Quien diga que nadie es profeta en su tierra no conoció a Jerónimo Saavedra
Saavedra fue, por encima de cualquier otra consideración, un hombre libre, una persona libre, un político que fue mucho más que eso en una tierra que lo ha querido y que lo llora sin detenerse en siglas o colores
Saavedra lo fue. Fue querido en las siete islas, sentido en cada una de ellas como propio. Es imposible entender la historia reciente de Canarias desconociendo a Jerónimo Saavedra, qué decir la del socialismo canario o el nacimiento, infancia, adolescencia y madurez del recorrido autonómico de una región situada a 1.200 kilómetros del resto del país.
A Saavedra las siglas del PSOE se le quedaron pequeñas. Era PSOE, pero mucho más que eso. Hábil. Florentino. Inteligente. Y listo, también. Saavedra fue él y su personaje. Siempre actor principal. Siempre centro de atención. Siempre envuelto en el aire aristocrático que cultivaba con elegancia, de oficio, pero pretendiéndolo.
Hace años, en una de las muchísimas conversaciones que tuve con él, me confesó que le habría encantado ser embajador en el Vaticano. "Es mi sueño aplazado", me dijo. Esa ilusión lo resumía. Quien lo fue todo, presidente, ministro y alcalde, secretario general y lo que se propusiera, soñaba con mimetizarse en la corte vaticana, en el destiempo, en los siglos de los siglos, amén. Saavedra convivió con presente y futuro, pero se sentía cómodo en el pasado, en la literatura, en la música, en el arte, en el pensamiento, en los clásicos. Fue, sobre todo, un clásico. Refinado. Un punto maquiavélico. Y libre. También fue libre, y feliz. Libre de querer a quien quiso querer, y de dejarse querer por quien lo quiso. Saavedra no se dejó coartar por los prejuicios. Siempre voló sin cadenas ni condenas.
Logró el imposible de ser respetado a partes iguales en todas las islas, un milagro al alcance de pocos, muy pocos. Saavedra era grancanario. Y palmero. Fue tinerfeño, majorero, conejero, herreño y gomero. En todas partes se sentía como en casa y lo recibían en casa. En todos los partidos, sin excepción, lo escuchaban con atención. Admirado con unanimidad, logró que sus palabras, consejos y análisis calaran transversalmente, atravesando las paredes que separan las sedes de los partidos.
Culto. Hipnótico. Los sindicatos lo sentían como uno de los suyos. Y la gente de la cultura. Y el empresariado. Supo ganarse a todos. Ser de todos y de ninguno. Fue más político que los políticos. Se sabía miembro del club de las grandes ligas, y ejercía. Cuando se proponía algo, lo conseguía sin pestañear. Ganador, únicamente perdió la partida cuando fue censurado como presidente del Gobierno de Canarias. Su sacrificio trajo consigo el alumbramiento de Coalición Canaria. Aquel golpe lo dejó tocado, pero remontó el vuelo. Siempre resucitó. Siempre volvió a la primera línea, al escenario, al aplauso del público en el patio de butacas. En alguna medida, su relación con la sociedad que lo mimaba se asemejó a la que los artistas mantienen con su público. Tuvo mucho de artista, sí. De tenor. De poeta. De mecenas.
Manejaba la ironía con soltura, desafiando a sus interlocutores, jugando con ellos. Su trayectoria fue un recorrido de luz, y también de sombras, pero ya se encargó Saavedra de que las sombras se diluyeran como azúcar en el café. Construyó un mundo a su medida, y, en ese empeño, en la construcción de una realidad adaptada a su personalidad, contó con la colaboración y complicidad de militantes, compañeros de partido, universidades, patronales, sindicatos, periodistas y cortesanos. Todos se lo pusieron fácil. Todos se rindieron a los encantos y a la coreografía intelectual, política y social de uno de los políticos mayúsculos que han dado las islas. Saavedra fue, por encima de cualquier otra consideración, un hombre libre, una persona libre, un político que fue mucho más que eso en una tierra que lo ha querido y que lo llora sin detenerse en siglas o colores. Fue un estadista. Fue una referencia que cruzaba el tiempo, viajando del presente al pasado o del pasado el futuro, protagonizándolo. Fue un artista. Fue, para los canarios de las siete islas, Saavedra, Jerónimo, Él.
Saavedra lo fue. Fue querido en las siete islas, sentido en cada una de ellas como propio. Es imposible entender la historia reciente de Canarias desconociendo a Jerónimo Saavedra, qué decir la del socialismo canario o el nacimiento, infancia, adolescencia y madurez del recorrido autonómico de una región situada a 1.200 kilómetros del resto del país.
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