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Colombia ante la paz: el guerrillero que quita las minas que él mismo plantó
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es el 2º país más afectado del mundo

Colombia ante la paz: el guerrillero que quita las minas que él mismo plantó

Más de 11.000 personas han sido víctimas de estos explosivos en los últimos 25 años del conflicto. Algunos de los responsables de colocarlos, como Jaime, trabajan ahora para eliminarlos

Foto: El exguerrillero Jaime durante las tareas de desminado (Laura Panqueva)
El exguerrillero Jaime durante las tareas de desminado (Laura Panqueva)

Tumbado en el suelo, Jaime toma la hoz para quitar la vegetación superficial, luego clava una barra de metal y con un azadón escarba unos centímetros de tierra formando un surco de apenas un palmo. Cada tanto emplea unas tijeras para cortar alguna raíz. El sudor empaña la visera del casco de protección, el único elemento de seguridad que porta junto con el chaleco antiproyectiles. A su alrededor varias herramientas semejantes a las de jardín y unos palos con la punta roja clavados al suelo: “¡¡Peligro minas!! Manténgase alejado”, se lee en algunos letreros. No alza la vista ni un segundo, sus manos pueden estar a milímetros de un explosivo.

Jaime es el nombre ficticio de un exguerrillero, el único entre los desminadores del equipo en los montes de Falditas, en el corazón de Colombia. Algunos de sus compañeros ni siquiera conocen su pasado. “Nosotros fuimos los culpables de sembrar el pánico en el campo, que los niños no fueran a la escuela para no pasar por los caminos. Qué más que nosotros demos la cara y sembremos ahora la confianza para que la gente regrese a sus hogares”, asegura el excombatiente de 32 años. Su trabajo gana respaldo ante la firma del acuerdo de paz final entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), alcanzado tras cuatro años de arduas negociaciones y finalmente anunciado en La Habana. El acuerdo deberá ser votado por los ciudadanos colombianos en un plebiscito, que se celebrará el próximo 2 de octubre.

Según datos del organismo gubernamental Dirección para la Acción Integral contra Minas Antipersonal (DAICMA), estos artefactos han causado 11.408 víctimas (2.255 muertes) en los últimos 25 años de conflicto armado en Colombia, el segundo país del mundo más afectado, detrás de Afganistán. En 2013 fue el país con mayor número de muertes y registró hasta diez accidentes diarios, según datos del Servicio de Acción de Minas de la ONU.

En 2013 Colombia fue el país con mayor número de muertes por minas, y registró hasta 10 accidentes diarios

En esta selvática vereda de San Rafael, municipio de Antioquia, el departamento con mayor presencia de minas, el único silbato que suena ahora sirve para indicar el inicio de las labores de desminado, que en este punto se realizan manualmente –dos torres eléctricas impiden el uso del tradicional detector de metales–, una tarea de hormigas ejecutada en este terreno por civiles que, a pesar de las estrictas medidas de seguridad, se juegan la vida para limpiar la tierra de Colombia. En julio del pasado año falleció un soldado por un estallido durante un operativo de despeje.

La vida de Jaime, como la de los siete millones de víctimas del conflicto, estuvo marcada por la violencia. “La guerrilla se llevó a mi tío a la fuerza, siendo menor de edad, entonces mi familia comenzó a ser asediada hasta que las Autodefensas (paramilitares) asesinaron a dos de mis primos. Decidí alistarme al grupo insurgente como una forma de blindaje”, explica sobre su militancia en la organización entre 2002 y 2006, periodo del que asume sus errores: “Cuando poníamos las minas no era consciente de todas las consecuencias que traería luego”.

El 60% del país, afectado

La magnitud del problema ha llevado al Ejército a destinar 2.100 unidades especiales para la remoción de minas. Entre 2003 y 2015 lograron neutralizar 224.254 artefactos explosivos, según datos oficiales. Aunque se desconoce el total de minas sembradas, estimaciones del Gobierno indican que 688 de los 1.101 municipios del país (más del 60%) están afectados.

“Sólo causamos daños a la comunidad”, reconoce Jaime. Un “arrepentimiento” que no bastó para recuperar la normalidad en su vida tras abandonar las armas. “Al principio sufrí una persecución de las bacrimes (pequeñas bandas criminales derivadas del paramilitarismo) y de la Policía, con muchas requisas. Los amigos y la familia tampoco querían hablar demasiado conmigo para evitar ser señalados. Dejas de ser un hijo y un padre, y sólo te ven como un victimario”, relata. La reconciliación y la reintegración se presentan como los mayores retos del postconflicto tras la firma del acuerdo de paz.

A pocos metros de Jaime, también agazapado entre los matojos, Wilmar Gil escarba otro pedazo de tierra. Su padre sufrió la amputación del pie izquierdo en 2006, cuando él tenía 14 años, por el estallido de una mina mientras trabajaba en su cultivo de yuca. Es uno de los 3.599 civiles heridos (un 40% del total) por estos artefactos, la mayoría colocados por las FARC. “El accidente lo afecta a uno mucho psicológicamente, y para la familia es muy duro. Nos tuvo que sustentar un hermano mayor y estuvimos dos años sin volver a la finca por el peligro. Luego uno vuelve con mucho miedo, pero no teníamos más remedio”, recuerda.

Los explosivos, dice un campesino local, “fueron instalados tanto por la guerrilla como por los militares”. Su enfrentamiento forzó el desplazamiento de unos seis millones de personas durante más de medio siglo de conflicto armado. En la vereda Falditas apenas quedan cinco o seis familias nativas que decidieron regresar, de las 700 personas que allí vivían. En el poblado recuerdan que se dieron cuenta de la presencia de minas cuando comenzaron a “ver el ganado saltar por los aires”.

