afirmaban sus defensores, era dotar a los animales procedentes de la explotación de un lugar donde estar en paz. Con el objetivo de asumir los gastos —se calcula que la manutención diaria de un elefante ronda los 50 euros diarios— ofrecían a los turistas la posibilidad de visitar dichos santuarios. ¿El precio? Entre 50 y 70 euros por persona.

Foto: Un atasco en Yakarta. (Reuters)

Muchos de estos santuarios ofrecían a los visitantes opciones supuestamente no ofensivas contra los animales. Desde alimentarlos hasta bañarse con ellos y, en algunos casos, subir sobre los paquidermos de uno en uno y sin silla. Los dueños justificaban la cautividad dentro del recinto porque los elefantes allí recluidos nunca habían conocido la libertad y no estaban preparados para ello a edades muy avanzadas.

"Los santuarios deberían ser un geriátrico", comenta Toni Ródenas, cofundador de la comunidad viajera Conmochila. Él y su compañera, Carme Pellicer, se involucraron en la defensa de los animales durante su estancia en Tailandia. Tal y como afirman, su primer contacto fue cuando Carme hizo un voluntariado en el santuario ElephantsWorld, donde acabó colaborando como veterinaria.

Según relatan, ElephantsWorld —quizás el santuario más popular cerca de Bangkok— "hacía las cosas bien al principio". Sin embargo, pronto empezaron a llegar más autobuses cargados de turistas y aparecieron demasiados animales para el tamaño del parque.

Tras su experiencia como voluntaria y veterinaria involucrada en la protección animal, Carme Pellicer afirma que el hecho de que los turistas alimenten a los animales es "totalmente prescindible" y que van "demasiados". Según ella, no existía transparencia en los movimientos de los elefantes y en su rutina diaria dentro del parque. Y afirma que sería más importante educar al turista en cómo fueron maltratados los paquidermos en lugar de dejarles interactuar con ellos.

Un empresario anónimo cercano a un santuario comentó que es habitual darle a los elefantes aditivos para que tengan hambre

En el caso de los santuarios, si bien han logrado una imagen pública positiva, hay detalles que empiezan a chirriar a aquellos comprometidos con el maltrato animal. Muchos viajeros desconocen que los animales suelen estar atados durante la noche para que no deambulen fuera del recinto o, tal y como comentó un empresario anónimo cercano a un santuario, que es habitual darles a los elefantes aditivos para que tengan hambre, ya que el turista siempre quiere su foto alimentando al paquidermo.

Al principio en ElephantsWorld, explica la veterinaria, se certificaba de dónde procedía cada elefante y del lugar del cual fue rescatado. Pero tras un tiempo, con la fuerte demanda, no se sabía de dónde surgía cada animal. Incluso llegó a aparecer un bebé elefante que no encajaba con la filosofía del parque.

ONG opacas

La polémica del maltrato animal y los elefantes es conocida, ante todo, por los viajeros occidentales. Algunos guías turísticos tailandeses aún afirman que los elefantes son "animales de trabajo" y que es normal que se les saque un rendimiento.

Más preocupante es la nula transparencia de estas supuestas ONG que no suelen permitir auditorías para ver dónde va el dinero, en un país donde el modelo cooperativo no es común. Elephant Nature Park, quizás el más popular del país, no permite que se cuestione su modelo ni ofrece detalles de sus números.

"Para ser una ONG no son muy transparentes, ha de existir un ánimo de lucro", comenta el empresario Comaposada. Para él, "mantener elefantes es caro, pero lo que piden al turista es demasiado".

Foto: Museo del sexo en Tailandia. (EFE)

No obstante, considera que se ha reducido el maltrato animal notablemente y que la proliferación de los santuarios es un paso en la buena dirección. "No son la panacea, pero han generado un cambio y los elefantes están mucho mejor".

Toni Ródenas considera que son un "mal menor" a falta de una mejor solución. "No están en su hábitat natural, pero es una manera de poder mantener los elefantes que han sufrido por el turismo". ¿Cuál sería el siguiente paso? Según él, una buena opción podría ser "un santuario en el que ya ni siquiera puedas tocar al elefante ni interactuar con él, solo verlo".

María montó encima de un elefante por primera y única vez un verano antes de empezar la secundaria. Lo hizo en Tailandia, en una supuesta reserva que no era más que un diminuto campo donde los paquidermos se apelotonaban. La niña y sus padres se marcharon del lugar con el recuerdo y una fotografía que mostró con orgullo a sus nuevos compañeros de clase. Hoy, casi una década después, la guarda oculta en un cajón.

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