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Diez días que estremecieron el Cáucaso: ¿qué está pasando en Armenia?
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"muerto el zar, hay que acabar con el zarismo"

Diez días que estremecieron el Cáucaso: ¿qué está pasando en Armenia?

El movimiento popular que ha tumbado al primer ministro Serzh Sargisyan pide ahora que se nombre a su líder, el experiodista Nikol Pashinyan. El Gobierno se resiste, pero ya no controla la calle

Foto: Un niño sostiene una bandera armenia durante un mitin de la oposición en Gyumri, la segunda ciudad del país, el 27 de abril de 2018. (Reuters)
Un niño sostiene una bandera armenia durante un mitin de la oposición en Gyumri, la segunda ciudad del país, el 27 de abril de 2018. (Reuters)

“Muerto el zar, hay que acabar con el zarismo”. Esa frase, pronunciada estos días por un manifestante en Yereván, la capital de Armenia, es lo que mejor explica la crisis política que sacude este pequeño país del Cáucaso. Una inesperada ola de protestas contra la permanencia en el poder de Serzh Sargisyan -expresidente durante una década que había maniobrado para ser nombrado primer ministro-, en una nación muy orgullosa pero políticamente apática, desembocó la semana pasada en la aún más inesperada renuncia del mandatario. Armenia tendrá otro líder, pero la formación de Sargisyan, el Partido Republicano Armenio, ha tratado de impedir que éste sea el artífice de las movilizaciones, el experiodista Nikol Pashinyan. Y por eso los manifestantes se niegan a volver a sus casas.

Cuando este reportero visitó Armenia en 2010, Sargisian llevaba apenas dos años en el Gobierno y parecía firmemente asentado en él. No había sido fácil: elegido en 2008 en unas elecciones contestadas por la oposición -aunque no por los observadores internacionales-, tuvo que hacer frente a acusaciones de fraude electoral que desembocaron en protestas cada vez más violentas. El saldo de aquellos días fue de ocho muertos y cientos de detenidos. Pero pasadas aquellas turbulencias, la vida política armenia ha transcurrido de forma relativamente tranquila (con excepciones como la del mini-golpe de 2016), especialmente en comparación con la de sus agitados vecinos.

Durante estos diez años, Sargisian ha sido la figura dominante en la política del país. Eso ha tenido el efecto colateral de que muchos armenios asocien los males y las disfunciones de su estado -la corrupción endémica, el desempleo, el clientelismo- con su persona. La expiración de sus dos mandatos consecutivos hacía imposible su continuación en la presidencia, pero este veterano político logró modificar el sistema nacional para dotar de mayores competencias al cargo de primer ministro, al que accedió inmediatamente después. Pero, debido a ese hartazgo, a la oposición le ha resultado fácil aglutinar a todos los grupos bajo el eslogan “Merzhir Serzhin”, o “Rechaza a Serzh”.

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La reacción fue la esperada: las autoridades detuvieron a al menos 232 manifestantes, incluyendo a Nikol Pashinyan y otros líderes. Pero a diferencia de lo sucedido en 2008, los ciudadanos no se desmovilizaron, sino al contrario: las protestas se extendieron por todo el país. El 23 de abril, miembros del ejército -incluyendo a veteranos de la breve guerra de 2016 en el enclave armenio de Nagorno-Karabaj, descontentos con la gestión de la defensa del país- se unieron a las movilizaciones. Esa misma tarde, Pashinyan fue liberado, y hora y media después, Sargisian anunció su renuncia en un comunicado en la web de la oficina del primer ministro. Su contenido ya se ha convertido en legendario: “Yo estaba equivocado, y Nikol Pashinyan tenía razón”.

Las razones de Sargisian para dimitir no han quedado totalmente esclarecidas. Se especula con que, recordando el sangriento desenlace de las protestas de 2008, ha preferido evitar una crisis aún mayor que podría hacer desembocado en peligrosos disturbios. Es posible que no haya querido ser recordado como el líder que necesitó de la represión para mantenerse en su cargo. O tal vez haya otros elementos desconocidos para el público. Sea como fuere, lo que ha permitido este desenlace es el curioso sistema político híbrido de Armenia, que ni es una dictadura (como su vecino Azerbaiyán), ni es una democracia plena: aunque sus gobernantes gozan de amplísimos poderes y el estado de derecho no es todo lo robusto que sería deseable, es posible cambiar el Gobierno mediante las urnas y existe libertad de prensa casi total. Esa combinación es lo que ha acabado por tumbar a Sargisian.

placeholder El líder opositor Nikol Pashinyan arenga a sus seguidores en Yereván, el 26 de abril de 2018. (Reuters)
El líder opositor Nikol Pashinyan arenga a sus seguidores en Yereván, el 26 de abril de 2018. (Reuters)

¿De perfecto desconocido a primer ministro?

Hasta ahora, Nikol Pashinyan no era un personaje especialmente conocido por sus compatriotas. Nacido en la localidad de Ijevan, fue expulsado de la Facultad de Periodismo de Yereván por sus actividades políticas. Durante años fue el editor del diario liberal más influyente del país, The Armenian Times, lo que le creó importantes enemigos. En 2004, su coche voló por los aires mientras permanecía aparcado frente a la redacción del periódico, y aunque la policía aseguró que había sido “un fallo de la batería del vehículo”, Pashinyan acusó a un oligarca local de haber tratado de atentar contra su vida.

Fue parte del movimiento de protesta en 2008, por lo que acabó encarcelado durante los siguientes dos años. En 2012, fue elegido como parlamentario a la cabeza del partido Contrato Civil, parte de una coalición opositora más amplia. Cinco años después se presentó a las elecciones a la alcaldía de Yereván, en las que obtuvo el 21% de los votos, insuficientes para hacerse con el cargo.

