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"Nadie se acuerda de cómo empezó el Brexit", conversaciones desde el corazón de Londres
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"hemos perdido todos los puntos de referencia"

"Nadie se acuerda de cómo empezó el Brexit", conversaciones desde el corazón de Londres

A media hora en tren de la céntrica estación de Waterloo, Sutton es uno de los 5 distritos de los 32 que tiene el gran Londres que arrojó un resultado pro-Brexit

Foto: Protestas contra el Brexit frente al Parlamento británico. (EFE)
Protestas contra el Brexit frente al Parlamento británico. (EFE)

"¿Y sabes qué es lo peor de todo?", pausa larga, momento para que Bill se quite las gafas empañadas y les pase una servilleta a los cristales. Bill se queda unos segundos más rumiando un pensamiento espeso, grave. Sus ojos se clavan en la barra del Old Bank Pub, en Sutton, distrito al sur de Londres. Bill coge de la barra una hucha para financiar la ampliación del ICR, uno de los centros de investigación de cáncer más grandes del mundo: "Lo peor de todo es que a estas alturas de la película nadie recuerda cómo comenzó esta historia", frena el relato de nuevo, mira a la televisión donde hay una emisión de 'snooker', observa a su alrededor y señala en círculos, "hemos perdido todos los puntos de referencia, y eso es lo peor que le puede pasar a un país".

Originariamente de Sunderland, Bill es un profesor de música jubilado. Lleva cuarenta años viviendo en Sutton, pero viaja frecuentemente a Alicante donde vive su hija. Asegura que la música le "ha ablandado el cerebro", pero que no siempre fue tan "pijo". En su juventud, cuenta, trabajó como minero, por lo que sabe exactamente cómo piensa el trabajador británico: "Entiendo que esté asustado, porque creo que esta oleada de desconcierto está ocurriendo en todos los países de Europa".
En un momento dado, Bill se da la vuelta y se dirige a otro hombre que viste una camisa de cuadros con un 'poppy', un broche que emula una amapola y sirve como símbolo de distinción y memoria a los soldados anglosajones caídos en las Guerras Mundiales.

Foto: Theresa May saliendo de Downing Street. (EFE)

"¿Usted se acuerda cómo comenzó todo este lío?", le interpela Bill. Sorprendido, el señor del 'poppy' se protege sorbiendo un trago de cerveza negra y luego se encoge de hombros: "Yo lo único que quería era salir, pero salir rápido y no todo este parloteo", dice con cara huraña, como quien se queja de un dolor de espalda, "yo no quiero que me digan en Bruselas qué es lo que tenemos que hacer", remata mientras mira a Bill buscando algo de empatía. No la consigue. Bill endurece el gesto: "En Bruselas no nos iban a regular cuántas pintas nos podíamos tomar, amigo, no había tanto de lo que preocuparse". El comentario genera, sin embargo, cierta camaradería entre ambos y el señor del 'poppy' contraataca: "Si nos vamos, seguro que ningún burócrata nos regula nada; si nos quedamos, yo no lo tendría tan claro".

Funambulista May

A media hora en tren de la céntrica estación de Waterloo, Sutton es uno de los 5 distritos de los 32 que tiene el gran Londres que arrojó un resultado pro-Brexit en el referéndum de junio de 2016. El censo muestra más de un 75% de población inglesa, los precios en el mercado inmobiliario han mantenido un ápice de cordura, convirtiendo a Sutton en uno de los 10 mejores distritos para invertir en todo el país. En la High Street, además, conviven dos iconos de los que los oriundos se sienten muy orgullosos: una de las películas de la saga de Mr. Bean se rodó parcialmente en esa calle y en uno de sus pubs, el Red Lion (actualmente The Winning Post), unos jovencísimos Rolling Stones actuaban en 1963.

Ha pasado más de medio siglo de esa actuación y el Winning Post está lleno de jóvenes en una tarde de fin de semana. Unos juegan al billar, otros cantan en un karaoke. "¿El Brexit? No es un tema que me podría interesar menos", dice un muchacho con cara de niño y casi dos metros de altura, "pase lo que pase estaremos bien". Sus amigos no quieren opinar sobre el tema y prefieren hablar de los recientes partidos entre Inglaterra y España o recordar alguna anécdota en la Costa del Sol. Pero quien sí opina es Jerry, un hombre de mediana edad que estaba con la oreja pegada, brexiter convencido, Jerry cree que "no tiene sentido que una gran economía como el Reino Unido lo está pasando mal por no poder invertir sus recursos en el propio país". Su dialéctica es tan firme que nadie en el grupo se atreve a llevarle la contraria.

