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Quemar contenedores es (además) un grave atentado ecológico
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Contra nuestra salud y la del entorno

Quemar contenedores es (además) un grave atentado ecológico

Las sustancias tóxicas liberadas durante la combustión incontrolada de un contenedor de residuos resultan altamente dañinas para el medio ambiente y las personas

Foto: Quema de un contenedor urbano en Barcelona. (EFE)
Quema de un contenedor urbano en Barcelona. (EFE)

Las imágenes que hemos visto durante las últimas revueltas callejeras en varias ciudades españolas, con contenedores de reciclaje ardiendo en mitad de la calzada o las aceras, y las que recordamos de disturbios similares en otros momentos y otros lugares, representan, además de un acto de vandalismo con un alto coste para las arcas públicas (es decir, para el bolsillo de todos), un atentado ecológico del que no se suele informar y que muchos parecen olvidar.

Las dioxinas, furanos y otros compuestos organoclorados liberados durante la quema están catalogados como carcinógenos por la OMS

Los expertos en gestión de residuos llevan años alertando de la grave contaminación que provoca la quema incontrolada de las basuras y del plástico de los contenedores, pues de ese modo se genera una emisión de sustancias altamente tóxicas que incluyen diversos compuestos organoclorados catalogados como carcinógenos, como el hexaclorobenceno, los furanos y las peligrosas dioxinas.

Las dioxinas son las sustancias conocidas más tóxicas para el organismo de cuantas liberamos al entorno en forma de residuo. Incluso en proporciones minúsculas, su relación directa con graves enfermedades (incluidos determinados tipos de cáncer) las hace extremadamente peligrosas.

placeholder Quema de contenedores en Granada. (EFE)
Quema de contenedores en Granada. (EFE)

La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece que la dosis máxima asimilable de estas sustancias para nuestro organismo es de cuatro picogramos (la billonésima parte de un gramo) por kilo de peso al día. Como máximo. Pero después señala que eso no significa que nuestro organismo tolere dicha dosis, pues una exposición incluso mucho menor podría resultar peligrosa en un organismo más sensible a su presencia. Por lo que debemos concluir que el umbral máximo de exposición a estas sustancias debería ser en realidad cero.

En las quemas de contenedores de reciclaje se liberan a la atmósfera urbana, es decir, al aire que respiramos todos (incluidos quienes los prenden fuego), enormes cantidades de dioxinas, furanos y el resto de contaminantes peligrosos para nuestra salud y la del medio ambiente, por lo que, además de ser un acto vandálico con un alto coste económico para todos, se trata de un problema de salud pública y de calidad ambiental del más alto nivel.

Foto: Contaminación en Madrid. (EFE)

Según la OMS, una vez las respiramos, persisten en nuestro organismo durante mucho tiempo gracias a su estabilidad química y a su fijación al tejido graso, donde quedan almacenadas. Se calcula que su vida activa como agente tóxico en nuestro interior oscila entre los siete y los 11 años. Durante todo ese tiempo, las dioxinas pueden actuar como percutor de todo tipo de enfermedades, incluidas las más graves.

placeholder Quema de contenedores en Logroño. (EFE)
Quema de contenedores en Logroño. (EFE)

Está claro que a quienes perpetran este tipo de actos de violencia callejera lo hasta aquí expuesto les importa muy poco. Sin embargo, lo que resulta más sorprendente es que quienes desde el ecologismo político defienden la salud del medio ambiente, quienes vienen mostrándose contrarios a la incineración de residuos en las plantas de valorización energética por los riesgos que comporta para la salud, no denuncien este tipo de actos como lo que son, un atentado ecológico en toda regla, y no se atrevan a llamar al orden a quienes los llevan a cabo o los alientan.

Las imágenes que hemos visto durante las últimas revueltas callejeras en varias ciudades españolas, con contenedores de reciclaje ardiendo en mitad de la calzada o las aceras, y las que recordamos de disturbios similares en otros momentos y otros lugares, representan, además de un acto de vandalismo con un alto coste para las arcas públicas (es decir, para el bolsillo de todos), un atentado ecológico del que no se suele informar y que muchos parecen olvidar.

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