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El Califato del petróleo: mapa de las conquistas del Estado Islámico
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El Califato del petróleo: mapa de las conquistas del Estado Islámico

“Ya no estáis combatiendo contra una insurgencia, somos un ejército islámico y un estado que ha sido aceptado por un gran número de musulmanes"

"Ya no estáis combatiendo contra una insurgencia, somos un ejército islámico y un estado que ha sido aceptado por un gran número de musulmanes en todo el mundo". Estas fueron las palabras pronunciadas a cámara por el ejecutor del periodista James Foley, un yihadista miembro del Estado Islámico (EI), antes de seccionar el cuello de su víctima. Y lo más terrorífico es que tiene razón: el califato decretado por el líder del grupo, Abu Bakr Al Bagdadi, lleva camino de convertirse en un estado viable con sus infraestructuras, su Administración, su sistema de justicia, sus fuerzas armadas y sus propias fronteras.

Las últimas ofensivas del Estado Islámico, al menos desde este verano, muestran un patrón muy bien pensado: un intento de conquista de instalaciones energéticas o grandes infraestructuras que le otorguen peso a la nueva creación estatal. En los últimos días, las acciones conjuntas del ejército iraquí, los milicianos kurdos peshmerga y los bombardeos aéreos estadounidenses han conseguido expulsar a los combatientes del EI de la presa de Mosul, el embalse y la refinería de Haditha, y la localidad de Akashat, en la provincia de Anbar, rica en minas de fosfatos. Los tres lugares tienen un elemento en común: todos ellos son puntos estratégicos en términos económicos.

No ha sucedido lo mismo en otros lugares, como Tikrit, donde la semana pasada los yihadistas repelieron por tercera vez a las tropas iraquíes. El Estado Islámico mantiene bajo su control otra presa, la de Faluya, así como cuatro importantes refinerías en Irak y Siria, además de numerosos yacimientos de petróleo y gas, y alrededor de una decena de bases militares. Y tal vez lo más inquietante es que este grupo ha conseguido unir por carretera todos estos puntos en un territorio homogéneo, con la salvedad de la ciudad siria de Deir Az Zor, donde siguen teniendo una importante presencia tanto el ejército sirio como los opositores del llamado Frente Islámico.

Las 'costumbres' de decapitar y crucificar

Poco se sabe sobre la vida en las zonas bajo del control del Estado Islámico, aparte de la violencia de sus métodos. El grupo ha vuelto a poner de moda la costumbre de decapitar a sus enemigos: se cree que a finales julio, tras conquistar la base militar de la División 17 en la provincia de Raqqa, pasaron a cuchillo a medio centenar de soldados y después subieron a internet las fotos de sus cabezas clavadas en picas. Días después, cientos de miembros de la tribu Al Sheitaat, que se opone al Estado Islámico en la provincia de Deir Az Zor, corrieron la misma suerte.

El EI, además, ha generalizado la crucifixión como forma de castigo. Pero, al contrario de lo que ha venido diciendo la propaganda, no se aplica contra los cristianos, sino contra presuntos autores de delitos extremos como el asesinato, y especialmente los miembros de milicias opuestas a los yihadistas. Justifican esta práctica en el versículo 33 del quinto libro del Corán: "La pena para aquellos que hagan la guerra contra Dios y sus mensajeros y lleven la corrupción a la tierra no es otra que la muerte o la crucifixión", si bien el párrafo contempla otras posibles medidas punitivas como la amputación de pies y manos o el exilio.

Pero para aquellos que se enfrentan con las armas a las imposiciones del Estado Islámico, no cabe duda. Es lo que les ocurrió el pasado abril a dos insurgentes sirios a los que se acusó de arrojar una granada desde una motocicleta contra varios yihadistas: sus cuerpos fueron colgados y expuestos en la plaza pública de Raqqa, con un cartel en el que se les tachaba de traidores.

