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URBANISMO

La Valencia de los 15 minutos se olvida de la que está más lejos

El difícil encaje entre la ciudad compacta y su área metropolitana impide a Valencia funcionar como una unidad de cerca de un millón y medio de habitantes

Foto: Varias personas recorren Valencia en bici. (EFE/Kai Försterling)
Varias personas recorren Valencia en bici. (EFE/Kai Försterling)

Suele comentar el economista urbano Josep Sorribes (antigua mano derecha del exalcalde Ricard Pérez Casado), que Valencia tiene demasiada fijación con mirar al campanario: una visión excesiva en torno a sí misma, con una dinámica centrípeta que le lleva a un peso descompensado respecto a lo que sucede en torno a su cogollo más céntrico. Por otra parte, una costumbre generalizada en gran parte de las ciudades. En cambio, desatiende aquello que aparece a partir de sus bordes y desde allí a varias de sus coronas. Hasta un área metropolitana con más de 1,5 millones de habitantes, la tercera de España, un eje de actividad bien definido dentro del marco del Corredor Mediterráneo.

Foto: Carlos Moreno. (WRI Ross Center for Sustainable Cities)

El debate metropolitano se ha convertido en el animal mitológico favorito en el zoológico de las promesas. La desvertebración entre municipios que forman parte de un mismo hecho (movimientos interconectados, servicios solapados) define las últimas décadas valencianas. Un esqueleto frágil que provoca situaciones inverosímiles: estaciones de bicis públicas que, separadas por un paso de cebra (de Valencia a Alboraya) requieren contratas distintas. Un símbolo sobre ruedas de los obstáculos con los que se encuentra el ciudadano metropolitano.

Esa batalla entre dos dimensiones —la ciudad real, sin confines, frente a la capa administrativa— da pie a contrastes significativos en el propio estilo de vida. Apunta a ciudades que, aunque promocionen su afán por ser urbe de los 15 minutos, ya lo son en la práctica, a diferencia de entornos metropolitanos que no pueden serlo.

En el ámbito de la movilidad lo constatan las cifras sobre cómo se desplazan los habitantes. Mientras que en el interior de la propia ciudad el 22,6% de desplazamiento son en transporte público, el 50,6% a pie y el 21,8% en coche, entre los cerca de cinco millones de desplazamientos que tienen lugar cada día en la primera corona metropolitana, el 41,3% elige el coche frente a un 15,4% que lo hace en transporte público, según los datos de 2022 del Plan de Movilidad Metropolitano (PMoMe).

Al margen del sesgo propio de la distancia, demarca culturas urbanas contrapuestas. Como señala Pérez Casado, “las razones tienen más que ver con el pasado, no con una realidad que requiere de una gobernanza que vaya más allá de los límites municipales”.

placeholder Un hombre observa el tráfico en Valencia. (EFE/Kai Forsterling)
Un hombre observa el tráfico en Valencia. (EFE/Kai Forsterling)

El catedrático de geografía de la Universitat de València, Joan Romero, es una de las personalidades que con mayor constancia ha levantado en estos años la bandera roja para advertir de los recursos desperdiciados por la desvertebración metropolitana. “Es un área —defiende Romero— homologable a la mayoría de zonas metropolitanas, pero una anomalía en cuanto a su gobernanza. En Alemania muchas de sus 25 áreas tienen modelos diferentes según su situación, con mancomunidades polifuncionales, monofuncionales; en Francia, existen 15 áreas constituidas; en Italia la ley de 2014 constituyó 15 ciudades metropolitanas…”.

Precisamente cuando Francia desarrollaba su principal plan de impacto metropolitano, en 1999, Valencia desarticulaba su Consell Metropolità de l’Horta, su principal intento de amoldarse a los movimientos reales de la población.

Foto: Proyecto de Metrovacesa para la Patacona, en el centro el 'Kremlin'. (Estudio Herreros)

Romero lo atribuye al “déficit de gobernanza: los actores políticos regionales no han colocado el reto metropolitano sobre la mesa; no se ha incorporado el pensamiento en conjunto más allá de los límites administrativos”.

La respuesta institucional está basada en una foto fija que hace mucho tiempo que se comporta en movimiento, con costuras que solo existen sobre los mapas. Los intentos de mancomunar a municipios metropolitanos provoca, además, un efecto de insularidad: conectados entre sí, por grupos, pero desvinculados de Valencia.

placeholder Varios turistas visitan Valencia. (EFE/Ana Escobar)
Varios turistas visitan Valencia. (EFE/Ana Escobar)

Esa ausencia de gobernanza impacta en cuestiones como las políticas de vivienda, en la realidad un asunto que moviliza a los habitantes a lo largo de toda la mancha de aceite metropolitana y que tiene efectos de presión y carestía a lo largo de la misma, pero que en cambio se articula de municipios para dentro, obviando los principios elementales del movimiento.

Josep Sorribes lo atribuye también a una herencia histórica: la visión que Blasco Ibáñez y su corriente blasquista tenía del entorno de la ciudad: “Poco menos que unos señoritos de centro mirando con desdén a la huerta…”. Lugares como Sagunto, Burjassot, Mislata, Paterna, Manises o Torrent, que forman un continuo sin apenas fronteras geográficas, apenas convergen con Valencia.

Foto: Varias personas pasean por la huerta valenciana. (Cedida)

El catedrático Joan Romero, en una de sus últimas conferencias impulsadas por el Ayuntamiento de Valencia para encarar el estado de la ciudad hacia 2030, recomendaba cinco claves para implementar cuanto antes: 1) la creación de espacios de diálogo donde alcaldes y alcaldesas metropolitanos hablen sin agenda, 2) impulsar la creación de mesas sectoriales específicas para resolver problemas concretos: movilidad, vivienda, servicios sociales, usos del suelo…, 3) si ese diálogo se confirmara, el impulso junto a la Generalitat de un primer Plan Estratégico Municipal, 4) abordar problemas de competencia y financiación de gobiernos locales, teniendo en cuenta —como se ha visto con la gestión de los fondos Next Generation— que existe mayor fuerza juntos que separados, 5) explorar nuevas formas de cooperación.

La mirada metafórica hacia el campanario de cada municipio provoca un cuadro general repleto de pinceladas sueltas, pero sin apenas unidad. “Es urgente —pide Romero— acompasar las formas de gobernanza a la realidad, no a la inversa”.

Suele comentar el economista urbano Josep Sorribes (antigua mano derecha del exalcalde Ricard Pérez Casado), que Valencia tiene demasiada fijación con mirar al campanario: una visión excesiva en torno a sí misma, con una dinámica centrípeta que le lleva a un peso descompensado respecto a lo que sucede en torno a su cogollo más céntrico. Por otra parte, una costumbre generalizada en gran parte de las ciudades. En cambio, desatiende aquello que aparece a partir de sus bordes y desde allí a varias de sus coronas. Hasta un área metropolitana con más de 1,5 millones de habitantes, la tercera de España, un eje de actividad bien definido dentro del marco del Corredor Mediterráneo.

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