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Estas son las grietas en el muro de Europa contra la inmigración
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grecia y sus campos de refugiados al límite

Estas son las grietas en el muro de Europa contra la inmigración

La Unión Europea ha erigido en Grecia un monumento al fracaso de su política migratoria. En lo que va de año han llegado más personas atravesando el río Evros que por el Egeo

Foto: Zena, una niña siria, es ayudada por otro refugiado mientras caminan hacia el pueblo de Pythio, en Grecia, el 1 de mayo de 2018. (Reuters)
Zena, una niña siria, es ayudada por otro refugiado mientras caminan hacia el pueblo de Pythio, en Grecia, el 1 de mayo de 2018. (Reuters)

La Unión Europea ha erigido en Grecia un monumento al fracaso de su política migratoria sin que nadie, al margen del escaso ruido mediático, se haya dignado a cortar la cinta roja. El acuerdo para detener la entrada de inmigrantes y refugiados desde Turquía firmado, con Ankara en 2016, y el sistema de cuotas de refugiados que los países de la Unión debían cumplir sobre el papel dejó a las autocomplacientes autoridades de Bruselas con la sensación de que el problema quedaba resuelto.

Es cierto que las llegadas a territorio europeo han descendido, pero también que el problema humanitario está muy lejos de haber terminado. Malo es que, al abrigo de la falta de titulares, nadie se vea impelido a ponerle fin.

La guerra en Siria sigue haciendo huir por miles a sus habitantes, y ninguna disuasión por parte de las autoridades europeas les hace pensar que los peligros de las fronteras son peores que los de su tierra. Las penosas situaciones a las que se enfrentan en su camino hacia Europa son mejores que la amenaza diaria de la muerte.

El supuesto gran muro antimigratorio diseñado para el Sur de Europa se está resquebrajando por dos frentes: primero, las islas con sus insalubres y superpoblados campos, una bomba de relojería que inflama también a la población local; segundo, la frontera terrestre entre Turquía y Grecia delineada por el peligroso e imprevisible río Evros.

Foto: Vista de las verjas del centro de Moria, en Lesbos (Santiago Donaire)

Una antigua ruta de contrabando vuelve a resurgir

El médico forense Pavlos Pavlidis no ceja en su denuncia de la masacre silenciosa que perpetra el en apariencia pacífico río Evros. Cerca de 150 kilómetros de su curso marcan la frontera terrestre con Turquía. Esos 150 kilómetros esconden “el mayor número de cadáveres sin identificar de Grecia”, explica con seriedad Pavlidis, que ejerce en el hospital de Alexandroupolis, a escasos 50 kilómetros de la frontera que hace de extremo oriental de la UE.

La ONU dice que más de 6.500 migrantes están esperando actualmente a cruzar el río. La gran ventaja que ofrece esta ruta es que queda fuera del acuerdo de Bruselas con Turquía, por lo que las posibilidades de ser recluido en un campo de refugiados, como ya ocurre con las islas del Egeo, son mínimas. Menores son las posibilidades de ser expulsados. Además, una barca tarda en cruzar el río Evros entre cinco y seis minutos, mucho menos que llegar a una isla desde la costa turca. En algunos puntos, y dependiendo de la estación, se puede cruzar a pie.

Muchos habitantes locales ven a familias enteras, son sus hijos pequeños a cuestas, tratar de atravesarlo a veces con el agua al cuello. En lo que va de año han llegado más personas a Grecia atravesando el río Evros -por alguna de sus múltiples rutas- que por el Egeo, según ACNUR.

Sin embargo, el río Evros tiene un temperamento cambiante, una imprevisibilidad que lo convierte, en ocasiones, en una trampa. Sus corrientes son conocidas por cambiar de repente y cobrar mucha fuerza en menos de lo que se tarda en atravesarlo. No son pocos los migrantes que entran en él confiados por ser una distancia corta... y acaban en el lecho del río. En invierno, cuando se congela su superficie, muchos han encontrado la muerte cuando se rompe el hielo. Pavlidis cuenta que pueden pasar semanas hasta que se recuperan los cuerpos. El médico guarda los documentos de los ahogados por sí alguien viniera a reclamarlos. Algunos griegos de la zona han pagado algún que otro funeral. En 18 años el río ha matado a, que se sepa, a 1.500 personas.

placeholder Una balsa hinchable utilizada por refugiados para cruzar el río Evros, en el lado turco de la frontera. (Reuters)
Una balsa hinchable utilizada por refugiados para cruzar el río Evros, en el lado turco de la frontera. (Reuters)

Incluso aunque consigan atravesar el río, exhaustos, muchas veces con ropa prestada por los lugareños que les ven llegar, y tras haber abonado 20.000 dólares a los traficantes, encuentran imposible descansar. El Centro Detención e Identificación Fylakio, el que cubre la zona, está, según las organizaciones humanitarias, completamente desbordado. ACNUR ha pedido al Gobierno griego que aumente la capacidad, pero este tiene otros problemas mayores: las escenas de centenares de sirios durmiendo en las calles de Salónica.

