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El ISIS en Libia: una historia de intervenciones extranjeras encubiertas
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El ISIS en Libia: una historia de intervenciones extranjeras encubiertas

Potencias extranjeras, desde EEUU al Golfo, han mandado tropas, asesores militares y hasta bombarderos para combatir a los yihadistas. EEUU lo hace por primera vez a petición de un Gobierno

Foto: Combatientes de milicias aliadas del Gobierno respaldado por la ONU toman posiciones durante combates contra el ISIS en Sirte, el 31 de julio de 2016 (Reuters).
Combatientes de milicias aliadas del Gobierno respaldado por la ONU toman posiciones durante combates contra el ISIS en Sirte, el 31 de julio de 2016 (Reuters).

En la lucha contra el Estado Islámico (ISIS, acrónimo en inglés para referirse al anterior Estado Islámico de Irak y Siria) todo el mundo quiere un trozo del pastel. Hay una razón obvia: los ‘yihadistas’ comandados por el autoproclamado ‘califa’ Abu Bakr al Bagdadi se han montado un tinglado propagandístico que les ha colocado en lo más alto del ránking de villanos en el panorama internacional.

Luchar contra el malo es lo que hace al héroe y ese papel se lo disputan desde los rebeldes y civiles sirios que asistieron al nacimiento del monstruo, hasta los mismísimos presidentes de EEUU o Rusia, pasando por los kurdos en Irak, milicias chiíes desde Teherán a Beirut, todos y cada uno de los Gobiernos involucrados en la Coalición anti-DAESH (acrónimo despectivo del ISIS en árabe) o las fuerzas armadas de los países magrebíes.

Es la primera vez que el terror, como una tormenta perfecta, alcanza un nivel de globalización tan sofisticado y que recibe una respuesta mundial equiparable. Ni siquiera lo consiguió Al Qaeda, que ahora rivaliza con el ISIS como el padre envejecido saboteado por un adolescente quisquilloso. Eso, a cara descubierta, como ha hecho en el ocaso de su mandato el presidente estadounidense Barack Obama, que ha ordenado una campaña de ataques aéreos en Sirte a petición del primer ministro designado por la ONU Fayez Serraj, investido de legitimidad internacional por el Consejo de Seguridad.

'Una intervención puede empeorar aún más el panorama: ¿más actores, ahora internacionales, en juego y en un conflicto abierto?'

Pero una intervención extranjera -el ISIS ha conseguido afianzar su aparato pseudoestatal solo en tres países, Siria, Irak y Libia- es siempre un arma de doble filo. “La experiencia más reciente ha resultado ser catastrófica”, comentaba a El Confidencial Alberto Bueno, investigador del Grupo de Estudios de Seguridad Internacional de la Universidad de Granada, a principios de este año, cuando arreciaban los rumores sobre la apertura en Libia de un tercer frente en la guerra contra el ISIS, “una intervención puede empeorarlo aún más (el panorama, con dos Gobiernos, dos parlamentos y milicias enfrentadas): ¿más actores, ahora internacionales, en juego y en un conflicto abierto?”.

Es un escenario deseable para el ISIS, como elemento de propaganda y de atracción de combatientes al país, un frente de yihad; es un factor que no se puede pasar por alto”, aseguraba el experto en yihadismo. Pero a veces, no pocas, los intereses llaman a injerencias de tapadillo que pueden dejar una ristra de intervenciones encubiertas, como en Libia.

Un nuevo frente contra el terror

Tanto EEUU como potencias europeas intentaron sopesar los recelos en Libia ante una situación institucional caótica. El objetivo estaba claro, era el cómo lo que despertaba dudas, traducidas en la aparente cautela de las declaraciones oficiales que llamaban, entonces, al establecimiento de un Ejecutivo estable antes de enviar apoyo militar. La misión del Gobierno de Unidad Nacional, que desembarcó en marzo en Trípoli, tras año y medio de negociaciones, era acabar con el caos institucional que permitió el avance de los ‘yihadistas’ en Libia a partir de 2014, tras el estallido de un nuevo conflicto civil, pero también dar cobertura a una intervención abierta. Dicho y hecho. Fayez Serraj ha tardado meses, acuciado por su propia incapacidad para asentar el Gobierno en un país aún hostil política y militarmente al nuevo Ejecutivo.

