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Íñigo Ramírez de Haro: “La aristocracia es una clase social muy poco ilustrada”
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Íñigo Ramírez de Haro: “La aristocracia es una clase social muy poco ilustrada”

El dramaturgo Íñigo Ramírez de Haro retrata a antepasados y parientes, entre ellos Esperanza Aguirre, en el libro 'La mala sangre'. El volumen también describe su particular Madrid

Foto: 'La mala sangre'.
'La mala sangre'.

La cita tiene lugar en la imponente cafetería del Círculo de Bellas Artes. Un espacio bien conocido por Íñigo Ramírez de Haro, dramaturgo, diplomático y escritor, entre mil y una facetas. Ramírez de Haro pasó a ser un personaje popular en la primavera de 2004, cuando su obra, ‘Me cago en Dios', que estaba siendo representada en el Teatro Fernando de Rojas del Círculo, sufrió un intento de censura por parte de la Comunidad de Madrid y grupos de extrema derecha.

Foto: Decenas de visitantes en la feria Libros Mutantes. (Cedida)

“Cuando estrené aquella obra, mi padre me dejó de hablar. No era nada desagradable, pero no me hablaba. Él ya era del Opus Dei”, recuerda Ramírez de Haro, mientras relata como llamaban a su padre por teléfono para insultarle a él, creyendo que hablaban con el director de la pieza teatral. “En las antiguas guías de teléfono, nuestros nombres venían seguidos”, aclara. Él se llamaba Ignacio y aquello terminó llevando a equívoco. “La escena era patética”, comenta a la vez que se ríe a carcajadas de todo aquello.

En aquel momento, la presidenta madrileña no era otra que su cuñada, Esperanza Aguirre, que catalogó a la obra como “blasfema”. Casi dos décadas más tarde, el aristócrata ajusta cuentas con ella y con el pasado de su familia en ‘La mala sangre’, una entretenida novela con personajes y hechos reales, que relata cinco siglos de historia, desde el fundador de la Casa de Bornos hasta el último de los Ramírez de Haro.

Litigios con un Goya

Como observador privilegiado de todas las peripecias que acontecen en el libro está Valentín Belvís de Moncada y Pizarro, antepasado del escritor y marqués de Villanueva del Duero. Su retrato, pintado por Goya a finales del siglo XVIII, observa desde la portada de ‘La mala sangre’. Es el famoso cuadro que su hermano, Fernando Ramírez de Haro, vendió por cinco millones de euros al empresario Juan Miguel Villar Mir en 2012. Todo ello con la Operación Canalejas sobrevolando y una compraventa que aún está en los tribunales.

“Doscientos años encima de la chimenea y nadie se había tomado la molestia de saber de quién era el cuadro”, cuenta. “Hasta que llegó mi mujer, que es pintora, y comentó que podíamos vender el Goya”. Unos meses más tarde, Fernando, que se encontraba en la ruina, se encargaría de la venta de aquella pintura sin repartir ninguno de los beneficios obtenidos entre sus hermanos.

placeholder Don Valentín Bellvís de Moncada.
Don Valentín Bellvís de Moncada.

Íñigo aún no se cree lo que ha pasado con Fernando, el mayor y el familiar con el que más relación tenía hasta que ocurrió todo. Han sido tres años oscuros, en los que ya no tiene contacto con él, al que ha denunciado en los tribunales. “Ya no era solo por el dinero del cuadro, sino porque todo podría indicar que era mentira, que no había nada. Yo le dije que no iba a aceptar lo que había pasado. Me daba igual lo que fueran a hacer mis hermanos”, expone entre apesadumbrado y orgulloso.

“En la aristocracia son abducidos en la idea de la primogenitura. Y que los trapos sucios se lavan en casa. La actitud de mis hermanos era que ninguno quería problemas. Pero esto era ya una cuestión de dignidad humana”, puntualiza. Íñigo acusa al primogénito de estafa, falsedad documental y apropiación indebida, entre otros delitos.

