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¿Sirve la burbuja del 'fact-checking' para algo? Trump parece demostrar que no
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los medios no dan abasto

¿Sirve la burbuja del 'fact-checking' para algo? Trump parece demostrar que no

El ímpetu y los manierismos de Trump solo han ido a más. Los departamentos de verificación de EEUU cada vez tienen más trabajo respecto a las falsedades que profiere

Foto: Donald Trump. (Reuters)
Donald Trump. (Reuters)

"Conozco a este tipo de empresarios. Solo saben acelerar y acelerar, hasta que un día se estrellan", me dijo una vez un veterano inversor en referencia a Donald Trump. Esa es la impresión que muchos tienen del presidente de Estados Unidos: un acróbata que gira y gira, un jugador de póquer adicto al peligro, con una gran montaña de fichas sobre el tapete, desde la economía a la paz mundial. Por ahora los órdagos le han salido bien. Tan bien, que no deja de avergonzar a quienes llevan ya unos años prediciendo su inminente caída. Pero (una vez más): ¿hasta cuándo?

El estilo personal de Donald Trump, su ímpetu y sus manierismos solo han ido a más. Por ejemplo, en lo que se refiere a las falsedades. Los departamentos de verificación de los grandes medios ya no dan abasto. Según la contabilidad de 'The Washington Post', en los primeros 100 días de mandato Donald Trump dijo una media de cinco falsedades diarias. Un año y medio después, la media había aumentado a ocho falsedades. Luego se desbocó. En los últimos seis meses, el presidente de Estados Unidos ha alcanzado la marca de 23 falsedades diarias, y subiendo.

Foto: Donald Trump. (Reuters) Opinión

"Cuanto más tiempo pasa en su puesto, más corrupción hay para escudriñar y más siente que necesita mentir para defenderse", escribe Ryan Bort en Rolling Stone. "A medida que se acerca 2020 [las elecciones presidenciales] y los congresistas demócratas continúan investigando sus finanzas, su campaña, su conducta en el puesto y más, no hay razón para creer que pronto se reconciliará con la realidad".

171 mentiras en tres días

Entre el 25 y el 27 de abril, en solo tres días, Donald Trump habría emitido 171 falsedades. Más de cincuenta diarias. Durante un mitin en Wisconsin dijo que los demócratas querían establecer el derecho a asesinar a un bebé recién nacido. "El bebé nace; la madre se reúne con el doctor. Se ocupan del bebé. Envuelven primorosamente al bebé. Luego el doctor y la madre determinan si hay que ejecutar o no al bebé", declaró en horario de máxima audiencia.

El presidente alegó que EEUU paga "casi el 100%" de los gastos de la OTAN, exageró las cifras del déficit comercial con China, Japón y la Unión Europea, mintió sobre inmigración, desempleo, impuestos o la investigación de Robert Mueller, como también certifica Politifact.

Los ejemplos están ahí, desmenuzados por los departamentos de verificación de los diferentes medios, colgados en internet, ordenados y contrastados y hasta con bonitos gráficos e infografías sofisticadas. La verificación de hechos, o 'fact checking', es una industria; la mención de estas dos palabras aumentó un 2.000% en los medios audiovisuales entre 2001 y 2012, y en los últimos años, con el auge del populismo, no hay cabecera que se precie sin este departamento. Luego surgen otras preguntas: ¿Sirve para algo denunciar este bombardeo de falsedades? ¿Se ha caído alguien del poder? ¿Hay algún votante arrepentido; alguien que se haya sentido estafado y que exija rendir cuentas al presidente por haber manipulado su sentido de la realidad?

Hay muchas razones para dudar de ello. Según la agencia Gallup, Donald Trump está ahora mismo cerca de sus máximos de popularidad: un 45% de los encuestados aprueba su gestión, el mismo número que apoyaba a Ronald Reagan a estas alturas de su primer mandato, y una cifra superior a la de Barack Obama en 2011.