placeholder Un camión con un anuncio de la campaña en contra del Brexit. (EFE)
Un camión con un anuncio de la campaña en contra del Brexit. (EFE)

En otro grupo la conversación se anima más. Aparece un perfil más esquivo y cínico, hombre de negocios entrado en años y en pintas: "Seguiremos yendo a España de vacaciones, no nos preocupemos tanto, y seguiremos comprando vuestro aceite de oliva", respiro hondo y cuento hasta diez, uno de sus compadres sale al rescate: "May hace lo que puede, es una funambulista, la situación es complicada, pero confío en que todo acabará saliendo bien". Y a estas alturas, ¿qué es que salga bien? "Es imposible de saber, si lo supiera me iría a una casa de apuestas. Lo que sí es verdad es que los que votaron quedarse, siguen queriendo quedarse; sin embargo, no todos los que votaron irse de la UE quieren ahora irse, visto lo visto".

Más arrepentimiento en la calle

En esa línea va una reciente encuesta publicada por Sky News después de que May explicara su plan. Según el canal anglosajón, el 54% de los británicos, en este momento, no quieren el Brexit; el 32% prefieren irse de la UE sin acuerdo alguno; y solo el 14% apoyaría el plan que ha presentado la primera ministra. (2)

En Zizzi, un restaurante cercano, se respira un ambiente más sosegado. Una pareja joven chequea el menú y espera a que le traigan una copa de vino. La chica le muestra a su novio un video de la BBC que se ha hecho viral en el Reino Unido. Corresponde a una crónica reciente del corresponsal en Westminster, Norman Smith, donde la intérprete "ha captado la esencia del país" a la hora de traducir la crónica de Norman al lenguaje de signos. Ambos se ríen. "Los gestos confusos de la intérprete muestran la sensación de caos", asegura Louise, "la situación es enloquecida: el secretario que supuestamente negoció el tratado [Dominic Raab] dimite cuando se presenta el plan que imaginamos él habrá negociado; los que instigaron el Brexit están desdibujados y la primera ministra, que hizo campaña por el Remain, tiene ahora que pilotar una salida en la que seguramente no cree".

Uno de los camareros del restaurante, Jim, un joven de no más de 25 años, admite que cada vez se escucha menos hablar a los miembros de cada bando entre sí, "la gente se ha vuelto más cautelosa de algún modo, como si ahora el asunto fuera más en serio". Jim es uno de los arrepentidos. "Confiaba en lo que me contaban, pero me di cuenta que no me contaron toda la verdad", dice mientras seca unas copas de vino en la barra, "me gustaría tener otra oportunidad para enmendar mi equivocación". Su confesión parece un acto de contrición parecido al que vivió el periodista James O’Brien en su programa de LBC, donde un oyente que había votado Brexit se lanzó a sollozar mientras pedía perdón.

En el tren, camino al centro, una mujer con vestimenta elegante cuenta que acaba de jubilarse después de tres décadas dando clases. Con tono sereno asegura que el plan de May es el mejor, pero no porque sea bueno o malo políticamente, sino porque no contenta a nadie. "Todo el mundo dice de forma negativa que es un plan que no hace feliz a ninguna parte. Sin embargo, vista la división del país y la falta de diálogo entre las partes, considero que lo mejor que nos puede pasar es que nadie esté feliz con el acuerdo". La profesora, en los albores de su jubilación, cree que la única forma posible de rearmar el puzle británico es que ningún bando se haga enteramente con la suya, "solo asumiendo un empate que nos deje a todos con una buena cuota de frustración, podremos comenzar de nuevo".

"¿Y sabes qué es lo peor de todo?", pausa larga, momento para que Bill se quite las gafas empañadas y les pase una servilleta a los cristales. Bill se queda unos segundos más rumiando un pensamiento espeso, grave. Sus ojos se clavan en la barra del Old Bank Pub, en Sutton, distrito al sur de Londres. Bill coge de la barra una hucha para financiar la ampliación del ICR, uno de los centros de investigación de cáncer más grandes del mundo: "Lo peor de todo es que a estas alturas de la película nadie recuerda cómo comenzó esta historia", frena el relato de nuevo, mira a la televisión donde hay una emisión de 'snooker', observa a su alrededor y señala en círculos, "hemos perdido todos los puntos de referencia, y eso es lo peor que le puede pasar a un país".

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