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Quitar las cabinas para hacer hueco a los paquetes de Amazon: la última vida de los locutorios
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UN NEGOCIO EN DECLIVE

Quitar las cabinas para hacer hueco a los paquetes de Amazon: la última vida de los locutorios

Hablamos con los dueños de estos negocios sobre su transformación en los últimos años para poder sobrevivir: algunos recogen tus envíos y, para otros, la salvación está en hacer muchas fotocopias o en los cables de móvil

Foto: Los guardianes de los paquetes están en los locutorios. (L.F.)
Los guardianes de los paquetes están en los locutorios. (L.F.)

Los locutorios madrileños temen por su desaparición. Sin que la gente necesite acudir a ellos para llamar o para usar sus ordenadores, muchas veces solo les queda esperar que algún cliente tenga que venir a recoger un paquete o hacer un giro de dinero. "Ahora todo el mundo tiene un móvil, por lo que ya no nos necesitan", asegura Mila Montes, de 59 años, que trabaja desde hace 15 en un locutorio en la calle del Cardenal Cisneros y está segura de que la tecnología ha acabado con la rentabilidad de su negocio. A lo largo de los años, esta ecuatoriana ha tenido que reinventarse múltiples veces para que su establecimiento sobreviva. "Hemos tenido que cambiar las cabinas de teléfono por espacio en donde almacenar cajas de Amazon", afirma.

Montes es muy consciente de la mala fama que tienen los locutorios y explica que gran parte de su trabajo durante más de una década ha sido demostrar que existen locales de este tipo que solo buscan tener una forma honesta de ganarse la vida. Montes se refiere al informe que detectó hace años que en Madrid el 85% de los establecimientos cometía irregularidades: en muchos casos eran locales en donde se lavaba dinero.

Su esperanza es poderse jubilar en el único trabajo que ha conocido desde que llegó a España, y sabe que para lograrlo tendrá que seguir buscando formas de modernizarse para que sus clientes no dejen de ir a verla solo porque la tecnología avance cada vez más. "Antes hacía muchos giros, pero ahora hay tantas apps para mandar dinero que eso también se está perdiendo", dice.

Foto: Sala de espera del Registro Civil de Zaragoza. (Manuel Corzán Domeque)

Cuando los clientes van a recoger los paquetes que llegan al locutorio, porque cuando pasó el repartidor ellos no estaban en casa, estos aprovechan para comprarse algún dulce, algún cable o incluso para imprimir algún documento. Toda la rentabilidad del negocio está ligada a la paquetería, y esto, en un barrio como Chamberí, donde la renta per cápita es de las más altas de la ciudad, les permite seguir funcionando: "He visto cómo muchos de mis compañeros del barrio han tenido que cerrar".

En Malasaña, en la calle del Pez, se encuentra uno de los pocos locutorios que quedan por la zona. Andrew Scheer, de 52 años, lleva 15 años regentando el lugar y comparte el mismo sentimiento que Montes. "Los móviles nos han matado", afirma, y recuerda que en el barrio antes había muchos más locutorios, pero ahora solo quedan ellos en pie. "Aquí la gente viene sobre todo a recoger paquetes y a hacer algún envío", dice. La mayoría de sus clientes son jóvenes que trabajan todo el día, que no tienen portero y que piden mucho por Amazon. Así que cuando sus paquetes llegan, los recogen en su local y de paso le compran algo.

Es consciente de que buscarse otro trabajo a su edad puede ser complicado, y espera jubilarse en su locutorio. "Vamos intentando sobrevivir día a día", confiesa Scheer, que vino de Marruecos a España hace 20 años. Lo que más le gusta de su trabajo es poder ayudar a la gente mayor que visita su tienda en busca de ayuda con su móvil o que tiene algún problema en internet. "Vienen aquí y les ayudo a mandar correos, revisar emails que les han llegado o imprimir alguna cosa que les han enviado sus hijos y no saben cómo hacerlo", cuenta. Eso sí, el trato con el cliente siempre ha sido su mayor desafío en este trabajo. "Trabajo 12 horas al día todos los días y muchas veces no sirve de nada porque nadie pasa por la puerta", se lamenta.

Según sus cuentas, de los 100 clientes que podían entrar por su puerta en un día hace unos años, ahora solo entran tres o cuatro. "Esto no es rentable si no haces envíos, pero los paquetes me ayudan a pagar los gastos de luz y agua", cuenta.

placeholder Carla Phillips, en su locutorio cercano a la embajada de Venezuela en España. (L.F.)
Carla Phillips, en su locutorio cercano a la embajada de Venezuela en España. (L.F.)

Unas calles más arriba, a la altura del metro de Iglesia, todos los días decenas de personas hacen cola afuera de la Embajada de Venezuela. Muchos de ellos buscan corriendo todas las mañanas dónde imprimir un documento que les faltó para su cita. Así que Carla Phillips, de 35 años, decidió el año pasado adquirir un locutorio muy cerca de la puerta de la embajada para capturar todos estos clientes despistados. Ha funcionado: "Este local llevaba mucho tiempo aquí, pero estaba muy descuidado. He intentado ponerlo bonito y que sea un lugar agradable para la gente. Un lavado de cara ha traído más clientes", reivindica.

Mientras que muchos han cerrado y otros luchan por sobrevivir, ella decidió darle un giro a su negocio y cambiar el nombre de la fachada de locutorio a multiservicios. "Los paquetes hacen que mucha gente nos haya conocido", cuenta. Sin embargo, sus clientes más fieles son abogados de la zona y los venezolanos que acuden a ella en busca de un ordenador donde imprimir. "Abro muy temprano y me voy muy tarde. No cierro en todo el día. Intento estar aquí todo el tiempo posible para lograr que sea rentable y no perder ningún cliente", afirma esta peruana, que ha encontrado la esperanza en un negocio en declive.

Los locutorios madrileños temen por su desaparición. Sin que la gente necesite acudir a ellos para llamar o para usar sus ordenadores, muchas veces solo les queda esperar que algún cliente tenga que venir a recoger un paquete o hacer un giro de dinero. "Ahora todo el mundo tiene un móvil, por lo que ya no nos necesitan", asegura Mila Montes, de 59 años, que trabaja desde hace 15 en un locutorio en la calle del Cardenal Cisneros y está segura de que la tecnología ha acabado con la rentabilidad de su negocio. A lo largo de los años, esta ecuatoriana ha tenido que reinventarse múltiples veces para que su establecimiento sobreviva. "Hemos tenido que cambiar las cabinas de teléfono por espacio en donde almacenar cajas de Amazon", afirma.

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