El lunes, una columna de humo negro marcaba el punto en el que se produjo ese primer bombardeo a orillas del mar de Sirte. El resultado fue, según confirmaba en Libia el aparato mediático de la operación Bonyan al-Marsus (Estructura Sólida), un tanque y otros vehículos de ISIS inutilizados. Horas antes, el estruendo de un jet sobrevolando a baja altura sobre Misrata, se convertía en el pistoletazo de salida de la primera intervención internacional legítima desde que la OTAN, con el beneplácito de Naciones Unidas, se involucrase en el levantamiento contra el caudillo Muammar Gadafi inclinando la balanza del lado de los alzados en 2011.

En mayo, EEUU admitía que dos 'equipos de contacto' de las Fuerzas Especiales con menos de 25 militares habían plantado botas en Misrata (al oeste) y Bengasi (al este) para identificar aliados potenciales

Es el punto final a una letanía de operaciones destapadas por filtraciones, rumores y errores de cálculo que dibujan un esquema de fuerzas extranjeras con presencia en Libia casi tan enrevesado como la telaraña de milicias que dejó la “revolución”.

También se han producido operaciones puntuales contra objetivos considerados una “amenaza para la seguridad de intereses de EEUU”. Es el caso del ataque que acabó en febrero con la guarida de al menos 40 reclutas del ISIS en Sabrata, donde los yihadistas habían instalado un campo de entrenamiento para combatientes llegados principalmente de Túnez, y donde se creía que estaba escondido Nuredin Chauchan, supuesto artífice de los atentados de El Bardo y Susa, en el país vecino. Antes, EEUU ya había conducido acciones similares en Ajdabiya contra Omar Belmokhtar, líder de Al Morabitun, vinculado a AQMI (Al Qaeda en el Magreb Islámico) o Abu Anas al Libi, operativo de Al Qaeda detenido por un grupo de Marines en Trípoli en 2013. En noviembre acabó con el ‘emir’ de ISIS en Derna, Abu Nabil al Anbari.

En mayo, en el arranque de la batalla para expulsar al ISIS de su bastión en Sirte, EEUU admitía que dos “equipos de contacto” de las Fuerzas Especiales con menos de 25 militares habían plantado botas en Misrata (al oeste) y Bengasi (al este) para identificar aliados potenciales entre los grupos armados locales y reunir información sobre posibles amenazas, según el Washington Post.

Apoyos divididos

La misma intención pretendía esgrimir el presidente francés François Hollande tras verse obligado a confirmar la participación del Ejército galo en “peligrosas operaciones de inteligencia” en Bengasi tras la muerte de tres soldados. Según la versión oficial, los militares murieron en un accidente de helicóptero, pero medios libios daban por hecho que fallecieron cuando ese mismo helicóptero fue derribado por combatientes de las Brigadas de Defensa de Bengasi (BDB), grupo radical de reciente formación y una de las fuerzas que combaten en la ciudad. El 14 de julio, las BDB habían difundido por las redes sociales imágenes de un helicóptero derribado del llamado Ejército Nacional Libio, que es en realidad una facción paramilitar dirigida por el general renegado Jalifa Haftar.

A raíz del suceso, Hollande admitió el pasado 19 de julio que efectivos de las Fuerzas Especiales francesas participaban en Bengasi apoyando a Haftar. Dos días después, la agencia AP informaba de un ataque a las afueras de la ‘capital’ oriental Libia en respuesta al “accidente”, no confirmado por París. Haftar es uno de los principales escollos que ha encontrado el GNA en su intento de hacerse con el control de Libia, al menos nominalmente.

Arabia Saudí y Emiratos también se involucraron, de forma más directa aún, atacando en secreto Trípoli en el verano de 2014, según revelaron fuentes de los servicios de inteligencia de EEUU

El general, nombrado comandante en jefe de unas hipotéticas Fuerzas Armadas libias por el Parlamento que sobrevive en Tobruk, se niega a abandonar su posición, como propone el Acuerdo Político Libio, el documento fundacional del GNA. Su decisión de atacar a las milicias islamistas aliadas de otras ‘katibas’ revolucionarias en Bengasi en 2014 desató una cruenta guerra que ha destrozado la segunda ciudad libia y que dura ya más de dos años. Durante todo este tiempo Haftar ha contado con el apoyo de Egipto, que se ha saltado a la torera el embargo armamentístico impuesto por la ONU y puso sus MiG al servicio del general, además de haber bombardeado en Derna y Bengasi. Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos también se involucraron, de forma más directa aún, atacando en secreto Trípoli en el verano de 2014, según revelaron fuentes de los servicios de inteligencia estadounidenses.