Porque el EI vela por el cumplimiento de sus directrices. "Somos soldados del islam y hemos asumido la responsabilidad de devolver la gloria al Califato Islámico", declaró el grupo en un comunicado el pasado junio, en el que anunciaba una serie de normas de obligado acatamiento para la población bajo su mandato. "Pedimos a todos los musulmanes que estén a tiempo para los rezos en las mezquitas", dice la regla número 4. Y, según han relatado algunos habitantes de Raqqa, aquel que sea sorprendido en las calles durante la oración se juega la vida.

Otras normas son aún más rigurosas: "No se permiten las drogas, el alcohol ni los cigarrillos", dice el punto 6 del comunicado. "No se permiten las reuniones, enarbolar banderas que no sean la del Estado Islámico ni llevar armas. Dios nos ha ordenado estar unidos", dice otro epígrafe. No faltan las indicaciones para las mujeres: "Vestid de forma decente y llevad ropas anchas. Salid sólo si es necesario". Las nuevas autoridades han establecido también Tribunales Islámicos que lidian con el cumplimiento de la sharia, e impuesto penas acordes, como la amputación de extremidades para los casos de robo.

Patrullas morales

En esta declaración de principios, el Estado Islámico también lanza un aviso a aquellos que estén pensando en oponerse al Gobierno del califa Ibrahim: "Advertimos a los líderes y jeques que no colaboren con el Gobierno y se conviertan en traidores", y propone una política de palo y zanahoria para "la policía, los soldados y otras instituciones infieles": "Podéis arrepentiros. Hemos abierto lugares especiales donde podréis hacerlo".

Para asegurarse de que los buenos musulmanes cumplen las leyes, el EI ha creado patrullas de la moral denominadas 'Hisbah', que circulan por las calles advirtiendo a los potenciales infractores y arrestando a quienes violan las prohibiciones. En junio, el periodista estadounidense Scott Lucas entrevistó por internet a un activista de Raqqa que se oponía a lo que entonces todavía era el Estado Islámico de Irak y el Levante, o ISIS, como se lo conocía por sus siglas en inglés, y que explica cómo funcionan estas patrullas: "Hay siempre una barrera entre los miembros del ISIS y los civiles. Hoy un tipo del ISIS vestido con ropas civiles ha ido a una tienda y ha dicho: ‘¿Puedo comprar cigarrillos? Pero no quiero que lo sepan los del ISIS’. El propietario de la tienda la cierra y le da un paquete. Entonces, el tipo sale y llama a una camioneta del ISIS, registran la tienda y queman los cigarrillos", explica el activista, identificado solamente como @modwnatalraqqa, uno de los escasos testimonios existentes desde el interior de la ciudad.

A principios de verano, un reportero palestino llamado Medyan Dairieh logró acceso a combatientes y funcionarios del Estado Islámico en Raqqa, donde filmó un documental que fue publicado por Vice News este mes. En él se puede ver al líder de las patrullas Hisbah, Abu Obida, dando instrucciones a un hombre sobre cómo debe vestirse su mujer o exigiendo a unos jóvenes que quiten un cartel donde aparecen fotografías de varios hombres occidentales, al considerar que muestra demasiado aprecio por los kufar (“infieles”): "Queremos una calle islámica. Somos musulmanes", les dice Abu Obida a estos jóvenes. "Mi intención es establecer el califato. Para que eso ocurra tal y como dijo el Profeta, tenemos que enseñar a los demás qué se debe y no se debe hacer", comenta en otro momento.

Salarios e infraestructuras

A pesar de ello, todo apunta a que la preocupación de las autoridades del Estado Islámico por el bienestar de sus súbditos –al menos el de los musulmanes suníes– es genuina. Tras la toma de Mosul, la agencia de noticias turca Anadolu, uno de los pocos medios a los que se le permitió permanecer en la ciudad, informó de que el Estado Islámico había comenzado a pagar los salarios atrasados a los funcionarios (aunque, tras hacerse con un botín de 400 millones de dólares en los bancos de la ciudad, bien podían permitírselo). Y cuando conquistaron la presa vecina, a pesar de las alarmistas previsiones sobre una voladura potencial de las compuertas, los yihadistas hicieron exactamente lo contrario: se dedicaron a reparar los daños en la infraestructura, con la intención de proveer de electricidad gratuita a los habitantes de Mosul.

