Es noticia
¿Qué hay de lo mío, presidente?
  1. Mundo
CIENTOS DE EGIPCIOS ‘PEREGRINAN’ HASTA EL NUEVO LÍDER PARA TRASLADARLE SUS QUEJAS

¿Qué hay de lo mío, presidente?

Jalil Ibrahim enarbola sus hierbajos secos como si se levantara en armas. Es el más bullicioso de un humilde grupo de agricultores que ha llegado a

Foto: ¿Qué hay de lo mío, presidente?
¿Qué hay de lo mío, presidente?

Jalil Ibrahim enarbola sus hierbajos secos como si se levantara en armas. Es el más bullicioso de un humilde grupo de agricultores que ha llegado a El Cairo desde Fayum, una ciudad a unos 100 kilómetros al sur de la capital, casi con lo puesto. Sus malogrados cultivos y una ristra de papeles desordenados son sus avales para reclamar al recién elegido presidente, Mohamed Morsi, que solucione los problemas de su comunidad.

“Vivimos pegados al Nilo y no puedo utilizar ese agua para regar, tengo que usar agua embotellada”, asegura, airado, el campesino a las puertas del palacio presidencial. El resto de sus compañeros trata de tomar parte en la conversación y, finalmente, Jalil muestra varios frutos todavía sin madurar para recalcar que si el Estado no le permite utilizar los recursos hídricos, su trabajo se irá a la ruina.

El control del agua mantiene desde hace décadas a los agricultores en pie de guerra contra el Gobierno, el único competente para gestionar el caudal del Nilo. Casi un 60% de la población egipcia vive en zonas rurales y cerca de un tercio de la fuerza de trabajo se emplea en el campo. “Durante años nos han tratado como a extranjeros y ahora venimos aquí para pedirle al presidente Morsi que mi familia no se quede sin comer”, insiste el combativo labriego.

Como esta pequeña comitiva del Egipto rural, decenas de egipcios se concentran a diario frente a la sede del Gobierno, desde que el líder islamista jurara su cargo hace ahora dos semanas. El vacío de poder legislativo -tras la polémica por el control del Parlamento- y la ausencia de instituciones -a la espera de nombrar un nuevo Gobierno- han trasladado todo tipo de protestas al único centro de poder visible. La afluencia ha sido tan grande que las autoridades han tenido que abrir una ventanilla en el mismo palacio para recoger por escrito las demandas ciudadanas.

En medio de distintos corrillos, Jaled Mohamed Naser, sostiene una pancarta en soledad. En ella implora en árabe y en inglés que le den un empleo. Hace 15 años que perdió su trabajo como oficinista en el Ministerio de Finanzas. “Tuve un problema y estuve unos días sin poder ir a trabajar. Me dijeron que no pasaba nada pero, cuando volví, me despidieron y además incluyeron mi nombre en una lista negra que me ha impedido encontrar un nuevo empleo”, sostiene.

Desde entonces engrosa las listas que reflejan un 13% oficial de parados. Unas cifras engañosas, que no recogen la alta tasa de economía sumergida y que obvian la escasa productividad de un gigantesco sector público anquilosado. La corrupción rampante fue también otra de las grandes demandas de la revolución que acabó con el régimen de Hosni Mubarak. “Por supuesto que soy víctima de la corrupción, por eso tuve que vender mi casa y ahora me encuentro en la calle”, señala resignado Jaled Mohamed.

Un país en ruinas

Las reivindicaciones laborales son las más comunes, pero el alarmante contexto alimenta todo tipo de súplicas. Reda Abdel Rahman comparte la situación de desahucio con Jaled. Ella, sin embargo, sólo acierta a reclamar que el Estado le suministre las medicinas que necesita. Apenas enfoca la mirada desde la silla de ruedas en la que se encuentra paralizada.

A su lado, su marido Abdel Aziz Ahmed aporta los detalles que ella no puede explicar. “Hace unos años, el Ministerio emitió una orden para derribar la casa donde vivíamos. Era lo único que teníamos y apenas nos daban una indemnización. Nos negamos a marcharnos y nos metieron en la cárcel. A mi mujer le aplicaron descargas eléctricas y desde hace dos años sufre esta parálisis”, narra. En febrero los liberaron, pero ahora no tienen un techo ni acceso a la atención médica que la mujer necesita.

Según los datos del Banco Mundial, cerca del 40% de la población egipcia vive con menos de dos dólares al día. La recuperación de la economía, que no consigue remontar desde la caída del antiguo régimen, será el principal reto para los Hermanos Musulmanes, que han llegado a la presidencia con un programa que trata de acabar con la corrupción y regenerar el tejido productivo en las próximas dos décadas, siempre bajo la óptica religiosa.

Jalil Ibrahim enarbola sus hierbajos secos como si se levantara en armas. Es el más bullicioso de un humilde grupo de agricultores que ha llegado a El Cairo desde Fayum, una ciudad a unos 100 kilómetros al sur de la capital, casi con lo puesto. Sus malogrados cultivos y una ristra de papeles desordenados son sus avales para reclamar al recién elegido presidente, Mohamed Morsi, que solucione los problemas de su comunidad.