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El artista español que triunfó en el Nueva York de los expresionistas abstractos
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JOSÉ GUERRERO

El artista español que triunfó en el Nueva York de los expresionistas abstractos

La galería Cayón, en Chamberí, presenta hasta el 16 de febrero algunas de las obras más emblemáticas de los años americanos de José Guerrero, figura fundamental para entender el movimiento de la abstracción

Foto: Guerrero, en el balcón que daba al patio de su estudio en Nueva York. (Cedida)
Guerrero, en el balcón que daba al patio de su estudio en Nueva York. (Cedida)

En Manhattan, entre las calles 406 W y la 20, tuvo su casa el artista José Guerrero. Desde ahí se desplazaba a muchos de los bares que congregaban a la escena del expresionismo abstracto neoyorquino. Unos días era en The Club, donde se celebraba una tertulia semanal, y otros en la mítica Cedar tavern, a la que acudían algunos de los pintores más renombrados del expresionismo abstracto. Allí conectaría con nombres como los de Mark Rothko o Frank Klein.

Guerrero aterrizó en Nueva York en 1950, junto a su mujer, la periodista Roxanne Whittier, con la que había contraído matrimonio unos años antes en París. En la gran manzana pasó quince años ininterrumpidos, evolucionando con su arte y empapándose del principal movimiento artístico que inundaba la ciudad. El artista granadino expuso en museos como el Solomon R.Guggenheim y su obra fue vendida por la principal galería de la época, Betty Parsons, que también llevaba a personajes de la talla de Pollock, Rothko, Clyfford Still o Barnett Newman.

Ahora la galería Cayón, ubicada en el barrio de Chamberí, se encarga de mostrar este legado, donde se pueden ver diez lienzos de importantes dimensiones y cinco papeles. Obras realizadas entre 1953 y 1965, y que en algunos casos no se habían visto públicamente en seis décadas.

Nueva York, años 50

Fue su mujer quien hizo que los dos se trasladasen a Estados Unidos. "Ella estaba en Europa de paso. Y él tenía claro que en España no se le había perdido nada. Lo que quería era seguir buscando la modernidad tras sus pasos por París y Roma. Guerrero vivió la España de posguerra, que fueron unos años muy duros y desde luego el arte que él buscaba y que quería, donde quería un poco integrarse, no estaba allí", destaca Francisco Baena, actual director del Centro José Guerrero, en Granada.

La eclosión del arte abstracto estaba en su máximo apogeo. "Recuerdo el shock que me produjo la primera exposición de Pollock, las exposiciones que se iban sucediendo. Era como ir ardiendo interiormente. Un fuego que me iba estimulando a pintar", llegó a escribir Guerrero de aquellos primeros años de inmersión. "Cada vez que veía estas obras las miraba con tanta intensidad que luego tenía que ir hacia una ventana para encontrar el cielo y poder hallar en él algo que me fuera familiar. Eran obras tan nuevas como jamás había visto yo en Europa".

placeholder Exposición José Guerrero, 2023 © Galería Cayón
Exposición José Guerrero, 2023 © Galería Cayón

Su cambio no es inmediato, sino que va transformando mucho de lo aprendido en Europa. Es vital su aprendizaje en el estudio de William Hayer, Atelier 17, que comenzó en París, con artistas como Picasso y Miro, y se trasladó a Nueva York en 1940. Con él investiga las técnicas de grabado y amplía su vocabulario formal. "Lo que podrían parecer asuntos triviales —como el hecho de que muchos pintores trabajaran primero en el suelo y solo después pasaran a la pared— se convirtieron en temas importantes para Guerrero. O el tema de los nuevos materiales que se estaban desarrollando en Nueva York, como las pinturas acrílicas, o ciertos yesos artificiales de secado rápido, o los bastidores prefabricados", contaba la historiadora del arte Dore Ashton, autora de un texto fundacional, La escuela de Nueva York (1988)

Jóvenes pintores americanos

Su amistad con James Johnson Sweeney, el segundo director del museo Solomon R. Guggenheim entre 1952 y 1960, le permite participar en exposiciones que van a ser significativas en el desarrollo del movimiento. Es el caso de Younger American Painters, que se celebra en abril de 1954, y donde presentó dos murales. En aquella muestra se mezcla con muchos nombres que hoy pertenecen al top de los más vendidos: Franz Kline, Willem de Kooning, Philip Guston, Richard Diebenkorn, Pollock, Gottlieb, Baziotes o Kenzo Okada.

