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Historias del exilio turco en el confín del mundo: "Dicen a mis hijos que soy terrorista"
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Historias del exilio turco en el confín del mundo: "Dicen a mis hijos que soy terrorista"

Sudáfrica es la principal base en el continente del exilio gülenista. La implacable y masiva persecución del Estado continúa contra muchos de ellos en su exilio en varios países de África

Foto: El periodista turco Turkmen Terzi, en el complejo de la mezquita de Midrand. (Marcel Gascón)
El periodista turco Turkmen Terzi, en el complejo de la mezquita de Midrand. (Marcel Gascón)

Son estudiantes, periodistas, empresarios, maestros, médicos, profesores, científicos y abogados. Llegaron a Sudáfrica procedentes de su país, Turquía, de donde huyeron y donde no pueden volver. Lo perdieron todo -negocios, familias, carreras y hasta el pasaporte- después de que el presidente, Recep Tayyip Erdogan, acusara a Hizmet, el influyente movimiento islámico liderado por el clérigo moderado Fethullah Gülen al que pertenecen, de haber organizado la intentona golpista que intentó derrocarle en julio de 2016, tras la que el Gobierno de Ankara declaró un estado de emergencia bajo el que se ha detenido, despedido y obligado a huir del país a más de 150.000 personas, buena parte de ellas por su mera filiación al gülenismo.

Esta implacable y masiva persecución del Estado tiene pocos precedentes y continúa contra muchos de ellos en su exilio en Sudáfrica y otros países de África, donde su embajada no les atiende, han llegado a ser amenazados, detenidos y separados de sus mujeres e hijos y han visto cómo les expropiaban las escuelas de la red educativa que Hizmet tiene por todo el mundo para promover sus valores. “Nos detienen y nos persiguen por lo que somos, por cómo pensamos, no por lo que hayamos hecho”, dice un seguidor de Hizmet (que significa “servicio” en turco) sobre el carácter indiscriminado de los arrestos y despidos de personas relacionadas con el movimiento de Gülen, quien ha negado cualquier responsabilidad en el golpe y reta a Erdogan a presentar pruebas de su implicación.

“Estaba estudiando en la facultad de Derecho. Estaba en mi último año. Pero antes de mi examen final fue detenido”, dice un exiliado en Sudáfrica sobre su arresto en abril de 2017, casi un año después del golpe. Este joven que prefiere mantenerse en el anonimato por miedo a represalias fue condenado a 7 años y 6 meses de cárcel. Una de las pruebas en su contra que convencieron a la justicia para declararle culpable de conspirar contra el gobierno de Erdogan fue tener descargado en su teléfono móvil la aplicación de mensajería Bylock, popular entre los gülenistas y que según el Gobierno se habría utilizado en la conspiración de la que salió el golpe. Miles de personas han sido detenidas en Turquía por el simple hecho de utilizar Bylock.

Foto: Ersin Selin, excomandante del Ejército de Tierra turco, sentado en un banco de Bruselas. (Pilar Cebrián)

El otro elemento condenatorio fue haber recibido en su cuenta del Banco de Asia -una entidad cercana a Hizmet- una transferencia de su padre, un destacado dirigente del movimiento que también está exiliado. Antes de escapar del país mientras esperaba en libertad condicional que el Tribunal Supremo confirmara su condena, este estudiante de Derecho pasó once meses en la cárcel. “Las condiciones eran terribles. En 20 metros cuadrados vivíamos 11 personas. Pasé 6 meses junto a un retrete. Estaba muy sucio y éramos muchos. Yo soy joven, pero había gente de 60 y 70 años”, rememora sobre sus compañeros de presidio, entre los que había otros estudiantes, hombres de negocios y profesionales de distintos campos. “Ninguno de los que estábamos allí había hecho nada. Nuestros carceleros estaban sorprendidos porque no están acostumbrados a vigilar a gente que reza, que lee el Corán. En prisión normalmente tratan con otro tipo de gente”.

Sudáfrica es la principal base en el continente del exilio gülenista, que tiene su punto de encuentro en el país austral en la mezquita de Nizamiye. Sus cuatro agujas verticales llaman cada día la atención de miles de personas que conducen entre Johannesburgo y Pretoria. Inaugurada con fasto en 2012 después de tres años de intensas obras, este templo musulmán situado en la localidad de Midrand está inspirado arquitectónicamente en la emblemática mezquita de Selim de la antigua capital otomana de Edirne, en la parte europea de Turquía, y puede presumir de ser la mezquita más grande del África subsahariana.

