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El viaje de Erdogan: cómo una promesa del fútbol acabó resucitando el imperio turco
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¿QUÉ PIENSA EL PRINCIPAL LÍDER ISLAMISTA?

El viaje de Erdogan: cómo una promesa del fútbol acabó resucitando el imperio turco

Los periodistas Ilya U. Topper y Andrés Mourenza han escrito "La democracia es un tranvía", narrando el viaje que ha convertido a Erdogan en el hombre más poderoso de Turquía desde Atatürk

Foto: Tayyip Erdogan. (Reuters)
Tayyip Erdogan. (Reuters)

Erdogan siempre ha sido un tipo raro. Cuando era joven pudo fichar por el Fenerbahce y convertirse en una estrella del fútbol turco, pero su familia no le dejó. “Estudia y sé un hombre”, le dijo su padre. El mundo perdió a un gran delantero, pero ganó al primer populista islámico del siglo XXI.

El presidente de Turquía encarna el espíritu del tiempo. Los políticos elegidos democráticamente son los nuevos "salvadores" del pueblo ante un enemigo común, externo o interno, que solo puede ser combatido por un ‘hombre fuerte'. Trump, Bolsonaro, Salvini, Modi. Da igual el país o el continente. “La democracia es un tranvía. Cuando llegas a tu estación, te bajas”, dijo una vez Erdogan, sintetizando su ideología.

El niño religioso y de familia humilde que jugaba bien al fútbol se ha transformado en un líder capaz de ensombrecer la leyenda del mismísimo Ataturk, el padre de la nación moderna de Turquía. Pero, ¿qué hay detrás del auge de Tayyip Erdogan? Los periodistas Ilya U. Topper y Andrés Mourenza han escrito 'La democracia es un tranvía' (ed: Península), una biografía para desentrañar el complicado camino ideológico emprendido por Erdogan para llegar a la cúspide del poder.

Foto: Tayipp Erdogan. (Reuters)

En la década de los setenta, los gobiernos débiles en Turquía se tambaleaban ante la amenaza constante de los golpes de estado (hubo asonadas en 1960, 1971, 1980 y 1997, pero también tentativas infructuosas en 1962, 1963, 1969 y 1971). Los comunistas y los nacionalistas luchaban entre ellos, el ejército imponía su ley, las revueltas estudiantes llenaban las plazas y la corrupción era endémica. Además, el islamismo radical emergía en una sociedad muy musulmán pero oficialmente secular.

placeholder La democracia es un tranvía, por Ilya U. Topper y Andrés Mourenza. (Ed: Península)
La democracia es un tranvía, por Ilya U. Topper y Andrés Mourenza. (Ed: Península)

En medio de este caos apareció Erdogan. Si algo le diferencia de los ‘hombres fuertes’ de su tiempo, es que él es un político más pragmático y camaleónico. Gracias a eso ha conseguido sobrevivir a diversas turbulencias políticas. “En apenas unos años, Erdogan pasó de decir frases como “nosotros estamos a favor de la sharía” o la democracia es un instrumento, no el objetivo” a citar a Voltaire y defender la entrada en la Unión Europea", escriben Topper y Mourenza.

En una entrevista con ‘The New York Times’, Erdogan se justificó diciendo que “del mismo modo que el mundo ha cambiado, también yo he cambiado”. Y en Occidente lo celebraron.

A principios de los 2000, Europa y Estados Unidos empezaron a alabar a Erdogan como un "islamista moderado" frente al islamismo radical. Otra cosa eran los cables diplomáticos privados de Washington, que le definían como un hombre “arrogante y orgulloso”, poseedor de “una ambición desenfrenada” y “con rasgos autoritarios”.

La UE, ese gran aliado enemigo

Un momento clave para Erdogan fue el proceso de adhesión a la UE. Este supuso la estandarización de muchas leyes turcas a la regulación europea y le sirvió para poner la religión en el centro de la vida pública. “Turquía se islamizó gracias a la Unión Europea”, cuenta por teléfono Ilya U. Topper. Según el periodista, gracias a esto las estudiantes con velo tuvieron derecho acceso a la universidad, preservando al mismo tiempo el carácter laico del estado.

“Probablemente, Erdogan creía en todo lo que decía, en lo uno y su contrario: para él no había incongruencia entre sus postulados radicales y su versión moderada. Sin embargo, había una línea que delimitaba su ideología: estaba dispuesto a tolerar las diferencias, los puntos de vista, las dispares formas de vida, pero jamás a aceptarlas como parte intrínseca de la sociedad turca", escriben los dos periodistas en 'La democracia es un tranvía'.

A medida que pasaron los años, la tolerancia de Erdogan se fue esfumando. Turquía lidera el ránking mundial de encarcelamiento a periodistas, el sistema judicial vuelve a ser una farsa y la oposición está cada vez más silenciada. Ilya U. Topper reconoce que “la deriva autoritaria de Erdogan es muy palpable para los intelectuales”: “Antes escribías lo que querías, ahora no, porque te pueden meter en la cárcel”.

Bienvenidos al erdoganismo

La única ideología de este hombre de los mil espejos es la suya, la erdoganista: “Paso a paso, el AKP dejaba de ser esa formación conservadora, o islamodemócrata, o islamista, que había sido para convertirse cada vez más en un partido erdoganista: las ideas del líder como ideología máxima”. En el terreno político, el estado de derecho y las libertades cada año están más reprimidas.

El erdoganismo es un neotomanismo que convierte a Turquía en un país "cada vez más poderoso y seguro de sí mismo, aupado por una creciente industria armamentística, que busca su lugar en el mundo y es capaz de reclamar aquello que perdió”, concluyen los autores. En política exterior, Erdogan juega al ratón y al gato con la ambigüedad geopolítica, enemistándose y haciendo las paces al mismo tiempo con Estados Unidos y Rusia mientras amenaza a Europa con abrir el grifo migratorio.

Foto: Un simpatizante de Erdogan grita consignas tras la bandera. (Reuters)

La mitad del país odia a Erdogan y la otra mitad le ve como el líder que ha conseguido por fin reconciliar al laicismo y al islamismo. Mientras, su partido ha obligado a repetir las elecciones en Estambul por irregularidades tras la victoria opositora, al menos hasta que el pueblo vote bien.

Erdogan siempre ha sido un tipo raro. Cuando era joven pudo fichar por el Fenerbahce y convertirse en una estrella del fútbol turco, pero su familia no le dejó. “Estudia y sé un hombre”, le dijo su padre. El mundo perdió a un gran delantero, pero ganó al primer populista islámico del siglo XXI.

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