“Le proporcionó un grado de visibilidad del que hasta ese momento no había disfrutado y lo confirmó como artista norteamericano”, escribía Yolanda Romero en el catálogo The Presence of Black (2015), que documentaba su periplo americano. “La revista Vogue dedicaba un amplio espacio a la muestra y entre las obras reproducidas destacaba a todo color Three Blues, una de sus pinturas de etil silicato sobre cemento que el Guggenheim iba a adquirir tan solo unos meses después”.

placeholder Exposición José Guerrero, 2023 © Galería Cayón
Exposición José Guerrero, 2023 © Galería Cayón

Las exposiciones en el Guggenheim se harán habituales, participando en otras colectivas en los años 1957 y 1959. Al igual que en otros museos norteamericanos, como el Worcester Art Museum de Dallas, que lo invita a la exposición Action Painting, en 1958; o la importante cita anual del Carnegie Institute de Pittsburgh. Así describía Guerrero su forma de enfrentarse al lienzo, influida por los expresionistas abstractos: "Para pintar, suelo trabajar con ocho o diez telas a la vez. Las pongo en el suelo, les echo mucho aguarrás y después las levanto y las pongo en la pared. Echo los tarros de color como una primera mano: es el intento de color. Llego al estudio y miro las telas; no subo a pintar sino a observarlas. Veo entonces que hay que hacer algo en ellas, y eso es lo que me interesa. Observo la relación entre ellas porque hay una unidad bastante grande. Me planteo, por ejemplo, un cuadro con tres colores, o verde, o rojo".

Esos colores llamativos, donde no falta el negro, van a ser determinantes en estos años marcados por los gestos. "Lo que estaba pasando en América no lo había visto todavía", señala Baena. "Era una escala mucho más grande y un lenguaje distinto. Era algo mucho más nuevo. Fue un verdadero shock, pero también tuvo claro que eso es lo que él quería. Quería conectar, aprender y formar parte de ese arte que le deslumbraba".

Psicoanálisis y vuelta a España

Entre 1958 y 1962, Guerrero acude al psicoanálisis para aplacar la ansiedad que le perseguía. "Sus sesiones psicoanalíticas le ayudaron a resolver sus contradicciones personales y, también, a recuperar nuevos temas para su pintura", recuerda Romero. "Para otros artistas de la Escuela de Nueva York, también el psicoanálisis había influido en la liberación de sus fuerzas creativas. Cuatro años, según cuenta el propio Guerrero, tardó en encontrarse a sí mismo y alejarse de sus fobias. No fueron años improductivos en lo profesional, como atestiguan sus dos muestras en Betty Parsons, en 1960 y 1963, su continua presencia en muestras colectivas o la incorporación de sus obras a importantes colecciones de Estados Unidos".

Por ejemplo, los amigos del Whitney donan un importante lienzo al museo; el Art Institute de Chicago recibe para sus fondos Black and Yellows; la Albright–Knox Art Gallery adquiere Presence of Black 1; o el Chase Manhattan Bank, presidido por David Rockefeller, compra varias piezas para sus fondos. Los diferentes críticos del New York Times también realizan elogiosas críticas. Ocurre con Aline B. Louchheim, que califica sus primeros frescos moviles de “atrevidos y monumentales”; o Suart Preston, que pone en valor el uso del negro y de “colores españoles: oro, escarlata, rojo fuego”, además de una profunda “dramaturgia formal que le da un carácter personal al trabajo de Guerrero en relación al de otros expresionistas abstractos de la escena internacional”.

"Él quería reconciliarse con España, recuperar esa memoria que había dejado un poco de lado para focalizarse en una cosa más internacional"

Es a principios de los sesenta cuando el pintor granadino comienza a poner títulos en español a muchas de sus obras: Albaicín, Sacromonte, Andalucía. En 1965 se instala durante tres años en España. Aprovecha un reportaje que su mujer debía realizar para la revista Life, con motivo del treinta aniversario de la muerte de Federico Garcia Lorca. Vive en Frigiliana, desde donde se traslada a Madrid y Cuenca. Lugares en los que tiene buenos amigos. "Él quería reconciliarse con España, recuperar esa memoria que había dejado un poco de lado para focalizarse en una cosa más internacional", apunta Baena.

Esto también le sirvió para que los hijos que tuvo, Lisa y Tony, aprendieran bien español, que era su lengua. "Compró una casa en Cuenca con los cuadros que vendió al Museo de Arte Abstracto, una en Madrid y luego también un cortijo entre Frigiliana y Nerja, que estaba realmente en el campo", continúa explicando Baena de un lugar que restauró con el arquitecto Fernández de Lamo, que era amigo suyo. "Y a partir de ahí, es verdad que luego volvió a Nueva York y ya siguió allí. Pero seguía pasando los veranos en España. En la casa de Nerja, que estaba muy cerca de la de su madre, que vivía aún en Granada". Su siguiente etapa estará ligada a la galería Juana Mordó y a un encuentro más estrecho con España, donde le seguirán grandes exposiciones. Sin embargo, nunca olvidará sus años americanos, aquellos que le permitieron desplegar un arte más gestual y colocarse en el epicentro del mercado del arte mundial.

En Manhattan, entre las calles 406 W y la 20, tuvo su casa el artista José Guerrero. Desde ahí se desplazaba a muchos de los bares que congregaban a la escena del expresionismo abstracto neoyorquino. Unos días era en The Club, donde se celebraba una tertulia semanal, y otros en la mítica Cedar tavern, a la que acudían algunos de los pintores más renombrados del expresionismo abstracto. Allí conectaría con nombres como los de Mark Rothko o Frank Klein.

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