Su construcción fue financiada e impulsada por el magnate inmobiliario turco Alí Katircioglu, uno de los seguidores más ricos del clérigo islámico de orientación sufí Fethullah Gülen, cuyo movimiento está integrado por hasta 4 millones de personas, según algunos cálculos, y ha sido comparado con el Opus Dei católico por las posiciones de poder que ocupan sus miembros y su vocación modernizadora en política. La primera intención del tío Alí, como le llaman con respeto sus correligionarios, era erigir la mezquita de Nizamiye en los Estados Unidos, donde Gülen se exilió de la presión kemalista en 1999 y sigue viviendo después de que el presidente Erdogan le acusara de liderar el golpe frustrado de 2016. Pero los estadounidenses no le dieron los permisos, y a sugerencia de Gülen eligió Sudáfrica, donde recibió una cálida bienvenida y la bendición de Nelson Mandela.

placeholder Imagen aérea de la mezquita de Nizamiye de noche. (M. Gascón)
Imagen aérea de la mezquita de Nizamiye de noche. (M. Gascón)

En consonancia con la naturaleza humanista y de concordia de las enseñanzas de Gülen, la mezquita de Midrand está abierta a todos. Musulmanes de todas las tendencias y sudafricanos y extranjeros ateos y de todas las religiones la visitan invitados por los entusiastas seguidores del clérigo. Después de hacer fotos o asistir en silencio a la oración, los visitantes pasan por la exposición permanente que exalta las glorias de la arquitectura y la historia otomanas. Al salir caminan hasta el bazar, una sucesión de tiendas y restaurantes donde se sirven café, té, comida y dulces otomanos y se pueden comprar alfombras, camisas y chaquetas y objetos de decoración, todo de fabricación turca.

Uno de los bares que sirve comida turca junto a la mezquita está regentado por Huseyin Ozdemir, un contable de 34 años que tenía en Turquía exitosos negocios de restauración y turismo. “Una semana después del golpe me expropiaron el hotel. Lo relacionaron con el movimiento de Gülen y se sirvieron del decreto de estado de emergencia para ejecutar la decisión”, dice Ozdemir, que está vinculado a Hizmet desde que tenía 17 años y contribuía con donaciones a las labores de educación, caridad y difusión de su mensaje que el movimiento desempeña por todo el mundo. Para evitar correr la suerte de muchos de sus compañeros de Hizmet, Ozdemir escapó de Turquía. Al llegar a Sudáfrica, donde los ciudadanos turcos no necesitan visado para ingresar, la policía llevó a cabo redadas en su casa y sus negocios. Su hermano, que trabajaba con él en la empresa de contabilidad, fue arrestado y puesto en libertad al poco tiempo. La empresa fue cerrada por las autoridades, que han abierto cinco casos contra él y difundieron su fotografía en los medios, donde se le acusó, como a todos los seguidores de Gülen, de formar parte de una organización terrorista.

“Mi mujer piensa que este movimiento es una organización terrorista. Les dicen a mis hijos que su padre es un terrorista”

El drama de Ozdemir tiene también una dimensión íntima. Su esposa es simpatizante del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan y se ha quedado en Turquía. Huseyin tiene prohibido hablar con sus hijos. “Ella piensa que este movimiento es una organización terrorista. Les dicen a mis hijos que su padre es un terrorista”, dice el empresario visiblemente afectado.

En el bar de Ozdemir toma té rojo el periodista Turkmen Terzi, que trabajó para la agencia de noticias gülenista Cihan en India y Sri Lanka y llegó a Sudáfrica como su corresponsal en 2009. En sus tiempos en los dos países asiáticos, y en sus primeros siete años en Sudáfrica, Terzi mantuvo excelentes relaciones con la embajada, y en 2013 pudo hacer una cobertura exhaustiva de la visita de Erdogan al país africano. Aliados naturales frente al 'establishment' del laicismo kemalista por su condición compartida de islamistas, la buena relación entre Erdogan y el gülenismo se truncó en 2013 al criticar el clérigo sufí la respuesta del Gobierno a las protestas ciudadanas contra el plan urbanístico de Gezi Park. En diciembre de ese mismo año, Erdogan acusó a Gülen de estar detrás del proceso abierto por corrupción contra varias personas cercanas al Gobierno, que poco después destituyó o apartó de sus cargos a centenares de jueces, fiscales y cargos policiales que supuestamente pertenecían a Hizmet, a quien desde el AKP se acusaba de estar creando un “Estado paralelo” para tomar el control de Turquía.

placeholder El presidente Erdogan a su llegada a una cumbre de los BRICS en Johannesburgo, en julio de 2018. (Reuters)
El presidente Erdogan a su llegada a una cumbre de los BRICS en Johannesburgo, en julio de 2018. (Reuters)