La simple idea de que Francia estuviese apoyando militarmente a Haftar, pese a reconocer como única autoridad legítima al Ejecutivo de Serraj, causaba estupor. Ya lo había adelantado 'Le Monde' a principios de año, en un trabajo que puso sobre alerta a buena parte de las milicias opuestas al poder en Tobruk. “Acerca de (el apoyo francés a) Haftar, es un asunto político, dejemos eso aparte”, se negaba a responder, Muhamad el Bayudi, portavoz destacado en el ‘checkpoint’ de Abu Grein, a unos 60 kilómetros de Sirte, en marzo. En julio, la luz arrojada sobre todo el embrollo provocó una ola de indignación que llevó a Serraj a solicitar la presencia del embajador en Trípoli para pedirle explicaciones.

Preparando el terreno

Franceses y estadounidenses no son los únicos que han estado trabajando desde que, a finales de 2015, se vislumbrara una salida a la división política con la firma del acuerdo auspiciado por la Misión de Naciones Unidas para Libia (UNSMIL). El primer ministro italiano, Matteo Renzi, ha salido a la palestra varias veces para desmentir que estuviera considerando enviar hasta 5.000 soldados, como había parecido sugerir el embajador estadounidense en Roma. Fuentes oficiales sí comentaron a Reuters en marzo que se habían mandado hasta 40 agentes secretos y 50 operativos de las Fuerzas Especiales.

Italia también ha prestado su base en Sicilia para llevar a cabo misiones puntuales a EEUU y ha presionado hasta la saciedad para ampliar la misión militar de la UE en el Mediterráneo y permitir que los barcos de SOPHIA pudiesen, no solo entrar en aguas libias, sino atracar para dejar buscar en tierra a los traficantes de inmigrantes contra los que supuestamente actúa.

Italia envió 40 agentes secretos y 50 operativos de las Fuerzas Especiales. Los británicos también han hecho lo suyo, apoyados por Jordania

Los británicos también han hecho lo suyo, apoyados por Jordania. La filtración de un memorándum en el que el rey Abdulá de Jordania informaba al Congreso de EEUU de la presencia de sus tropas en Libia reclutadas por Reino Unido para proveer de inteligencia (o traducción) a la Fuerza Aérea, ya que “el acento jordano es similar al acento libio”, recoge el digital 'Middle East Eye'.

Era la puntilla, después de que en febrero el vicesecretario de Exteriores británico, Tobias Ellwood, admitiese que sus aviones habían estado realizando misiones de reconocimiento dentro del espacio aéreo libio en previsión de la llamada de un Serraj que aún estaba instalado en la capital tunecina. “La cobertura aérea es siempre bienvenida”, comentaba en las vísperas de la operación contra el ISIS en Sirte Muhammad el Bayudi, destacado en el perímetro que mantenían los misratíes, “necesitamos este tipo de apoyo porque eso podría significar no tener demasiados heridos y no perder demasiado tiempo en una batalla larga”.

“Aceptamos eso porque no tenemos una aviación buena y moderna, no hay suficientes aviones y no son de gran calidad”, esgrimía, “necesitamos apoyo para el Ejército (sic.) sobre el terreno (en forma de armas), no necesitamos ningún soldado extranjero”. “Toda ayuda logística es bienvenida, si es en apoyo del Gobierno”, sentenciaba.

En la lucha contra el Estado Islámico (ISIS, acrónimo en inglés para referirse al anterior Estado Islámico de Irak y Siria) todo el mundo quiere un trozo del pastel. Hay una razón obvia: los ‘yihadistas’ comandados por el autoproclamado ‘califa’ Abu Bakr al Bagdadi se han montado un tinglado propagandístico que les ha colocado en lo más alto del ránking de villanos en el panorama internacional.

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