Desde Fylakio hasta la segunda ciudad de Grecia hay 430 kilómetros que estos refugiados deben recorrer a pie. Allí, en pleno centro, junto al mar, se pueden ver intermitentemente grupúsculos de migrantes durmiendo en sacos. De vez en cuando aparecen autobuses que los llevan a los campos cercanos, como el de Diavata. Las autoridades se niegan por el momento a confirmarlo, pero los observadores son unánimes: estos están también desbordados, superpoblados y al límite.

Mientras, la única respuesta que Atenas y Bruselas han dado a esta situación va de la policial a la meramente dialéctica. La Comisión Europea promete -como de costumbre- hacer cumplir las cuotas y más ayuda en forma de fondos; Frontex, conocida porque siempre actúa a través de la mera contención de migrantes. Grecia por su lado ha destinado más policías a Evros, en una decisión que suena a incrementar las devoluciones en caliente. Esto es una práctica generalizada en la frontera terrestre, como han denunciado en repetidas ocasiones Human Rights Watch y el Consejo Griego para los Refugiados.

Foto: En ruta con los refugiados
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Lesbos, prueba del ‘éxito’ de la política migratoria

La palabra hacinamiento se queda corta para uno de los campos más tristemente célebres de la crisis migratoria, el de Moria, en la isla de Lesbos: 7.500 personas en un lugar diseñado para acoger a 3.000. Las condiciones infrahumanas a las que se ven sometidos -calor en verano y frío en invierno, falta de espacio, escasez de agua-, unidas a las tensiones entre las diferentes nacionalidades hacen cada vez más fácil un enfrentamiento a mayor escala que las habituales reyertas. Una bomba de relojería.

Hace apenas unos días, 800 kurdos, sobre todo familias, abandonaban el campo y se negaban a regresar a él tras unos disturbios que dejaron decenas de heridos. Este enorme grupo recorrió la distancia que les separaba de Mitilene, la capital, para instalarse en tiendas de campaña que algunas ONG levantaron en pleno bosque o en instalaciones deportivas privadas. Todo menos volver a un lugar en el que llevan meses y meses esperando, sin ocupación, sin poder trabajar o desplazarse.

Las organizaciones humanitarias han realizado la única solución temporal posible para distender la situación: ampliar la capacidad de acogida. Los planes del Gobierno para ampliar Moria o construir nuevos campos, se encuentran con la oposición frontal de las autoridades y población local. Empezando por el alcalde, Spryos Galinós, que sigue abogando porque la solución pasa por trasladas a los refugiados a territorio continental… algo prohibido por el acuerdo con Turquía, ya que el objetivo hacer de las islas un cortafuegos migratorio. Tsipras no ha sido capaz de 'doblegar' a la población.

placeholder Refugiados sirios tras cruzar el río Evros, la frontera natural entre Grecia y Turquía, suben a un vehículo policial. (Reuters)
Refugiados sirios tras cruzar el río Evros, la frontera natural entre Grecia y Turquía, suben a un vehículo policial. (Reuters)

"Que los quemen vivos"

Moria es una bomba de relojería en un terreno inflamable. Las protestas contra los refugiados se han multiplicado en los últimos tiempos. Los elementos nazis de Amanecer Dorado se infiltran cada vez más en ellas, y a finales de abril una turba derechista atacó a unos cien refugiados que protestaban por su situación en una plaza al grito de “que los quemen vivos”.

No era el primer incidente y no será el último. En marzo, la policía desarticuló una célula de terroristas neonazis de la internacional Combat 18, con base en el noroeste de Grecia, que tenía intención de desplazarse a atacar a los migrantes en Lesbos con un arsenal que incluía cócteles molotov, armas blancas y 50 kilos de nitrato de amonio.

La Unión Europea ha erigido en Grecia un monumento al fracaso de su política migratoria sin que nadie, al margen del escaso ruido mediático, se haya dignado a cortar la cinta roja. El acuerdo para detener la entrada de inmigrantes y refugiados desde Turquía firmado, con Ankara en 2016, y el sistema de cuotas de refugiados que los países de la Unión debían cumplir sobre el papel dejó a las autocomplacientes autoridades de Bruselas con la sensación de que el problema quedaba resuelto.

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