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El Gulliver gigante de Valencia enciende el debate sobre el urbanismo para niños
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UNA CIUDAD DIFERENTE

El Gulliver gigante de Valencia enciende el debate sobre el urbanismo para niños

Cómo deben los más pequeños disfrutar de su propia ciudad. La reapertura del Gulliver, el parque infantil más simbólico, repleto de liliputienses, hace retomar las dos visiones sobre la mimetización de los niños con la urbe

Foto: Operarios acondicionan la estructura del Parque Gulliver, en el Jardín del Túria de Valencia. (EFE/Ana Escobar)
Operarios acondicionan la estructura del Parque Gulliver, en el Jardín del Túria de Valencia. (EFE/Ana Escobar)

El Jardín del Túria cumple 35 años. Aunque es una infraestructura verde poco reglada y que no ha respondido a guiones, sino al uso espontáneo de la ciudadanía valenciana a lo largo de más de seis kilómetros, uno de su principales puntos de atracción sí responde a un uso plenamente planificado: es el Gulliver y su deseo de —ejem— hacer que los niños se acerquen al pulmón ajardinado.

Foto: Vista del Jardín del Túria. (EFE/Manuel Burque)

Nació en 1990 y, después de un parón para reparar algunos de sus achaques, el viejo — derribado sobre el antiguo lecho del Túria, vuelve a desperezarse. Reabrió sus puertas este viernes. La idea fundacional buscaba, a través de una escultura de 70 metros hecha de toboganes, reproducir la vida en Lilliput por la que sus habitantes —hechos de carne y hueso, los propios niños visitantes— pisoteaban al personaje creado por Jonathan Swift. ¿Un parque temático?, ¿un salón infantil?, ¿acaso una falla tumbada? Todo eso y algo más complicado: un complejo democratizador, con acceso gratuito, que de manera poco común tenía en cuenta la ciudad a ojos de los más pequeños. Pero que también determinaba una manera concreta de simbiosis entre chiquillería y urbe.

Fue obra del arquitecto Rafael Rivera, y la hizo posible el artista fallero Manolo Martín junto al diseñador y dibujante Sento Llobell. Tenía además una razón entre la poética y la ironía: si el Jardín del Túria lleva años esperando a alcanzar el mar —como el río que lo atravesaba—, el Gulliver es producto del naufragio de un barco, el Antelope.

placeholder Voluntarios de Greenpeace colocan una mascarilla gigante en la cara de Gulliver. (EFE)
Voluntarios de Greenpeace colocan una mascarilla gigante en la cara de Gulliver. (EFE)

Sus curvas deslizantes han sido un símbolo de la Valencia menuda para unas cuantas generaciones en las últimas tres décadas. Cuántos vaqueros se han rasgado tobogán abajo. Esa diversión era transmisora igualmente de un profundo afán de concebir la ciudad desde el espacio público.

Hace unos días, el urbanista Chema Segovia explicaba la trascendencia del Gulliver en el festival de arquitectura que la Fundación Arquia celebró en Valencia. Como otras veces, Segovia lo mostraba como uno de los mayores ejemplos de la ciudad paseada.

Foto: Popular merendero 'La Playa de Moda' en Valencia. (Cedida)

A Segovia le gusta explicar el origen anticipado del parque —el huevo antes que la gallina—. “Cuando la propuesta se aprobó, no tenía ubicación, era solo un círculo con la gran figura inscrita en él. En ese momento inicial, empezó a tantearse dónde podía colocarse el Gulliver, estuvo a punto de terminar en el Parque Doctor Lluch del Cabanyal. Si finalmente se decidió llevarlo a los Jardines del Túria fue porque la reurbanización del antiguo cauce apenas estaba comenzada y, por su escala, el proyecto permitía un buen avance en este sentido. Seguramente también se entendió que el Gulliver funcionaría mejor en un espacio de centralidad y principalmente asociado al ocio (caso del río) que en otro más de barrio y de uso más cotidiano, como hubiese sido el Cabanyal”.

Fruto de esa excepcionalidad —el simbolismo de su espacio— nace una de las escasas críticas con las que podría cuestionarse el modelo. “Adoro el Gulliver, pero tiene algo que me escama ligeramente”, cuenta el especialista en espacio público. “Es un parque más bien concebido para la ocasión excepcional, para la excursión con el cole o la visita familiar de fin de semana. Niños y niñas no pueden llegar al parque si no es de la mano de una persona adulta y las visitas son casi siempre programadas. Se dice mucho que un parque como el Gulliver sería inconcebible a día de hoy, pero cuando oigo eso siempre pienso que si en algún sitio es posible otro Gulliver sería en un parque de atracciones; en un Port Aventura o en un Isla Mágica, que a tanta gente horrorizan por ser —supuestamente— lugares falsos o simulacros de realidad”.

placeholder Vista del Parque Gulliver. (EFE/Biel Aliño)
Vista del Parque Gulliver. (EFE/Biel Aliño)

Cuando se aplica la nostalgia que idealiza —la dulcificación continua de los primeros años noventa— se tiende a entender el Gulliver como el “parque infantil total”. Matiza, en cambio, Segovia, que “cumpliendo su función y haciéndolo de manera fantástica, debemos ser conscientes de que el encaje de la infancia en nuestras ciudades debe ser más amplio y más rico. El Gulliver, de hecho, representa uno de los dos polos enfrentados entre los que debe resolverse. Sería el espacio singular y mágico, deslindado el resto del entorno urbano, que dentro de sus límites potencia al máximo el juego y la imaginación, y a él se enfrentarían los parques que en su día defendió el arquitecto holandés Aldo van Eyck, ubicados en cruces, aceras y solares, ejecutados con piedras y barras de metal que casi se mimetizaba con el lugar, defendiendo una total integración de los niños y las niñas en el espacio habitado para reconocerlos como habitantes integrales de la ciudad”.

En 1990, aunque no fuera su primera intención, Gulliver hizo evidente la centralidad del nuevo Jardín del Túria en la vida familiar de los valencianos. Su reto, a partir de ahora, es no ser simplemente aquella serie de dibujos animados que se sigue programando desde la melancolía.

El Jardín del Túria cumple 35 años. Aunque es una infraestructura verde poco reglada y que no ha respondido a guiones, sino al uso espontáneo de la ciudadanía valenciana a lo largo de más de seis kilómetros, uno de su principales puntos de atracción sí responde a un uso plenamente planificado: es el Gulliver y su deseo de —ejem— hacer que los niños se acerquen al pulmón ajardinado.

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