¿Por qué no pasa nada?

La profusión de falsedades no hace mella en la reputación del presidente, y se han barajado varias explicaciones al respecto: la economía ruge orgullosa, expandiéndose, creando empleo, rompiendo récords bursátiles, disparando el déficit. Donald Trump sigue fiel a su estilo y a la mayoría de sus promesas, y todavía tiene frentes abiertos con margen para el éxito. Al presidente lo blindaría su prestigio.

La mentira solo sería un daño colateral, un instrumento de persuasión al servicio de un bien mayor: mentir acerca de la inmigración, por ejemplo, serviría para movilizar las fuerzas y conseguir un endurecimiento de la política migratoria. Y difamar a los demócratas una manera de mantenerlos lejos del poder. La política es muchas veces inmoral, y Trump solo estaría llevando sus reglas un poco más allá.

Foto: El presidente estadounidense, Donald Trump. (EEUU)

Otra razón es la propia psicología del votante, su programación mental básica. Morgan Marietta, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Massachusetts Lowell, afirma que las razones por las que una persona se obceca en creer algo que ha sido probado como espurio son "internas y psicológicas". "El problema no es simplemente la desinformación, en el sentido de que a la gente le iría bien si escuchase lo correcto", escribe en 'Psychology Today'.

"El problema es la proyección, en el sentido de que la gente creerá lo que quiera, escuche lo que escuche". Y añade: "¿Altera el 'fact checking' la percepción de hechos contradictorios? Por mucho que lo esperen muchos periodistas y académicos, no hay evidencia de ello". El filtro ideológico no lo ponen la CNN o Fox News. El filtro lo llevamos dentro.

El psicólogo social y profesor de la Universidad de Nueva York, Jonathan Haidt, explicó este fenómeno con una sencilla metáfora: la metáfora del jinete y el elefante. Según su planteamiento, descrito en "La mente de los justos: por qué la política y la religión dividen a la gente sensata" (Deusto), los humanos pensamos primero con la intuición, una fuerza pesada e irrefrenable, como un elefante. Subido a lomos de este poderoso paquidermo, estaría el jinete, que representa al raciocinio, encargado de buscar pretextos para justificar el movimiento del elefante.

Esta sería una condición intrínseca de nuestro "sistema operativo". Un rasgo desarrollado durante decenas de miles de años de evolución. No estaríamos diseñados para vivir en esta sociedad evolucionada y compleja, vertebrada por unos organismos grandes y enrevesados, sometida a desafíos que nos llevaría diez vidas entender, fragmentada en millones de ricas individualidades. Nuestro territorio natural serían el bosque, la caza, la supervivencia. Un ecosistema donde muchas veces no caben el matiz o la reflexión, sino la terquedad y la obediencia. Una vez elegimos a nuestra tribu, a nuestro púgil, sería dificilísimo cambiar de opinión.

Foto: Una joven consulta su móvil en Valencia. (EFE)

La política en la era de Trump sería como una de las grandes batallas del general cartaginés Aníbal; una estampida de elefantes cargando en todas direcciones, en una nube de polvo y truenos. Encima, sacudidos como una piltrafa, los departamentos de verificación de hechos mirarían en sus archivos y alcanzarían sus nítidas conclusiones, pretendiendo estar al mando de las más íntimas e incontrolables pasiones humanas.

"Conozco a este tipo de empresarios. Solo saben acelerar y acelerar, hasta que un día se estrellan", me dijo una vez un veterano inversor en referencia a Donald Trump. Esa es la impresión que muchos tienen del presidente de Estados Unidos: un acróbata que gira y gira, un jugador de póquer adicto al peligro, con una gran montaña de fichas sobre el tapete, desde la economía a la paz mundial. Por ahora los órdagos le han salido bien. Tan bien, que no deja de avergonzar a quienes llevan ya unos años prediciendo su inminente caída. Pero (una vez más): ¿hasta cuándo?

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