Paradójicamente, parece haber sido su detención reciente lo que ha disparado su popularidad. El movimiento popular -iniciado mayoritariamente por jóvenes úrbanos, pero posteriormente secundado por personas de todas las edades y colectivos sociales- le respalda como su representante, promoviendo su candidatura a primer ministro interino. Pero el Parlamento -aún dominado por el Partido Popular Armenio, que teme ver desaparecer sus privilegios- falló, por 55 votos frente a 45, en contra de su nominación. En respuesta, este miércoles, decenas de miles de miembros de la oposición paralizaron Yereván, bloqueando las calles principales y ocupando edificios gubernamentales. En otras ciudades importantes, como Gyumri, se vivieron escenas similares.

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“La gente ya no lucha por mí. Cada uno lucha y se levanta por su propia dignidad, su propia familia, sus derechos, su futuro y el futuro de sus hijos”, declaró Pashinyan en una entrevista con Al Jazeera. “Estamos haciendo esto para demostrarle al Partido Republicano que ya no le queda poder en Armenia. No hay una Armenia para que gobierne el Partido Republicano. Tras lo sucedido en el Parlamento, el círculo de nuestros partidarios creció, y la escala de desobediencia civil es mucho mayor que hace dos días”, subrayó este miércoles. “El movimiento, la revolución vencerá, y es solo cuestión de tiempo”, indicó.

La reacción ha sido tan contundente que ha llevado al aparato gubernamental a dar marcha atrás. El próximo 8 de mayo, Armenia elegirá a su nuevo primer ministro, y esta vez se espera que el Partido Republicano se abstenga de bloquear el nombramiento de Pashinyan, que, por ahora, es el único candidato. Los organizadores han desconvocado las manifestaciones previstas para los próximos días. “El asunto está prácticamente resuelto. Todas las facciones han dicho que apoyarán mi candidatura. Suspendemos las protestas y vamos a tomarnos un descanso”, afirmó este jueves el experiodista frente a decenas de miles de personas.

placeholder Manifestantes bloquean las calles con camiones durante la campaña de desobediencia civil, en Yereván, el 2 de mayo de 2018. (Reuters)
Manifestantes bloquean las calles con camiones durante la campaña de desobediencia civil, en Yereván, el 2 de mayo de 2018. (Reuters)

No es una 'revolución de colores'

Las movilizaciones han tenido más en común con movimientos como el de los indignados y el 15-M que con “revoluciones de colores” orquestadas desde el exterior. De hecho, una de las cuestiones en las que más han insistido los manifestantes ha sido en insistir en su carácter local, negando cualquier injerencia extranjera, para evitar poner nerviosa a Rusia, que mantiene dos bases militares en el país y de la que depende en gran medida la defensa de Armenia. Pero a diferencia de lo sucedido en otros lugares como Georgia o Ucrania, un cambio en el gobierno armenio no tiene por qué implicar un giro radical en la política exterior del país.

“Varios estrategas en Washington están ya soñando con la reorientación política de Armenia. Sin embargo, eso tiene poco que ver con la realidad: Rusia seguirá siendo el estado protector de Armenia durante el futuro inmediato. Cualquier otro escenario ignoraría los hechos políticos, económicos y culturales, y, por cierto, también los deseos de los armenios”, escribe Miodrag Soric, corresponsal de Deutsche Welle en Moscú.

Foto: Disturbios en Ereván, la capital de Armenia, en apoyo de un grupo armado que tomó una comisaría de policía, el 20 de julio de 2016 (Reuters)

“Por razones históricas, los armenios se sienten particularmente cercanos a Rusia, lo que no significa que Yereván no pueda tener también una buena relación con Occidente. El acuerdo de 2017 con la Unión Europea es una buena base, y complementa la pertenencia de Armenia a la Unión Económica Euroasiática (UEE). Pero estos tratados valen poco si la gente sigue siendo pobre. Les toca a los armenios crear un marco para una mayor inversión, para luchar contra la corrupción y mantener controlados a los oligarcas”, afirma.

El país se juega su futuro el martes. Si la vieja clase política opta por tratar de mantener el 'status quo', es de esperar que los armenios descontentos vuelvan a echarse a las calles. Si, por el contrario, nombran primer ministro interino a Pashinyan, se abrirá una nueva fase histórica. No está claro que el ex periodista, que ha demostrado ser un hábil agitador pero podría no ser tan buen gobernante, pueda mantener unidas a las diferentes facciones que hoy le respaldan, pero que carecen de una agenda común. El futuro es, pues, incierto. De lo que no hay duda es de que, de lo había hasta hoy, los ciudadanos de Armenia ya han tenido bastante.

“Muerto el zar, hay que acabar con el zarismo”. Esa frase, pronunciada estos días por un manifestante en Yereván, la capital de Armenia, es lo que mejor explica la crisis política que sacude este pequeño país del Cáucaso. Una inesperada ola de protestas contra la permanencia en el poder de Serzh Sargisyan -expresidente durante una década que había maniobrado para ser nombrado primer ministro-, en una nación muy orgullosa pero políticamente apática, desembocó la semana pasada en la aún más inesperada renuncia del mandatario. Armenia tendrá otro líder, pero la formación de Sargisyan, el Partido Republicano Armenio, ha tratado de impedir que éste sea el artífice de las movilizaciones, el experiodista Nikol Pashinyan. Y por eso los manifestantes se niegan a volver a sus casas.

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