Pese a la ruptura entre Erdogan y Hizmet, que precipitó la intervención de medios cercanos a Hizmet como la propia Cihan, la caída en desgracia de Terzi con la embajada no se produjo hasta justo después del golpe. El periodista -que ha perdido su trabajo al tomar el Gobierno las riendas de su agencia- había sido invitado a hablar de lo ocurrido en su país en un programa de la radio pública sudafricana, en el que también participaba desde Ankara el embajador turco en Pretoria. “El embajador estaba diciendo en directo sin aportar ninguna prueba que Gülen organizó el golpe cuando la presentadora me presentó para darme paso desde el estudio. En el momento en que oyó mi nombre el embajador, que era buen amigo mío, dijo que no podía compartir espacio con alguien perteneciente a una organización terrorista que tenía las manos manchadas de sangre, y se retiró del programa”.

Desde ese momento, la embajada turca no responde a ninguna de las peticiones de Terzi y su familia para renovar pasaportes u hacer poderes notariales para gestionar sus cuentas bancarias o hacer otros trámites en Turquía, una situación que dicen sufrir también otros exiliados turcos en Sudáfrica.

Pero esta forma de persecución, puntualiza el periodista, es algo menor comparada con la que sufren sus compañeros en otros países africanos con instituciones menos sólidas y más vulnerables a las presiones del Gobierno turco, que -según medios alineados con Erdogan- ha logrado que las autoridades locales le entreguen el control de cerca de 80 escuelas de Hizmet en países como Guinea, Somalia, Sudán, Congo, Mali, Mauritania, Níger, Túnez, Senegal o Chad, donde miles de niños acudían a centros del movimiento gülenista. También siguiendo indicaciones de Ankara, otros países han clausurado las escuelas de Erdogan, y en algunos casos, como ocurrió en Gabón recientemente, maestros de esos centros han sido detenidos con la intención de ser extraditados a Turquía.

Foto: Partidarios del presidente turco Erdogan enarbolan un muñeco que pide la ejecución de Fethullah Gülen, durante una protesta en Ankara, el 17 de julio de 2016 (Reuters)

Otra de las muchas organizaciones clausuradas en Turquía después del golpe fue la Confederación Turca de Empresarios e Industriales, también vinculada a Hizmet. Conocida por el acrónimo TUSKON, la cámara gülenista agrupaba a más de 100.000 empresas y era la mayor entidad privada de este tipo en el país otomano, hasta que el gobierno comenzó a perseguir con inspecciones fiscales a sus afiliados. “Para evitar ser perseguidas, las empresas empezaron a darse de baja. La organización se fue debilitando hasta que el Gobierno la cerró por completo”, cuenta un antiguo empleado de la cámara que ha recalado en Sudáfrica. Las autoridades le anularon el pasaporte a su esposa, que trabajaba de maestra en una escuela gülenista. La joven consiguió escapar y llegar a Sudáfrica tras 14 meses separados.

El último de los refugiados en tomar la palabra es Mehmet, un recién licenciado en Ciencias Políticas que prefiere no dar su apellido y escapó del país después del golpe mientras preparaba sus oposiciones a profesor. Su universidad, como todas las que el movimiento gülenista tenía en Turquía, fue tomada por el Gobierno. “Vivía en Ankara, la capital, y muchos de mis amigos, de la gente con la que estudié y estaban trabajando para el Gobierno fueron despedidos o detenidos. Yo podía ser el próximo, por lo que decidí escapar”.

“Se dice que hay 25 millones de personas en Turquía que han pasado por instituciones de Hizmet, desde escuelas primarias hasta universidades, por lo que prácticamente todos los turcos tienen algún tipo de influencia de Hizmet”, afirma Mehmet, que achaca a la buena formación que suele caracterizar a los gülenistas como explicación a la campaña lanzada por Erdogan contra el movimiento. “La gente de Hizmet es gente preparada, con educación. Profesores, economistas, maestros, médicos. Personas que no pueden ser controladas fácilmente por el Gobierno”.

Son estudiantes, periodistas, empresarios, maestros, médicos, profesores, científicos y abogados. Llegaron a Sudáfrica procedentes de su país, Turquía, de donde huyeron y donde no pueden volver. Lo perdieron todo -negocios, familias, carreras y hasta el pasaporte- después de que el presidente, Recep Tayyip Erdogan, acusara a Hizmet, el influyente movimiento islámico liderado por el clérigo moderado Fethullah Gülen al que pertenecen, de haber organizado la intentona golpista que intentó derrocarle en julio de 2016, tras la que el Gobierno de Ankara declaró un estado de emergencia bajo el que se ha detenido, despedido y obligado a huir del país a más de 150.000 personas, buena parte de ellas por su mera filiación al gülenismo.

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