"Lo que veo en Raqqa demuestra que el Estado Islámico tiene una visión clara de establecer un estado en el verdadero sentido de la palabra. No es una broma", declaraba, a finales de junio, un profesor retirado en aquella ciudad a un reportero del New York Times introducido de incógnito en la capital yihadista. "Siento que estoy tratando con un estado y no con una banda de matones", se expresaba asimismo un joyero en el mismo reportaje.

Pero un punto más polémico es el trato a las minorías religiosas. En el documental de Dairieh aparece un juez llamado Abu Abdula, encargado de lidiar con los escasos cristianos que permanecen en Raqqa, que habla de un "pacto" con los miembros de esta religión. "Un representante de Al Bagdadi les ofreció la posibilidad de convertirse al islam. Si no aceptan, deben pagar un impuesto para no musulmanes, como dice el Corán. Pero si tampoco aceptan eso, no queda otro remedio que la lucha y la muerte", afirma Abu Abdula.

Sus palabras reproducen casi exactamente la declaración en la que Al Bagdadi impuso a los cristianos, el pasado febrero, una de estas tres opciones: la conversión, pagar la jizya (un diezmo exigido a los no musulmanes), o “morir por la espada”. El líder yihadista también prohibió “mostrar crucifijos en público”, “forzar a los musulmanes a escuchar la recitación de sus escrituras o el sonido de sus campanas”, practicar el proselitismo o “implicarse en actos de hostilidad” contra el Estado Islámico o la población musulmana en general.

Pero según el activista de Raqqa, la situación es aún peor que eso. "Lo de la jizya no ha ocurrido. Era sólo un tema de relaciones públicas, para decir ‘mirad qué estado más islámico somos’". De acuerdo con esta persona, además, prácticamente no quedan cristianos en Raqqa. El EI, en cualquier caso, se ha dedicado a la destrucción sistemática de todos los lugares sagrados fuera del islam suní, como la tumba del profeta Yunus en Mosul (un centro de peregrinación chií), o varios templos yazidíes, por citar dos ejemplos recientes. “Nuestra postura sobre templos y tumbas es clara. Simplemente, todos serán destruidos”, indicó el Estado Islámico en su proclamación de junio, y se ha esforzado por cumplirlo.

Sea como sea, los métodos extremos de los yihadistas resultan atractivos para miles de musulmanes radicalizados, y la rápida expansión del califato está generando un “efecto llamada” para muchos de ellos. Y aunque la comunidad internacional ya está reaccionando –este fin de semana, el presidente estadounidense, Barack Obama, aprobó los vuelos de reconocimiento sobre Siria, de cara a una posible campaña de bombardeos aéreos similar a la que ya está en marcha en Irak–, el número de nuevos reclutas no deja de aumentar: al menos 6.300 durante el mes de julio, de acuerdo con el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, un millar de ellos venidos de fuera de Oriente Medio, que alimentan una fuerza de combate estimada hasta ese momento en apenas 15.000 hombres. Y con cada nueva población 'liberada' en territorio suní, aumenta el número de voluntarios. Todo apunta a que la guerra contra el Estado Islámico será larga.

"Ya no estáis combatiendo contra una insurgencia, somos un ejército islámico y un estado que ha sido aceptado por un gran número de musulmanes en todo el mundo". Estas fueron las palabras pronunciadas a cámara por el ejecutor del periodista James Foley, un yihadista miembro del Estado Islámico (EI), antes de seccionar el cuello de su víctima. Y lo más terrorífico es que tiene razón: el califato decretado por el líder del grupo, Abu Bakr Al Bagdadi, lleva camino de convertirse en un estado viable con sus infraestructuras, su Administración, su sistema de justicia, sus fuerzas armadas y sus propias fronteras.

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