El palacio del Conde de Bornos

Otro de los actores clave del libro y de la historia familiar del último medio siglo es el palacete ubicado en Jesús del Valle, residencia de Esperanza Aguirre y su marido, y vivienda donde crecieron los Ramírez de Haro desde 1850. “Mi adolescencia está muy ligada a ese edificio familiar. Yo nací en una casa que tenía su propia capilla, en una familia que estaba todo el día rezando. Cualquier acontecimiento se festejaba rezando. A mí de niño me ponen Iñigo por Ignacio de Loyola. Y entre los fundadores de los jesuitas está mi antepasado, el primer señor de Bornos, en la época de los Reyes Católicos”, recuerda mientras da un sorbo a su café americano, con una leve nube de leche.

Foto: Portada de 'Por la magia', de Manuel Moreno. (Libros Walden)

“La aristocracia es una clase social muy poco ilustrada, en el sentido de que no se ha dedicado a la literatura, se ha dedicado a rezar”, continúa. En ‘La mala sangre’ entra también en muchos de los miedos que su familia arrastraba. “Nos habíamos arruinado en el año 15. Éramos una familia pobre, teníamos muy poco dinero. Vivía de las apariencias, de ahí muchos de los complejos con los nuevos ricos”.

Malasaña también le va a marcar: “A mí me daba vergüenza decir que vivía en ese barrio, porque el grueso lo hacía en el barrio de Salamanca. Y ahora descubro que era lo maravilloso que tenía Madrid, donde estaban mezcladas todas las clases sociales. Estabas todo el día en la calle del Pez y hacías amigos con la gente del barrio, pero siempre teniendo claro que tú no eras de ese estrato social, pero sí para jugar”.

Desprenderse de la aristocracia

El libro retrata no solo esos momentos de intimidad, sino también el proceso que la aristocracia vive entre los años sesenta y el presente. “Mi periodo histórico ha coincidido con la desaparición de esa clase social diferente y distinguida. Yo he pasado de una infancia donde existía la aristocracia como una clase social distinta de la burguesía, que vivía de una forma diferente. Mi abuela paterna era una señora que decía que nunca había llevado ningún paquete en sus manos. Esto es algo que elaboras a posteriori, tú naces en un medio social donde queda muy claramente el nosotros frente al resto”, comenta.

En la novela convive el diálogo cuasi surrealista, como la noche de bodas de su hermano con Esperanza Aguirre, con una lúcida mirada hacia su clase, sin perder de vista la situación histórica de cada momento. Un relato que no abandona tampoco la ironía. Con textos cortos y certeros. “Fernando y Esperanza se iban a ver full monty por primera vez. Como buenos chicos de ese régimen en ese ambiente de la aristocracia y clases altas, se regían por las convenciones, la tradición y las costumbres que marcaba el nacionalcatolicismo desde la victoria de Franco en 1939, cuando abolió el amor libre”, escribe.

Íñigo pasa por diferentes crisis en las que intenta desprenderse de todo lo que pueda recordar a pompa, nobleza y estrato social. Entre ellas el golf, que aprenderá en el club Puerta de Hierro, del que ahora es presidente su hermano. “Íbamos todos los días. Además mi familia era golfista y yo jugaba muy bien. Parte de mi crisis va a consistir en dejar de jugar al golf”, concluye mientras recita una de las citas que abren el libro, firmada por Nabokov: “Sólo la ficción dice lo verdadero”.

La cita tiene lugar en la imponente cafetería del Círculo de Bellas Artes. Un espacio bien conocido por Íñigo Ramírez de Haro, dramaturgo, diplomático y escritor, entre mil y una facetas. Ramírez de Haro pasó a ser un personaje popular en la primavera de 2004, cuando su obra, ‘Me cago en Dios', que estaba siendo representada en el Teatro Fernando de Rojas del Círculo, sufrió un intento de censura por parte de la Comunidad de Madrid y grupos de extrema derecha.

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