“De niño me daba miedo salir a jugar y siempre tenía que avisar a mis padres si quería meterme en el bosque”, asegura Wilmar. Los menores resultan más vulnerables a las quiebrapatas (como comúnmente se denomina a las minas en las zonas rurales). Un 10% de las víctimas, alrededor de 1.100, eran niños y niñas. A este joven de 25 años le causaba “pánico y desmoralización” hablar de minas, pero entendió que “retirarlas era la única solución”. Por eso se unió a The Halo Trust, la única organización en Colombia que realiza desde 2013 operativos de desminado humanitario (estudio y despeje) con civiles, entrenando a unas 200 personas para esta labor, entre ellas 15 guerrilleros desmovilizados.

Objetivo: 2021

La limpieza total del territorio se presenta como una tarea titánica. En marzo de 2015 las FARC se comprometieron a cesar la instalación de minas y acordaron trabajar de forma conjunta con el Gobierno para erradicar esos explosivos. Fue uno de los principales gestos de la desescalada del conflicto desde el inicio de los diálogos de paz en La Habana en noviembre de 2012. A raíz de ese pacto, la guerrilla entregó información precisa sobre la ubicación de los artefactos, así como algunos insurgentes han empezado a participar en programas piloto de desactivación de minas junto a efectivos del Ejército. “Si la información es correcta, el desminado humanitario puede lograr un 73 % más de efectividad en la ubicación de las minas”, señala a El Confidencial el coronel Raúl Ortiz, recién nombrado comandante de la nueva Brigada Permanente de Desminado Humanitario.

Demasiado tarde para Yerson Castellanos, quien a los once años perdió su pierna izquierda: “En medio del camino había un árbol enorme. Mi madre pasó de una raíz a la otra, pero yo pisé en medio. No tuve tiempo de reaccionar. Sentí una onda expansiva y la explosión me dejó mareado. Me dolían los oídos y olía mucho a pólvora. Le pregunté a mi madre si nos estaban bombardeando. Ella me alumbró con una linterna y al principio no vio nada, pero luego se dio cuenta de que me faltaba una bota. ‘Hijo, perdió la pierna’, exclamó. Y empezamos a gritar y llorar”, narra el joven a este diario.

"No me considero una persona vengativa. Aceptaría el perdón de las FARC", dice Castellanos, que perdió una pierna por una mina a los 11 años

Esa tarde tomaron un atajo de vuelta a casa porque empezaba a anochecer. Tras las innumerables cirugías, su madre y sus hermanos tuvieron que huir a Bogotá por amenazas del Ejército. Fue doble víctima: herida y desplazada, además de blanco de bullying en la escuela. A sus 18 años ya ha superado todos esos obstáculos y no se considera una persona “vengativa”, por lo que aceptaría el “perdón” de las FARC, pero recela de que eso suceda. Yerson conoce bien las secuelas por esos explosivos: “Las minas han sido plantadas durante décadas y continuarán ahí. Aunque la guerra acabe mañana, seguirá habiendo personas afectadas”.

En los últimos ocho años se desminaron 24 municipios del país y sólo cinco se declararon libres de sospecha, indicó recientemente el presidente Juan Manuel Santos, quien, sin embargo, estableció como meta el 2021 para lograr una Colombia territorio libre de minas. Un objetivo “muy difícil” de cumplir, como reconoció el propio mandatario. Ante ese reto, el Gobierno colombiano ha reforzado los mecanismos de cooperación internacional. Entre otros, recibió 10 millones de euros en 2011 de la Unión Europea (UE), que este año destinará otros cuatro millones para tal propósito. Para el coronel Ortiz, la labor de los soldados tiene un “valor inmenso por haber destruido más de cinco mil minas, salvando así más de 700.000 vidas”.

En cambio, el director de la Campaña Colombiana Contra Minas -la mayor ONG nacional en este asunto-, Álvaro Jiménez, afirma a este diario que “tanto los esfuerzos dedicados como los resultados son insuficientes”, entre otras, “porque todavía existen dificultades para acceder a determinadas zonas”. Aunque el experto confía en que “el fin del conflicto genere las condiciones adecuadas”, todavía cree “poco probable” dejar el territorio totalmente libre de minas en los próximos cinco años.

Se tardan pocos minutos en plantar una mina y “toda una eternidad” en sacarla. Suena de nuevo el silbato entre los árboles de Falditas. Acaba de terminar el primer intervalo de cincuenta minutos de trabajo. Jaime, Wilmar y sus compañeros se quitan los cascos y toman algo de agua antes de comenzar el siguiente intervalo. Así hasta ocho horas diarias. El grupo despeja un promedio de 68 metros cuadrados por día. Apenas han encontrado cuatro artefactos explosivos desde que iniciaron ese operativo hace un año.

Tumbado en el suelo, Jaime toma la hoz para quitar la vegetación superficial, luego clava una barra de metal y con un azadón escarba unos centímetros de tierra formando un surco de apenas un palmo. Cada tanto emplea unas tijeras para cortar alguna raíz. El sudor empaña la visera del casco de protección, el único elemento de seguridad que porta junto con el chaleco antiproyectiles. A su alrededor varias herramientas semejantes a las de jardín y unos palos con la punta roja clavados al suelo: “¡¡Peligro minas!! Manténgase alejado”, se lee en algunos letreros. No alza la vista ni un segundo, sus manos pueden estar a milímetros de un explosivo.

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